Jane Eyre

Jane Eyre Resumen y Análisis Capítulos 6-10

Resumen

Capítulo 6

En su segundo día, Jane observa que la vida en Lowood es difícil. Las comidas no alcanzan para calmar el hambre de las estudiantes, quienes además padecen el crudo frío mientras se sientan a escuchar interminables sermones religiosos.

Jane se vuelve más amiga de Helen y observa cómo la señorita Scatcherd continuamente la reprende e incluso azota, y cómo la niña nunca reacciona. Helen le cuenta a Jane sobre su doctrina personal de resistencia, sostenida en que la Biblia ordena devolver bien por mal. La niña no cree que la señorita Scatcherd sea cruel, sino que ella misma tiene numerosos defectos y es correcto que la señorita Scatcherd los señale. Aunque a Helen le agrada mucho la señorita Temple y aprende más de ella que de otras profesoras, la niña considera que el estilo afable de la señorita Temple no la obliga a ser activamente buena, porque con ella es pasivamente buena y no hay mérito en tal bondad. Jane no está de acuerdo con la filosofía de Helen; la protagonista sostiene que uno debe pagar la bondad con bondad y la crueldad con crueldad. Jane le cuenta a su amiga sobre la familia Reed, pero Helen insiste en un largo discurso sobre el perdón.

Capítulo 7

Jane pasa un primer trimestre difícil en Lowood, con su clima helado y su estricto ordenamiento. Después de una larga ausencia, el Sr. Brocklehurst visita el salón de clases de la señorita Temple y le indica que no complazca a las niñas en lo más mínimo, ya que serán las privaciones las que les recordarán la ética cristiana. Al ver a una chica luciendo su pelo rizado, señala que eso es inaceptable para un ambiente evangélico, al igual que todos los moños en la cabeza de las chicas. En ese momento, ingresan al salón tres mujeres elegantes con cabellos rizados y aspecto lujoso, miembros de la familia del Sr. Brocklehurst. Jane, nerviosa porque el Sr. Brocklehurst transmita las advertencias de la Sra. Reed sobre su comportamiento a la Srta. Temple, accidentalmente deja caer su pizarra. El Sr. Brocklehurst la regaña frente a la clase, diciendo que Jane es una mentirosa perversa. Luego le ordena a la niña pararse en un taburete frente a la clase como castigo por su maldad y prohíbe que los otros estudiantes hablen con ella. El único consuelo de Jane durante el día es cuando Helen le sonríe en secreto.

Capítulo 8

Jane se siente profundamente apenada y avergonzada, y teme que todas las estudiantes la desprecien debido a las falsas acusaciones del Sr. Brocklehurst. Helen le asegura que eso no sucederá, porque nadie quiere al señor Brocklehurst, y, por otro lado, le aconseja que le dé menos importancia a los demás y al amor que puedan o no darle, puesto que las verdaderas recompensas yacen en la espiritualidad y la gloria de la vida después de la muerte.

La señorita Temple invita a ambas niñas a su habitación, donde le pide a Jane que le cuente su versión de la historia sobre la Sra. Reed. Jane lo hace, insistiendo fuertemente en su inocencia, y también menciona la visita del Sr. Lloyd durante su enfermedad. La señorita Temple la cree. Dice que le escribirá al Sr. Lloyd para corroborar la versión y, luego, limpiar el nombre de Jane.

Al día siguiente, la señorita Stratcherd pega en la frente de Helen un papel con la palabra “Descuidada”. Al final del día, Jane se lo arranca y lo quema. Una semana después, la señorita Temple anuncia al alumnado que el nombre de Jane está limpio, y que la niña debe ser oficialmente aceptada de nuevo en la comunidad. Jane se siente aliviada y se esfuerza más en clase, especialmente en francés y dibujo.

Capítulo 9

Con la llegada de la primavera, Lowood se convierte en un lugar más agradable en términos climáticos, pero al mismo tiempo empieza a propagarse la enfermedad del tifus, y más de la mitad de las alumnas enferman. Jane, una de las estudiantes sanas, disfruta del aire libre hasta que se entera de que Helen se está muriendo (aunque no de tifus, sino de tuberculosis). No se le permite visitarla en la habitación de la señorita Temple, pero Jane se cuela por la noche para despedirse. La enferma acepta su muerte inminente y su lugar en el cielo sin tristeza ni desesperación. Jane se queda dormida en sus brazos y Helen muere durante la noche.

Capítulo 10

La epidemia de fiebre tifoidea incita a una investigación sobre las condiciones insalubres de Lowood bajo la gestión del Sr. Brocklehurst, y un nuevo grupo de supervisores toma el control de la escuela. La calidad de vida en el pensionado mejora enormemente, y Jane y los demás estudiantes pueden concentrarse en su educación. Jane se destaca como estudiante bajo la guía de la señorita Temple durante seis años, y luego trabaja como maestra durante los dos años siguientes.

Cuando la señorita Temple se casa y deja Lowood, Jane se siente vacía. Decide buscar un nuevo trabajo. Coloca un anuncio en el periódico en busca de un puesto como institutriz y consigue empleo para una tal señora Fairfax en Thornfield.

Antes de abandonar Lowood, Jane es visitada por Bessie, que ahora está casada con el cochero, Robert Leaven. Bessie trae noticias de la familia Reed: John se convirtió en un jugador compulsivo y alcohólico; Georgiana, por su parte, intentó fugarse con un tal Lord Edwin Vere, pero Eliza intervino y lo impidió. Bessie también menciona que el Sr. John Eyre, tío de Jane, visitó Gateshead siete años atrás en un intento por contactar a Jane antes de navegar a Madeira, donde se instalaría como comerciante de vinos.

Análisis

Los momentos compartidos entre Jane y Helen funcionan, entre otras cosas, para poner en escena diferencias en torno a la fe cristiana; en oposición a su amiga, las ideas de la protagonista se esclarecen. Las palabras y actitudes de Helen se corresponden con una filosofía cristiana del sacrificio, el perdón y la resistencia, según la cual se debe cargar con los pecados de los demás, poner la otra mejilla, perdonar y amar al enemigo. “La Biblia nos ordena devolver bien por mal” (p.72), sentencia, tajante, Helen. Jane aún no perdona a quienes le infligieron tanto dolor en su infancia, y de igual manera, tampoco cree que deba soportar el maltrato ajeno, sobre todo cuando este se justifica en mentiras y en injustos abusos de poder. Cuando la señorita Scatcherd escribe sobre un cartón la palabra “descuidada” (p.95) y la pega sobre la frente “tan inteligente y bondadosa”(p.95) de Helen, la diferencia entre las perspectivas de ambas niñas se pone en escena. Mientras que Helen lleva esa consigna en la frente durante todo el día “con la mayor humildad y paciencia y sin sentir ningún rencor por la que le había infligido aquel castigo” (p.95), Jane vive en carne propia toda la ”cólera que ella era incapaz de sentir” (p.95). La resignación sacrificial en Helen resulta intolerable para la protagonista, quien precisa no solo arrancar el cartel de la frente de su amiga sino además incinerarlo, en un acto donde el fuego aparece como un símbolo de destrucción liberadora. El asunto es que, para Jane, la filosofía de Helen no solo es cruel para con ella misma, sino que tampoco colaboraría con el objetivo de desperdigar el bien por el mundo:

Si las gentes fueran siempre buenas y obedecieran a los que se comportan con crueldad e injusticia, estos saldrían ganando siempre, no tendrían ningún temor y jamás se corregirían, si no que, por el contrario, cada vez confiarían más en la bondad de sus métodos malvados. Cuando nos maltratan sin razón, deberíamos volvernos con fiereza y maltratar a aquella persona, para que aprenda y no se le ocurra volver a hacerlo nunca más (p.74).

En contraposición a la noción de “poner la otra mejilla”, Jane parecería apoyarse en otro concepto incluido en la Biblia, que es el de “ojo por ojo, diente por diente”, según el cual debe pagarse al enemigo con la misma moneda: producir en él el mismo sufrimiento que este infligió en uno. Solo así quienes actúan con maldad corregirán sus comportamientos, quizás no por fe ni por convicción, sino por temor a la venganza de sus víctimas. Es esta filosofía la que Jane pone en práctica al enfrentar, por ejemplo, a la señora Reed. Sin embargo, esta práctica no le trae a Jane mucha paz: luego de unos instantes de satisfacción, se siente envenenada. Aún deberán pasar los años para que la protagonista acabe por delinear una versión de la fe acorde a su consciencia.

Helen identifica un elemento en la historia personal de Jane que motiva sus pensamientos en cuanto a la maldad ajena y la injusticia. Efectivamente, a causa de la dolorosa indiferencia y el terrible maltrato sufridos por la pequeña Jane por parte de quienes, supuestamente, debían cuidar de ella, la protagonista de la novela depende de lo que quienes la rodean piensen y sientan respecto a ella, revelando así una constante necesidad de amor y afirmación en los demás. En la opinión de Helen, su amiga no debería configurar su espíritu en torno a las experiencias terrenales, sustancialmente inferiores, según esta perspectiva, al amor que puede encontrar en Dios. Si bien está claro que Jane nunca aceptará estas nociones por completo, sí acabará comprendiendo que, para ganar independencia y fuerza de carácter, deberá aprender a depender de sí misma y descansar menos en la aprobación de quienes la rodean.

La enfermedad y muerte de Helen parecerían funcionar para evidenciar el grado de compromiso de la fe en la muchacha, que mantiene sus creencias cristianas hasta el último momento. Así, de algún modo, la niña encarnaría ante Jane una suerte de representación de la figura de Cristo, firme en su fe aún encontrándose en la cruz. Y aunque la devoción de Helen conmueve a Jane, esta no deja de cuestionar la inquebrantabilidad de la fe de su amiga, permitiéndose preguntar, en el lecho de muerte de Helen, si el Cielo existirá realmente.

En cuanto a la temática religiosa, también debemos mencionar que la novela establece una clara crítica al dogmatismo, encarnado aquí en el señor Brocklehurst, personaje que abunda en el abuso de poder para imponer un estricto y sacrificado ordenamiento en las alumnas del pensionado. La principal crítica de la novela a esta actitud queda en evidencia en la escena en la cual el director del colegio critica el hecho de que una de las niñas luzca su cabello rizado y se lanza en un discurso sobre la privación que no tarda en quedar en ridículo con la entrada de sus familiares. El señor Brocklehurst somete a la señorita Temple a un cuestionamiento por el modo en que visten sus alumnas, argumentando que para la misión evangelizadora del colegio es fundamental que las niñas “aprendan a dominar los deseos de la carne”, por lo que ellos deben “enseñarles a vestirse con la mayor modestia y sobriedad, y no con lujos ni pretensiones” (p.83). En ese mismo instante, su discurso se ve interrumpido por el ingreso de su mujer y sus dos hijas, para quienes, evidentemente, no rigen los mismos ordenamientos que el señor Brocklehurst exigía al resto de las mujeres segundos atrás. “Lástima que no llegaran unos momentos antes”, ironiza la narradora, “para poder escuchar la lección de modestia que acababa de dar, porque aquellas tres señoras iban lujosísimamente vestidas con sedas, pieles y terciopelos” (p.83). La narración profundiza en la ironía de la situación, describiendo puntillosamente, en imágenes, el aspecto de las señoras: “las dos más jóvenes, que tendrían unos dieciséis o dieciocho años” -es decir, la edad de muchas de las alumnas a las que Brocklehurst exigía sobriedad-, “llevaban sombreros de castor gris adornados de plumas de avestruz, y debajo de aquellos preciosos sombreros aparecían una gran cantidad de ricitos y tirabuzones peinados con mucho primor y gracia” (p.84). El detalle del cabello es resaltado por la narradora, en tanto el director del colegio había recriminado en la alumna el llevar rizos aunque estos fueran naturales (y por lo tanto inevitables) en la niña, mientras que su esposa luce ese cabello por vía artificial: “La señora de más edad estaba envuelta en un echarpe de terciopelo adornado de armiño y en la cabeza llevaba un postizo con infinidad de rizos” (p.84). Toda la escena expone la hipocresía del señor Brocklehurst, en quien el estricto dogmatismo se revela falso, en tanto es exigido en extremo a su alumnado, frente al cual tiene poder, cuando ni siquiera es pedido a su círculo familiar. La temática religiosa se interrelaciona, así, con la de la diferencia de clases: las estrictas exigencias religiosas parecen algo solo destinado a ser cumplido por personas de clase baja, sin recursos, mientras que las personas con riqueza parecen poder eximirse de esa clase de sacrificios.

El décimo capítulo funciona como una suerte de transición argumental, y es el primero y único del libro en romper la linealidad temporal para resumir ocho años de la vida de la protagonista en unas pocas líneas. En este período, parecería consolidarse una fuerte maduración en la protagonista, que pasaría de ser una niña dolida y confrontativa para convertirse en una joven autosuficiente capaz de comprender las actitudes de los demás, incluso cuando estas se vuelven contra ella.

En este capítulo, además, la narración incorpora varios “finales”: el Sr. Brocklehurst es destituido del poder en la escuela, un castigo justo si se tiene en cuenta su negligencia y crueldad, mientras que la adorable señorita Temple abandona la sacrificada vida de maestra y se refugia en el matrimonio.

Este último acontecimiento será determinante para un cambio en la vida de la protagonista. Cuando la señorita Temple se casa y abandona Lowood, Jane se siente triste, perdida y sola. La protagonista ve partir a quien fuera su faro y su cobijo durante toda su estadía en el pensionado, y luego se recluye en su cuarto, ya que no hay clases: el día de la partida de la profesora es decretado por las autoridades como “día de fiesta”, explica la narradora, en “honor de aquel feliz acontecimiento” (p.109). Esta determinación de las autoridades responde a que consideran “feliz” el hecho de que la señorita Temple se haya casado, pero si se piensa este hecho desde la perspectiva de Jane, el catalogar la partida de la profesora como un “feliz acontecimiento” resulta claramente irónico, en tanto dicho acontecimiento es la causa de la profunda soledad, tristeza y desconcierto que azotan a la muchacha. Jane está en su cuarto cuando mira por la ventana y se queda observando la única “solitaria estrella” (p.111) que se ve en la inmensidad del cielo. Esa estrella funciona como un símbolo de la soledad que Jane siente en ese pensionado donde no solo sufrió la pérdida de una amiga (Helen) sino también la de una profesora que se había convertido, para ella, en una figura maternal. Así, tan sola como cuando llegó a la institución ocho años atrás, Jane decide tomar las riendas de su destino, y lanzarse a la búsqueda de un nuevo escenario en el que desarrollarse.

En el décimo capítulo tienen lugar, también, varios detalles narrativos que serán importantes para la trama general de la novela. Los problemas de la familia Reed, particularmente la caída de John en el libertinaje y el vicio, presagian el enfrentamiento final de la Sra. Reed con Jane, además de insinuar que la familia Reed está sufriendo, quizás a modo de castigo divino por haber maltratado a la protagonista en su infancia (en esta novela, los personajes que actúan con maldad suelen enfrentarse a finales no felices, como es el caso del señor Brocklehurst). La mención de la visita del Sr. Eyre a Gateshead también sugiere que este personaje reaparecerá de alguna forma más adelante, causando un giro importante en la vida de Jane.

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