Los animales en libertad llevan una vida de compulsión y necesidad dentro de una jerarquía social implacable en un medio en el que abunda la provisión de miedo y escasea la provisión de comida, en el que hay que defender constantemente el territorio y aguantar los parásitos durante toda la vida. ¿Qué sentido tiene la vida en semejante contexto? Los animales en libertad, a efectos prácticos, no tienen libertad ni en el espacio ni en el tiempo ni en sus relaciones personales.
Esta cita sintetiza el concepto que Pi tiene sobre la libertad. No la define por la carencia de una jaula, sino por la posibilidad de ejercitar el libre albedrío. Los animales, así como toda persona cuya supervivencia se ve amenazada continuamente, no se dan este lujo. De esta manera, este pasaje presagia también la propia lucha de Pi por la supervivencia, que restringe su libertad y lo acerca más a la experiencia animal.
—Aguanta. Voy a tirar de la cuerda para acercarte, ¿vale? No te sueltes. Tú tira con los ojos y yo tiraré con las manos. En pocos segundos estarás a salvo y estaremos juntos. Un momento. ¿Juntos? ¿Que estaremos juntos? ¿Me habré vuelto loco?
Pi pronuncia estas palabras en el inicio de la segunda parte para alentar a Richard Parker a subirse al bote salvavidas. Como se puede ver, se dirige al tigre como si se tratara de un humano, dándole indicaciones y haciéndole preguntas. A su vez, en medio de esta línea de diálogo toma conciencia de que es peligroso compartir un bote con un tigre. Sin embargo, esta primera intención de unión que tiene Pi de alguna manera presagia la revelación que tendrá luego, cuando termine por aceptar que deben sobrevivir juntos.
Tenía que domarlo. En aquel instante comprendí que era una necesidad. No era cuestión de él o yo, sino de él y yo. Los dos estábamos literal y figuradamente en el mismo barco. Sobreviviríamos o moriríamos juntos (...). Si seguía con ansias de vivir, fue gracias a Richard Parker. Me impidió que pensara demasiado en mi familia y en mis circunstancias trágicas. Me obligó a seguir viviendo. Lo odié por ello, pero a la vez se lo agradecí. Se lo agradezco. Es la pura verdad: sin Richard Parker hoy no estaría vivo para contarte mi historia.
Este es uno de los momentos más emotivos de La vida de Pi. Después de idear algunos planes para matarlo, Pi termina por aceptar que debe garantizar la supervivencia de Richard Parker. Resulta irónico que compartir un bote con un tigre sea, a la vez, lo que lo "obligue a seguir viviendo". Sin embargo, Pi descubre que los dos están “literal y figuradamente en el mismo barco” y reconoce que existe una identificación entre ambos. Teniendo en cuenta la segunda versión que Pi cuenta, en la que él y Richard Parker son el mismo personaje, este punto de quiebre es clave, ya que la coincidencia en este caso es explícita. Pi reconoce que, en gran medida, él es Richard Parker. Ninguna de las otras equivalencias entre personajes humanos y animales (la hiena y el cocinero, la cebra y el marinero, Zumo de Naranja y Gita) se narra de manera tan declarada.
Quizá te sorprenda que en tan poco tiempo pasara de llorar la muerte encubierta de un pez volador a aporrear un dorado hasta la muerte con tanto regocijo. Podría justificarme diciendo que el hecho de beneficiarme del error náutico de un desdichado pez volador me llenó de apocamiento y congoja, mientras que el entusiasmo de pescar un enorme dorado con mis propias manos me tornó sanguinario y seguro de mí mismo. Pero a decir verdad, la explicación es otra. Es sencilla y brutal: una persona puede acostumbrarse a todo, hasta a matar.
Este párrafo ocupa un lugar intermedio entre la primera vez que Pi mata a un animal, el pez volador, y la segunda, un dorado. Mientras que la primera supone un gran dolor y un esfuerzo descomunal, la segunda es hasta placentera. Pi repite la explicación para muchos de los actos que se ve forzado a cometer durante la segunda parte: la costumbre todo lo puede. En los primeros capítulos, cuando reflexiona sobre el concepto de la libertad y el comportamiento animal, hace hincapié en que los animales se resisten a los cambios, que les cuesta la adaptación. Desde ese punto de vista, Pi presenta una diferencia sustancial, ya que se va adecuando progresivamente a las circunstancias que le impone su contexto.
El día que calculé sería el cumpleaños de mi madre, le canté «Cumpleaños Feliz» en voz alta.
El capítulo 75 contiene únicamente esta oración. La desolación que transmite, en este punto en el que Pi ya ha perdido la noción del tiempo, es absoluta. Salvo por el tigre, Pi está totalmente solo en el mar y, para mantener la cordura, elige sostener algunos de los rituales que celebraba en su vida anterior al naufragio. En el capítulo anterior menciona las misas religiosas, que adapta como puede; aquí, el cumpleaños de su madre. Sólo repitiendo estas ceremonias Pi puede conectar con lo que fue antes de la tragedia, con su pasado feliz e inocente en Pondicherry.
Yo le proporcionaba [a Richard Parker] comida y agua fresca. Mi presencia era pura y milagrosa. Me otorgaba cierto poder. La prueba es que sobreviví semana tras semana. La prueba es que no me atacó, aun cuando dormía sobre la lona. La prueba es que sigo aquí para contar mi historia.
Esta cita se relaciona con uno de los motivos de la novela: el del dominio. Una vez que decide adiestrar a Richard Parker, Pi comienza a poner en juego estrategias para que el tigre lo vea como una autoridad y le haga caso. Muchas de esas tácticas las aprendió de su padre. En ese sentido, el bote se convierte en una suerte de mini-zoológico. La eficiencia de su labor como adiestrador se comprueba, tal como dice aquí, en el hecho irrefutable de que Richard Parker nunca intentó atacarlo.
Fue el terrible precio de Richard Parker. Me regaló una vida, la mía, a costa de llevarse otra. Arrancó la carne del cuerpo del hombre y le rompió los huesos. El olor a sangre me inundó las narinas. En ese instante, algo murió en mí que jamás ha resucitado.
Este pasaje coincide con uno de los momentos más oscuros de Pi. La brevedad de las oraciones imita un estilo telegráfico, como si sufriera una especie de bloqueo expresivo. Pi solo tolera recordar parcialmente el episodio del francés, puede listar las sensaciones, pero no profundiza en los efectos psicológicos de este evento tan atroz. Este momento, más que cualquier otro en el texto, parece caracterizarse por la ausencia de Dios. Es también el momento en el que la vida de Pi está amenazada más explícitamente.
Si está a nuestro alcance, debemos dar una forma significativa a las cosas. Por ejemplo, ¿te ves capaz de narrar esta historia tan embrollada en cien capítulos, ni uno más, ni uno menos?
Esta última pregunta que Pi le hace directamente al autor arroja luz sobre la centralidad del acto de narrar. Por una parte, insiste en el hecho de que lo que se narra es una historia, como en otros momentos de la novela, y que esa historia la narra un personaje intermediario entre Pi y los lectores: el autor/narrador. Por otra parte, responde a una elección que en apariencia puede resultar arbitraria, el hecho de que La vida de Pi tiene, en efecto, cien capítulos. Aquí se nos revela que esa longitud tiene como origen responder a este desafío.
De la misma manera, la preferencia de Pi por "dar una forma significativa a las cosas" se vincula tanto a su oficio como narrador como a su fe en Dios. Él considera que el acto de narrar, de darle forma a las cosas, aplica también en la vida. Por lo tanto, una persona pude dar forma a su propia historia de mejor manera si cree en Dios. Él, enfrentado a la ausencia de Dios, simbolizada mediante el hundimiento del Tsimtsum, crea su propia versión de los hechos. Le da forma a su historia, que en gran medida equivale a la creación de su propio universo.
PI PATEL: (...) Así que díganme, ya que los hechos no van a afectar a su informe y, de cualquier forma, no pueden demostrar cuál de ellas es verdad, ¿cuál de las dos historias les ha gustado más? ¿Cuál les parece la historia preferible, la historia con animales o la historia sin animales?
SR. OKAMOTO: Es una pregunta interesante...
SR. CHIBA: La historia con animales.
SR. OKAMOTO: Sí. La historia con animales es la historia preferible.
PI PATEL: Gracias. Y así va con Dios.
Esta cita es esencial en la novela: el propio Yann Martel afirma que "la mejor historia" es una frase clave de La vida de Pi. Ello es porque este intercambio condensa la relevancia de la relatividad de la verdad como uno de los temas centrales de la obra. Tal como mencionamos en la sección Temas, según Pi, la objetividad es imposible, y todo parece reducirse a "la historia preferible".
En ese sentido, las religiones son para él también historias. Creer en Dios es una elección, ya que la verdad y la falsedad siempre son relativas. No hay manera de demostrar o negar la existencia de Dios. Asumir que algo es "verdad", como dice Pi al comienzo de esta cita, no afecta directamente a los hechos. ¿Por qué, entonces, no creer lo que Pi considera "la mejor historia", que Dios existe? Este pasaje, entonces, conecta todos estos tópicos y les otorga cohesión al final de la novela.
Como aparte, la historia del único superviviente, señor Piscine Molitor Patel, es una odisea de valentía y resistencia bajo unas circunstancias extraordinariamente difíciles y trágicas. En la experiencia de este investigador, se trata de una historia sin precedentes en la historia de los naufragios. Muy pocos náufragos pueden afirmar haber pasado tantos días en alta mar como el señor Patel, y ninguno en compañía de un tigre de Bengala adulto.
Este es el último párrafo de La vida de Pi. Gracias a la última parte comprendemos que el señor Okamoto aceptó la primera historia de Pi y, por extensión, aceptó también a Dios. Pi le presenta al señor Okamoto la posibilidad de moldear la vida como uno quiere, de poder descubrir su forma más perfecta. Aunque que el señor Okamoto crea la segunda historia, más trágica y horrible, igualmente elige la primera. Hasta este punto, no está clara su elección sincera, pero las últimas palabras dejan ver que aceptó la historia del tigre que antes se le hacía difícil de creer.