La siesta del martes

La siesta del martes Resumen y Análisis Parte 2

Resumen

Madre e hija se dirigen a la casa cural, donde las atiende la hermana del sacerdote y les explica que el padre está durmiendo la siesta. Sin embargo, dada la insistencia de la madre, el sacerdote se hace presente y le pregunta qué desea. La mujer le pide la llave del cementerio, puesto que desea visitar a Carlos Centeno, su hijo, quien murió la semana anterior en el pueblo.

El narrador entonces retrocede en el tiempo y relata la muerte de Carlos Centeno Ayala: son las tres de la mañana de un lunes y la señora Rebeca, una viuda solitaria, escucha que alguien intenta forzar la puerta de su casa. Ante el temor que el ruido le produce, toma un viejo revolver y dispara a través de la puerta. Ese único disparo da en el blanco y, al amanecer del día siguiente, el pueblo encuentra el cadáver de Carlos tirado en el suelo, frente a la casa de la mujer.

Análisis

En el diálogo que la madre sostiene con el cura cuando consigue que este la atienda, se revela cuál es el motivo generador del relato: la muerte de Carlos Centeno, el hijo de la protagonista:

—Que tumba van a visitar? —preguntó.

—La de Carlos Centeno —dijo la mujer.

—¿Quién?

—Carlos Centeno —repitió la mujer.

El padre siguió sin entender.

—Es el ladrón que mataron aquí la semana pasada —dijo la mujer en el mismo tono—. Yo soy su madre (p. 99).

La indicación que hace el narrador sobre el tono con el que la madre pronuncia la última frase pone en evidencia la naturalidad con la que la pérdida del hijo se integra a la vida de sus familiares. En la obra de García Márquez, la muerte siempre se presenta como un acontecimiento esperado y natural que forma parte de la realidad cotidiana de los personajes. Cabe destacar que el tema de la muerte aparece en todos los relatos de Los funerales de la Mamá Grande. Tanto en “La siesta del martes” como en “La viuda de Montiel”, la muerte es el motivo generador de la historia, puesto que es a partir de ella que se desencadena la serie de acciones en las que se concentran ambos relatos.

En el caso que nos interesa, es la muerte de Carlos Centeno, asesinado por la viuda Rebeca, la que dispara la acción: la madre y la hermana del muerto se dirigen al pueblo donde ocurrió la tragedia para dejar flores en la tumba del difunto. Como puede verse a lo largo de todo el relato, la madre acepta la muerte del hijo como una parte más de su cotidiano. Esta forma de posicionarse ante la tragedia revela toda una cosmovisión cultural que encarna en la figura de la madre: se trata de una mujer que representa un grupo social marginado, acostumbrado a las pérdidas, que acepta con estoicismo y dignidad la dimensión trágica de la vida. Estas ideas se refuerzan en las líneas que siguen al comentario de la madre que hemos citado: "El sacerdote la escrutó. Ella lo miró fijamente, con un dominio reposado, y el padre se ruborizó. Bajó la cabeza para escribir. A medida que llenaba la hoja pedía a la mujer los datos de su identidad, y ella respondía sin vacilación, con detalles precisos, como si estuviera leyendo. El padre empezó a sudar (p. 99)".

Es interesante el contrapunto que se establece entre estos dos personajes. En el pasaje anterior, la madre domina la escena: está tranquila, sabe exactamente quién es y cómo debe gestionar la situación. El cura, por el contrario, se presenta como un sujeto poco tenaz, cohibido y tenso frente a su interlocutora. Si consideramos que el rol fundamental del sacerdote es el de prestar apoyo espiritual a los fieles en necesidad, queda clara la representación negativa de la institución religiosa en el cuento: el cura no solo se muestra incapaz de brindar aliento a la madre que perdió a su hijo, sino que incluso llega a recriminarle que Carlos Centeno murió porque ella no lo crio correctamente. A la mezquindad del sacerdote se opone la dignidad de la madre, que acepta la pérdida y no se amedrenta frente al escarnio social al que primero el cura y luego todo el pueblo la someten.

En este punto del relato, el narrador realiza una retrospección y refiere el episodio que rodea a la muerte de Carlos Centeno. Hasta este momento, la voz narradora se ha limitado a contar lo que observa en torno al viaje de la protagonista. Ahora, el narrador se configura como omnisciente para poder brindar al lector una serie de informaciones que echan luz sobre el conflicto del relato. En el pasaje en retrospectiva, el narrador no se limita a presentar una situación como si la estuviera observando, sino que despliega muchos conocimientos que van más allá del episodio. Por ejemplo, indica al lector que el revólver que utiliza la viuda Rebeca no había sido disparado “desde los tiempos del coronel Aureliano Buendía” (p. 99), y que la viuda sentía un terror “desarrollado en ella por 28 años de soledad” (p. 99). En este pasaje, entonces, es evidente el cambio de tono narrativo: el laconismo que domina la mayor parte del relato se deja de lado por un momento cuando la voz narradora debe presentar la muerte de Carlos, es decir, el episodio que da origen al conflicto del cuento.

Este cambio de orientación revela hasta qué punto la voz narradora construye el clima del relato desde los datos ocultos o no dichos: en toda la primera parte del cuento, hay una serie de indicios que orientan la significación del texto -los vestidos de luto, las flores- pero que ocultan los eventos fundamentales. Esta singularidad es una de las marcas de estilo propias de García Márquez, y puede apreciarse en muchos de sus relatos; el dato oculto es el recurso que estructura la narración, y su objetivo es mantener al lector a la expectativa y hacerlo participar activamente de la interpretación de los hechos, hasta el momento en que la voz narradora devela el misterio.

La muerte de Carlos Centeno es otro ejemplo de la división social entre poderosos y marginados a la que nos hemos referido en la sección anterior. Como se comprende a partir de su descripción, Carlos Centeno es un hombre pobre: “vestía una franela a rayas de colores, un pantalón ordinario con una soga en lugar de cinturón, y estaba descalzo” (p. 99). Mediante el contrapunto entre el rico y el pobre, el narrador omnisciente realiza una denuncia social: al igual que su madre y su hermana, Carlos pertenece y representa una clase social pobre y marginada. Rebeca, por su parte, representa la familia burguesa, solitaria y con delirios de persecución, ya que vive bajo “un terror desarrollado en ella por 28 años de soledad” (p. 99). Su casa, de aspecto burgués, está llena de cachivaches, lo que indica su poder para adquirir mercancías que no son de primera necesidad. Esta denuncia social -cuyo análisis profundizaremos en la siguiente sección- compone una de las dimensiones más importantes del relato, y demuestra la importancia de la dimensión social en la obra de García Márquez.

Cabe destacar también que los únicos personajes mencionados por sus nombres son el muerto, Carlos Centeno Ayala, y su asesina, Rebeca. Tanto la madre como su hija, el cura y la hermana del cura aparecen solo definidos por sus roles sociales, pero se mantienen en el anonimato. Esta decisión no es arbitraria, sino que vehiculiza una serie de sentidos en torno a la singularidad y la universalidad de los hechos que aborda el cuento. Como hemos explicado en la sección anterior, la espacialidad y la temporalidad del relato contribuyen a generalizar la acción: lo que sucede en este pueblo en particular es extrapolable a toda la realidad de la región caribeña. La falta de nombres de muchos personajes también puede interpretarse en este sentido: no importa el nombre y el apellido de la madre, porque lo que le pasa a ella vehiculiza el sufrimiento y las penurias de toda una clase social que se enfrenta regularmente a los mismos problemas. Del mismo modo, no importa quién es el cura, sino el hecho de que es un cura. Es decir, la forma de actuar del sacerdote, tan fría y distante frente al luto de la madre, no importa desde lo individual, sino en tanto representación de un actor social. Con ello, la crítica social no se hace desde lo particular, sino que se generaliza y se muestra desde una perspectiva sistémica: son los roles sociales los que repiten, en este caso o en muchos otros, las dinámicas de poder y de sometimiento.

En sentido inverso, aquello que sí está particularizado es la acción de matar y morir: quien dispara es Rebeca, quien muere es Carlos Centeno Ayala. Ese momento, que en el relato se contempla en retrospectiva, es único y está singularizado. Darle nombre a Carlos Centeno Ayala es una forma de retribuirle la importancia que la sociedad le quita a su muerte. Además, la escena funciona como un contrapunto del momento citado al inicio de esta sección, en el que el cura no se acuerda el nombre del muerto y no comprende de qué le están hablando hasta que la madre menciona el incidente.

Como hemos dicho, el espacio indefinido en el que transcurre el cuento remite a Macondo, el pueblo caribeño arquetípico en el que García Márquez desarrolla sus historias. En el pasaje de la muerte de Carlos se incluye una referencia que inscribe a “La siesta del martes” dentro de los relatos macondianos: Rebeca dispara, dice el narrador, “un revólver arcaico que nadie había disparado desde los tiempos del coronel Aureliano Buendía” (p. 99). Aureliano Buendía es uno de los protagonistas de Cien años de soledad, la novela que consagra a García Márquez como uno de los principales exponentes del realismo mágico. Esta participación del relato dentro de un universo literario mucho más vasto es otra de las formas en las que el autor inscribe la historia particular dentro de una experiencia humana universal.

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