El Teatro del absurdo es un movimiento teatral contemporáneo que tuvo sus orígenes en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, sobre todo, durante los años 50 y 60. El concepto fue implementado por Martin Esslin, un crítico de teatro húngaro que escribió un libro titulado, justamente, Teatro del absurdo. Este movimiento surge en Europa y responde al colapso social, político, moral y religioso que provocaron las dos guerras mundiales que tuvieron lugar en la primera mitad del siglo XX.
Los dramaturgos más representativos de este movimiento son Samuel Beckett, Eugene Ionesco y Jean Genet. De hecho, Esslin se valió de sus obras para escribir su libro sobre el Teatro del absurdo. En las obras de estos dramaturgos podemos identificar las caracterísitcas generales que definen esta corriente. Por un lado, las acciones dramáticas tienen la tendencia a ser cortas y el desarrollo de la historia como, por ejemplo, en la obra Esperando a Godot, puede tener un carácter circular, en el que las situaciones iniciales y los personajes no se modifican ni se transforman en toda la obra. Por otro lado, el Teatro del absurdo no se vale de una concepción lineal del tiempo ni de una cronológica coherente de sucesos. Al mismo tiempo, encontramos que el uso del lenguaje es un poco caótico; puede tener frases hechas, juego de palabras e, incluso, una fuerte insistencia en la repetición de algunas ideas.
En otro nivel de análisis, también encontramos que este tipo de obras está caracterizado por el ridículo y la ausencia de sentido de las acciones de los personajes. De esta forma, podemos reírnos de las vicisitudes de los personajes pero, al mismo tiempo, comprender que hay temas más profundos de fondo. Estos temas suelen estar relacionados con cuestiones religiosas, políticas, filosóficas, morales y sociales. Con respecto a los personajes, podemos decir que, por lo general, no poseen un discurso coherente y racional. Al mismo tiempo, suelen tener actitudes incomprensibles, ridículas y nada de lo que les ocurre los modifica a lo largo de la obra. En ese sentido, son personajes más bien chatos, sin la posibilidad de una evolución psicológica.
En relación con la trama, no hay un conflicto específico dentro de las obras del Teatro del absurdo. Las acciones no traen consecuencias que hacen que la historia avance en una dirección lógica. A partir de estas dinámicas de los personajes, varios críticos coinciden en que el Teatro del absurdo intenta reflejar la existencia mecánica e insensible de la humanidad.