El señor Brocklehurst reta a sus alumnas por no ser lo suficientemente modestas, al mismo tiempo que irrumpen en la sala su esposa y sus hijas, ostentando excesivos lujos (Ironía situacional)
El señor Brocklehurst abunda en el abuso de poder para imponer un estricto y sacrificado ordenamiento en las alumnas del pensionado. En una escena, el director del colegio interrumpe una clase de la señorita Temple para criticar el hecho de que una de las niñas luzca su cabello rizado. El señor Brocklehurst se lanza a un largo discurso sobre la privación y somete a la señorita Temple a un cuestionamiento por el modo en que visten sus alumnas, argumentando que para la misión evangelizadora del colegio es fundamental que las niñas “aprendan a dominar los deseos de la carne”, por lo que ellos deben “enseñarles a vestirse con la mayor modestia y sobriedad, y no con lujos ni pretensiones” (p.83). Pero en ese mismo instante, su discurso se ve interrumpido por el ingreso de su mujer y sus dos hijas, para quienes, evidentemente, no rigen los mismos ordenamientos que el señor Brocklehurst exigía al resto de las mujeres segundos atrás. “Lástima que no llegaran unos momentos antes”, ironiza la narradora, “para poder escuchar la lección de modestia que acababa de dar, porque aquellas tres señoras iban lujosísimamente vestidas con sedas, pieles y terciopelos” (p.83).
La narración profundiza en la ironía de la situación, describiendo puntillosamente, en imágenes, el aspecto de las mujeres: “las dos más jóvenes, que tendrían unos dieciséis o dieciocho años” -es decir, la edad de muchas de las alumnas a las que Brocklehurst exigía sobriedad-, “llevaban sombreros de castor gris adornados de plumas de avestruz, y debajo de aquellos preciosos sombreros aparecían una gran cantidad de ricitos y tirabuzones peinados con mucho primor y gracia” (p.84). El detalle del cabello es resaltado por la narradora, en tanto el director del colegio acaba de recriminarle a la alumna llevar rizos, aunque estos son naturales (y, por lo tanto, inevitables), mientras que su esposa luce ese cabello por vía artificial: “La señora de más edad estaba envuelta en un echarpe de terciopelo adornado de armiño y en la cabeza llevaba un postizo con infinidad de rizos” (p.84). Por medio de esta escena, la narración expone la hipocresía del señor Brocklehurst, en quien el estricto dogmatismo se revela falso, en tanto es exigido a su alumnado, frente al cual tiene poder, cuando ni siquiera es pedido a su círculo familiar.
El día de la partida de la señorita Temple, hecho que tanta tristeza trae a Jane, es decretado día de fiesta por las autoridades de Lowood, en honor al "feliz acontecimiento" (Ironía situacional)
Cuando la señorita Temple se casa y abandona Lowood, Jane se siente triste, perdida y sola. La protagonista ve partir a quien fuera su faro y su cobijo durante toda su estadía en el pensionado, y luego se recluye en su cuarto, ya que no hay clases: el día de la partida de la profesora es decretado por las autoridades como “día de fiesta”, explica la narradora, en “honor de aquel feliz acontecimiento” (p.109). Esta determinación de las autoridades responde a que consideran “feliz” el hecho de que la señorita Temple se haya casado, pero si se piensa este hecho desde la perspectiva de Jane, catalogar la partida de la profesora como un “feliz acontecimiento” resulta claramente irónico, en tanto dicho acontecimiento es la causa de la profunda soledad, tristeza y desconcierto que azotan a la muchacha.
La señora Reed habla pestes sobre Jane, a quien cree una sirvienta o enfermera, cuando en verdad le está hablando a la misma Jane (Ironía situacional)
En el capítulo 21, Jane vuelve a Gateshead luego de nueve años de ausencia. La razón de la visita es que la señora Reed se encuentra convaleciente, próxima a la muerte, y, según Bessie, estuvo preguntando por la muchacha. Cuando Jane se presenta ante la señora Reed, esta la confunde con una enfermera o sirvienta. Entonces se larga a hablar pestes sobre Jane, en tercera persona, explayándose sobre por qué siempre le tuvo tanta aversión a esa niña. La situación es irónica, puesto que el objeto del discurso de la señora Reed es, aunque ella no lo sepa, el destinatario del mismo.
Rochester usa el término "dulce esposa" para hablar de Bertha, una mujer evidentemente monstruosa (Ironía verbal)
Tras la fallida boda con Jane, Rochester expone ante los presentes a la mujer que oculta en el altillo, Bertha. La mujer tiene la apariencia de un monstruo, y se comporta como una fiera. Según atestigua la narradora, Bertha "gruñía como un animal salvaje que se siente acorralado" (p.305), "lanzaba espantosos alaridos de fiera" (p.305) y hasta intenta morder el cuello de Mason. Refiriéndose a esta mujer es que Rochester dice, de forma claramente irónica: "¡Señores, aquí tienen a mi dulce esposa!" (p.306).