Resumen:
Diez años pasan desde que Dumbledore dejó a Harry en la puerta de los Dursley, y, sin embargo, la casa parece estar exactamente en las mismas condiciones. La única diferencia es que las fotos de Dudley bebé han sido reemplazadas por las de Dudley como un niño gordo y con aire malsano. Nada evidencia que Harry también viva allí.
El joven Potter duerme en una alacena, debajo de las escaleras. Es un niño pequeño y demasiado flaco para su edad, especialmente al lado de Dudley. Su cara es delgada, con unos brillantes ojos verdes y un cabello negro azabache imposible de peinar. Además, usa anteojos (que se mantienen en una sola pieza gracias a la cinta que los une, consecuencia de todas las veces que su primo le pega en la cara) y tiene una cicatriz en forma de relámpago en su frente. La primera pregunta que Harry le hizo a su tía fue cómo se había hecho aquella cicatriz. Petunia le dijo que se la hizo en el accidente automovilístico que mató a sus padres, y que no debería hacer más preguntas.
Una mañana, Harry se despierta gracias a la aguda voz de Tía Petunia gritando que es el cumpleaños de Dudley. El hijo de los Dursley recibe 37 costosos regalos de parte de sus padres y otros familiares, pero amenaza con hacer un berrinche porque tiene un regalo menos que el año anterior. Sus padres solo lo pueden calmar prometiéndole que le comprarán regalos adicionales cuando salgan ese mismo día. El plan es ir al zoológico con el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss, mientras que Harry se queda con la señora Figg, una anciana que siempre le muestra a Harry fotos de sus gatos. Después de que la señora Figgs llama inesperadamente para cancelar, los Dursleys se ven forzados a llevar a Harry con ellos.
Antes de salir, Vernon amenaza a Harry con encerrarlo en la alacena bajo las escaleras si no se comporta en el zoológico. Harry promete portarse bien, pero no está seguro de que nada vaya a suceder, puesto que todo el tiempo pasan cosas raras a su alrededor. Una vez, luego de que Petunia le cortara todo el cabello en un acceso de impaciencia, le había vuelto a crecer milagrosamente de la noche a la mañana. Otra vez, Harry estaba siendo perseguido por los amigos de Dudley y repentinamente se encontró en el techo de las cocinas del colegio.
Harry se está divirtiendo en el zoológico hasta que visitan el serpentario. Allí, observa una gran boa constrictora encerrada en una pecera de vidrio y siente simpatía por aquella criatura que tiene que sufrir la visita de gente como Dudley y Pierss. La serpiente le guiña un ojo a Harry y los dos comienzan una suerte de comunicación mental sobre la historia del reptil: la serpiente es de Brasil, pero fue criada en cautiverio. Al darse cuenta de la extraña conducta del animal, Dudley corre hacia la pecera y empuja a Harry para hacerlo a un lado. De repente, el muro de vidrio que separa a la serpiente de la gente desaparece y la serpiente se desliza fuera de su jaula, asustando a Dudley y a Pierss antes de retirarse.
Durante el regreso a casa, Vernon culpa a Harry por la desaparición del vidrio, ya que nota que Harry se estaba acercando a la serpiente. Por eso, encierra al niño en la alacena por tiempo indeterminado. Encerrado en la oscuridad, Harry piensa en su vida solitaria y miserable. La única memoria que tiene anterior a los Dursley es un relámpago cegador de luz verde y un dolor lacerante en la frente. Asume que debe ser un recuerdo del accidente que mató a sus padres, pero no puede imaginar la fuente de esa luz. A veces sueña que un pariente lejano llega a rescatarlo, pero eso nunca sucede; los Dursley son su única familia. Sin embargo, tiene la sensación de que no es un total desconocido para el mundo: a veces, gente vestida de manera extraña se acerca a él en las calles, como si supieran quién es.
Para cuando el castigo de Harry llega a su fin, las vacaciones han terminado y se pasa la mayor parte del tiempo fuera de la casa para evitar a Dudley y a su banda. Está esperando que llegue septiembre, pues irá a la escuela pública local, mientras que Dudley irá a Smeltings, la escuela privada a la que asistió el tío Vernon. Por primera vez, Harry no tendrá que ir a la misma escuela que Dudley y podrá entonces hacer amigos.
Una mañana, Harry va a buscar el correo y encuentra una carta para él: "Mr. Harry Potter, la alacena debajo de las escaleras". Antes de que pueda leer la letra, sin embargo, el tío Vernon se la quita y se pone pálido al leer la primera línea. Tía Petunia está igual de impresionada y se pregunta cómo “ellos” pueden saber dónde duerme Harry. Esa tarde, Vernon le dice a Harry que esa carta estaba dirigida a él por error, y le ordena mudarse al segundo dormitorio de Dudley.
El correo de la mañana trae otra carta para Harry, esta vez dirigida a: "Mr. H. Potter, el cuarto más pequeño". A pesar de los esfuerzos de Harry, el tío Vernon agarra la carta y envía al niño a su cuarto. A la mañana siguiente, Harry se levanta especialmente temprano con la intención de llegar al correo antes que sus tíos. Desafortunadamente, Vernon sospechaba de algún truco que pudiera jugar Harry y por eso ha dormido frente a la puerta. El correo matutino trae tres cartas destinadas a Harry, pero Vernon las destruye todas. Luego tapa la apertura del buzón.
Pero las cartas siguen llegando, ahora de a docenas. Incluso el domingo, que no es día de correo, entran cuarenta cartas a la casa por la chimenea. Determinado a ignorar ese mensaje, el tío Vernon se lleva a la familia de viaje. Se quedan en un oscuro hotel a muchas ciudades de distancia pero, a la mañana siguiente, la dueña del hotel informa que ha recibido unas 100 cartas destinadas a Mr. Harry Potter, cuarto 17 de Railview Hotel. Vernon destruye las cartas y se muda con su familia a una pequeña cabaña en el medio de la nada, seguro de que allí no podrán encontrarlos. Esa noche Harry se queda despierto, puesto que recuerda que al día siguiente será su cumpleaños. Exactamente a la medianoche, sienten un fuerte golpe en la puerta.
Análisis:
En los siguientes diez años, Harry comienza a desarrollar las mismas “anormalidades” que la tía Petunia despreciaba en Lily Potter. Sin embargo, como él no tiene ninguna familiaridad con el mundo mágico, sus habilidades solo lo hacen sentirse aún más aislado de aquellos que lo rodean. Así es que estos extraños sucesos, en vez de hacerlo sentir especial, lo condenan a la soledad de una vida confinado en la alacena debajo de las escaleras.
En estos dos capítulos comienza a esbozarse el trasfondo mágico de Harry, puesto que alrededor suyo suceden cosas inexplicables. Pero el relato se centra más en la dimensión social y en realizar un retrato de una familia inglesa preocupada por ser “normal” que en el desarrollo del mundo mágico que va a caracterizar toda la saga. Como estrategia narrativa, esta elección de Rowling de ir internándose poco a poco en la dimensión mágica del relato ayuda a establecer una base de sentidos y supuestos sobre cuestiones relacionadas a los valores humanos, sociales e individuales “universales”, que luego se irá enriqueciendo paulatinamente con la irrupción gradual de los componentes maravillosos.
Es interesante reflexionar sobre cómo toda la saga se construye en torno a dos esquemas que interactúan constantemente: por un lado, Rowling propone un abordaje agonista, propio de las sagas de fantasía épica, que implica la lucha entre las fuerzas del bien, encarnadas en Harry, Dumbledore y sus amigos, y del mal, concentradas en Voldemort. Por otro lado, la autora desarrolla su historia desde una perspectiva social posmoderna que pone constantemente en duda valores absolutos y polarizados típicos del pensamiento agonista. Así, los límites entre el bien y el mal se desdibujan, se confunden y, en muchas ocasiones, se borran completamente. Sobre un fondo polarizado, Rowling explora la complejidad humana y pondera la reflexión sobre los valores sociales que tienen la amistad, el amor y la lealtad, mientras que el concepto del mal abre paso a la reflexión en torno al deseo, el poder y la ambición como motores del corazón humano. Al mismo tiempo, la relación entre Harry Potter y los Dursley sirve como puntapié para comenzar a ahondar en la complejidad de las motivaciones que mueven a los personajes, y que no siempre son tan claras como parecen.
El tiempo de Harry con los Dursley no ha cambiado la perspectiva de estos en relación a la familia Potter. Aunque toleran la presencia de Harry, no lo tratan como a un miembro de la familia ni le brindan afecto. Significativamente, la búsqueda de afecto se va a convertir en un aspecto crucial en la vida de Harry, quien solo ha recibido amor, de parte de sus padres, el primer año de su vida. Es interesante notar que, si bien los Dursley son totalmente conscientes de las habilidades de Harry y su trasfondo mágico, lo mantienen completamente ignorante de esto, diciéndole incluso que sus padres murieron en un accidente de autos.
En cierto modo, esta negación de contarle a Harry sobre su pasado puede entenderse como la forma en que los Dursley quieren protegerlo. Antes de aceptar que esas “anormalidades” se desarrollen en él, los Dursley tratan de apagar sus tendencias mágicas y transformarlo en la persona normal que sus padres nunca fueron. Petunia no puede negar el lazo familiar tanto como lo desearía, y Dumbledore estaba en lo correcto al asumir que Harry disfrutaría de cierta protección en su casa.
Al mismo tiempo, sin embargo, los Dursley también están preocupados por cómo podrían afectarlos las “anormalidades” de Harry si alguien más las descubriera. La imagen que tienen de sí mismos y la inseguridad los empuja a tomar las medidas más drásticas con tal de protegerse de cualquier mirada del mundo exterior. Sin embargo, la negación de contarle a Harry lo que le está sucediendo puede ser interpretada como un castigo cruel e inusual: la soledad y el sentimiento de alienamiento de Harry se entremezclan con la confusión que le causan los extraños eventos que lo rodean.
En el capítulo 2 también vuelve a destacar la relación entre Harry y Dudley: Rowling explora los comportamientos abusivos entre niños de la misma edad y coloca a Harry en el papel de la víctima. Dudley aparece como un niño extremadamente malcriado que disfruta persiguiendo y golpeando a su primo y a otros niños. En su esquema de valores, el sometimiento por la fuerza es una conducta positiva que sirve para reafirmar la superioridad sobre el resto a la vez que enmascara una personalidad insegura y frágil. Vernon y Petunia fomentan esta dinámica entre los niños, y están convencidos de que su hijo está en su derecho de maltratar a Harry y de exigir a sus padres que concreten cada uno de sus caprichos. Como contracara, Harry crece en la privación y la carencia, y esa infancia privada de felicidad marcará su personalidad para toda su vida.
La escena con la boa constrictora pone de manifiesto hasta qué punto Harry se siente alienado con los Dursley. Sin darse cuenta, el niño puede comunicarse con la serpiente y le expresa su empatía al verla encerrada en una pecera siendo molestada por sujetos indolentes que la contemplan como si fuera una monstruosidad. “Si él estuviera allí, no le habría sorprendido morirse de aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida golpeando contra el vidrio, molestando todo el día. Era peor que tener una alacena por dormitorio, donde la única visitante era tía Petunia, golpeando la puerta para despertarlo, al menos él podía recorrer el resto de la casa” (p. 30). La empatía de Harry por toda criatura sufriente y sometida se manifiesta desde un primer momento en la novela y constituye un rasgo de su personalidad que va a marcar sus acciones y su elección de vida a lo largo de toda la saga.
A su vez, el episodio con la boa es una forma de reafirmar la conciencia de Harry de que es diferente de sus tíos. En los libros siguientes, la capacidad de Harry de hablar con las serpientes se va a convertir en un factor importante, pero por el momento solo revela hasta qué punto él es único. Vernon y Petunia están igualmente al tanto del significado de este evento. Al encerrarlo en la alacena hasta las vacaciones de verano ponen de manifiesto su frustración al no lograr quitarle a Harry sus habilidades mágicas. Con la llegada de las misteriosas cartas, queda en evidencia de forma tangible su fracaso. Lily Potter recibió la misma carta de Hogwarts cuando cumplió 11, y Petunia sabe que la carta que recibe Harry solo puede ser el comienzo del final para sus esperanzas de normalidad.
El capítulo 3 establece una estrategia narrativa que se sostendrá a lo largo del primer libro de la saga y que implica la exageración de ciertos rasgos y sucesos que rompen con el realismo y que introducen las posibilidades casi ilimitadas del mundo mágico. Cuando a Harry no le permiten leer la carta que recibe de parte de Albus Dumbledore, comienzan a llegar cada día más, y de las formas más inesperadas:
El viernes, no menos de doce cartas llegaron para Harry. Como no las podían echar al buzón, las habían pasado debajo de la puerta, por las hendijas y unas pocas por la ventana del cuarto de baño de abajo. (…) El sábado las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas para Harry entraron a la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un muy confundido lechero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del living. (…) treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. (pp. 40-41)
Las cartas siguen llegando incluso cuando los Dursley se refugian en un hotel de provincia y, por eso, Vernon decide esconderse en una cabaña que se encuentra en una isla mar adentro. La ridiculez de las acciones de los Dursley, sumada a la exageración de las cartas que no paran de llegar, dotan al relato de una dimensión humorística que va a funcionar, más adelante y a lo largo de la saga, como contrapeso de los hechos dramáticos que van a vivir los personajes.