Resumen
El Acto Tercero comienza en las habitaciones de Lord Darlington con Lady Windermere. Ella está angustiada y da un largo monólogo mientras se pregunta dónde está Lord Darlington y si debería regresar a casa con su esposo.
Mistress Erlynne encuentra a su hija en la casa de Lord Darlington y trata de convencerla de que regrese con su esposo. Al mismo tiempo, le revela a Lady Windermere, llorando, que ha arrojado la nota al fuego, lo que significa que puede irse a casa sin temor a que su esposo conozca alguna vez sus planes. Al principio, Lady Windermere se niega a escucharla, pero cuando Mistress Erlynne comienza a hablar sobre lo terrible que sería que ella abandonara a su hijo, Lady Windermere rompe en llanto y decide regresar a casa.
Las dos mujeres se ven obligadas a esconderse cuando escuchan que Lord Darlington, Lord Windermere y otros hombres llegan a la casa. Lady Windermere se esconde detrás de una cortina y Mistress Erlynne sale rápidamente por una puerta. Cuando esta última se da cuenta de que uno de los hombres es Lord Augustus, piensa que la que está verdaderamente perdida es ella.
Los hombres hablan extensamente sobre las mujeres, especialmente sobre Mistress Erlynne. También hablan de los conceptos de chisme, matrimonio, bondad y cinismo. Cuando Lord Windermere se prepara para irse, Cecil Graham le hace notar que el abanico de Lady Windermere está en la casa, y eso desata una pelea entre Lord Windermere y Lord Darlington. En medio de la confusión, Mistress Erlynne sale de su escondite y se hace responsable de que el abanico de Lady Windermere esté allí, lo que permite que su hija pueda escapar de la casa sin que nadie se dé cuenta. Lord Windermere mira a Mistress Erlynne con desprecio; Lord Darlignton tiene una expresión de asombro y de ira; Lord Augustus vuelve la cabeza, y el resto de los hombres se sonríen entre sí.
Análisis
El Acto Tercero de El abanico de Lady Windermere está plagado de ironía dramática. La audiencia ahora comprende completamente que Mistress Erlynne es la madre de Lady Windermere y sabe exactamente qué personajes (Mistress Erlynne y Lord Windermere) tienen esta información. Por lo tanto, a lo largo de la extensa conversación entre Mistress Erlynne y Lady Windermere, se da un largo suspenso respecto de la posibilidad de que Mistress Erlynne le revele su verdadera identidad a Lady Windermere en algún momento. Por otra parte, la decisión de no hacerlo en este Acto Tercero provocará aún más suspenso en el Acto Cuarto.
El abanico, que ya contaba con un simbolismo importante en la obra, adquiere aún más importancia al final del Acto Tercero. A los ojos de Lord Windermere, este objeto parecería albergar una relación casi metonímica con Lady Windermere; es decir, está tan ligado a ella que su presencia en las habitaciones de Lord Darlington le hace creer instantáneamente que ella debe estar allí. Sin embargo, el abanico también comienza a vincular a Mistress Erlynne con Lady Windermere una vez que Mistress Erlynne lo convierte en el foco de su mentira para salvar a su hija. Este vínculo se profundizará en el Acto Cuarto, cuando Lady Windermere le regale el abanico a Mistress Erlynne. En ese sentido, el abanico parece ser un objeto en el que los personajes depositan la confianza que se tienen entre sí. A propósito de esto, el hecho de que Lord Windermere descubra el abanico de su esposa en la casa de Lord Darlington provoca que se altere esa confianza que tenía hacia Lady Windermere y automáticamente piense en una traición por parte de ella. Esta traición que habría sido real si Mistress Erlynne no hubiese intervenido, por lo que constituye un secreto que, como tantos otros en la obra, jamás saldrá a la luz.
Por otro lado, la decisión de Mistress Erlynne de hacerse responsable de la presencia del abanico en la casa de Lord Darlington, es decir, de mentir para proteger a su hija, podría leerse como un intento de expiación o de arrepentimiento por haberla abandonado cuando era pequeña. Mistress Erlynne salva el matrimonio de Lord y Lady Windermere de tres maneras durante este acto: destruyendo la nota de Lady Windermere, convenciendo a Lady Windermere de que regrese a casa y, finalmente, mintiendo sobre el abanico.
Muchos personajes de Wilde son complejos, en el sentido de que no nos permiten encasillarlos tan fácilmente. A partir de sus acciones, el autor parece querer cuestionar esa dicotomía entre personas buenas y malas. Tomemos como ejemplo a Mistress Erlynne, que ha abandonado a su hija cuando era pequeña y ahora se redime ayudándola en casa de Lord Darlington. Wilde cuestiona esa concepción reduccionista de que las personas son de una forma u otra, buenas o malas, y propone una perspectiva más realista en la que se pone de relieve que esas dos “fuerzas” conviven en el ser humano. En ese sentido, una persona puede actuar mal, pero esa acción no la define; siempre tendrá la posibilidad de enmendar sus errores.
Wilde también ofrece una idea matizada de lo que es ser “una buena madre” durante este acto. Mientras que en el Acto Segundo propone una reflexión cómica a partir de la relación autoritaria que mantiene la duquesa de Berwick con su hija, en este Acto Tercero, Mistress Erlynne presenta una perspectiva menos estereotipada al mentir para ayudar a Lady Windermere con sus problemas matrimoniales. El tema de la maternidad, en algún punto, se relaciona con el del absolutismo moral, fundamentalmente en relación con el cuestionamiento a esa forma de concebir la realidad en términos tan absolutos e idealizados. Por un lado, está claro que esa forma controladora e invasiva que tiene la duquesa de Berwick de relacionarse con Agatha no es un buen ejemplo de cómo debería ser la relación entre una madre y su hija. Pero, al mismo tiempo, la mera presencia de Mistress Erlynne tampoco alcanza para establecer un vínculo entre ella y Lady Windermere. Es decir, no es hasta que Mistress Erlynne realiza una acción concreta para ayudar a Lady Windermere que se establece la relación madre-hija, incluso sin que la primera le revele su verdadera identidad a la segunda en ningún momento. De alguna forma, se pone de relieve que las personas no se definen por la idea estereotipada que la sociedad tenga de ellas, sino por sus acciones. A su vez, estas acciones no van siempre en la misma dirección moral, por lo que se vuelve imposible -o, por lo menos, ingenuo- pretender etiquetar a una persona con rótulos tan absolutos e idealizados como los de “bueno” y “malo”.
Por otro lado, en ese diálogo entre los hombres en las habitaciones de Lord Darlington nos encontramos con algunas de las líneas más famosas de Wilde. Los hombres tienen la oportunidad de ser ingeniosos y encantadores, en contraste con la naturaleza seria de la conversación que tienen las mujeres apenas un poco antes. Esta yuxtaposición de los espacios de hombres y mujeres destaca la vida y los cuidados que tienen los diferentes géneros en la sociedad victoriana, es decir, mientras los hombres pueden trasnochar y quedarse hablando con absoluta libertad de cualquier cosa, las mujeres deben respetar horarios "decentes", y sus temas de conversación generalmente están ligados a sus responsabilidades sociales como, por ejemplo, la de ser una buena esposa. En ese sentido, cabe señalar que en la época victoriana la mujer ocupaba un lugar totalmente subordinado al hombre, y esto no solo tenía que ver con la lógica patriarcal enquistada en el inconsciente colectivo, sino también con su institución legal, como podemos apreciar en este pequeño fragmento del Código Civil de la Inglaterra de la época victoriana: “En nombre de la naturaleza, el Código Civil establece la superioridad absoluta del marido en la pareja y del padre de familia, así como la incapacidad de la mujer y de la madre. La mujer casada deja de ser un individuo”. Este fragmento, además de ilustrar el pensamiento misógino de aquella época, sirve también para entender frente a qué se rebelaba Oscar Wilde a través de sus obras.
En este Acto Tercero también se aborda el tema del valor de las cosas. Cuando los hombres están conversando en casa de Lord Darlington (antes de que se descubra que el abanico de Lady Windermere está allí), Cecil Graham le pregunta a Lord Darlington qué es un cínico, y este le responde: "Un hombre que sabe el precio de todo y no conoce el valor de nada" (197). Luego de esta respuesta, Cecil contraataca: "Y un sentimental, mi querido Darlington, es un hombre que ve un absurdo valor en todo y no conoce el precio de nada" (197). La posición de Cecil Graham (la de relacionar el valor de las cosas con su precio) es la que predomina en la alta sociedad; en cambio, la perspectiva de Lord Darlington representa un contraste frente al cual Cecil no duda en acusar a su amigo de sentimental. Teniendo en cuenta que Oscar Wilde busca exponer esa superficialidad característica de la alta sociedad, el tema del valor de las cosas más allá de su precio constituye una parte importante de su crítica. En El abanico de Lady Windermere, la mayoría de los personajes se guían por el valor monetario de las cosas antes que por lo que estas pueden representar a otros niveles. En ese sentido, el único que parece tener cierta conciencia sobre el valor de las cosas es Lord Darlington, que, como decíamos anteriormente, parece reflejar, por momentos, la posición crítica del propio Wilde; en este caso, respecto del materialismo y la superficialidad de la alta sociedad victoriana.