La casa de Asterión

La casa de Asterión Resumen y Análisis Tercera parte

Resumen

Cada nueve años, nueve hombres se presentan en la casa para que Asterión “los libere de todo mal” (82). Al oírlos, Asterión corre alegre a buscarlos, pero ellos se mueren sin que llegue a tocarlos siquiera.

Uno de ellos profetizó que un día llegará su redentor; aquel habrá de librarlo de su soledad. Asterión desea que su redentor lo lleve a un lugar sin tantas puertas y galerías, y se pregunta si será un hombre, un toro con cara de hombre o un ser parecido a él.

Una mañana, Teseo conversa con Ariadna, mientras limpia la espada con la que le ha quitado la vida a Asterión: curiosamente, le comenta a su amada, el Minotauro “apenas se defendió” (82).

Análisis

En los últimos párrafos de “La casa de Asterión”, la verdadera identidad de nuestro protagonista termina de revelarse. Antes incluso de que Teseo lo llame ‘Minotauro’, el texto proporciona pistas que facilitan inferirlo. Primero, Asterión nos cuenta que, “Cada nueve años, entran en la casa nueve hombres” para que él “los libere de todo mal” (82). Sin embargo, la historia de la muerte de estos hombres no coincide del todo con la del mito clásico: “Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangrente las manos” (82).

Lejos de ser una bestia devoradora de hombres, como lo asegura la tradición mítica, Asterión es un ser desamparado, un monstruo al que le duele su soledad. Es por eso que corre con alegría a recibir a los hombres que llegan aterrorizados a su laberinto. Cabe mencionar, a su vez, que la cantidad de hombres que recibe como tributo tampoco coincide con la del mito original, en el que eran siete mujeres y siete hombres de la nobleza ateniense los que se ofrecían como sacrificio.

El mismo efecto conmovedor provoca la impaciencia que tiene por conocer a su ‘redentor’. Asterión acepta inmediatamente el destino anunciado, con la esperanza de saber que existe alguien en el mundo capaz de ponerle fin a su soledad y su extravío: “Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. (...) Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas” (82). La aceptación de este destino, que no es otro que la muerte, debe comprenderse en términos de un anhelo de libertad, lo que para el crítico Jaime Alazraki es el elemento más trágico de relato:

“De esa fábula trasciende el verdadero sentido de la tragedia del minotauro: Asterión sabe que alguna vez llegará su redentor y lo salvará de esa terrible prisión a la que ha sido condenado: el laberinto. Como el leopardo y como Dante, Asterión escucha la profecía de su destino; como ellos, acepta la realización de su destino: en esta aceptación queda explicada la paradójica entrega del minotauro a la espada de Teseo” (1974: 37).

Asterión está atrapado en un mundo de cosas semejantes, repetidas: galerías, corredores, aljibes, abrevaderos se suceden infinitamente en su hogar, al igual que los humanos fuera de él. Solo Asterión y el sol son diferentes al resto. Se entiende, en este sentido, que pregunte por el aspecto de su redentor, aquel encargado de sacarlo de ese mundo de laberínticos espejismos: “¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?” (p.70).

La figura de Teseo, su redentor, trae a colación un motivo que ya hemos visto en la sección anterior y que constituye un verdadero leitmotiv de toda la producción borgeana: el doble. Como sabemos, la cuestión del doble no es específica de Borges, sino que es uno de los tropos más recurrentes de la literatura fantástica, una de las tradiciones que más alimenta el imaginario del autor. Como bien menciona Paloma Andrés Ferrer:

“Asterión busca incansablemente al Otro: el otro que es su igual, el compañero amigo con que entretiene en la imaginación la soledad de su prisión; y el otro que es su contrario, el enemigo que llega hasta él con la espada de la muerte pero que, paradójicamente, va a ser su salvador, de igual modo que él, el Minotauro, ha sido durante largos años el salvador de sus víctimas” (12).

La laberíntica aparición de iguales y contrarios se actualiza nuevamente en el motivo del doble. Más aún, en términos textuales, podemos pensar “La casa de Asterión” como un doble opuesto y complementario del clásico mito recuperado por Apolodoro en su Biblioteca.

El alegato de Asterión finaliza con un espacio en blanco, una elipsis abrupta que introduce un cambio en la modalización de la voz narrativa. Ahora dejamos de oír la voz en primera persona del Minotauro para pasar a una tercera persona omnisciente que nos muestra, no sin tajante frialdad, la espada resplandeciente que ha acabado con la vida del monstruo: “El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre” (82).

Tras ello, tanto la identidad de Asterión como la de su redentor terminan de revelarse: “—¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió” (82). Este breve comentario introduce una nueva inversión de sentido en el mito clásico: Borges no solo humaniza y le da voz a uno de los más feroces monstruos de la cultura occidental; en un mismo movimiento, relativiza las virtudes de uno de sus mayores héroes.

La pregunta, entonces, resulta ineludible: ¿Qué es lo que viene a salvar este redentor? O a la inversa: ¿De qué debe ser redimido el Minotauro? ¿Cuál es su falta? En este punto, “La casa de Asterión” se resuelve invirtiendo roles largamente cristalizados, a lo largo de los siglos, en el imaginario occidental, los del monstruo y el héroe. Esta inversión arrastra consigo una potente ironía: ¿qué pasa con la virtuosa imagen de Teseo, quien tiene como una de sus mayores proezas el haber vencido al terrible y monstruoso Minotauro? Ahora que Asterión se revela conmovedor en su soledad y su dolor, ¿es tan heroico su asesinato?

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