Cuando la rapaza entró, cargada con el haz de leña que acababa de merodear en el monte del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza, entregado a la ocupación de picar un cigarro, sirviéndose, en vez de navaja, de una uña córnea, color de ámbar oscuro, porque la había tostado el fuego de las apuradas colillas.
Esta es la frase que abre el cuento. En ella se nos presenta a los dos personajes del relato: una rapaza, es decir, una muchacha joven, y un hombre, el tío Clodio. En España, "tío" es una forma popular para referirse a las personas, sin que cumplan, necesariamente, el rol familiar de tíos. Se suele anteponer al nombre para dar cuenta de que se trata de una persona de edad avanzada o casada. En Galicia, sería el equivalente al más utilizado "don". En este caso, el tío Clodio es el padre de la muchacha.
A partir de esta presentación, notamos que la joven es la que tiene un rol activo: carga un haz de leña que ha conseguido en el monte. Mientras que su padre tiene un rol pasivo: se ocupa de armar cigarros. Fuma tanto que se le manchan las uñas de los dedos.
Esta breve escena familiar nos muestra, además, que no son personas de gran poder adquisitivo: el monte es del amo y la chica debe merodear, es decir, hurtar a escondidas la leña para cocinar.
Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la moda «de las señoritas» y revuelto por los enganchones de las ramillas que se agarraban a él.
A pesar de dedicarse a tareas rurales pesadas, que le dejan el cabello despeinado y lleno de ramillas, notamos en esta frase que la protagonista es una muchacha coqueta: está peinada como lo hace una señorita y se interesa en su arreglo personal.
Después, con la lentitud de las faenas aldeanas, preparó el fuego, lo prendió, desgarró las berzas, las echó en el pote negro, en compañía de unas patatas mal troceadas y de unas judías asaz secas, de la cosecha anterior, sin remojar.
Esta frase presenta, por un lado, una escena costumbrista: generaliza que las personas de campo realizan sus tareas tranquila y lentamente. Por otro lado, da cuenta de la falta de pericia culinaria o el desinterés de la muchacha para ejecutar la actividad, dado que no tiene cuidado con los alimentos: desgarra las verduras, troza mal las patatas, usa judías sin haberlas remojado con anterioridad.
Como Ildara se inclinase para soplar y activar la llama, observó el viejo cosa más insólita: algo de color vivo, que emergía de las remendadas y encharcadas sayas de la moza... Una pierna robusta, aprisionada en una media roja, de algodón...
Aquí aparece el objeto que desata el conflicto del relato: las medias rojas. Esta prenda se destaca como un lujo entre las ropas raídas de la muchacha. Aparece como iluminado por su vivo color en una escena en la que, previamente, se destacan los tonos oscuros y el humo de las maderas húmedas. Ella activa la llama del fuego con su accionar y, también, simbólicamente, activa la ira del padre al agacharse y, sin darse cuenta, dejar que descubra sus medias nuevas.
Gasto medias, gasto medias —repitió sin amilanarse—. Y si las gasto, no se las debo a ninguén.
Ildara pronuncia esta frase, construida mediante el uso del recurso conocido como anáfora, ante el regaño paterno. Una anáfora es una reiteración de una palabra o frase que puede tener diversas funciones. En este caso, la muchacha reitera lo que dice el padre para enfatizar aquello. Con ello da cuenta de que trabaja y es capaz de obtener su propio dinero: es ella la que gasta su dinero en medias.
Era siempre su temor de mociña guapa y requebrada, que el padre la mancase, como le había sucedido a la Mariola, su prima, señalada por su propia madre en la frente con el aro de la criba, que le desgarró los tejidos.
Esta frase indica que la violencia contra las mujeres es un peligro constante con el que deben vivir en esa época y en ese ambiente. Una de las posibilidades que parecen sufrir las muchachas como Ildara es la de la defiguración o inhabilitación por parte de aquellos que, se supone, deben cuidarlas. Cuenta con antecedentes familiares, por lo que, desde pequeña, teme recibir el mismo trato que su prima. Su caso no es una excepción: aquí se prefigura lo que le ocurrirá inmediatamente después de esta frase a la chica.
Cumplida la mayor edad, libre de la autoridad paterna, la esperaba el barco, en cuyas entrañas tanto de su parroquia y de las parroquias circunvecinas se habían ido hacia la suerte, hacia lo desconocido de los lejanos países donde el oro rueda por las calles y no hay sino bajarse para cogerlo.
En España, en la segunda mitad del siglo XIX, la mayoría de edad está fijada en los veintitrés años de acuerdo con lo que postula el artículo 320 del Código Civil español de 1889. Sin embargo, el artículo 321 añade que "las hijas de familia mayores de edad, pero menores de veinticinco años, no podrán dejar la casa paterna sin licencia del padre o de la madre en cuya compañía vivan" (1889). No sabemos el año exacto de los acontecimientos del relato, pero se aproxima a esta fecha. Por tanto, es posible que Ildara esté por cumplir esa edad en un tiempo cercano a las acciones del relato. Esa mayoría de edad simboliza, para ella, la libertad porque dejaría de estar bajo la autoridad de su padre. Su plan es irse hacia América en barco. Como lo señala la frase, no es ella sola la que ve en la posibilidad de marcharse de allí un futuro más próspero, dado que se menciona que muchas otras personas de la región se han embarcado.
En la frase se crea una imagen del barco como un vehículo hacia el progreso económico y esto se manifiesta mediante el uso de una hipérbole que crea la ilusión de que, en el lugar de destino, la riqueza es para todos. Esto se manifiesta mediante la exageración en la creación de la imagen del oro que rueda por las calles y que está al alcance de la mano de cualquiera que quiera recogerlo.
Ya te cansaste de andar descalza de pie y pierna, como las mujeres de bien, ¿eh, condenada? ¿Llevó medias alguna vez tu madre? ¿Peinóse como tú, que siempre estás dale que tienes con el cacho de espejo? Toma, para que te acuerdes...
Para Clodio, las medias tienen un significado negativo. Si las mujeres descalzas son las de bien para él, entonces, las que usan medias son las condenadas. Compara a su hija con su madre para dar cuenta del contraste entre ellas: su hija usa medias y se peina frente al espejo, cuidando su imagen; su difunta madre, en cambio, nunca ha usado medias ni se ha fijado en su aspecto. Tras esto, el hombre comienza a golpearla y le dice que es para que se acuerde de sus palabras. Es decir que está determinado a dejar marcada a su hija: quiere empeorar su aspecto.
Fue un instante de furor, en que sin escrúpulo la hubiese matado, antes que verla marchar, dejándole a él solo, viudo, casi imposibilitado de cultivar la tierra que llevaba en arriendo, que fecundó con sudores tantos años, a la cual profesaba un cariño maquinal, absurdo. Cesó al fin de pegar; Ildara, aturdida de espanto, ya no chillaba siquiera.
En este punto de la narración nos damos cuenta de que el padre, al ver las medias, sospecha que su hija tiene planes de partir. El hombre necesita a su hija para sustentarse porque es mayor y no puede trabajar solo la tierra que arrienda al amo. Por eso la golpea sin piedad.
Y nunca más el barco la recibió en sus concavidades para llevarla hacia nuevos horizontes de holganza y lujo. Los que allá vayan, han de ir sanos, válidos, y las mujeres, con sus ojos alumbrando y su dentadura completa...
La historia termina trágicamente para Ildara: después de la golpiza recibida y a causa de ella, la muchacha no puede cumplir sus sueños de partir. Vemos aquí, además, cómo imagina ella que sería su vida en América: holganza y lujo en lugar de trabajo.
Esta frase, además, abona a la interpretación de la posible prostitución de Ildara, dado que no puede viajar por una cuestión relacionada con su fisonomía. Solo viajarían mujeres atractivas.