El ataque de las ménades
El Mensajero le cuenta a Penteo los milagros que hace posible la religión dionisíaca. Para ello describe mediante vívidas imágenes visuales el ataque del que las mujeres fueron capaces con el objetivo defenderse de la embestida de unos hombres: “Ellas atacaron con sus manos a nuestras terneras, las desgarraban a tirones lanzando los trozos arriba y abajo”, dice, “y los rojos pingajos colgaban de las ramas de los abetos chorreando sangre”. A medida que avanza el relato, la imagen es aún más feroz: “Toros atrevidos y orgullosos caían al suelo empujados por infinitas manos de mujeres”, asegura, “y los trozos de carne pasaban de una a otra más deprisa de lo que tus ojos, rey, podrían mirar” (vv.471-479).
El monte Citerón
Para narrar la muerte de Penteo, el Mensajero describe primero en imágenes visuales y sonoras el monte Citerón, donde ocurre luego la escena del asesinato: “Era un recodo cerrado por peñascos, regado por arroyos y sombreado por los pinos”, cuenta el joven, “donde las ménades estaban sentadas, con las manos ocupadas en dulces tareas”. Estas mujeres, dirá luego, “cantaban, en alternancia de unas y otras, una báquica canción” (vv.1032-1036).
La voz de Dioniso
El Mensajero describe el momento en que Dioniso abandona su forma antropomorfa para ascender al cielo y anunciar a las ménades que su enemigo, Penteo, está a su alcance para ser destruido. Cuando la voz de Dioniso da la orden desde el cielo, el Mensajero describe en imágenes visuales y sonoras el efecto de su palabra: “En el cielo y en la tierra quedaba fija una luz de fuego sagrado”, asegura, y “quedó en silencio el aire, y en silencio el boscoso valle retenía sus hojas, ni siquiera se oía algún aullido de sus animales” (vv.1051-1056).
La posesión de Ágave
Es Ágave quien, poseída por el éxtasis dionisíaco, asesina a su propio hijo al confundirlo con un león. Tras ello, el Mensajero describe en imágenes visuales el estado de la mujer, quien estaba “echando espuma por la boca” como una fiera, además de tener “extraviadas sus pupilas, en pleno desvarío” (vv. 1062).