—Lo siento. Estoy insoportable —dijo—. Me he sentido muy destructiva toda la semana. Es terrible. Estoy inaguantable.
—Tu carta no parecía tan condenadamente destructiva.
Franny asintió con gravedad. Estaba contemplando una pequeña mancha de luz de sol, como del tamaño de una ficha de póker, sobre el mantel.
—Tuve que hacer un esfuerzo para escribirla —dijo.
Aunque intenta ser paciente y condescendiente con su novio, Franny parece no poder contenerse de criticar la vida universitaria en general y el rol que Lane cumple en ella en particular. Varias veces ella se disculpa y manifiesta estar insoportable y destructiva. Lo interesante de este pasaje, sin embargo, es que evidencia otro problema que aqueja a la protagonista, acaso más profundo: su dificultad para conectar emocionalmente con su novio. En la última línea de diálogo, Franny, como abstraída, confiesa no haber sido sincera en el entusiasmo que mostraba en la carta que le escribió a Lane unos días antes.
Es sólo que durante cuatro años seguidos he conocido a Wallys Campbell en todas partes por donde he ido. Sé cuándo van a mostrarse encantadores, sé cuándo van a empezar a contarme algún cotilleo verdaderamente desagradable sobre alguna chica que vive en mi residencia, sé cuándo van a darle la vuelta a una silla para sentarse a horcajadas en ella y comenzar a fanfarronear en voz terriblemente baja…
Este pasaje de Franny da cuenta de su gran capacidad de observación, así como de su mordaz crítica del conformismo que la rodea, y del que se siente totalmente ajena. Ella observa y juzga los comportamientos sociales de sus pares como si se tratara de un todo homogéneo, al punto que identifica a Wally Campbell, amigo de su novio, con cualquier otro típico estudiante de Yale: todos parecen comportarse, para ella, del mismo modo.
Creo que es una coincidencia sumamente peculiar —dijo, exhalando el humo— el hecho de que te encuentres una y otra vez con esa clase de consejo… Me refiero a que todas esas personas religiosas verdaderamente avanzadas y absolutamente auténticas aseguren que si repites el nombre de Dios incesantemente sucede algo.
Ante el escepticismo de Lane frente a cualquier discurso religioso, Franny empieza aquí a desarrollar una tímida defensa de la oración. Es curioso que ella intente defender su interés por el misticismo con un argumento prácticamente científico, remitiendo a la prueba: a muchos místicos de diferentes procedencias religiosas (el cristianismo, el budismo, el hinduismo) les sucede lo mismo.
Para ir directamente a lo peor, lo que estoy a punto de ofrecerles no es realmente un relato, sino una especie de película doméstica en prosa, y quienes han visto el metraje me han aconsejado encarecidamente que no elabore ningún plan complicado de distribución para ella. El grupo disidente, tengo el privilegio y el molesto deber de hacerlo público, está formado por los tres protagonistas, dos mujeres y un hombre.
A diferencia de la primera parte del libro, titulada "Franny", que cuenta con un narrador en tercera persona, la segunda, "Zooey", está narrada en primera persona por Buddy, el hermano mayor de ambos protagonistas. Y aunque a medida que avanza el relato la primera persona va perdiendo protagonismo, el principio de esta sección la introduce como un personaje secundario que, luego, será invocado varias veces por los protagonistas, y también incluye una curiosa reflexión metaliteraria: Buddy se refiere a su propio relato como una suerte de "película doméstica en prosa" que sus protagonistas han leído, y del que le han hecho comentarios. Llama la atención, por último, el uso del humor, al que seguirá recurriendo el narrador, cuando, por ejemplo, se burle de la carta que Zooey está leyendo, y que él mismo ha escrito, o cuando describa el atuendo de su madre.
Súbitamente la lectura de Zooey fue interrumpida por la voz de su madre -inoportuna, casi constructiva- hablándole desde el otro lado de la puerta:
—¿Zooey? ¿Estás todavía en la bañera?
—Sí, todavía estoy en la bañera. ¿Por qué?
—Quiero entrar sólo un segundo. Tengo una cosa para ti.
—Estoy en la bañera, por Dios santo, mamá.
—Estaré sólo un minuto, por favor. Corre la cortina de la ducha.
Zooey echó una mirada de despedida a la página que estaba leyendo, luego cerró el manuscrito y lo dejó caer por fuera de la bañera.
—¡Dios todopoderoso! —exclamó—. A veces me veo muerta bajo la lluvia.
Así se inaugura el largo diálogo que van a tener Zooey y su madre en el baño. Aquí ya puede vislumbrarse el tono que tendrá toda la conversación: la intromisión y la insistencia de Bessie, así como sus argumentos simples (en comparación con los que pueden ofrecer sus hijos superdotados), chocarán a lo largo de las páginas con la impaciencia, la sagacidad y el sentido de humor ácido de Zooey para dar lugar a un diálogo que, además de profundo y a veces doloroso, estará cargado de humor.
—Tienes toda la razón. Toda la razón. Es asombroso ver de qué modo vas directamente al fondo de la cuestión. Se me ha puesto la carne de gallina... Tú me inspiras. Me inflamas, Bessie. ¿Sabes lo que acabas de hacer? ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Le has dado a esta maldita cuestión un nuevo y refrescante enfoque bíblico (...).
—Ya está bien —le interrumpió la señora Glass en voz baja, pero amenazadora—. ¡Oh, me gustaría ponerte una mordaza en la boca!
—Bueno, bueno. Sólo trataba de mantener una cortés conversación de cuarto de baño.
—Qué gracioso. Eres graciosísimo (...).
En este fragmento podemos ver cómo el humor ácido y cargado de ironía de Zooey termina por volverse agresivo contra su madre, develando un defecto en su carácter del que él mismo terminará haciéndose cargo, como podemos observar en la siguiente cita. Aun consciente de esto, Zooey no podrá evitar mostrar esta faceta suya también frente a Franny mientras ellas sufre una crisis moral y espiritual, y atraviese, probablemente, una depresión.
—¿Que por qué no voy? —dijo Zooey, sin volverse—. Fundamentalmente porque estoy harto de levantarme furioso por las mañanas y acostarme furioso por las noches. Voy porque emito juicio sobre todos los pobres desgraciados ulcerosos que conozco. Lo cual, en sí mismo, no me preocupa demasiado. Al menos, cuando juzgo lo hago directamente desde el colon, y sé que pagaré ampliamente por cualquier juicio que emita, más tarde o más temprano, de un modo u otro. Eso no me preocupa tanto. Pero hay algo, Dios de mi vida, hay algo que yo le hago a la moral de la gente, algo que no soporto observar por más tiempo. Puedo explicarte exactamente qué es. Hago que todo el mundo tenga la sensación de que no desea realmente realizar un buen trabajo, sino que se conforma con realizar un trabajo que sea considerado bueno por todos aquellos a quienes conoce: los críticos, los patrocinadores, el público y hasta la maestra de sus niños.
Aquí, Zooey usa la pregunta de su hermana (por qué no va él a filmar una película a Europa) como disparador para reconocer dos defectos en sí mismo que no soporta. Uno es su afán por juzgar a todas las personas que lo rodean, como nosotros, lectores, podemos corroborar en sus diálogos con su madre y su hermana, no solo porque tiene opiniones muy fuertes sobre ellas, sino porque también tiene juicios negativos respecto de cada persona que menciona. El segundo problema de Zooey, que él asume como el peor, es la inseguridad que provoca en los demás, quienes, ante su mirada, desean que su trabajo sea bueno ante los ojos de los otros, independientemente de qué les parezca a ellos mismos.
—Maldita sea —dijo—, hay cosas hermosas en el mundo, y cuando digo hermosas quiero decir hermosas. Somos unos cretinos al apartarnos tanto de lo fundamental. Siempre, siempre, siempre refiriendo cada maldita cosa que sucede a nuestros pequeños y asquerosos egos.
Zooey y su hermana debaten álgidamente sobre el significado del ego y la relación que tanto ellos como quienes los rodean (y a quienes juzgan) tienen con él. Aquí, una escena que da cuenta del enorme afecto que se tienen una niña y su perro, y que Zooey mira por la ventana de su casa, funciona como una suerte de pequeña epifanía que simplifica el tema que discuten: la belleza de la vida se encuentra en cosas muy simples, alejadas del intelectualismo.
Si le vas a declarar la guerra al Sistema, dispara como una chica buena e inteligente: porque el enemigo existe, y no porque te disguste su peinado o su maldita corbata.
En la larga discusión que tienen los hermanos Glass sobre las preocupaciones de Franny, su hermano detecta que ella desprecia profundamente a los académicos, los intelectuales y los actores, sea por su esnobismo, su egocentrismo o su ambición. Y acá Zooey encuentra un problema: ese disgusto dirigido a las personas por lo que hacen o dejan de hacer no lleva a ningún lugar bueno, pues solo provoca amargura e indignación. Además, no es el esnobismo, arguye, el enemigo. Así, en el pasaje citado, Zooey resume esta postura: no deberían tomarse las cosas de forma personal, y es mejor concentrarse en uno mismo, en su relación con los otros, más que en los defectos de los demás.
—No importa dónde actúe un actor. Puede ser en compañías de verano, en la radio, en la televisión, o incluso en un maldito teatro de Broadway, con el público más elegante, mejor alimentado y más bronceado que te puedas imaginar. Pero te contaré un terrible secreto... ¿Me escuchas? No hay nadie allí que no sea la Señora Gorda de Seymour. Y eso incluye a tu profesor Tupper, rica (...). Y ¿a que no sabes, escúchame bien, a que no sabes quién es en realidad la Señora Gorda? ¡Ah, rica! Es Cristo mismo. Cristo mismo, rica.
Esta cita corresponde al final del último diálogo que tienen Franny y Zooey en la obra, y que constituye el clímax de la misma. Luego de que Franny descubre, sin gran esfuerzo, el engaño de Zooey, quien intenta hacerse pasar por su hermano mayor, el muchacho tiene con su hermana un gesto análogo al que Buddy tuvo con él en la carta que aquel lee al comienzo de esta sección, haciendo que la obra cierre, en cierto modo, de un modo cíclico: Zooey insta a su hermana a actuar.
El argumento, y aquí está la sabiduría que Zooey toma de Buddy y Seymour, es espiritual: ella tiene un anhelo muy profundo de actuar, y no puede sino acatar las consecuencias de ese deseo. Es lo único religioso que puede hacer, y tiene que hacerlo con absoluta seriedad, sin importar el guion, el medio, el público, la crítica o el éxito. Lo importante es entregar lo mejor de sí en nombre de Jesucristo, que es lo mismo que decir, en nombre de toda la humanidad. Es en esta instancia que Franny y Zooey parecen finalmente comprender esa enseñanza que Seymour les dejó, cuando eran chicos, al utilizar la figura de la Señora Gorda.