Después del invierno Citas

Citas

Haydée llegó acompañada de su amiga mexicana, a la que yo nunca antes había visto, una muchacha de ojos y cabellos oscuros por quien sentí una cercanía anormal, algo como el reconocimiento de almas del que habla Nietzsche tras su primera entrevista con Lou Andreas-Salomé: «¿De qué estrellas caímos para encontrarnos aquí?».

Claudio. Primera parte parte, “Hotel Lutetia”.

En esta cita seleccionada asistimos a la percepción de Claudio acerca de Cecilia, cuando la ve por primera vez. Haydée es la amiga en común de ambos y los presenta suponiendo que pueden llegar a agradarse. Como veremos con el transcurso de la lectura y se deja vislumbrar aquí, pareciera que es a Claudio a quien más le impacta Cecilia, y no tanto al revés.

Esperar a alguien, al menos de esa manera, equivale a cancelar la existencia de uno mismo, a hipotecarla por un tiempo condicional, a cambiarla por un absurdo subjuntivo. Obsesionarse con alguien que ha decidido no estar es regalar minutos, horas y días enteros de nuestra vida a quien ni los ha pedido ni quiere tenerlos; es condenar esos mismos minutos, horas y días a la dimensión del tiempo perdido, de lo inservible; es desaprovechar la infinidad de posibilidades que ese tiempo nos ofrece y canjearla por la peor de las opciones: la frustración, el sufrimiento.

Cecilia. Primera parte, “Rumores”.

En este caso, presenciamos una reflexión de Cecilia en torno a la ausencia de Tom. Su vecino, enfermo terminal, ha decidido realizar un viaje solo, a Sicilia. Ellos ya han empezado a salir y estar juntos. Cecilia se siente muy atraída hacia Tom. Ambos comparten cosas en común, como su afición a los cementerios.

Sin embargo, en este momento, ella ha conocido a Claudio. Y si bien ama a Tom, reflexiona acerca de no hipotecar su tiempo por alguien que decidió alejarse. De esta manera, se entrega a disfrutar de la nueva relación con Claudio.

¿Qué es lo que uno ama en el otro? Yo creo que el estilo –eso que está debajo de lo que llaman «química», una forma más o menos permanente de estar en el mundo, una manera indefinible de ayudar a los otros a conocerse y a aceptarse–. Me dije que a fin de cuentas uno es un constante campo de batalla. Cecilia Rangel, como cualquiera –y más a los veintisiete años–, es una esencia inestable, una serie infinita de pruebas, errores y aciertos. Cuánto cariño sentía ya entonces por todos sus movimientos y sus oscilaciones.

Claudio. Primera parte, “La versión de Claudio”.

Transcurriendo su vínculo con Cecilia, Claudio se pregunta por la esencia del amor. Se dice a sí mismo que amar a otro es equivalente a enfocarse en su estilo, en su forma de estar en el mundo. Observa a Cecilia como una muchacha digna de ser vista en su integridad. Si bien todavía no la conoce demasiado, afirma que ya siente cariño por sus cambios de ánimo y de intereses.

Uno piensa que los lazos que nos atan a los otros son eternos e inamovibles, sobre todo el afecto. Sin embargo, la gente cambia mucho según el lugar y las circunstancias. Desde que conocí a Claudio, yo había estado recibiendo un promedio de dos mensajes al día, cartas dulces y solidarias, en ocasiones teñidas de algún impulso didáctico o reformador al que no había prestado atención. Habíamos pasado también cuatro días muy intensos en París, durante los cuales me pareció conocerlo íntimamente. Hasta ese momento nuestros encuentros habían ocurrido en la ciudad donde yo vivía. Como suele decirse en deportes, jugué casi siempre en casa y él en territorio ajeno. Por eso no es tan sorprendente, si se mira de lejos, que en Nueva York me topara con alguien tan diferente del Claudio que conocía.

Cecilia. Primera parte, “Rejas”.

Una vez que Claudio ha vuelto de París - a donde había viajado exclusivamente para ver a Cecilia-, ella viaja a Nueva York, para visitarlo a él.

Claudio, por su parte, aún no ha cortado con Ruth, por lo que le miente acerca de que Cecilia es una prima suya. En paralelo con ello, mientras Cecilia aún no sospecha de este otro vínculo, se da cuenta de que él tiene una personalidad muy distinta de la suya y de la que le había conocido en París. Es una persona que pretende dar indicaciones a los demás, es muy estructurada y realiza las actividades cotidianas siempre en el mismo orden. Pareciera que a ella todo esto no le satisface, pues no le encuentra un valor a ese modo de ser.

–Quiero que me prometas algo –dijo quitándose el respirador para que le entendiera, cosa que, aun así, resultaba muy difícil–. Por más infeliz o sola que te sientas, nunca te quites la vida.

–Si muriera –argumenté en mi defensa– podríamos seguir juntos.

–Estaremos más cerca de lo que te imaginas y, si te esmeras, vas a poder oírme.

–Para mí no es suficiente –dije yo–. Me iré contigo aunque no quieras.

Admito que respondí con rudeza y sin ninguna consideración por su estado, pero ya no había lugar para la condescendencia. Éramos una pareja negociando su futuro. No iba a transigir en algo tan importante.

–El suicidio –dijo Tom en el tono más serio que le escuché jamás– es un delito en la ley espiritista y se paga caro. Todos tenemos una misión en la vida y a cada quien le corresponde encontrarla. Pasar por este mundo sin descubrirla equivale a desaprovechar la existencia. Si quieres que muera en paz tienes que prometerlo.

Tom, Cecilia. Segunda parte, “Órganos vitales”.

Internado en el hospital, Tom le pide a Cecilia que le prometa no suicidarse cuando él muera. Conoce muy bien el carácter de su novia y su tendencia a la oscuridad y la melancolía. Es por eso que le habla de este modo. Cecilia ya había pensado en esa posibilidad y le cuesta trabajo tener que prometerle que no lo hará. Tom le explica que el suicidio no es algo bien visto desde el punto de vista espiritista. Como lo dice muy serio, ella tiene que aceptar la situación y apostar por la vida.

Conforme más conseguía ignorar la existencia de los otros, mayor concentración tenía en mí mismo y en mi rendimiento. No conozco ningún placer semejante al de superar mis propios récords. Más que las endorfinas, de las que tanto se habla en las revistas de los consultorios médicos, era la certeza de estar convirtiéndome en alguien fuerte y resistente, una suerte de titán moderno, lo que me provocaba euforia y una verdadera adicción al deporte.

Claudio. Segunda parte, “Maratones".

Luego de que Cecilia se entera del vínculo que Claudio tiene con Ruth, se va de su departamento en Nueva York y vuelve a París, en donde se reencuentra con Tom. Claudio intenta contactarla en vano y cae en una fuerte depresión. Su amigo Mario le aconseja ver a un psiquiatra. Él va a una consulta, pero se da cuenta de que su propia manera de recuperar la salud tiene que recorrer otro camino. En un parque, observa a las personas que corren y se dice que quiere ser como ellos.

Tal como su carácter obsesivo le dicta, pronto comienza a entrenar asiduamente y a correr maratones. Se enfoca en esa tarea y ejercicio para generar las sustancias químicas que su cerebro necesita para no volver a caer en depresión. Sin embargo, luego veremos que una explosión inesperada le hará tener que amputarse una pierna, por lo que tendrá que recurrir sí o sí a los psicofármacos.

No tuve tiempo de darte lo que me hubiera gustado. No terminé, ni de lejos, de conocerte. No pude explicarte, por ejemplo, que me estabas partiendo por la mitad y que dejabas en este mundo a una tullida emocional, un ser incompleto y abandonado que no sabe qué hacer consigo misma.

Cecilia. Segunda parte, “Invocación”.

Cuando finalmente Tom fallece en su cama de hospital, Cecilia se siente terriblemente mal. El texto establece un paralelo entre ella y Claudio, pues ambos quedan como "tullidos": él, físicamente; ella, emocionalmente.

Cecilia, que había dado todo en su relación con Tom, y que lo había cuidado hasta último momento, ahora no sabe bien qué hacer con su vida, ya que se siente incompleta sin su amor.

Hacia el final de la novela veremos cómo termina encontrando el alivio y la alegría en primavera, "después del invierno", mientras observa y juega con la hija de su amiga Haydée, niña gracias a la cual ella reconectó con la inocencia y la pureza de estar con vida.

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