La gallina degollada

La gallina degollada Resumen y Análisis Parte 2

Resumen

Debido a la situación familiar, la pareja comienza a mostrarse un resentimiento mutuo. Las hostilidades entre el matrimonio Mazzini-Ferraz crecen paulatinamente: él le echa en cara a su esposa que no asea a sus hijos, quienes presentan un aspecto deplorable. A su vez, Berta le echa la culpa por la enfermedad de los niños a la familia del marido. Así, ambos comienzan a chocar cotidianamente, hasta que durante un periodo de reconciliación logran concebir una niña, a quien llaman Bertita.

Los padres esperan ansiosos el momento en que Bertita cumple el año y medio, pero la niña no sufre de las convulsiones que atacaron a sus hermanos, y crece bella y saludable. Sintiéndose bendecidos por esta hija risueña, el matrimonio se olvida completamente de sus hijos idiotas, que quedan al cuidado de una sirvienta brusca. Así, los cuatro niños crecen totalmente privados del amor maternal.

Al cumplir los cuatro años, Bertita pasa una noche afiebrada como consecuencia del atracón de dulces con que sus padres la consintieron. Esa noche, ante la enfermedad de la hija, las hostilidades de la pareja recrudecen: cel marido acusa a su esposa de ser una tísica, causante de la enfermedad de sus hijos, mientras que Berta no se queda atrás y echa la culpa de su desgracia a su suegro, quien padecía de delirios que lo llevaron a la tumba. Sin embargo, cuando Berta se recupera del empacho, el matrimonio se reconcilia.

Análisis

En esta sección, el narrador se enfoca particularmente en la relación conflictiva del matrimonio Mazzini-Ferraz. La pareja, obsesionada con la idea de engendrar un vástago saludable, se sume en una dinámica basada en la culpabilización y el escarnio mutuo. A las discusiones particularmente violentas, sin embargo, le suceden momentos de sexualidad apasionada. Así, luego de cada enfrentamiento la reconciliación incluye la unión sexual y la búsqueda de un nuevo hijo que pueda redimir el matrimonio. A través de frases breves pero contundentes, la sexualidad de la pareja es un ámbito que el cuento también explora, como puede observarse en el siguiente pasaje: “Pero en las inevitables reconciliaciones sus almas se unían con doble arrebato y ansia por otro hijo” (p. 48).

La búsqueda permanente de un hijo saludable se vuelve la obsesión que estructura parte del relato y que pone de manifiesto la fantasía de producir un linaje perfecto y la redención de las culpas que la pareja siente por transmitir a sus hijos una herencia defectuosa. El hijo saludable representa, para los Mazzini-Ferraz, la concreción de su unión y la preservación de su sangre, que se ve amenazada por los hijos idiotas. Esta obsesión con la procreación también se vincula con las obras naturalistas, en muchas de las cuales una sexualidad exacerbada se construye como una dimensión inhumana, patológica y antisocial. Evidentemente, en “La gallina degollada”, la unión sexual sobrepasa los límites del deseo y se convierte en la búsqueda patológica de un niño que pueda ser como los demás: “¡Pero un hijo, un hijo como todos!” (p. 47). El contacto sexual de esta pareja, que aparece como biológicamente impedida de procrear hijos sanos, desencadena paulatinamente un proceso de degradación de la familia y una descendencia que termina constituyendo una presencia del orden de lo monstruoso.

Los hijos idiotas se presentan sumidos en una animalidad absoluta: comen como bestias, mugen en vez de llorar, solo imitan algunas conductas que observan y son incapaces de desarrollar pensamiento simbólico. La bestialización negativa de los hijos se describe todo a lo largo del cuento; en este pasaje, por ejemplo, se observa a los cuatro niños y sus costumbres: “Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial” (p. 47). La bestialización será llevada al extremo cuando, al final del relato, los cuatro hijos degüellen a su hermana imitando la acción realizada por la criada sobre la gallina.

Ante los ojos de los padres, estos hijos representan lo monstruoso que espanta y desespera. La enfermedad de los chicos genera una distancia contra la que los lazos familiares fracasan completamente. Después de sus ataques, los niños son percibidos como la alteridad, lo extraño e incomprensible que amenaza la unidad familiar y que dispara un proceso de abandono y exclusión progresivos. Poco a poco, los niños dejan de recibir la atención de los padres y quedan sumidos en el descuido y la desidia. Cuando nace Bertita, la hija sana que redime al matrimonio, el abandono de los cuatro hijos idiotas es absoluto.

Los hijos idiotas son un recuerdo constante del fracaso de la pareja y, por ello, tanto la madre como el padre hacen todo lo posible por olvidarlos, como si no existieran dentro de la unidad familiar. Tal es el nivel de despersonalización que estos personajes no reciben ningún nombre a lo largo de todo el cuento: el narrador se refiere a ellos como “los cuatro hijos idiotas del matrimonio” (p. 45) o, incluso, como “las cuatro bestias” (p. 47).

El nombre propio cumple la función de particularizar e identificar a un individuo dentro de un grupo, al mismo tiempo que indica una pertenencia familiar, el linaje del que el sujeto forma parte. En este sentido, que los cuatro hijos idiotas no lleven nombre y nunca se los presente con el apellido Mazzini es un claro indicio de que, con ellos, el linaje del padre llega a su fin.

El abandono de los cuatro niños sucede incluso en el plano de lo lingüístico, cuando los padres, al hablar entre ellos, cambian los posesivos al referirse a sus hijos. Por ejemplo, en un momento Berta contesta a la provocación de su esposo diciendo “—Es la primera vez que te veo inquietarte por el estado de tus hijos” (p. 47), y más adelante es el marido quien cae en la misma provocación: “¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos!” (p. 49). El uso del posesivo “tus” para referirse a los hijos que son propios opera una desvinculación de los sujetos que coloca a los hijos bajo el signo de la otredad y, al mismo tiempo, es un ataque directo que los miembros de la pareja se dirigen mutuamente, puesto que cada uno de ellos parecer arrogarle la culpa al otro y responsabilizarlo por la enfermedad de los niños.

Cuando nace Bertita, la operación de abandono llega a su punto máximo: “Si aun en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidose casi del todo de los otros” (p. 28). En este pasaje, los cuatro hijos se convierten, definitivamente, en los otros, aquellos que no deben siquiera ser nombrados. El abandono de los cuatro hijos representa también el fracaso de la familia como la unidad de integración social primaria. Los padres no cumplen con sus deberes de amparar y proteger a todos sus hijos por igual, y la animalización de los niños idiotas termina de concretarse al quedar al margen de todos los cuidados maternos y paternos.

El nacimiento de Bertita, por el contrario, es un evento que instaura la continuidad de la genealogía familiar. Tener una hija sana significa que, a pesar de todo, la sangre y el linaje de los Mazzini-Ferraz puede perpetuarse. Por eso mismo, la niña es la única que tiene un nombre propio entre los hijos de la familia, y ese nombre es el que la coloca en el extremo opuesto de sus hermanos. Frente a lo monstruoso, Bertita representa la unidad familiar y la redención del problema hereditario de la pareja.

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