La vida de Pi

La vida de Pi Imágenes

El zoológico de Pondicherry

En la primera parte de La vida de Pi abundan las descripciones que Pi hace sobre su infancia en el zoológico. La mayoría de ellas están marcadas por la rica presencia de estímulos sensoriales: "Tienes que imaginarte un lugar caluroso y húmedo, bañado por la luz del sol y colores brillantes" (p.33). El zoológico es un territorio donde apreciar una vasta paleta de colores: "A la salida a veces me detenía delante del terrario para mirar las ranas de color verde brillante, o amarillo y azul intenso, o marrón y verde clarito" (p.35). Más aun, el zoológico tiene también sus sonidos propios -"De pequeño, mi despertador era una manada de leones" (p.34)-, que luego son asimilados por Pi como parte de su vida cotidiana. De hecho, afirma que no lo sorprenden "los gritos y chillidos de los monos aulladores, las minas del Himalaya [ni] las cacatúas moluqueñas" (Ibid.).

La síntesis, de la experiencia sensorial del zoológico se puede leer en el siguiente párrafo:

En los zoológicos, igual que en la naturaleza, las mejores horas de visita son al amanecer y al atardecer. Es la hora en que los animales se animan. Se despiertan, salen de sus refugios y se acercan sigilosamente a la orilla del agua. Muestran sus vestiduras. Cantan sus canciones. Se vuelven los unos hacia los otros y practican sus ritos. Hay una gran recompensa para el ojo que observa y el oído que escucha (p.36).

Esa idea de la "recompensa" de la que habla Pi está relacionada con la capacidad de apreciar todos estos estímulos. Pi crece entre animales y guardianes que los conocen bien, y tiene, por lo tanto, un acceso privilegiado a su día a día. En este ambiente de exuberancia natural pasa sus primeros años y aprende sus primeras lecciones sobre la vida, que le serán de particular utilidad después del naufragio.

La alfombra de oración

Luego de convertirse a su tercera y última religión, Pi tiene dos deseos puntuales: hacerse con una alfombra de oración y ser bautizado. Aunque, al comienzo, su padre no quiere concedérselos, ya que no comprende el fervor religioso de Pi, termina cediendo a ello. La experiencia del rezo musulmán adquiere características táctiles y visuales concretas para Pi, que lo asocia con la espiritualidad que lo invade en esos momentos:

Adoraba mi alfombra de oración. Aunque no fuera de primera calidad, a mis ojos brillaba con luz propia. Lamento haberla perdido. Dondequiera que la extendiese, sentí un cariño especial hacia el suelo que cubría y sus alrededores, y eso indica que era una buena alfombra de oración dado que me ayudaba a recordar que la tierra es la creación de Dios e igual de sagrada en todo el mundo. El estampado, líneas doradas sobre un fondo rojo, era sencillo: a un extremo había un rectángulo delgado acabado en una punta triangular para indicar la quibla, la dirección de oración. Alrededor de la punta flotaban unas volutas, como espirales de humo o acentos de un lenguaje extraño. Era suave. Cuando rezaba, las borlas sin trenzar me quedaban a pocos centímetros de la cabeza a un extremo y al otro, a pocos centímetros de la punta de los dedos. El tamaño era perfecto para que me sintiera a gusto en cualquier rincón de esta inmensa tierra (p.111).

Mientras rememora su alfombra, el recuerdo lo remonta a ese momento de comunión con Dios. Así, acariciar la tela y apreciar las formas de su tapete parecen ser ejercicios tan sagrados como el rezo mismo.

El comino

Como explicamos en los dos puntos anteriores, la vida de Pi en Pondicherry se caracteriza por una gran abundancia de colores, sonidos y texturas. Pi describe con precisión, asimismo, los platillos indios que disfruta mientras vive allí.

Esta gran variedad desaparece por completo durante el naufragio, cuando Pi se queda solo en el mar invariable, donde debe acostumbrarse a comer, ver y escuchar casi siempre lo mismo. Durante esa experiencia uniforme, sin embargo, hay una sensación que destaca por lo inusual y su poder evocativo: las bengalas.

Por uno de esos fenómenos de la química, olían exactamente igual que el comino. Me embriagaba. Cuando olía los cartuchos, me transportaba a Pondicherry, un alivio maravilloso después de ver que mi grito de auxilio caía en oídos sordos. Era una experiencia muy fuerte, casi una alucinación. De un simple olor brotaba una ciudad entera. (Ahora, cuando huelo comino, veo el océano Pacífico) (p.260).

El olor a comino tiene para Pi el efecto de recordar los detalles de su ciudad natal. En este sentido, el olor aparece como una de las maneras de acceso a todo lo que perdió. A su vez, la mera asociación del olor de la bengala con el de un condimento también puede estar motivado por el hambre bestial que siente. Identificar ese olor como el del comino, entonces, puede estar condicionado por el profundo deseo de comer.

Más adelante insistirá en el que este es el único aroma del que se acuerda: "No recuerdo ningún olor. Bueno, sólo el olor de las bengalas de mano. Olían a comino, ya lo he mencionado, ¿verdad?" (p.307). Es interesante notar, hacia el final de la cita anterior, cómo el referente del recuerdo del comino cambia. Después de los 227 días en el mar, el olor ya no evoca más Pondicherry, sino la inmensa masa de agua que lo rodeó durante ese período.

La isla carnívora

La llegada a la isla de las algas es uno de los sucesos menos verosímiles de La vida de Pi. Sin embargo, Pi le dedica una buena porción de este capítulo a describir cómo percibe la isla.

El primer acceso es visual: Pi ve árboles y verde por doquier. Pronto se ve abrumado por el verdor del lugar, al que se refiere con la metáfora del "cielo de la clorofila” (p.329). La isla es tan verde "que superaba cualquier colorante o luz de neón. Un verde para embriagarse" (Ibid.). Una vez dentro, descubre que "los árboles estaban tan cerca los unos de los otros que las ramas invadían el espacio de las demás, y se tocaban y se entrelazaban" (p.353), por lo que el cielo desde allí es, efectivamente, verde.

A pesar de deslumbrarse por el esplendor visual de este verde, Pi no se convence de haber llegado a tierra firme sino hasta que siente su olor: "Finalmente, mi nariz fue la que evaluó la isla. Llegó a mi sentido olfativo, abundante y fresco, abrumador: el olor a vegetación" (p.329). Se trata de un "perfume a materia orgánica vegetal [lo] emborrachó” (p.329). En este punto, la insistencia de Pi en la embriaguez que le produce la isla se puede asociar con un antecedente literario de este motivo, que es la Isla de los Lotófagos de la Odisea. Así como la flor del loto, la vegetación de esta isla parece actuar como un narcótico.

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