Resumen
Lady Windermere está en su casa, sentada en un sofá, y desarrolla un monólogo en el que da cuenta de la preocupación que le produce el hecho de que su esposo se haya enterado de su intento de fuga con Lord Darlington. Llama a su sirvienta, Rosalie, y le pregunta a qué hora ha llegado Lord Windermere la noche anterior. Rosalie le responde que lo ha hecho a las cinco de la mañana, lo que incrementa la preocupación de Lady Windermere. Sin embargo, cuando entra Lord Windermere, él y Lady Windermere se reconcilian y deciden tomarse unas vacaciones lejos de la sociedad inglesa.
Lady Windermere le dice a su esposo que no puede irse ese día, como él quiere, porque necesita visitar a Mistress Erlynne. Él no quiere que ella lo haga; le dice que Mistress Erlynne "Es mala... tan mala como puede serlo una mujer" (205), pero Lady Windermere se muestra inflexible. En el momento en que Lady Windermere está a punto de confesarle a su esposo que ella estaba en casa de Lord Darlington la noche anterior, aparece el mayordomo, Parker, quien trae el abanico de Lady Windermere en una bandeja y anuncia la presencia de Mistress Erlynne.
Mistress Erlynne entra en escena y, luego de disculparse, le dice a Lady Windermere que se irá para siempre, y le pide una fotografía para recordarla. Lady Windermere se retira y al poco tiempo regresa y le entrega una. Mistress Erlynne la elogia, pero le solicita otra fotografía: una en la que ella esté con su hijo.
Después de que Lady Windermere deja la habitación para ir a buscar esta fotografía, Lord Windermere intenta hacer que Mistress Erlynne prometa que no le revelará su verdadera identidad a Lady Windermere. También dice que la desprecia por aprovecharse de su situación, apareciendo en la vida de su hija solo cuando existe la posibilidad de ganar dinero.
Mistress Erlynne juega con las emociones de Lord Windermere negándose a prometerle que no revelará su identidad ante su hija y diciendo que también le pedirá a Lady Windermere que le dé el abanico que Lord Windermere le regaló recientemente. Por otro lado, también discuten lo mucho que Lady Windermere siempre ha extrañado y reverenciado a su madre, a pesar de no haberla conocido.
La conversación vuelve a cambiar de tono cuando Lord Windermere amenaza con ser él quien revele la identidad de Mistress Erlynne. En respuesta, Mistress Erlynne responde que no debe hacerlo, ya que mancillará el nombre de su hija por completo y hará que la sociedad la rechace. Además, Mistress Erlynne afirma que, si en algún momento saliera a la luz la verdad, la gente se sorprendería, ya que ella nunca ha confesado su verdadera edad.
Lady Windermere, por su parte, regresa y le da la fotografía a Mistress Erlynne. En este punto, empiezan a hablar sobre el nombre del hijo de Lady y Lord Windermere, Gerard. Lady Windermere dice que le habría puesto al niño el nombre de su madre, Margaret, si hubiera sido una niña. Mistress Erlynne le hace notar a Lady Windermere que las dos se llaman Margaret, pero al final no devela la relación que existe en esta coincidencia.
Lady Windermere hace referencia a que todas las personas deberían tener ideales, y que el suyo es su madre, aunque prácticamente no la haya conocido. Mistress Erlynne le responde que los ideales son peligrosos y que las realidades, aunque hieran, son mejores. Lady Windermere le pide a su esposo que vaya a ver si ha llegado el coche de Mistress Erlynne para poder quedarse unos momentos a solas con ella. Una vez que Lord Windermere ha salido de la habitación, Lady Windermere le dice a Mistress Erlynne que se siente en falta, y que está pensando en confesarle todo a su marido. Mistress Erlynne, por su parte, la convence de no hacerlo y, para conservar un recuerdo más de su hija, le pide a esta que le regale su abanico, cosa que Lady Windermere no duda en hacer.
Luego, Lord Augustus entra y Mistress Erlynne le pide que la acompañe afuera para explicarle apropiadamente por qué ella estaba en casa de Lord Darlginton la noche anterior. Lord y Lady Windermere finalmente deciden irse de viaje a Selby, donde, según ella, "las rosas son blancas y rojas" (221). Al poco tiempo, Lord Augusts regresa y anuncia que él y Mistress Erlynne se casarán y vivirán fuera de Inglaterra. Lord Windermere le responde: "¡Ciertamente te casas con una mujer muy inteligente" (222), mientras que Lady Windermere exclama: "¡Se casa usted con una mujer muy buena!" (222).
Análisis
El Acto Cuarto propone un crescendo del suspenso que deriva en el clímax de la obra, ese momento en que no sabemos si Mistress Erlynne revelará su verdadera identidad a Lady Windermere. El suspenso se acentúa especialmente cuando Lord Windermere sale de la habitación a petición de Lady Windermere, ya que Mistress Erlynne le ha dicho explícitamente a su yerno que ella no puede prometer que no le revelará a su hija su verdadera identidad.
En este punto, el público podría dividirse entre aquellas personas que quieren que Mistress Erlynne le cuente a Lady Windermere que es su madre y aquellas que prefieren que ella deje en paz a su hija y desaparezca de su vida para siempre. Esto es así porque ninguna de las dos posibilidades ofrece un juicio moral absoluto: si Mistress Erlynne le confiesa que es su madre, le estará diciendo la verdad a su hija, pero, al mismo tiempo, mancillará su nombre y provocará que la sociedad la rechace; por otro lado, si desaparece de su vida, continuará con la mentira, pero evitará que Lady Windermere sea rechazada por la sociedad. Este tipo de dilemas no solo les dan una textura más compleja a los personajes, sino que proponen un debate más profundo sobre la moral victoriana, basada en las apariencias y en una forma absolutista e idealizada de juzgar a las personas.
También hay una fuerte carga de ironía en el Acto Cuarto, creada por el hecho de que Lady Windermere y Lord Windermere han cambiado completamente de posición sobre Mistress Erlynne. Si bien la obra comienza con una acalorada discusión en la que Lord Windermere defiende a Mistress Erlynne e, incluso, le pide a su esposa que invite a la mujer a su fiesta de cumpleaños, en el Acto Cuarto (apenas un día después), Lord Windermere intenta convencer a Lady Windermere de que nunca vea a Mistress Erlynne de nuevo mientras Lady Windermere, por su parte, empieza a sentir un profundo cariño por esta mujer. Si bien podemos percibir ironía en la forma en que ambos cambian su posición respecto de Mistress Erlynne, también queda reflejada la imposibilidad de sentenciar veredictos morales unívocos respecto de las personas. En ese sentido, el personaje de Mistress Erlynne representa un problema para el sistema de valores victoriano, ya que es “buena” y “mala” al mismo tiempo, y no admite un juicio unívoco respecto de su moralidad.
Wilde desarrolla aún más el tema de la relación madre-hija en el Acto Cuarto, proponiendo una pregunta más amplia en relación con los ídolos y los ideales. Lady Windermere creció imaginando a su madre, basándose en una mentira de su padre y en su propia imaginación, hasta convertirla en una figura idolatrada. Por el contrario, Mistress Erlynne es un ser humano, con todos los defectos que su condición implica. Ahora bien, más allá de que Lady Windermere tiene conciencia de lo que implica la maternidad –puesto que tiene un hijo–, ella no cambia la versión idealizada que tiene de su propia madre. Esto, de alguna manera, propone una reflexión sobre la distancia que existe entre nuestra capacidad de idealizar –o idolatrar– a las personas y lo que verdaderamente se esconde detrás de ellas. Dicho de otra manera: hay una hipocresía insufrible en esa forma superficial e idealizada que tiene la sociedad de juzgarse a sí misma.
Wilde toma una decisión interesante al no permitir que Mistress Erlynne revele su identidad. En ese sentido, en lugar del evento catártico habitual que marca un clímax y genera una acción y una resolución de caída gradual, en esta obra el clímax está determinado por aquello que no está sucediendo, es decir, por todos esos momentos en que Mistress Erlynne puede confesarle a Lady Windermere que es su madre y no lo hace. De esta forma, el público puede sentirse algo confundido o desorientado durante la resolución e, incluso, después del final de la obra. La decisión de Oscar Wilde de terminar la obra de esta manera –es decir, sin la confesión de Mistress Erlynne– invita al público a reflexionar sobre la rigidez del sistema moral que impera en la época victoriana, y sobre cómo responden los diferentes personajes a él. Dicho de otro modo, es tan categórico y feroz el juicio moral de la sociedad victoriana que Mistress Erlynne prefiere no confesarle a Lady Windermere que es su madre y abandonarla nuevamente. En cierta medida, podemos interpretar que son justamente los rígidos valores morales -esos que la sociedad victoriana defiende irreflexivamente- los que ejercen tanta presión en las personas que las llevan a cometer errores o a "actuar mal".
Al final de la obra, los personajes y el público tienen un último momento de suspenso cuando Lord Augustus vuelve a entrar en escena y anuncia que Mistress Erlynne le ha "explicado todo" (p. 221). Sin embargo, resulta que ella simplemente le ha dicho más mentiras, inventando que estaba en las habitaciones de Lord Darlington porque había ido a buscar a Lord Augustus. Esta mentira (que ocurre fuera de escena y es reproducida por Lord Augustus cuando vuelve para anunciar que se casará con Mistress Erlynne) consolida, por un lado, la coartada que pone a salvo a Lady Windermere de ser descubierta, pero, por el otro, representa una parodia final respecto de la hipocresía y la falta de comunicación que existía en las relaciones sentimentales de la Inglaterra victoriana.