Resumen
Asterión no sabe leer ni escribir, pero eso no le molesta porque él es como esos filósofos que piensan que nada puede comunicarse a través de la escritura. Sin embargo, a veces le gustaría saber leer para no aburrirse tanto.
Para entretenerse realiza varios juegos: corre como un carnero por las inmensas galerías de su casa, se esconde agazapado tras los aljibes, simula dormir y se deja caer por las azoteas de su casa. De todos, su juego favorito es el del “otro Asterión” (81), cuando imagina que le muestra las instalaciones de su casa a un doble suyo que lo visita.
También medita mucho sobre su hogar. Allí todo se repite catorce veces, lo que equivale a infinitas veces. Lo único que no se repite es el sol del cielo y él mismo. A veces se pregunta si él mismo no ha creado el firmamento, las estrellas y la inmensa casa, olvidándolo luego.
Análisis
En esta sección encontramos nuevos indicios que nos llevan a dudar de la realidad de la casa, el aspecto y la identidad de Asterión: ¿Cómo es realmente este personaje, cuál es su origen y qué edad tiene? ¿Por qué está tan solo? ¿Cómo es, exactamente, su ‘casa’?
Tal como mencionamos anteriormente, el punto de vista adoptado es decisivo respecto al modo en que se nos transmiten los acontecimientos. Esto ocasiona que nunca podamos acceder a una información completa y objetiva. La historia está siempre teñida de la subjetividad de Asterión. Es una versión, la perspectiva parcial de una mente que, como podemos intuir, no está libre de la locura o el autoengaño. El Minotauro no es el único atrapado de esta historia; nosotros estamos presos con él, en su punto de vista.
Aunque nunca se mencione la palabra ‘laberinto’ en todo el cuento, resulta evidente que aquello que Asterión llama ‘casa’ se asemeja bastante a este tipo de arquitectura. Basta ver el modo en que su habitante la describe para asegurarlo: ¿En qué tipo de casa, si no, encontramos tantas “galerías de piedra”, “corredores” (80), “encrucijadas” y “bifurcaciones” (81)? Ya lo anunciaba Barrenechea:
También él [Borges] prodiga los laberintos en su obra, y a veces basta la simple alusión a los corredores, escaleras o calles interminables, a puertas, salones o patios que se repiten o tan sólo la duda de volver al mismo lugar, para que surja el inevitable desasosiego. Además, las simetrías, los reflejos, las bifurcaciones, los caminos cíclicos o enmarañados, lo están sugiriendo constantemente (1984: 47).
Cuando la identidad del Minotauro finalmente se compruebe, descubriremos que su casa no es ni más ni menos que el famoso laberinto de Creta, construido por Dédalo a pedido del rey Minos.
Como sabemos, este tipo de arquitecturas es uno de los motivos más recurrentes de toda la producción borgeana, encarnándose en una infinidad de formas y modificando su simbología según el caso. En “La casa de Asterión”, el laberinto es -contra la opinión de su habitante- una prisión. Pero esta prisión no es solo arquitectónica, espacial: desde el momento en que el origen de Asterión se vuelve incierto, es posible admitir que el tiempo también da rodeos, se bifurca, complica y enmaraña en el interior del laberinto. Sobre ello, el especialista Alberto Julián Perez explica:
“En el laberinto (...) se sintetizan un aspecto temporal y otro espacial; en un sentido espacial, el laberinto es la representación de un camino deformado y monstruoso que extravía en lugar de conducir; las numerosas simetrías y repeticiones del laberinto crean una sensación de irrealidad, en él parece que el tiempo no pasa o que transcurre con la lógica propia de las pesadillas. Su carácter monstruoso está reforzado por su habitante mitológico, el minotauro, que comparte lo animal y lo humano” (1986: 132).
El laberinto y el Minotauro se corresponden y justifican mutuamente en su monstruosidad. Aquí entra una nueva dimensión del laberinto, la psíquica, porque el extravío que producen sus enmarañados corredores se termina internalizando en la mente de quien lo habita: en una soledad y un abandono que se eternizan dentro las galerías de piedra, Asterión enferma, enloquece. De ahí que resulte conmovedor aquel juego que tiernamente bautiza como ‘el otro Asterión’:
“Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás como el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos” (81).
Para finalizar, cabe mencionar las dos connotaciones filosóficas presentes en esta sección. En un principio, la más explícita: cuando Asterión afirma, en un intento de justificar su analfabetismo, que, como el filósofo, considera que “nada es comunicable por el arte de la escritura” (80). Aquí, la tradición aludida no es otra que la filosofía del lenguaje, área que hace foco en el lenguaje, su relación con el significado, el pensamiento y el mundo, así como en sus posibilidades y límites para la comunicación y la transmisión de conocimiento.
Una segunda relación podemos establecer respecto a la tradición idealista. Sobre ello, el filósofo Pablo Pachilla explica que
“El término idealismo cobra en Borges dos sentidos o puede traducirse en dos postulados diferentes, que corresponden con la equivocidad del término en la propia tradición filosófica. El primero, que el mundo es la representación de un sujeto (Alguien), y en este sentido el mundo es «ideal» (...). En un segundo sentido, «idealismo» alude a la doctrina platónica de las Ideas” (2015: 60 y 61).
El primero de estos postulados es el que podemos rastrear en este relato cuando Asterión aclara, mientras reflexiona acerca de su hogar, que “La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo” (81). Para Asterión, el mundo está hecho a su medida e, incluso, puede que sea una construcción suya: “Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo” (82).