Divina Comedia: Purgatorio

Divina Comedia: Purgatorio Resumen y Análisis Cantos XV-XXI

Resumen

Canto XV

A la tarde, Dante y Virgilio se dirigen al poniente (oeste), y el primero se sorprende al observar un resplandor de luz mayor al del sol. Esta luz es un ángel que los invita a subir a la siguiente cornisa. Ellos ascienden y, mientras lo hacen, Dante interroga a su guía acerca de las palabras de Guido, “consentir” y “compañero”. Entonces, Virgilio explica que los seres humanos, al desear bienes que disminuyen al compartirse, alimentan la envidia. En cambio, según afirma a continuación, el amor se multiplica cuando es mayor el número de personas que aman.

En la tercera cornisa, a Dante se le presentan, como en visiones, tres ejemplos de mansedumbre: la primera de ellas evoca a la Virgen María buscando a Jesús, de niño, en un templo, y sus palabras, luego, al encontrarlo; la segunda muestra la misericordia de Pisístrato; la tercera muestra a San Esteban, quien, mientras es lapidado por judíos, pide a Dios que perdone a sus agresores. Finalmente, los poetas continúan avanzando por la cornisa y un humo denso comienza a envolverlos.

Canto XVI

Dante y Virgilio avanzan en la oscuridad del humo denso y escuchan a las almas cantar al unísono “Agnus Dei”, mostrando concordia entre ellas. Allí, un alma le pregunta a Dante por su condición y, luego de que él responde, se presenta como Marco, procedente de Lombardía, un amante de la virtud que ahora parece olvidada en el mundo. Dante le pregunta, entonces, acerca de la decadencia moral en el mundo, y Marco responde, primero, negando que las acciones de los hombres dependan de la influencia de los astros. Luego, explica que las personas poseen el razonamiento (“la luz”, v. 75) para distinguir entre el bien y el mal, y la libertad para elegir actuar de uno u otro modo.

A continuación, Marco compara a los seres humanos con una niña que se engaña con un pequeño bien y corre tras él sin freno si nadie corrige su rumbo. Luego, se explaya en la necesidad de dos autoridades en el mundo, la del Papa y la del emperador (“dos soles”, v. 107), para guiar el rumbo de la humanidad, y explica que, al unirse los dos poderes, “uno al otro apagó” (v. 109). Más tarde, como ejemplo de la degradación moral, señala que en Lombardía (“La región que Po y Adigio riegan”, v. 115) han quedado únicamente tres ancianos que conservan las antiguas virtudes. Finalmente, cuando Marco y los poetas se aproximan a una zona donde el humo se desvanece y se percibe la blancura de un ángel, el primero se marcha abruptamente.

Canto XVII

Dante y Virgilio dejan atrás la nube de humo y vuelven a ver la luz del sol poniente. Entonces, el primero tiene tres nuevas visiones: Procne transformada en ruiseñor (“el ave que más goza cuando canta”, v. 20), Amán crucificado y el suicidio de la reina Amata.

Luego, una luz golpea el rostro de Dante y una voz le indica que suba a la siguiente cornisa. Dante, deslumbrado, no puede distinguir de dónde proviene la voz. Cuando sube el primer peldaño, las alas de un ángel le borran una pe de su frente, y escucha una voz decir “Beati pacifici” (“dichosos los pacíficos”).

Está anocheciendo, y Dante siente que sus piernas se debilitan. Virgilio le explica que en la cuarta cornisa se purifica la acidia (“aqui se bate el remo que era lento”, v. 87), y describe los criterios morales a partir de los cuales se distribuyen los pecados en el Purgatorio. Los humanos poseen un amor natural y otro de libre elección (“de ánimo”, v. 93). Este último puede ser erróneo por tres motivos: por dirigirse a un mal objeto, por ser escaso en su vigor, o por ser excesivo. En estos tres casos, la criatura actúa contra el Creador. Por eso, Virgilio concluye que el amor es origen (“semilla”, v. 104) de la virtud y de las faltas.

El amor dirigido a un mal objeto (el mal que se ama) siempre está dirigido al prójimo (por soberbia, por envidia, o por ira). Estos tres pecados son aquellos de los que se purifican las almas de las tres cornisas precedentes (“Este triforme amor se llora abajo”, v. 124). El amor “lento” (v. 130), la acidia, se purga en la cornisa en la que se encuentran los poetas (la cuarta). Por último, “el amor que se entrega demasiado” (v. 136), el amor desmedido, se purga en las tres cornisas siguientes (“arriba se llora en tres terrazas” (v. 137), y Dante tendrá que descubrirlos por sí mismo.

Canto XVIII

Dante le pide a Virgilio que le explique qué es el amor, y su maestro señala que es la tendencia de todo ser hacia las cosas que le placen. Por otro lado, Virgilio comenta que, aunque la disposición a amar es buena en sí, no todo amor, en la práctica, es loable. Dante pregunta, entonces, por qué el hombre es responsable de que su amor sea correcto, si tiende a aquello que le agrada por instinto. A esto, Virgilio responde que los seres humanos también poseen la razón, de manera que pueden juzgar y consentir o no el amor hacia un objeto. Por lo tanto, si el amor “se enciende” (v. 71) necesariamente, el ser humano posee libertad para conservarlo o no. Esto se llama “libre albedrío” (v. 74).

A la medianoche, Dante avanza somnoliento, cuando observa una multitud de almas corriendo hacia él. Dos de ellas gritan, llorando, episodios en los que la Virgen María y Julio César actuaron con solicitud, y las demás alientan a no perder el tiempo. Virgilio les pregunta a las almas por el camino para ascender a la próxima cornisa, y una de ellas, disculpándose por no poder detenerse, invita a los poetas a unirse a la multitud y revela que fue un abad de San Zeno, en Verona. Luego, el abad se lamenta de la situación actual de aquel monasterio, y Dante escucha a otras almas mencionando ejemplos en los que la pereza fue castigada: los judíos que no siguieron a Moisés y murieron antes de ver la tierra prometida, y los compañeros de Eneas (“el hijo de Anquises”, v.137), que, por no seguirlo hasta el final, se privaron a sí mismos de una vida gloriosa. Dante divaga entre un pensamiento y otro, hasta que, finalmente, cae dormido.

Canto XIX

Antes del alba, Dante sueña que se acerca a él una mujer balbuciente, bizca, pálida, con pies torcidos y manos deformes. Luego, a ella se le colorea el rostro y, después de enderezarse, entona un canto en el que afirma que es una sirena dulce que debilita a los marineros que la escuchan con placer. A continuación, en el mismo sueño, una mujer santa se aproxima a Virgilio y le pide que le revele la identidad de la mujer balbuciente. El poeta, rasgando la ropa de esta última, descubre su vientre, y el hedor que emana de él despierta a Dante. Entonces, el peregrino reanuda el viaje, pensativo.

Repentinamente, un ángel les indica el sitio por donde se sube a la siguiente cornisa, y, batiendo las alas, borra la cuarte pe de la frente de Dante. Luego, Virgilio le explica al poeta que la “antigua bruja” (v. 58) representa los pecados que se purgan de allí en adelante (“se llora más arriba”, v. 58), y Dante, como con un nuevo impulso, termina de subir los peldaños.

En la quinta cornisa encuentra a los avaros y los pródigos que yacen en el suelo boca abajo, llorando y suspirando. Virgilio les pregunta por el camino para continuar ascendiendo, y uno de los penitentes le indica que deben seguir por la derecha (“tengan siempre sus diestras hacia afuera”). Dante comprende el significado enigmático de esta frase poco después y, con el consentimiento de Virgilio, se acerca al alma que les había hablado y le pregunta quién es. Él responde que fue un Papa (“scias quod ego fui successor Petri”, v. 99) (“sabe que fui un sucesor de Pedro”). Es el Papa Adriano y afirma que, a pesar de que fue muy avaro, descubrió a tiempo que los bienes terrenales son engañosos. Dante se arrodilla en un gesto de reverencia, pero el Papa lo invita a ponerse de pie, recordándole que todos son servidores de Dios.

Canto XX

Dante reanuda la marcha, sin sentirse saciado con la conversación que mantuvo con Adriano, y maldice a codicia (“loba”, v. 10) que prepondera en el mundo. Un alma penitente pronuncia ejemplos de pobreza que aluden, el primero, a María dando a luz a Jesús en un pesebre, y el segundo, a Cayo Fabricio Luscino, quien prefirió la virtud con pobreza “en vez de la gran riqueza con pecado” (vv. 27). Dante se acerca al alma que los pronunció y escucha un nuevo ejemplo, referido a la generosidad de San Nicolás.

Entonces le pide al espíritu que le revele su identidad a cambio de premiarlo cuando regrese al mundo. El alma afirma no esperar ayuda del mundo y revela ser Ugo Capeto, progenitor de reyes franceses, a quienes condena duramente. Entre sus descendientes se encuentra Carlos (de Anjou), que fue a Italia y asesinó a Corradino. Luego, el penitente predice que “otro Carlos” (v. 71) (Carlos de Valois) será un traidor en Florencia, y “el otro, que salió preso del barco” (v. 79) (Carlos II de Anjou) venderá a su hija. Finalmente, predice los actos de Felipe IV (“la flor de lis”, símbolo de la casa francesa) que llevarán a la captura de Bonifacio VIII en Anagni y la supresión de la orden de los templarios, perpetrada por este rey para quedarse con sus riquezas.

A continuación, Ugo Capeto explica que las almas de los avaros pronuncian ejemplos de pobreza virtuosa de día, mientras que de noche manifiestan ejemplos de avaricia castigada. Así, recuerda a personajes como Pigmalión, Midas, Acán, Safira y su marido Ananías, Eliodoro, Polinéstor y Craso.

Luego, cuando los poetas se alejan, sienten un fuerte temblor en el monte y escuchan gritar “Gloria in excelsis Deo” (“Gloria a Dios en las alturas”). Los poetas permanecen expectantes e inmóviles, “como al oír tal canto los pastores” (v. 140) y, poco después, reanudan la marcha. Finalmente, Dante permanece pensativo y deseoso de saber el motivo del temblor, pero no osa preguntarle a su guía.

Canto XXI

Dante, aún ansioso por conocer el motivo del terremoto y del grito que lo sucedió, avanza por la quinta cornisa, y no advierte la presencia de un alma que marcha tras él y su guía. Repentinamente, el alma saluda a los poetas y Virgilio, luego de devolver el saludo, expresa que él es un alma condenada (“en el eterno exilio”, v. 18). El espíritu, sorprendido, les pide explicaciones acerca del viaje que están realizando, y Virgilio responde hablando sobre la condición de Dante y sobre la necesidad de que él lo acompañe. Luego, el poeta latino le pregunta al espíritu sobre el motivo del temblor del monte y del posterior grito de alabanza.

El alma explica que el Purgatorio (“arriba de la corta escalera de tres grados”, v. 48) no está afectado por los fenómenos climáticos, y que el terremoto indica que un alma ha completado su tiempo de purificación y siente la voluntad de ascender. En esta oportunidad, fue precisamente él quien, tras quinientos años de purificación en la quinta cornisa, sintió el deseo de ir al Paraíso (un “mejor sitio”, v. 69).

A continuación, Virgilio le pide al espíritu que le revele su identidad, y este le dice que es el poeta latino Estacio, habla de su fama y de los libros que escribió, y explica que su fuente de inspiración fue la Eneida. Luego, agrega que hubiera permanecido un año más (“un sol”, v. 101) en el Purgatorio a cambio de haber vivido en el mismo tiempo que Virgilio. Ante estas palabras, Dante desea revelarle la identidad de su guía, y, aunque este le pide que calle, no puede evitar una pequeña sonrisa. Estacio, al notarlo, interroga a Dante y, finalmente, se entera de que el autor de la Eneida está frente él y se inclina para abrazarlo, olvidando que ambos son ahora sombras inconsistentes.

Análisis

En el Canto XV, los poetas ascienden a la tercera cornisa del Purgatorio, donde las almas se purifican de la ira. Las visiones ejemplares en las que Dante permanece sumido en este caso corresponden a los bajorrelieves de la primera cornisa y a las voces de la segunda. Aquí se trata, consecuentemente, de ejemplos de mansedumbre, la virtud opuesta al pecado que se castiga. Y también en este caso, la forma de visiones que en la que se muestran estos ejemplos de virtud se corresponden con la condición a la que están sometidos los penitentes: sus almas están sumergidas en un humo muy denso.

El tema central de este canto es la diferencia entre los bienes terrenales y los celestiales. Virgilio, retomando las palabras de Guido del Duca del canto precedente, le explica a Dante que, mientras que los bienes materiales inducen a la envidia, puesto que disminuyen en la medida en que se reparten, el amor divino crece al ser compartido:

Al dirigirse los deseos de ustedes
hacia lo que pierde parte al compartirse,
la envidia mueve el fuelle a los suspiros.

Mas si el amor a la suprema esfera
torciera hacia lo alto su deseo,
no habría tal temor dentro del pecho;

Pues más son los que dicen allí "nuestro",
más posee cada uno de ese bien
y más la caridad arde en el claustro.

(vv. 49-57)

El Canto XVI ocupa el lugar central del Purgatorio y, por lo tanto, de toda la Divina Comedia. Este y los próximos dos cantos son doctrinales y exponen los ejes de un sistema ético. En el Canto XVI, Dante escucha a las almas cantar "Agnus Dei” (“Cordero de Dios”): el cordero de Dios es Jesús y, además, el cordero es un símbolo de mansedumbre, de manera que este canto de alabanza se conecta con los ejemplos de mansedumbre presentados en el canto precedente (Canto XV).

Aquí, Dante encuentra a Marco Lombardo, a quien le pide que le indique las razones de la falta de virtud en el mundo, para poder transmitir, luego, su mensaje a su regreso: “te ruego que me indiques la razón, / así la veo y a otros se la muestro” (vv. 61-62). Luego, Marco expone una síntesis del pensamiento dantesco. En primer lugar, habla del libre albedrío del ser humano, por el cual este posee la facultad de actuar bien o mal. Luego explica que, para guiar a las personas, se crearon las leyes, y que existen además, para dicho fin, la autoridad del Papa y del emperador. Estos poderes, para Dante, deben permanecer separados, y cumplir cada uno con su deber: conducir al hombre a la salvación, el primero, y asegurar la paz y la justicia en la Tierra, el segundo.

Sin embargo, estas dos autoridades (a las que se refiere como “dos soles”, v. 107), superponiéndose, se apagaron mutuamente, “ya que, unidos, no teme el uno al otro” (v. 112). Más adelante, Marco insiste en este punto al señalar:

ya puedes ver que la Iglesia de Roma,
por confundir en sí los dos poderes,
cae en el barro y se ensucia ella y su carga.

(vv.127-129)

En la primera parte del Canto XVII, Dante tiene visiones que representan ejemplos de ira castigada, procedentes de la mitología griega, la Biblia y la Eneida. Su paso por la tercera cornisa del Purgatorio se cierra con la invitación del ángel a ascender y la anulación de la tercera pe de su frente (correspondiente a la ira).

La segunda parte del canto tiene lugar en la cuarta cornisa del Purgatorio, donde se expía, según explica Virgilio, la acidia o pereza. Aquí, este poeta explica el esquema según el cual están distribuidos los siete pecados capitales en el Purgatorio. Este es un apartado doctrinal en el que se desarrolla la teoría del amor. Aquí, Virgilio explica que el hombre siempre está movido por el amor, el cual puede ser natural o “de ánimo” (v. 93), es decir, racional o de libre elección. Es en este último en donde el humano puede errar o no, y los errores pueden deberse a tres motivos.

En primer lugar, el error puede consistir en dirigir el amor a un mal objeto, es decir, desear el mal al prójimo para ver decrecer su grandeza y, en consecuencia, sobresalir (soberbia); en desear lo que posee el prójimo (envidia), o en desear el mal al otro a causa de una ofensa (ira). Estos tres pecados corresponden a las tres primeras cornisas. En segundo lugar, el error puede ser amar o desear un bien, pero sin el suficiente vigor (la acidia o pereza, purgada en la cuarta cornisa). En tercer lugar, el error consiste en amar en exceso, y estos pecados, como indica Virgilio, deberán ser descubiertos por Dante en las próximas cornisas (son la avaricia, la gula y la lujuria, como veremos luego).

En el Canto XVIII, todavía en la cuarta cornisa, Virgilio continúa desplegando la teoría del amor. El ser humano tiende al objeto amado por instinto: el deseo lo impulsa a unirse al objeto amado como “va el fuego hacia lo alto” (v. 31), y “solo reposa al disfrutar la cosa amada” (vv. 32-33). Sin embargo, explica, no todo amor es en sí loable. En este punto, Dante cuestiona que, siendo el amor instintivo, el ser humano tenga la responsabilidad en las elecciones de su objeto de amor:

pues si amor desde afuera se nos da
y el alma no va a él con otro pie,
ir derecha o torcida no es su mérito.

(vv. 43-54)

Virgilio responde entonces que el ser humano tiene la facultad de juzgar: “innata está la facultad que juzga, / que está en la puerta del consentimiento” (vv. 62-63). Por esta razón, el mérito depende “del buen o mal amor que acepta o filtra” (vv. 66) el hombre mediante el razonamiento. El concepto fundamental que se trata aquí es que el hombre, que tiende naturalmente al amor y a sus placeres, puede errar la elección del objeto del amor, pero tiene una facultad que le permite juzgar y elegir si rechazarlo o no. De aquí que se reafirme la importancia del libre albedrío, el cual le permite al ser humano elegir su modo de actuar.

Finalmente, la velocidad en el movimiento de las almas que ocupan esta cornisa es consecuente con el pecado por el que se están purgando: la negligencia o la demora en sus actos. Los ejemplos que recuerdan la acidia castigada, expuestos hacia el final del canto, cumplen una función análoga a los que se exponen al final de cada cornisa, en donde se recuerda el castigo de los pecados que se expía en cada una de ellas.

Como el Canto IX, el Canto XIX comienza con un sueño de Dante que tiene lugar al amanecer. Y como en aquella ocasión, en este caso, también, el sueño posee un valor simbólico. Este sueño se relaciona con la teoría del amor que expuso Virgilio en los dos cantos precedentes y con los pecados que se purifican en las tres últimas cornisas (quinta, sexta y séptima).

La mujer balbuciente del sueño de Dante, que es deforme y monstruosa, representa el amor desmedido hacia los bienes terrenales (la causa de los pecados que se purifican en las cornisas que los poetas recorrerán de aquí en adelante). La misma mujer, transformada luego en sirena, representa el engañoso deseo de los bienes terrenales. Finalmente, Virgilio representa la razón que pone al descubierto el engaño y el mal (el vientre fétido).

En la quinta cornisa, Dante dialoga con el Papa Adriano, quien reconoce, precisamente, su avaricia en el mundo, un vicio que tuvo hasta que se convirtió y descubrió “la vida mentirosa” (v. 108) que representa el deseo de las cosas mundanas (un descubriendo análogo al del vientre fétido del sueño simbólico de Dante). El contrapasso en la quinta cornisa tiene una relación directa y evidente con el pecado por el cual los penitentes se purifican. Así lo podemos ver cuando Adriano explica:

Como la vista nuestra no se alzó
apegándose a todo lo terreno,
la justicia la hunde hacia la tierra

Como el amor al bien nos apagó
la avaricia, impidiendo buenas obras,
sujetos la justicia nos mantiene

atados en las manos y en los pies (...)

(vv. 118-124)

Por último, la indicación que Adriano da a los poetas para que puedan seguir ascendiendo (“tengan siempre sus diestras hacia afuera”, v. 81), además de señalar que deben continuar por la derecha, puede interpretarse como una incitación a ser generosos (aquí adquiere el sentido de “tender las manos derechas hacia afuera”), para acelerar la purificación de la avaricia (“encontrar la vía más rápida”, v. 80). Acaso por esto, después de que Virgilio se aleja un poco, Dante afirma: “yo entonces vi lo oculto en las palabras” (v. 84).

En el Canto XX, Ugo Capeto, fundador de una dinastía de reyes franceses, pronuncia una dura condena contra sus descendientes, primero, recordando hechos políticos que tuvieron lugar antes de 1300 (año en el que se sitúa el viaje de Dante al más allá), y, luego, en tono profético, refiriéndose a hechos inmediatamente posteriores. Entre las profecías, Ugo Capeto se refiere a la “traición” de Carlos de Valois (“el otro Carlos”, v. 71) a quien el Papa Bonifacio VIII envió a Florencia en 1301 con el rol oficial de pacificar a los güelfos blancos (a los que pertenece Dante) y negros, pero que, en realidad, resultó ir en apoyo de los últimos:

Sin armas sale, y solo con la lanza
con que Judas hirió, apunta en modo
que revienta la panza de Florencia.

(vv. 73-75)

“La lanza con que judas hirió” es una metáfora para referirse a la traición de este soberano; y “revienta la panza de Florencia” puede interpretarse como una metáfora del exilio de muchos de los habitantes de la ciudad (incluido, entre ellos, el propio Dante).

El terremoto con el que se cierra el Canto XX tendrá una extensa explicación en el canto siguiente. Allí, Dante y Virgilio encuentran al poeta Estacio, quien les señala que el Purgatorio está exento de alteraciones y que no lo afectan cambios climáticos (vv. 40-57). También el poeta explica que el temblor del monte señala que un alma (en este caso, la suya) ha concluido su periodo de purificación y, por lo tanto, siente deseos de ascender al Paraíso.

El personaje Estacio, quien acompañará a los peregrinos durante el resto del viaje, está inspirado en el poeta latino Publio Papinio Estacio, quien en realidad nació en Nápoles, y no en Toulouse, como se sugiere en el poema (“siendo tolosano, fui hasta Roma”, v. 89) probablemente por un error común en la época de Dante. El poeta murió en el año 75 d. C., por lo que se entiende que, cuando el personaje afirma que permaneció durante quinientos años “en esta pena” (v. 67), se refiere, específicamente, al periodo de tiempo que pasó en la quinta cornisa, y no en el Purgatorio (en el próximo canto manifestará haber permanecido más de cuatrocientos años en la cuarta cornisa, la de los acidiosos, vv. 92-93). Estacio escribió los poemas épicos Tebaida y Aquileida (que dejó inconcluso), dos obras muy difundidas en la Edad Media, a las que se refiere el personaje cuando señala: “canté de Tebas y del gran Aquiles, / pero caí con la segunda carga” (vv. 93-94).

Hacia el final del canto, Estacio rinde un homenaje al autor de la Eneida, sin saber aún que está enfrente suyo, con palabras que recuerdan a las que Dante le dirige a su maestro en el primer canto del Infierno, y declara que su obra fue la fuente de inspiración de la suya:

De mi ardor la semilla fue la chispa
que me encendió, de la divina llama
por la que se iluminan más de mil;

de la Eneida estoy hablando, que mamá
me fue y me fue nodriza en la poesía:
sin ella no escribí nada de peso.

(vv. 94-99)

Finalmente, el encuentro con Estacio inaugura una serie de encuentros con poetas que tendrán lugar en los cantos siguientes: Forese Donati (XXIII), Bonagiunta de Lucca (XXIV), Guido Guinizzelli y Arnaut Daniel (XXVI).

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