Resumen
El Acto comienza en una habitación de la casa de Bernarda Alba, "blanquísima" y con cuadros de paisajes inverosímiles y personajes de leyenda. Es verano. En el interior de la casa hay "un gran silencio umbroso", y al levantarse el telón se oye el ruido de campanas. La escena se abre con un diálogo entre La Poncia, la criada principal de la familia Alba, y otra criada cuyo nombre no se indica. Hablan acerca del funeral del esposo de Bernarda, Antonio María Benavides. Dicen que Magdalena, la segunda de las hijas de su ama, se ha desmayado en el primer responso. La Poncia está comiendo chorizos que son de Bernarda y deja que la otra sirvienta también lo haga. Ambas saben que Bernarda se enojaría por esa acción.
Las interrumpe la voz de María Josefa, madre de Bernarda, a quien mantienen encerrada por orden de ella. Luego la critican porque es exigente y tirana. La Poncia dice además que, salvo Angustias, descendiente de su primer marido, el resto de las hijas no heredará nada. Luego se queda la otra criada sola y una mendiga le pide comida. Ella se la niega groseramente. Más adelante, mientras se lamenta por su situación laboral, se enfurece con el difunto y menciona que tenía relaciones sexuales con él en el corral. La criada grita y dice que ella es la que más lo quiso de las que lo sirvieron, mientras entran a la casa cincuenta mujeres de luto.
Entra Bernarda con el bastón que le sirve de apoyo y pide silencio. Echa a la criada y dice que los pobres son como animales. La criada se va llorando. Una mujer la defiende y Bernarda la censura. Magdalena llora y Bernarda le prohibe que lo haga. Otras mujeres hablan del calor que hace. Los hombres están el patio. Una mujer le dice a Angustias que ha visto ha Pepe el Romano en el duelo. Angustias lo confirma, pero Bernarda niega que él haya estado y que su hija lo haya visto. Algunas mujeres hablan mal de Bernarda por lo bajo. Ella golpea su bastón e inicia una letanía por el difunto. Las otras mujeres la acompañan en la plegaria y luego se van. Bernarda dice que las mujeres del pueblo son murmuradoras y maldice a su pueblo, sin río y con pozos. Sostiene que en él no se puede confiar en nadie. Le pide un abanico a su hija Adela. Ella le alcanza un abanico con flores rojas y verdes y la madre lo arroja al suelo y, enfadada, le pide uno negro, adecuado para respetar el luto.
Luego, Bernarda les dice a sus hijas que el luto durará ocho años y que, mientras tanto, pueden bordar el ajuar. Magdalena dice que prefiere llevar sacos al molino, pues sabe que no va a casarse, y no le gusta estar sentada en una habitación oscura. La madre replica que ser mujer es así, y que esas tareas le corresponden por tener la buena posición económica en la que ha nacido.
Se escucha la voz de María Josefa. Bernarda permite que la dejen salir. La criada dice que la anciana se ha puesto anillos y pendientes y que dice que se quiere casar. Las nietas ríen. Bernarda le pide a la criada que la lleve al patio, con el cuidado de que no se acerque al pozo, no por miedo a que se tire, sino porque desde aquel sitio las vecinas podrían verla. A las hijas, que van a cambiarse de ropa, les dice que no se saquen el pañuelo de luto.
Análisis
Este acto comienza presentando la atmósfera de la casa y algunos de los temas principales que se van a desarrollar. Los colores blanco y negro predominarán en la escena. Esto puede atribuirse a la intensión de Lorca de crear un "documental fotográfico", como indica el autor al comienzo de la misma. Pero también estos colores tienen un valor simbólico. El color negro es símbolo de luto. Las paredes "blanquísimas" forman una atmósfera siniestra, enrarecida. Para enfatizarlo, se suman a la descripción "cuadros con paisajes inverosímiles de ninfas, o reyes de leyenda" (51). La decoración es austera y sombría. El color blanco también está presente en el nombre de la matrona que gobierna la casa, "Alba", que etimológicamente deriva de "albus", del latín, "blanco". Ese es otro juego simbólico entre el color que domina en las paredes de la casa y la mujer que "domina" la casa con autoridad inquebrantable.
La obra comienza en medio de un "gran silencio umbroso". Los silencios son muy significativos en esta obra. Además, hay que tener en cuenta que la primera y última palabra que pronuncia Bernarda en la obra es "¡Silencio!". El silencio domina en la casa. El "silencio umbroso" es una sinestesia, una figura retórica que consiste en mezclar sensaciones procedentes de distintos sentidos, en este caso, auditivo y visual. La idea que nos da es la de un clima sombrío.
Este Acto ocurre durante la mañana del día del funeral del esposo de Bernarda. La escena se abre con un diálogo entre las dos criadas de la casa. Esto está basado en un motivo característico del drama rural: los diálogos de criados. Pero en este caso no se trata de murmuraciones, lo cual es característico en este tipo de escenas, sino de la expresión de un odio profundo que las sirvientas sienten por Bernarda. Ellas expresan su frustración frente al trato que reciben por parte de Bernarda, por el despotismo con el que se conduce hacia ellas.
La lucha de clases está expuesta desde el principio de la obra. Las criadas se quejan de su situación. Ellas no tienen más posesiones que sus manos para trabajar: “Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad” (54), dice La Poncia. El "hoyo en la tierra de la verdad" es una metáfora con la que se refiere a un espacio en el cementerio. La vida de los que no tienen posesiones está destinada al trabajo al servicio de los otros. Bernarda marca muy bien las diferencias de clase, y eso estará presente en toda la obra. Poco después de entrar en escena, Bernarda hace evidente la diferencia de clase. Desde su perspectiva, "los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias" (56).
Por otro lado, el diálogo entre las criadas permite ver el hambre que padecen. Las sirvientas comen a hurtadillas la comida de Bernarda. Luego, la criada discute con una mendiga por ver quién se queda con las sobras. Esta situación es duramente retratada por Lorca. En este sentido, la obra también puede leerse como una crítica social a las condiciones en que viven los pobres. A propósito del tema hambre, él ha dicho en una entrevista:
“El mundo está detenido ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena, y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico dice: ‘¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted el lirio que florece en la orilla’. Y el pobre reza: ‘Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre’. Natural. El día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la gran revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista puro?” [Entrevista en La Voz, Madrid, 7 de abril de 1936].
La Criada también menciona en el primer diálogo los encuentros sexuales en el corral que mantenía con el esposo de Bernarda. Sus palabras son ambiguas respecto a si era forzada o no a hacerlo, pero el hecho pone en evidencia que los actos de adulterio llevados a cabo por hombres no son condenados socialmente. En este punto se establece una diferencia en la distribución de los géneros respecto a los que es socialmente aceptado.
En el ingreso de Bernarda a escena se destaca el uso del bastón, un elemento que tiene contundente eficacia dramática. El bastón tiene un doble valor simbólico: es signo de autoridad y es también un símbolo fálico, que subraya el carácter masculino de la protagonista.
Más adelante, en una breve discusión con una mujer, Bernarda niega que su hija haya visto a Pepe Romano en el duelo. Este rechazo de la realidad por encima de la evidencia es otro rasgo característico del personaje que acá se presenta. Ella impone lo que quiere por encima de los hechos fácticos. Niega la realidad o hace que se adecúe a sus deseos.
Luego, cuando las vecinas se retiran, Bernarda se indigna por las murmuraciones de las mujeres. Con la expresión "el veneno de sus lenguas" se refiere a eso. Este tema también es central en la obra. Bernarda siempre quiere cuidar las buenas apariencias y se preocupa en exceso por el qué dirán. Además, maldice a su pueblo porque cree que allí no se puede confiar en nadie: "este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada" (59). Aquí, la palabra "río" debe entenderse en su doble sentido, literal y matafórico. Por un lado, el pueblo no tiene ríos, literalmente. Por otro, el río es un símbolo erótico (ver en esta guía la sección "Símbolos, alegorías y motivos"). En este sentido, se alude a la represión sexual que se extiende a las mujeres del pueblo en general. En contraste con el río, se presenta otro elemento simbólico, el pozo, que alude a la muerte.
A continuación se presenta a la protagonista heroína de la obra, Adela, hija menor de Bernarda. Su primera intervención aporta datos importantes para definir su carácter. El abanico de color verde que le ofrece a su madre es un símbolo de vitalidad que la representa. El gesto la define.
La madre anuncia luego que “en ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle”. El “viento” en esta expresión también tiene valor simbólico, con connotaciones sexual. Por lo tanto, la orden implica que Bernarda exige castidad a sus hijas, es decir, renuncia al placer sexual por fuera de los principios morales. También la madre las incita a que comiencen a bordar el ajuar. Magdalena, una de las hijas, se opone a esa tarea que implica “estar sentada días y días dentro de esta sala oscura” (60), y agrega que prefiere llevar sacos al molino. La madre argumenta que “eso tiene ser mujer”, y afirma su posición diciendo: “Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles” (60). De esta manera quedan fijados los roles de género.
Este intercambio permite ver una intensa crítica social: las mujeres tienen asignadas tareas que las repliegan al interior de la casa, mientras los hombres pueden experimentar la vivacidad del afuera. Sobre este asunto se volverá más adelante, a propósito de los segadores que trabajan en los campos, en el segundo acto. Nótese acá, además, que la distribución de roles también está asignada por la pertenencia de clase. “Eso tiene la gente que nace con posibles” dice Bernarda, aludiendo a las personas que nacen con posesiones económicas.
Finalmente, en esta primera parte se presenta otro personaje, todavía no presente en escena. Se oye la voz de María Josefa. Ella es la madre de Bernarda y tiene demencia. Bernarda la mantiene encerrada en una habitación por miedo a que las vecinas se enteren de su locura, pues eso arruinaría su reputación. Esto puede observarse cuando ella autoriza a la criada a que la lleve al patio, pero le prohibe que se acerque al pozo. No lo hace por temor a que su madre se tire, sino porque “desde aquel sitio las vecinas pueden verla desde su ventana” (61).