Resumen
Capítulo 1: Muchos encuentros
Frodo despierta en una cama sin saber dónde se encuentra. A su lado está Gandalf, que lo saluda y le explica que están en la casa de Elrond, en Rivendel. Todos han llegado a salvo, y Frodo recuerda progresivamente la persecución de los Jinetes Negros y el cruce del Vado del Bruinen. En sus cuatro días de sueño, Frodo habló en voz alta, y gracias a eso Gandalf reconstruye sus aventuras desde la salida de la Comarca hasta la llegada a Rivendel. El mago le explica a Frodo el motivo de su desaparición: fue traicionado y encerrado por Saruman, el mago líder del consejo y superior en rango a Gandalf. Si bien al final logró escapar gracias a la ayuda de las águilas, la traición de Saruman es lamentable y reduce la lista de aliados de los Pueblos Libres de forma alarmante. Además, Gandalf le informa que pronto tendrán una reunión para determinar cómo proseguir para evitar que el anillo caiga en manos del Señor Oscuro.
Frodo se recupera gracias a los cuidados de Elrond, quien logra remover una astilla del cuchillo del Jinete Negro que había quedado dentro del cuerpo del hobbit. Si la astilla, en su lento pero constante desplazamiento, hubiera llegado al corazón de Frodo, lo habría convertido en un espectro.
Por el momento, en Rivendel no hay de qué temer. Aunque los jinetes no pueden morir, tras la embestida del río seguro deben reagruparse y conseguir nuevas cabalgaduras, por lo que, por el momento, no son un peligro para el portador del Anillo.
En el salón de la casa Elrond se oficia una celebración por la recuperación de Frodo. Allí, Frodo se encuentra con Elrond y su hija, Arwen. Además, conoce al enano Glóin y vuelve a reunirse con Bilbo. Durante esa noche, todos celebran e intentan no discutir sobre temas complejos o tristes, ya que, por la mañana del día siguiente, tendrán un Concilio dedicado al destino del Anillo.
Capítulo 2: El Concilio de Elrond
Gandalf guía a Frodo y a Bilbo hasta la sala en la que se desarrollará el concilio. Allí están reunidos los representantes de diferentes pueblos y razas, listos para deliberar sobre la guerra que ya se ha desencadenado.
Glóin es el primero en hablar, y explica que un mensajero de Mordor apareció en las montañas y ofreció a Dáin, el rey, las garantías para que los enanos vuelvan a establecerse sin peligro en las minas de Moria, a cambio del Anillo que posee Frodo. Elrond entonces cuenta la historia de los Anillos de Poder, creados durante la Segunda Edad por los herreros élficos y los enanos de Moria bajo la guía y la supervisión de un sabio, que no era otro sino Sauron encubierto.
Sauron crea a escondidas el Anillo Único, a través del cual puede controlar todos los demás, salvo los tres anillos de los elfos. Cuando se pone el Anillo Único en el dedo, revela su identidad y escapa a Mordor, desde donde comienza la invasión de la Tierra Media. Gracias al control que ejerce sobre los siete anillos de los enanos y los nueve de los humanos, Sauron está a punto de destruir todos los Pueblos Libres. Sin embargo, una última alianza entre hombres y elfos se enfrenta a las huestes de Mordor y derrota a Sauron. Isildur corta los dedos de su adversario y obtiene así el Anillo Único. Aunque en ese momento debería haberlo destruido, el Anillo lo seduce para sobrevivir. Isildur entonces lo guarda como un trofeo hasta que, años después, el Anillo lo traiciona y lo empuja a su muerte. Tras muchas peripecias, tres mil años después acaba en manos de Frodo.
El siguiente orador es Boromir, un viajero de Minas Tirith, que cuenta del avance de la oscuridad sobre Gondor, a pesar de la resistencia de su pueblo. Luego habla Trancos y se revela como Aragorn, descendiente de Isildur y jefe de los Dunadain. A continuación, Bilbo cuenta su historia con el Anillo, no sin antes excusarse por las veces anteriores en las que contó una versión falsa de la historia. Después, Frodo continúa narrando las aventuras del Anillo, desde el momento en que llega a sus manos hasta el concilio.
Aragorn vuelve a intervenir en el concilio, en esta oportunidad para narrar la captura de Gollum. En ese momento, Legolas informa que Gollum, hasta hace poco tiempo encarcelado, logró escaparse con la intervención de un ejército de orcos. Después de esta terrible noticia, Gandalf cuenta la forma en que Saruman, el líder de la orden de los magos, se reveló aliado de Sauron y lo encarceló cuando fue a pedirle consejo. Esa es la razón por la que Gandalf no pudo regresar a la Comarca a tiempo para acompañar a Frodo en su aventura. Gandalf explica cómo logró escapar, y también su frustrado intento de encontrar a Trancos o a Frodo antes de que llegaran a Rivendel.
Luego de horas de charla, el concilio debe decidir qué hacer con el Anillo. Boromir propone utilizarlo para derrotar a Sauron, pero todos son conscientes del poder de corrupción del Anillo y no consideran que sea una opción viable, puesto que, al usarlo, solo estarían suplantando a Sauron y convirtiéndose ellos en los Señores Oscuros. Gandalf considera que la solución más difícil, pero definitiva, es arrojar el Anillo en las Grietas de la Perdición, en Orodruin, o Monte del Destino, el volcán donde fue creado, en Mordor. Al final, Frodo se ofrece como voluntario para el desafío.
Capítulo 3: El Anillo va hacia el sur
Elrond envía exploradores a los alrededores de Rivendel para detectar cualquier anomalía o presencia de enemigos. Además, le advierte a Frodo que el camino para destruir el Anillo será difícil, y que él no tiene consejos ni ayuda para darle. El grupo que se encargará de destruir el Anillo está constituido por Gandalf, Aragorn, Legolas, Boromir, Gimli y los cuatro hobbits. La Compañía del Anillo queda constituida por nueve integrantes, en oposición a los nueve Jinetes Negros. Antes de iniciar el viaje, Aragorn vuelve a forjar la espada destruida de Elendil, Narsil, y la llama Andúril, la llama del oeste.
El grupo de los nueve comienza su viaje hacia el sur. El recorrido a través de las Montañas Nubladas es dificultoso y, además, la presencia constante de ciertos pájaros les hace sospechar que están siendo vigilados. Cuando intentan atravesar el paso de Caradhras, uno de los picos más altos de las Montañas Nubladas, cae una fuerte nevada que les imposibilita la marcha. El grupo se ve obligado a retroceder, pero incluso esto les resulta dificultoso por la densidad de la nieve. Entonces, Aragorn y Boromir se valen de su fuerza y tamaño para cavar a través de la nieve, y que los hobbits puedan retroceder junto a ellos.
Capítulo 4: Un viaje en la oscuridad
Luego de fracasar en el intento de cruzar por el paso de Caradhras, y sabiendo que el paso del sur está vigilado por Saruman, Gandalf propone atravesar las montañas por debajo, es decir, a través de las cuevas de Moria. La mayoría se resiste a tal sugerencia, pero como es la única alternativa viable que les queda y es propuesta por el mago, acceden. A la noche, mientras descansan, un grupo de lobos salvajes venidos de la montaña los ataca y les interrumpe el sueño. Al día siguiente, los nueve inician la marcha hacia las cuevas, pero el camino es largo y confuso, y se pierden en un extenso desierto, hasta que logran dar con los muros de Moria. Para abrirse, las puertas de entrada presentan un acertijo que Gandalf resuelve inspirado por un inocente comentario de Pippin. La Compañía del Anillo entra en las cuevas y las puertas se cierran tras ellos. Ahora, la única forma que tienen de salir es por el otro extremo, atravesando toda la montaña.
Las minas de Moria son oscuras y laberínticas. El único que tiene un vago conocimiento de aquellos túneles es Gandalf, y por eso guía al grupo, aunque su recuerdo es tan lejano que le cuesta gran trabajo decidir qué caminos tomar. Los hobbits están horrorizados con el lugar, y Gimli les cuenta que antes era un sitio luminoso, lleno de riquezas y habitado por enanos que se encargaban de extraer metales preciosos. Al poco tiempo, el grupo encuentra una sala con una lápida. Se trata de la lápida de Balin, un enano que intentó recuperar Moria del poder oscuro, pero que, evidentemente, fracasó en su intento.
Capítulo 5: El puente de Khazad-Dûm
Gandalf comprende que se encuentran en la Cámara de Mazarbul. La Compañía del Anillo permanece ahí, mientras el mago lee un viejo libro que encuentra en la sala. El libro narra la historia de Balin y su compañía, que fue masacrada por un grupo de orcos. Antes de que Gandalf concluya con la lectura, la Compañía del Anillo escucha los tambores de los orcos, que indican su proximidad. Los nueve son atacados poco tiempo después, y deben luchar encarnizadamente para repeler al enemigo. Un orco golpea a Frodo con su lanza pero no lo hiere, gracias la cota de malla de Mithril que Bilbó le regaló en Rivendel. Otro orco lastima a Sam en la cabeza, pero no llega a producirle una herida grave. Frente a la situación crítica, Gandalf utiliza su magia para contener el avance de los orcos y cerrar una puerta para ganar tiempo. La Compañía del Anillo corre hacia el Puente de Khazad-dûm, un puente angosto que cruza una inmensa profundidad y que señala la salida hacia el exterior. Cuando llegan al puente, son atacados por un Balrog, un terrible demonio de los tiempos antiguos que manipula una espada de fuego y un látigo. La Compañía del Anillo cruza rápidamente el puente, mientras que Gandalf enfrenta al Balrog y destruye con su magia el puente para arrojarlo al vacío. Cuando esto sucede, el Balrog atrapa al mago con su látigo y lo arrastra en su caída hacia el abismo. Gracias al sacrificio del mago, el resto de la Comunidad del Anillo puede escapar de Moria.
Análisis
Los capítulos 1 y 2 de la segunda parte de la novela transcurren en Rivendel, donde Elrond ha construido su morada y la mantiene al margen de la decadencia del tiempo gracias al poder de su anillo. Rivendel es un refugio para los cansados y heridos hobbits; allí, Frodo logra curarse de la herida provocada por el Nazgûl y recupera también sus ánimos. Sin embargo, lo más importante de este interludio al esquema de aventuras que secuencia la acción de la novela es su función pedagógica: en Rivendel se revelan los nudos más importantes y complejos de la trama de El Señor de los Anillos, y se toman las decisiones necesarias para contrarrestar el poder del Señor Oscuro. Al iniciar el concilio que reúne a los representantes de las diversas razas, Elrond explicita que son las fuerzas del destino las que hacen posible el encuentro:
Para este propósito habéis sido llamados. Llamados, digo, pero yo no os he llamado, no os he dicho que vengáis a mí, extranjeros de tierras distantes. Habéis venido en un determinado momento y aquí estáis todos juntos, parecía que por casualidad, pero no es así. Creed en cambio que ha sido ordenado de esta manera: que nosotros, que estamos sentados aquí y no otras gentes, encontremos cómo responder a los peligros que amenazan al mundo (p. 286).
Al Concilio llegan representantes de los Pueblos Libres para pedir consejo y contar qué es lo que está pasando en cada rincón de la Tierra Media. Gracias a los relatos de Gloin, de Légolas y de Boromir, el lector se entera (al mismo tiempo que Elrond y Gandalf) que la guerra ya ha comenzado en las montañas del norte y en el Bosque Negro. Además, Boromir, hijo del Senescal de Gondor, anuncia que Mordor ya comenzó el ataque sobre su país y relata la visión que su hermano Fáramir y él tuvieron en sueños:
Busca la espada quebrada
que está en Imladris;
habrá concilios más fuertes
que los hechizos de Morgul.
Mostrarán una señal
de que el Destino está cerca:
el Daño de Isildur despertará,
y se presentará el Mediano.
(p. 291)
Este fragmento pone en evidencia que las fuerzas que congregan a los Pueblos Libres se valen de vías misteriosas y potentes para oponerse al poder del Señor Oscuro. Al igual que Gandalf desata la aventura de Frodo, otros mensajeros también se comunican de formas muy diversas con los personajes que tendrán a su cargo la escolta del Anillo Único con el objetivo de destruirlo en el Monte del Destino.
Durante el concilio, Elrond expresa también el punto de vista polarizado en dos extremos sobre el que se construye la visión agonista de la saga épica: para él, está claro que solo existen dos posibilidades: destruir el anillo y vencer a las fuerzas del mal o sucumbir ante la maldad que emana de Mordor. Aunque muchos de los invitados al concilio proponen otros caminos, como entregar el anillo a Tom Bombadil o arrojarlo al mar, la gran sabiduría de Elrond y de Gandalf les indica que la única forma de resolver el conflicto positivamente es deshaciendo el poder que tiene el anillo de una vez por todas.
En el concilio también se expresa mejor el poder del Anillo Único: tras ser creado por Sauron como un instrumento para controlar a los usuarios del resto de los Anillos de Poder (de los nueve anillos para los humanos y los siete para los enanos, puesto que sobre los anillos elfos Sauron no tiene control), el Anillo se convierte en un instrumento que amplifica las capacidades de su usuario y somete a los demás a su voluntad. En este sentido, el Anillo Único funciona como una metáfora del poder: quien lo tiene puede ejercer su voluntad sobre el resto, pero, al hacerlo, se expone a la corrupción y se convierte en un déspota o un tirano. Por eso Gandalf no lo quiere siquiera tocar: el Anillo lo tienta, y sabe que, de utilizarlo, aunque solo fuera para hacer el bien, terminaría convirtiéndose en un tirano y sometería a todas las criaturas vivas a su voluntad. Desde esta perspectiva, Tolkien equipara el poder absoluto concentrado en una sola persona al mal absoluto. De hecho, en una entrevista, el escritor llega a expresar que el “poder” es una palabra mala, e incluso siniestra, en todas sus historias.
En este punto es donde la singularidad de los hobbits cobra mayor importancia: Frodo parece ser el más indicado para llevar el Anillo y tratar de destruirlo porque los hobbits se ven menos afectados por la tentación del poder: como se trata de criaturas apacibles y poco ambiciosas, que no desean ni la fama ni la gloria para sí mismos, la corrupción que genera el anillo en aquellos que lo portan les afecta menos. Así y todo, es tal el poder del anillo que en los siguientes tomos de la saga se verá el efecto que termina causando incluso en un hobbit tan resistente como Frodo.
Sin embargo, aunque Frodo puede resistir el peso del Anillo, no tiene las fuerzas ni el conocimiento suficientes como para llegar solo a Mordor. Por eso, Gandalf y Elrond determinan que un pequeño grupo de compañeros debe acompañarlo. Entre ellos destaca Aragorn, quien va a cumplir con el rol más tradicional del héroe: Aragorn es una figura monolítica, que asume su destino y decide caminarlo sin vacilaciones. Como expresa en el Concilio, toda su vida ha sido dedicada a la protección de los Pueblos Libres, y sabe que el momento ha llegado de revelarse como el heredero de Isildur: Aragorn debe forjar de nuevo la espada rota con la que su antepasado cortó el dedo de Sauron y le quitó el Anillo, y debe guiar a los hombres en la guerra contra Mordor.
Cuando Boromir lo confronta, Aragorn expresa la ingrata tarea de los montaraces del norte, que entregan sus vidas para proteger a los necesitados y no piden ningún reconocimiento a cambio:
¿Qué caminos se atrevería alguien a transitar, qué seguridad habría en las tierras tranquilas (…) si los Dúnedain se quedasen dormidos, o hubiesen bajado todos a la tumba? Y no obstante nos lo agradecen menos aún que a vosotros. Los viajeros nos miran de costado y los aldeanos nos ponen motes ridículos. Trancos soy para un hombre gordo que vive a menos de una jornada de ciertos enemigos que le helarían el corazón, o devastarían la aldea, si no montáramos guardia día y noche. Sin embargo no podría ser de otro modo. Si las gentes simples están libres de preocupaciones y temor, simples serán y nosotros mantendremos el secreto para que así sea. Esta ha sido la tarea de mi pueblo, mientras los años se alargaban y el pasto crecía. »Pero ahora el mundo está cambiando otra vez. Llega una nueva hora. El Daño de Isildur ha sido encontrado. La batalla es inminente. La Espada será forjada de nuevo. Iré a Minas Tirith (p. 294).
Con frases breves pero contundentes, Aragorn acepta el rol que le toca en la Guerra del Anillo con total convicción. En él se encarna la figura del héroe épico propio de la tradición angolsajona (algo que no sucede en Frodo, que actualiza la figura del héroe a una nueva sensibilidad). Tal como lo explica Liliana Bodoc, "los héroes siempre van a anteponer lo comunitario a lo personal; lo público a lo privado; [se trata de] personajes que, aún dudando, actuarán como si fueran monolíticos. De otro modo, no podrían llevar sobre las espaldas el peso de un relato épico” (p. 110). Como se verá en los siguientes capítulos, si bien Frodo siempre tiene la última palabra en las decisiones de la Compañía del Anillo, el consejo de Aragorn es tan importante para él como el del propio Gandalf. Más adelante, tanto en Las dos Torres como en El retorno del Rey, Aragorn cumplirá el rol heroico paralelamente a la figura de Frodo.
Al final del Concilio, ante la indecisión de los participantes, Frodo toma la iniciativa y se propone para realizar la misión que nadie desea aceptar. Al contrario de Aragorn, Frodo sí duda y se muestra vacilante:
Frodo echó una ojeada a todas las caras, pero no lo miraban a él; todo el Concilio bajaba los ojos, como sumido en profundos pensamientos. Sintió que un gran temor lo invadía, como si estuviese esperando una sentencia que ya había previsto hacía tiempo, pero que no deseaba oír. Un irresistible deseo de descansar y quedarse a vivir en Rivendel junto a Bilbo le colmó el corazón. Al fin habló haciendo un esfuerzo y oyó sorprendido sus propias palabras, como si algún otro estuviera sirviéndose de su vocecita. —Yo llevaré el Anillo —dijo—, aunque no sé cómo (p. 320).
En pasajes como estos radica la importancia de los hobbits y se actualiza el imaginario simbólico que Tolkien desea para su épica y para entender el tiempo histórico que le toca vivir: en el periodo de posguerras se necesitan héroes pequeños, no grandes reyes o figuras monolíticas: son las personas comunes las que deben alzarse sobre sus limitaciones y aceptar las cargas que les corresponden. Estas personas, al igual que Frodo, poseen las virtudes de la perseverancia y la resistencia ante el desaliento y el sufrimiento. Elrond comprende que ya no es el tiempo de los elfos, ni de los señores de Númernor -ni siquiera le corresponde a Aragorn destruir el Anillo-, sino de los medianos:
—Si he entendido bien todo lo que he oído —dijo Elrond—, creo que esta tarea te corresponde a ti, Frodo y, si tú no sabes cómo llevarla a cabo, ningún otro lo sabrá. Esta es la hora de quienes viven en la Comarca, de quienes dejan los campos tranquilos para estremecer las torres y los concilios de los grandes. ¿Quién de todos los Sabios pudo haberlo previsto? Y si son sabios, ¿por qué esperarían saberlo, antes que sonara la hora? (320).
Para acompañar a Frodo en su misión y para oponerse a los Jinetes Negros, el Concilio elige ocho compañeros más, y así queda conformada la Comunidad del Anillo.
Otra cuestión que el Concilio pone de manifiesto es la importancia lingüística El Señor de los Anillos: los personajes de los Pueblos Libres son profundamente filólogos, es decir, aman los idiomas singulares y su riqueza semántica; aprecian el sonido de las lenguas y son conscientes de que cada una de ellas representa una forma de construir la realidad. La eufonía -el placer acústico que generan algunos sonidos- es un eje de sentido de todos estos capítulos. Por ejemplo, Sam se regocija al escuchar hablar a Gimli en Khuzdûl, el idioma de los enanos, y desea conocer más de la sabiduría que solo esa lengua es capaz de transmitir. Bilbo es otro personaje filólogo, al punto de reprender a Frodo cuando este no comprende el origen de Aragorn: “—El Dúnadan —dijo Bilbo—. Así lo llaman aquí a menudo. Pensé que conocías bastante élfico como para entender dún-adan: Hombre del Oeste, Númenorean” (p. 275). La riqueza lingüística también peligra ante la Sombra que crece en Mordor. Elrond y Gandalf lo saben, y por eso el mago se atreve a pronunciar la inscripción del anillo en su idioma original, la lengua negra de Mordor. El proyecto de conquista y sometimiento de Sauron es también una política lingüística: se trata de extender una sola lengua a lo largo y ancho de toda la tierra para destruir así el folclore de cada pueblo, expresado en sus idiomas particulares, y reducir las posibilidades de la realidad a una sola óptica cultural. La victoria de Sauron equivale al fin de las canciones y de la poesía.
Los conocimientos geográficos y naturales también juegan un rol muy importante en El Señor de los Anillos. En primer lugar, cada raza que habita la Tierra Media tiene una conexión especial con algún accidente geográfico; los enanos con las montañas, los elfos con los bosques y los valles, y los hobbits con las suaves lomas de la Comarca. Los hombres, por su parte, conforman pueblos más versátiles, que construyen sus moradas en muchos sitios diferentes.
Además, desde la cosmovisión que desarrolla el narrador, se otorga al mundo natural una vitalidad que la equipara en importancia a las razas antropomórficas que conforman los pueblos libres de la Tierra Media. Así, los bosques funcionan como sistemas activos y son custodiados por árboles guardianes; en las montañas hay gigantes de piedra, las águilas interactúan con otros pueblos y hasta los caballos o incluso los zorros tienen su voz en la historia. Por eso, más que hablar de una personificación de la naturaleza, podría decirse que, en la obra de Tolkien, la naturaleza tiene su propia personalidad y cumple un papel activo en el conflicto entre el bien y el mal.
Por otra parte, los conocimientos geográficos evidencian la conexión de muchos personajes con la historia de sus antepasados y su identificación con la naturaleza que los circunda. Cuando la Comunidad del Anillo viaja hacia el sur en el capítulo 3 de la segunda parte, Gandalf se detiene a explicar: —Hemos llegado a los límites de la región que los Hombres llaman Acebeda; muchos Elfos vivieron aquí en días más felices, cuando tenía el nombre de Eregion” (p.333). Eregion es el nombre del antiguo país de los elfos que prosperó durante la Segunda Edad del mundo. Fue allí donde Celembrimbor, junto a los herreros elfos y a Sauron disfrazado de sabio, forjaron los grandes Anillos de Poder. El pueblo élfico desapareció durante la Guerra del Anillo, pero en la Tercera Edad se siguen cantando las historias de su esplendor. Momentos después, Gimli también manifiesta la conexión que él siente con la geografía que están recorriendo:
Esa es la tierra donde trabajaron nuestros padres, hace tiempo, y hemos grabado la imagen de esas montañas en muchas obras de metal y de piedra, y en muchas canciones e historias. Se alzan muy altas en nuestros sueños: Baraz, Zirak, Shathûr. Solo las vi una vez de lejos en la vigilia, pero las conozco y sé cómo se llaman, pues bajo ellas se encuentra Khazad-dûm, la Mina del Enano, que ahora llaman el Pozo Oscuro, Moria en la lengua élfica. Más allá se encuentran Barazinbar, el Cuerno Rojo, el cruel Caradhras; y aún más allá el Cuerno de Plata y el Monte Nuboso: Celebdil el Blanco, y Fanuidhol el Gris, que nosotros llamamos Zirak-zigil y Bundushathûr (p. 333).
Si antes hemos dicho que El Señor de los Anillos nace como un proyecto lingüístico, y que la lengua de un pueblo expresa sus formas de pensar y de concebir el mundo, en este fragmento podemos observar estas características como el sustrato épico de la narración: ante las montañas del sur, Gimli se detiene y las presenta desde su lengua y la lengua de los elfos. Cada una de ellas tiene su propia sonoridad y destaca rasgos particulares de las montañas. El nombre enano, "Khazad-dûm", señala que la mina de la montaña fue en algún tiempo la morada más importante de su pueblo. Sin embargo, el nombre élfico, "Moria", significa “abismo negro” y destaca la naturaleza siniestra de la mina tras la destrucción del pueblo de Durin en manos del Balrog.
Algunos párrafos más adelante, Legolas también expresa su conocimiento sobre la región:
Los elfos de esta tierra no eran gente de los bosques como nosotros, y los árboles y la hierba no los recuerdan. Solo oigo el lamento de las piedras, que todavía los lloran: Profundamente cavaron en nosotras, bellamente nos trabajaron, altas nos erigieron; pero han desaparecido. Han desaparecido. Fueron en busca de los Puertos mucho tiempo atrás (p. 334).
Como puede observarse, las palabras de Legolas están teñidas por la melancolía que le es tan propia a los elfos: para ellos, el mundo en la Tercera Edad es un lugar en decadencia, que solo les recuerda las glorias de un pasado que, para otros pueblos, pertenece a las leyendas. A través de las voces de los miembros de la Comunidad del Anillo, el narrador es capaz de recomponer la cosmovisión de cada pueblo y de manifestar sus formas de conectarse con la naturaleza y con los lugares que habitan o habitaron.
En la Tierra Media, entonces, todos los elementos de la creación juegan un papel en el conflicto mayor polarizado entre el bien y el mal. Desde las montañas, con el cruel Caradhras impidiéndoles el paso, hasta los bosques, con sus árboles que atacan a los hobbits -y luego, los ents de Fangorn, que destruyen la fortaleza de Saruman en Las Dos Torres-, la naturaleza participa activamente en las guerras de los Pueblos Libres. En la constelación simbólica que ordena todas las imágenes en un esquema binario “bien versus mal”, cada elemento ocupa su lugar justo y se ordena con un elemento opuesto. Así, a las águilas que ayudan a Gandalf a escapar de Orthanc se le oponen los lobos que persiguen a la Compañía del Anillo; a los enormes trolls que los atacan en Moria, luego se le oponen los ents, y a los sitios geográficos que obstaculizan el viaje (como las Montañas Nubladas y Moria) se le oponen sitios donde Frodo y sus compañeros pueden descansar y recuperar sus fuerzas, como Rivendel y Lórien.