Ante los dioses nadie es sabio.
El tema de la sabiduría es importante en la obra, donde aparecen representadas distintas formas de concebir la sabiduría y el conocimiento. Los personajes de Tiresias y Cadmo, por ejemplo, encarnan una sabiduría más ligada a la vejez, y su templanza y humildad se contraponen al fervor que conduce a los personajes más jóvenes a decir y actuar. Ambos predicen el desastre que supondría oponerse a una divinidad como la de Dioniso, e intentan evitar que Penteo inicie esa batalla, pero la decisión del joven rey es irrefrenable. Tiresias advierte la falta de sabiduría que radica en desafiar a los dioses, reconoce que la soberbia e inmadurez llevarán a Penteo (y a Tebas) a un destino trágico.
Recorred la ciudad y seguid el rastro al extranjero de aspecto afeminado que ha traído una nueva enfermedad a las mujeres y sus lechos ultraja. Y si lo apresáis, traedlo aquí, para que reciba la pena de lapidación y muera, después de ver en Tebas una amarga bacanal.
Desde su primera aparición, Penteo critica el fervor religioso que ha tomado a Tebas y ordena a sus soldados terminar con el culto a Dioniso, apresando incluso al dios. Se establecen así rápidamente los roles de protagonista (Dioniso) y antagonista (Penteo) de la pieza, y la lucha de poder entre ambos constituye la base argumental de la obra.
El joven rey ve amenazado su poder y se niega a comprender la naturaleza de la nueva divinidad que se presenta en su territorio. Desde el primer momento acusa a la nueva religión de irracional y salvaje, lo cual es irónico en tanto él acaba actuando con irracionalidad y salvajismo al usar la fuerza para acabar con el culto. Desde el inicio, su voluntad es la de imponer su poder encerrando en prisión a sus enemigos o bien directamente asesinándolos. Sus palabras producen terrible temor en sus interlocutores (que en esta escena son Tiresias y Cadmo) quienes temen el castigo que recibirá Tebas por la blasfemia del rey.
Es un insensato quien pide prudencia a un insensato.
Dioniso responde así a los cuestionamientos de Penteo en el primer encuentro entre ambos. El joven rey quiere indagar sobre la religión dionisíaca, pero su interlocutor (Dioniso, disfrazado de joven mortal) solo responde con evasivas. Una de ellas es la frase citada, que además expone un planteo que atraviesa parte de la obra en relación con el tema de la sabiduría: la razón. El joven rey se opone a la religión dionisíaca por considerarla irracional e insensata, pero, paradójicamente, actúa con insensatez al hacerlo, tal como aquí señala el dios. Penteo intenta medir, comprender lo otro con las reglas de lo propio, en lugar de inmiscuirse en los misterios de esa otredad que se le presenta y que está ligada a las fuerzas incontenibles de la naturaleza.
El parlamento también resuena como indicio o advertencia si se tiene en cuenta el desenlace de la obra. Penteo actúa efectivamente con insensatez, primero intentando combatir a una fuerza claramente superior, y luego confiando en Dioniso para visitar el monte Citerón. Pero el joven rey no es el único que, ingenua o inocentemente, pida sensatez al dios del exceso: al final de la obra, veremos a personajes como Cadmo pidiendo clemencia a un protagonista que no reducirá sus fuerzas por “sensatez” ni por piedad ante los mortales.
Sobre ti, en pago de estos abusos, caerá Dioniso, ese cuya existencia niegas. Pues al encarcelarme, es a él a quien ofendes.
Los encuentros entre Dioniso y Penteo se sostienen siempre en la ironía dramática, en tanto el joven rey está obsesionado con encontrar a Dioniso y el dios está ante sus ojos, solo que disfrazado de mortal. El protagonista de la obra habla entonces en tercera persona de sí mismo, aunque en sus expresiones se evidencia o da a entender (salvo a Penteo, que producto de su propia obsesión no logra reconocer la verdad que se presenta a sus ojos) su verdadera identidad.
Las expresiones en que Dioniso hace referencia a sí mismo en tercera persona tienen un efecto adicional, en tanto sugieren la diferencia entre el dios personal, la forma antropomorfa, y la abstracción, el misterio que representa la forma antropomorfa. Dioniso posee una identidad doble: es tanto un ser personificado como una fuerza de la naturaleza. Su forma antropomorfa es la encarnación de esa fuerza.
En este tipo de parlamentos queda claro además que Dioniso intenta advertir a Penteo sobre los peligros de su comportamiento, sobre las consecuencias que tendrá su blasfemia. Dioniso es el dios de las fuerzas de la naturaleza, tan beneficiosas como potencialmente peligrosas, y la venganza divina ante el hombre que la blasfeme no reparará en excesos ni cederá ante la compasión.
DIONISO.— ¡Espera! ¿Quieres verlas sentadas en los montes?
PENTEO.— Sí, daría infinito peso en oro.
DIONISO.— ¡Qué! ¡Tanto has sucumbido ante tu pasión por esto!
PENTEO.— Será penoso para mí verlas embriagadas.
DIONISO.— ¿Y verías con gusto lo que para ti es amargo?
PENTEO.— Sí, sentado en silencio, bajo los abetos.
En este diálogo se inicia la caída de Penteo. El joven rey se proponía enviar a sus soldados para terminar con los ritos báquicos, pero Dioniso le propone que antes vea de cerca lo que sucede entre las mujeres del monte Citerón. Penteo, que desde el inicio de la pieza hablaba con desprecio e indignación acerca de la lascividad y el salvajismo que se había apoderado de las tebanas, no puede evitar rendirse ante la curiosidad por aquello que supuestamente despreciaba, y da así el paso que luego sepulta su destino.
Este giro en Penteo deja en evidencia las pulsiones que se esconden en quien niega, rechaza, a una fuerza o persona señalándola como otra, distinta. La obsesión que el joven rey tiene por terminar con el culto dionisíaco revela un claro interés, una curiosidad por aquello a lo que dice despreciar. Penteo critica los ritos dionisíacos por lascivos y, sin embargo, no es otra cosa que la curiosidad lasciva lo que lo conduce a querer observar lo que sucede entre las mujeres en el monte. Esta actitud simboliza la relación que el hombre civilizado tiene para con lo que considera salvaje: una relación violenta, motivada por el temor a lo desconocido, que en realidad es el temor por reconocer en sí mismo lo que quiere señalar como ajeno.
Ser prudentes y respetar las cosas divinas, es lo mejor. Creo que eso mismo es la más sabia de las riquezas de las que pueden servirse los mortales.
La muerte de Penteo sucede fuera de escena, en el monte, y es relatada a posteriori por un mensajero. Con la frase citada el mensajero cierra su relato sobre el destino trágico del rey. Tal como habían advertido otros personajes desde el inicio de la pieza, desafiar a los dioses trae desgracias. En el discurso del mensajero se establece una relación ya advertida en la pieza (en boca de Tiresias y Cadmo, en las primeras escenas) entre la sabiduría y la prudencia. En lo que respecta a la divinidad, el mortal debe aceptar su lugar, proceder con humildad, prudentemente. Reconocer que la sabiduría de los mortales no es nada en comparación con la divina sería la base de un hombre sabio. Aquí vemos las consecuencias de lo contrario: Penteo fue demasiado lejos con su soberbia al blasfemar a la divinidad dionisíaca y procurar exterminarla, y acabó siendo víctima de las fuerzas a las que quería extirpar de la polis. La venganza de lo divino se revela con todo su poder acabando con Penteo y con su estirpe.
¡Muestra ahora, infeliz, a los ciudadanos, la presa que como trofeo de victoria has traído!
El coro conformado por las bacantes le habla así a Ágave cuando esta, aún posesa por el éxtasis dionisíaco, trae orgullosa la cabeza de Penteo, a quien acaba de asesinar sin saberlo. A lo largo de la obra se presenta el motivo de la caza, y este toma su forma final y terrible cuando Ágave, con la ayuda de sus hermanas, toma como presa a su propio hijo, creyéndolo un animal. En el entorno salvaje, cazador y presa se confunden. Dioniso destruye las jerarquías normales de la civilización de Penteo: primero reduce el lugar del joven rey en la categoría social al travestirlo, luego al volverlo una presa, prácticamente un animal. El orden civilizado da paso al caos salvaje de la naturaleza dionisíaca, y el destino de Penteo es irónico: se convierte en presa de aquellas a quienes pretendía apresar.
¡Verdad cruel! ¿Por qué te presentas a destiempo?
Con profundo dolor, Cadmo se expresa al ver cómo Ágave vuelve en razón y advierte que ha asesinado a su propio hijo. El anciano se lamenta por el hecho de que su hija, poseída por el dios, no haya reparado en su accionar. Él es quien se encarga de despertar a Ágave de su estado y también quien debe presenciar el perturbador momento en que esta comprende lo que ha hecho: la mujer reconoce a su hijo cuando ya es demasiado tarde para volver el hecho atrás.
Te compadezco, Cadmo; pero ha tenido un justo castigo el hijo de tu hija, aunque doloroso para ti.
Corifeo habla así a Cadmo, luego de que el anciano reciba las trágicas noticias de la venganza de Dioniso. La piedad toma importancia temática hacia el final de la obra: es el sentimiento que atraviesa a todos los que presencian la caída de Ágave y de la familia real. Según la crítica que ha tratado esta temática en la obra, la compasión se entrelaza significativamente con la sabiduría humana. Tiene que ver con el poder moldear la propia razón, modificarse al ver el sufrimiento ajeno. La divinidad quedaría exenta de esta capacidad, tal como demuestra el poco empático final de Dioniso.
CADMO.— ¡Te suplicamos, Dioniso, te hemos ofendido!
DIONISO.— Mucho habéis tardado en reconocerme; cuando era necesario, no lo hicisteis.
CADMO.— Lo reconocemos, pero tu venganza es excesiva.
DIONISO.— Porque yo, que he nacido dios, fui ofendido por vosotros.
CADMO.— Pero los dioses no deben tener la ira igual a los hombres.
El carácter no compasivo y por ende bastante inhumano de Dioniso se ve acompañado en este final por el hecho de que ha abandonado su forma antropomórfica para aparecer como un dios. Dioniso exhibe todo su poder en este final y es intransigente ante el dolor ajeno. La pieza acaba mostrando a un conjunto de humanos destruidos (si no muertos, como Penteo), víctimas de la ira de un dios. Eurípides escenifica la rudeza de la acción divina, el modo casi irritable en que Dioniso se interesa únicamente por sus objetivos (vengarse de quienes lo blasfemaron), sin importarle el causar dolor. Como contracara, la templanza, aceptación y humildad que se observa en escena se encarna únicamente en los personajes humanos.
Desde el principio de la pieza se planteaba el carácter dual de la fuerza representada por Dioniso, y si bien a lo largo de la obra se evidenciaron aspectos positivos de dicha fuerza (la liberación de las opresiones, el éxtasis, el disfrute), el final nos acerca el lado más bien destructor, excesivo y exento de piedad: Dioniso representa a esa fuerza de la naturaleza que no tiene miramientos frente al sufrimiento humano, que desata su fuerza destructora sin apiadarse de sus víctimas.