Gandalf
Gandalf es un poderoso mago de la Tierra Media. En el capítulo 1, llega a la Comarca para participar del cumpleaños de Bilbo y se lo describe de la siguiente manera: "Llevaba un puntiagudo sombrero azul, un largo manto gris y una bufanda plateada. Tenía una larga barba blanca y cejas espesas que le asomaban por debajo del ala del sombrero" (p. 39). La siguiente imagen de Gandalf se presenta muchos años después, cuando el mago vuelve a la Comarca para visitar a Frodo: "El mago tenía el cabello más blanco ahora y la barba y las cejas quizá más largas y la cara más marcada por las preocupaciones y la experiencia, pero los ojos le brillaban como siempre y fumaba haciendo anillos de humo con el vigor y el placer de antaño" (p. 64).
La última imagen del mago se da durante el Concilio de Elrond. Allí, el narrador se enfoca nuevamente sus tupidas cejas y su extensa barba, a la vez que lo presenta como una persona sabia y poderosa:
Gandalf era de menor estatura que los otros dos, pero la larga melena blanca, la abundante barba gris y los anchos hombros, le daban un aspecto de rey sabio, salido de antiguas leyendas. En la cara trabajada por los años, bajo las espesas cejas nevadas, los ojos oscuros eran como carbones encastrados que de súbito podían encenderse y arder (p. 268).
Las fuerzas del mal
El antagonista principal de la novela es Sauron, líder de las fuerzas del mal. Nadie conoce el aspecto que el Señor Oscuro ha tomado tras su derrota en el pasado, pero cuando se le aparece a Frodo en la visión del Espejo de Galadriel, lo hace como un enorme ojo que lo observa:
Pero de pronto el espejo se oscureció del todo, como si se hubiera abierto un agujero en el mundo visible, y Frodo se quedó mirando el vacío. En ese abismo negro apareció un Ojo, que creció lentamente, hasta que al fin llenó casi todo el espejo. Tan terrible era que Frodo se quedó como clavado al suelo, incapaz de gritar o de apartar la mirada. El Ojo estaba rodeado de fuego, pero él mismo era vidrioso, amarillo como el ojo de un gato, vigilante y fijo, y la hendidura negra de la pupila se abría sobre un pozo, una ventana a la nada (p. 427).
A lo largo de la historia, Sauron se vale de diferentes secuaces para recuperar el Anillo. Sus primeros enviados son los Jinetes Negros. En el capítulo 3 aparece el primero de ellos y es descrito de la siguiente forma:
En el codo del camino apareció un caballo negro, no un poney hobbit sino un caballo de gran tamaño, y sobre él un hombre corpulento, que parecía echado sobre la montura, envuelto en un gran manto negro y tocado con un capuchón, por lo que sólo se le veían las botas en los altos estribos. La cara era invisible en la sombra (p. 96).
En las cuevas de Moria, los protagonistas sufren el primer ataque de orcos, otros miembros de las fuerzas del mal, crueles y de apariencia desagradable: "La cara ancha y chata era morena, los ojos como carbones, la lengua roja; esgrimía una lanza larga" (p. 382). Cuando la Comunidad del Anillo está por escapar de las cuevas de Moria, al ataque de los orcos se incorpora un Balrog, un poderoso demonio del mundo antiguo:
Llegó al borde del fuego y la luz se apagó como detrás de una nube. Luego y con un salto, la sombra pasó por encima de la grieta. Las llamas subieron rugiendo a darle la bienvenida y se retorcieron alrededor; y un humo negro giró en el aire. Las crines flotantes de la sombra se encendieron y ardieron detrás. En la mano derecha llevaba una hoja como una penetrante lengua de fuego y en la mano izquierda empuñaba un látigo de muchas colas (p. 387).
Los paisajes de la Tierra Media
Durante su viaje, Frodo recorre innumerables paisajes de la Tierra Media. Cuando sale de la Comarca junto a sus amigos Sam y Merry, en dirección a Cricava, los hobbits atraviesan el río Brandivino:
El Brandivino fluía ante ellos lento y ancho. Del otro lado la orilla era escarpada y un camino tortuoso ascendía desde el embarcadero. Allí unas linternas parpadeaban. Detrás, asomaba la colina de Los Gamos y en la falda de la colina, entre jirones de niebla, brillaban muchas ventanas redondas, rojas y amarillas. Eran las ventanas de Casa Brandi, antiguo hogar de los Brandigamo (p. 122).
Mientras que algunos paisajes destacan por su belleza, otros lo hacen por su aspecto lúgubre y temible, como el Bosque Viejo: "Unos ruidos raros y furtivos corrían entre los matorrales y juncos a los lados del camino y si alzaban los ojos veían unas caras extrañas, retorcidas y nudosas, como sombras dibujadas en el cielo del crepúsculo, que los miraban asomándose a las barrancas y a los límites del bosque" (p. 149).
De todos los lugares que los hobbits conocen durante sus aventuras, aquellos habitados por elfos son descritos como los más hermosos. Respecto de Rivendel, el narrador dice:
Así el tiempo pasó deslizándose y todas las mañanas eran hermosas y brillantes y todas las noches claras y frescas. Pero el otoño menguaba rápidamente; poco a poco la luz de oro declinaba transformándose en plata pálida y unas hojas tardías caían de los árboles desnudos. Un viento helado empezó a soplar hacia el este desde las Montañas Nubladas. La Luna del Cazador crecía en el cielo nocturno y todas las estrellas menores huían. Pero en el horizonte del sur brillaba una estrella roja. Cuando la luna menguaba otra vez, el brillo de la estrella aumentaba, noche a noche. Frodo podía verla desde la ventana, hundida en el cielo, ardiendo como un ojo vigilante que resplandecía sobre los árboles al borde del valle (p. 323).
Luego, el bosque de Lórien también genera un gran impacto en sus visitantes, por su deslumbrante belleza:
Cuando le llegó el turno de que le descubrieran los ojos, Frodo miró hacia arriba y se quedó sin aliento. Estaban en un claro. A la izquierda había una loma cubierta con una alfombra de hierba tan verde como la primavera de los Días Antiguos. Encima, como una corona doble, crecían dos círculos de árboles; los del exterior tenían la corteza blanca como la nieve y aunque habían perdido las hojas se alzaban espléndidos en su armoniosa desnudez; los del interior eran mallorn de gran altura, todavía vestidos de oro pálido (p. 411).
Los elfos
En la Tierra Media, los elfos son una raza que destaca por su belleza y su porte. Un ejemplo de ello se presenta cuando Glorfindel se encuentra con Aragorn y los hobbits:
De pronto apareció allá abajo un caballo blanco, resplandeciente en las sombras, que se movía con rapidez. El freno y las bridas centelleaban y fulguraban a la luz del crepúsculo, como tachonados de piedras preciosas que parecían estrellas vivientes. El manto flotaba detrás y el caballero llevaba quitado el capuchón; los cabellos dorados volaban al viento. Frodo tuvo la impresión de que una luz blanca brillaba a través de la forma y las vestiduras del jinete, como a través de un velo tenue (p. 248).
En Rivendel, durante el Concilio, se presenta a Elrond y a su hija Arwen. Nuevamente, en las descripciones de estos elfos destaca su belleza y su luminosidad:
El rostro de Elrond no tenía edad; no era ni joven ni viejo, aunque uno podía leer en él el recuerdo de muchas cosas, felices y tristes. Tenía el cabello oscuro como las sombras del atardecer y ceñido por una diadema de plata; los ojos eran grises como la claridad de la noche y en ellos había una luz semejante a la luz de las estrellas. Parecía venerable como un rey coronado por muchos inviernos y vigoroso sin embargo como un guerrero probado en la plenitud de sus fuerzas. (...) Era joven y al mismo tiempo no lo era, pues aunque la escarcha no había tocado las trenzas de pelo sombrío y los brazos blancos y el rostro claro eran tersos y sin defecto y la luz de las estrellas le brillara en los ojos, grises como una noche sin nubes, había en ella verdadera majestad, y la mirada revelaba conocimiento y sabiduría, como si hubiera visto todas las cosas que traen los años. Le cubría la cabeza una red de hilos de plata entretejida con pequeñas gemas de un blanco resplandeciente, pero las delicadas vestiduras grises no tenían otro adorno que un cinturón de hojas cinceladas en plata (pp. 268-269).
Finalmente, la última presentación de elfos sucede cuando la Compañía del Anillo conoce a los señores de Lórien, Celeborn y Galadriel:
Muy altos eran, y la Dama no menos alta que el Señor, y hermosos y graves. Estaban vestidos de blanco y los cabellos de la Dama eran de oro y los cabellos del Señor Celeborn eran de plata, largos y brillantes; pero no había ningún signo de vejez en ellos, excepto quizás en lo profundo de los ojos, pues éstos eran penetrantes como lanzas a la luz de las estrellas y sin embargo profundos, como pozos de recuerdos (p. 416).