Resumen
Capítulo 11
Amadeo Salvatierra, calle República de Venezuela, cerca del Palacio de la Inquisición, México DF, enero de 1976.
A partir del momento en que Cesárea Tinajero enfrentó a Maples Arce, según Amadeo durante un tiempo no la volvieron a ver. Maples Arce visitaba al general Diego Carvajal, jefe de la poetisa, y aprovechaba para preguntarle a Cesárea, su mecanógrafa, cuándo se le pasaría el berrinche, pero ella hacía oídos sordos. Salvatierra dice que le contó a los jóvenes que el general Carvajal fue el protector de las artes de aquellos tiempos. Arturo y Ulises compraron más tequila para que Salvatierra les siguiera hablando de Carvajal y de Cesárea.
Lisandro Morales, pulquería La Saeta Mexicana, en los alrededores de La Villa, México DF, enero de 1980.
Luego de editar el libro de Arturo Belano, Lisandro Morales relata que quedó en bancarrota. Nadie quería acercarse a él: debía tanto dinero que lo perseguían por la ciudad sus cobradores. Era "un blanco móvil" (p.386).
Joaquín Font, Clínica de Salud Mental El Reposo, camino del Desierto de los Leones, en las afueras de México DF, abril de 1980.
Joaquín cuenta que Álvaro Damián fue a verlo un día y le dijo, triste, que ya no tenía dinero para seguir organizando el concurso Laura Damián. Dice Quim que no tenía idea de qué hablaba Álvaro ni tampoco de por qué sentía que debía decírselo precisamente a él, pero le siguió la corriente, para no hacerlo sentir mal. A pesar de que lo intentaba, el concurso Laura Damián no significaba nada para Quim.
Cuenta que, al tiempo, su hija fue a visitarlo a la clínica y en esa visita dijo que Álvaro Damián se había pegado un tiro en la cabeza.
Capítulo 12
Heimito Künst, acostado en su buhardilla de la Stuckgasse, Viena, mayo de 1980.
Heimito dice haber estado preso con Ulises en la cárcel de Beersheba, en Israel. Antes de despertar en la cárcel, recuerda haber pasado hambre y sed entre unas rocas: nadie quería venderle comida, y algo le había caído mal. Cuando despertó en el calabozo, vio al "buen Ulises" (p.391) en el catre vecino, leía los Poemas selectos de Ezra Pound. Ulises le dio parte de su desayuno y luego de su almuerzo, y conversaron en inglés.
Cuando los soltaron, Heimito dice que se alejó en dirección a la roca donde estaba parando antes de ser detenido. No encontró ninguna de sus pertenencias allí. Ulises lo siguió, a partir de allí anduvieron juntos. En Jerusalem compraron un pasaje de avión a Viena. Allí vivieron en la casa de Heimito. Dice que, para sobrevivir, comenzaron a robar. Golpeaban a gente por la calle y se llevaban sus pertenencias.
Una noche tuvieron problemas con una pandilla que Heimito conocía bien. El grupo de austríacos invitó a Ulises y Heimito a beber y cantar, pero en un momento de la noche, al salir del bar caminando, empezaron a guiarlos hacia un claro en un parque. Heimito dice haberle preguntado al buen Ulises "¿sabes lo que estamos haciendo aquí?" (p.402), y Ulises respondió que más o menos estaba haciéndose una idea. Los austríacos comenzaron a hacer silencio; al sacar los puños de los abrigos tenían puestas unas manoplas metálicas que comúnmente se llaman puños americanos. Según Heimito, Ulises de repente sacó un puñal de su bolsillo y atacó a uno de los austríacos. Inmediatamente Heimito atacó a otro. La pelea se disipó, Heimito y Ulises quedaron frente a dos cuerpos en la nieve. Ulises se acercó a ellos, escuchó sus respiraciones y dijo "no hemos matado a nadie, Heimito, podemos irnos" (p.403).
Heimito cuenta que días después fueron detenidos, interrogados, pero casi inmediatamente liberados. Ulises fue deportado; no podría volver a Austria hasta 1984, "el año del Gran Hermano" (p.405). No volvieron a verse nunca más.
María Font, calle Montes, cerca del Monumento a la Revolución, México DF, febrero de 1981.
Cuando Ulises volvió a México, María cuenta que ella estaba en pareja con un profesor de matemáticas casado con el cual se mudó al mismo edificio en el que vivían Jacinto Requena y Xóchitl. Sin embargo el profesor, que había prometido dejar a su mujer, no terminó nunca de hacerlo y mudarse con María. Iba a veces, y otras veces desaparecía por varios días. La amistad de María con Xóchitl se intensificó debido a su condición de vecinas. Cuenta que pasaban las tardes conversando, cuidando al bebé y caminando por el parque.
Jacinto un día le contó a María que Ulises había vuelto. Pocos días después, se vieron en casa de Xóchitl, pero para ese tiempo ni Ulises ni Arturo Belano significaban nada para María. Dice que aquel día se ofreció a cuidar al pequeño Franz, para que Xóchitl pueda ir tranquila a una reunión de los real visceralistas en casa de los Rodríguez. Por la noche volvió Jacinto y encontró a María en su casa. Cenaron y tuvieron sexo. Volvieron a tener sexo algunas veces más, cuando Xóchitl salía con los real visceralistas.
Capítulo 13
Rafael Barrios, sentado en el living de su casa, Jackson Street, San Diego, California, marzo de 1981.
Desde su casa de California, Rafael compara a Belano y Lima con los personajes de la película Easy rider de Dennis Hopper. En esa comparación dice que, para él, el modo de circular de Ulises y Arturo era su modo de hacer política, de "incidir políticamente en la realidad" (p.414).
Bárbara Patterson, en la cocina de su casa, Jackson Street, San Diego, California, marzo de 1981.
Bárbara se burla de las declaraciones de su pareja. "Qué sabrá el pendejo de política" (p.414) dice. Cuenta cómo Rafael pasaba todos los días durmiendo o conversando con los vecinos de la cuadra, jóvenes, a los cuales según él les enseñaba cosas de la vida. Bárbara trabajaba todo el día, y hacía los quehaceres de la casa, mientras Rafael cada tanto seguía escribiendo sus poemas.
José «Zopilote» Colina, café Quito, avenida Bucareli, México DF, marzo de 1981.
Colina cuenta que un día, esperando para entregar traducciones para El Nacional, se encontraban Arturo, Ulises y Felipe Müller, "esos mamones" (p.417). Las traducciones se entregaban a Juan Rejano, un poeta español de la generación del 27. En un momento, llegó a entregar sus traducciones una rubia llamativa llamada Verónica Volkow. Los jóvenes, según Colina, corrieron tras ella luego de enterarse que era la bisnieta de Trotski. Al rato los vio sentados en una mesa a todos en un bar, la habían alcanzado y parecían felices.
Verónica Volkow, junto con una amiga y dos amigos, salidas internacionales, aeropuerto de México DF, abril de 1981.
Según Verónica, volvió a ver a los poetas real visceralistas una vez, a la entrada de un cine. Parecía que esperaban a alguien, o al menos así lo creyó ella porque llegó un hombre que parecía ser el pintor Pérez Camarga, conversaron un poco y al tiempo los jóvenes ya no estaban.
Alfonso Pérez Camarga, calle Toledo, México DF, junio de 1981.
Según el pintor, los jóvenes no eran poetas ni revolucionarios. Apenas escribían. Lo que sí eran vendedores de droga. Por eso los contactaban. Por marihuana y también por hongos aluciógenos. En las reuniones, según Camarga, también estaba "el pobre Quim Font" (p.422). Dice que los jóvenes eran personas distantes, como ausentes. A veces los invitaban a pasar a sus tertulias, pero más allá de tomar un poco de licor, no tenían gestos que implicaran ningún tipo de cercanía. Camarga cree que ni siquiera estaban sexuados.
Capítulo 14
Hugo Montero, tomándose una cerveza en el bar La Mala Senda, calle Pensador Mexicano, México DF, mayo de 1982.
Hugo Montero cuenta que había una plaza libre en la delegación de poetas que viajaban a Nicaragua. Le habían dicho que Ulises Lima no andaba bien, así que pensó que sería una buena idea llevarlo. Su jefe era el poeta Álamo, detractor de los real viscerealistas y víctima de alguna de las intervenciones de los jóvenes seguidores de Ulises en los encuentros de poetas. Hugo cuenta que Álamo se alteró cuando vio a Ulises Lima en el avión, pero que él prometió que la delegación mexicana haría un buen papel en Managua.
Hugo no sabe qué hizo Ulises los primeros días, solo sabe que no fue a ningún encuentro o recital de poesía y que cuando fue a buscarlo en el hotel le dijeron que el joven hacía dos noches al menos no volvía a dormir allí. Pasaron los días y la delegación debía volver a México, sin embargo, Ulises no aparecía. Llamaron a la policía, pero no hubo caso. Llegado el día de partir, Hugo dice que fue el último en abandonar el hotel, no sin antes dejarle una carta a Ulises Lima.
Capítulo 15
Jacinto Requena, café Quito, calle Bucareli, México DF, julio de 1982.
Jacinto vio por última vez a Ulises Lima en el aeropuerto. Fue a despedirlo cuando se fue a Managua con la delegación de poetas campesinos. Dice que también, a los días, fue a recibirlo de vuelta. Allí estaban todos los poetas que habían ido con Ulises, pero Ulises no aparecía por ninguna parte. En un principio, Jacinto pensó que su amigo se habría quedado dormido en el avión, o que estaba borracho perdido. "Ulises se esfumó" (p.441) dijo Logiacomo, un poeta que intentó apaciguar la sorpresa de Jacinto.
Al día siguiente Jacinto fue a ver a Montero a Bellas Artes; éste le dijo que se iba a quedar sin trabajo por culpa de Ulises.
Xóchitl García, calle Montes, cerca del Monumento a la Revolución, México DF, julio de 1982.
Xóchitl dice que en su momento ella estaba convencida de que había que llamar a la mamá de Ulises para decirle que su hijo había desaparecido. Luego de muchas discusiones con Jacinto, Xóchitl decidió llamar a la madre de su amigo. Jacinto le pidió que, al menos, no fuera alarmista.
Rafael Barrios, en el baño de su casa, Jackson Street, San Diego, California, septiembre de 1982.
Rafael cuenta que Jacinto lo llamó a San Diego en aquel momento para comunicarle la desaparición de Ulises. El llamado lo hizo desde la casa de un poeta llamado Efrén Hernández, un joven seguidor de los real visceralistas. Según Rafael, Ulises probablemente había decidido quedarse en Nicaragua y ya. Jacinto, sin embargo, no salía de su preocupación.
Bárbara Patterson, en la cocina de su casa, Jackson Street, San Diego, California, octubre de 1982.
La vida con Rafael luego de que este se enterara de la desaparición de Ulises, según Bárbara, se volvió "doblemente infame" (p.445). Se pasaba todo el día hablando con "un grupito de adolescentes con el encefalograma plano que lo llamaban poeta" (p.445) mientras ella trabajaba y realizaba los quehaceres de la casa.
Luis Sebastián Rosado, estudio en penumbras, calle Cravioto, colonia Coyoacán, México DF, marzo de 1983.
Una tarde, Piel Divina llamó a Luis a su casa. Hacía tiempo que no hablaban. Comenta Luis en su testimonio que había intentado cortar por lo sano su relación con Piel Divina, porque lo dañaba. Aun así, ante el llamado, le resultó inevitable invitar a Piel Divina a su casa.
Una vez allí, Piel Divina le dijo a Luis que Ulises había desaparecido en Nicaragua. Le contó cómo Ulises y Arturo Belano habían ido al desierto de Sonora a buscar a Cesárea Tinajero, que habían vivido en Europa un tiempo y que Ulises era perseguido por una organización que quería asesinarlo. Al volver de Europa, Ulises creyó que se habrían olvidado de él, inclusive organizó una reunión de reencuentro con los real visceralistas, pero según Piel Divina probablemente había tenido que volver a huir. Toda esta historia a Piel Divina se la había contado María Font, y a ella su padre, Quim Font, un arquitecto que se había vuelto loco y estaba encerrado en un manicomio. La historia, dice Luis, le dio risa en un principio, pero luego temor y pena. Intentó, entonces, preguntar a sus contactos por Ulises Lima. No tuvo éxito.
Piel Divina se quedó a vivir un tiempo en lo de Luis. Un día, Luis cuenta que Piel Divina volvió a hablarle de Arturo Belano y Ulises Lima. De cómo, para conseguir algo de dinero, se habían puesto a entrevistar a los viejos estridentistas mexicanos, Maples Arce, Arqueles Vela, List Azurbide. Fue lo último que hablaron al respecto, al tiempo Piel Divina se marchó de la casa de Luis.
Cuando Luis supo que Piel Divina no volvería, le contó toda la historia a su amigo Albertito Moore, "su conclusión fue que todos se estaban volviendo locos de una forma lenta pero segura" (p.455).
Análisis
En esta parte (recordemos siempre que el recorte en partes de la obra para este análisis es arbitrario) nos encontramos con varios testimonios, tres al menos, vinculados entre sí a través de la figura del delirio paranoide. Lisandro Morales, editor, ha caído en bancarrota luego de editar el libro de Arturo Belano. Nuevamente, la metáfora del espectro, el fantasma, se encuentra asociado a Belano: “Cuando por fin apareció el libro de Arturo Belano, éste ya era un escritor fantasma y yo mismo estaba a punto de empezar a ser un editor fantasma” (p. 385). Morales atribuye su fracaso a haber editado el libro del poeta chileno sin explicar, en momento alguno, el por qué. O, más bien, basando su explicación en la intuición, el instinto, la suerte (sic). Cree que debería haber seguido su instinto, que le dictaba que no edite ese libro, ni la revista, ni que mantenga trato alguno con Belano. Ya desde el primer encuentro, Morales se siente perturbado por la presencia de Belano, pero la presión de Vargas Pardo, el escritor ecuatoriano que intercede por el chileno, es mayor. Hundido en la miseria y el miedo, recuerda Morales a Vargas Pardo: “A veces, cuando bebo más de la cuenta, me da por mentarle la madre, a él y a los literatos que me han olvidado y a los asesinos a sueldo que me acechan en la oscuridad y hasta a los linotipistas perdidos en la gloria y en el anonimato, pero después me calmo y me da por reírme” (p.387). Nunca sabremos si efectivamente los asesinos a sueldo acechan a Morales, pero sí es claro que el delirio paranoide tiene un efecto de lectura (y por qué no una liberación en la escritura) bajo el cual se abre una nueva línea narrativa que no va a tener resolución alguna, el enigma por el futuro de Morales: el paranoico escribe en su mente historias que no necesitan legitimación o sustento real y que pueden carecer de remate, explicación o conclusión.
La segunda parte de nuestro resumen culmina con el testimonio de Norman Bolzman. Allí, Bolzman cuenta que recibieron con su mujer y Daniel Grossman a Ulises Lima en Tel Aviv dos veces. La segunda vez, Ulises fue a casa de los tres estudiantes con “un tipo gigantesco, de casi dos metros, vestido con toda clase de harapos, un austríaco al que había conocido en Beersheba (...) El tipo se llamaba Heimito, nunca supimos su apellido y apenas decía una palabra” (p.378). En esta parte, en el capítulo 12, tenemos el testimonio de Heimito Kunst.
Como Lisandro Morales, Heimito también sufre de paranoia. Comienza su relato en el desierto de Beersheba. Dice estar vigilando a los judíos, escondido en una piedra, amenazado por el calor, la sed, el hambre y el delirio. “Cuando desperté aún no había salido el sol. Busqué a los alacranes antes de que se refugiaran bajo las piedras. ¡No encontré ni uno solo! Razón de más para mantenerse despierto y sospechar” (p.389). La ausencia, al despertar, de los alacranes con los que Heimito sueña, no representa para él la confirmación de que no existen en la realidad concreta sino que simplemente es una razón más para mantenerse alerta, ya que son muy hábiles escondiéndose. Lo mismo sucede con los asesinos a sueldo de Lisandro Morales, que en ningún momento dan señales concretas de existir más allá de su imaginación. Este tipo de razonamiento de Heimito por supuesto nos lleva a sospechar de aquello que el austríaco percibe: “Desde lejos me llegaba el sonido amortiguado de las máquinas con que los judíos construían sus bombas atómicas” (p.390). Lógicamente, contada desde su punto de vista, la pelea que tienen Heimito y Ulises en Viena con la pandilla de austríacos en el claro genera algunas sospechas, sobre todo con respecto a la sensación de amenaza que provoca en Heimito la presencia de la pandilla. La aparición de los puños americanos en las manos de los austríacos abona la teoría de Heimito de que están a punto de ser apaleados, pero no olvidamos, desde sus alucinaciones en el desierto, que no es un narrador confiable y que, en esa pelea, es Ulises el que ataca primero a los austríacos.
La pérdida de fiabilidad de algunos narradores, en este caso Lisandro Morales o Heimito, tiene su contrapartida en lo productivo que son sus discursos. Es decir, el delirio paranoide promueve la apertura de muchísimas líneas narrativas posibles, las explicaciones irrisorias (por irrisorio entendemos que no tiene anclaje en la realidad, que no podemos justificar objetivamente las teorías o que no son cerradas) que puede desarrollar un narrador paranoico para los fenómenos que percibe o lo que le sucede son casi infinitas: “(...) pensé que estábamos en Beersheba y que el cielo nublado sólo era un engaño de los ingenieros judíos” (p.405) dice Heimito. El cielo nublado, desde su alucinación persecutoria, puede deberse no ya a un fenómeno meteorológico sino a un grupo de ingenieros judíos conspirando, y por qué no a una nube de alacranes o a cualquier otra cosa que el temor en Heimito promueva.
Por último, en esta parte tenemos la desaparición de Ulises. Atenderemos a las implicancias con respecto al vínculo política-literatura más adelante. Por ahora cabe detenerse, siguiendo la línea de las narraciones delirantes, en el relato que Piel Divina le refiere a Luis Rosado por teléfono primero y cuando va a su casa luego. En primer lugar, por teléfono, Piel Divina le adelanta algo a Luis: “[Piel Divina] nombró a Ulises Lima, dijo que se había perdido en algún lugar de Managua (no me extrañó, medio mundo iba a Managua), pero que en realidad no se había perdido, es decir: todos creían (¿quiénes eran todos ?, deseé preguntarle, ¿sus amigos , sus lectores , los críticos que seguían meticulosamente su obra?) que se había perdido, pero él sabía que no se había perdido, que en realidad se había ocultado” (p.448). Luis no opera realmente como un detective en ese momento. Guarda sus preguntas para sí, no indaga. Piel Divina, ya en su casa y bastante después de haber llegado, volvió a hablar del tema. Según Luis “su teoría era estrafalaria y no resistía el más mínimo examen” (p.449). Piel Divina le dice que Ulises y Arturo viajaron en el 76 a Sonora a buscar a Cesárea Tinajero, que luego de eso comenzaron a huir, primero por el DF y luego a Europa, cada uno por su cuenta. Piel divina dijo que Lima volvió a México, “tal vez creyó que todo estaría olvidado, pero los asesinos se materializaron una noche, después de una reunión en la que Lima intentaba reagrupar a los real visceralistas” (p.450). Allí, según el joven, Lima había tenido que volver a huir.
Luis no sale de su asombro por la historia que escucha. Sobre todo cuando, ahora sí, al indagar por las fuentes, se da cuenta de que el relato proviene de un hombre, Joaquín Font, que está internado en un manicomio. Aún así, los relatos paranoides, como dijimos, son productivos, tienen efectos de lectura y también efectos sobre la realidad concreta: Luis comienza su propia investigación. Llama a Albertito Moore, a Zarco; la información que recibe sobre Ulises Lima es acotada, “un loco” (p.450) dice Zarco. Albertito Moore le dice que todos se estaban volviendo locos “de una forma lenta pero segura” (p.455).
La teoría de Piel Divina, y su resumen de lo que más o menos cree que pasó con Ulises Lima, es el único relato en boca de un personaje medianamente acabado de los acontecimientos. Por más estrafalaria que suene, su versión es la única que encontramos en el texto uniendo la mayor cantidad de cabos: la búsqueda de Cesárea con el viaje a Europa, el retorno a México y la desaparición de Ulises en Nicaragua.
El paranoico sospecha. La sospecha como dispositivo narrativo tiene un principio que podemos llamar “antieconómico”: no cierra las posibilidades, no clausura el sentido. Como vimos, las posibilidades se abren; la sospecha permite desplegar más y más historias, es un principio potencialmente infinito. No hay que ser Luis Rosado para sospechar del relato estrafalario de Piel Divina, pero tampoco tenemos, como lectores, modo de negarlo, por ende, se abren más preguntas, más relatos, y así sucesivamente; Los detectives salvajes es, en este aspecto, una máquina de contar historias desde el principio de la sospecha.
En esta parte también se produce la desaparición de Ulises en Managua. Antes de entrar en el asunto cabe aclarar que Los detectives salvajes puede inscribirse, y ha sido inscrita por algunos críticos, en una larga tradición de relatos de aventuras y viajes. El motivo del viaje (ver sección “Símbolos, alegorías y motivos”) ocupa un lugar central en la trama narrativa: tenemos por un lado el viaje a Sonora, sobre el que volveremos hacia el final, y luego el viaje de ambos, por separado, a Europa y África en el caso de Belano. El nombre de Ulises ya nos remite al Ulises homérico, protagonista del poema épico La Odisea considerado muchas veces la piedra inciática del género de aventuras. En esta nueva interpretación del héroe homérico, Ulises es un joven poeta mexicano que emprende una serie de viajes que no parecen tener un objetivo preciso, ni siquiera el anhelo de retorno. Por otra parte, aparece otra figura de viajero, Arturo Belano, que ya no se condice con un héroe mitológico sino con otra célebre figura aventurera: Arthur Rimbaud. En 1880 Rimbaud abandonó los salones de París para viajar por África; en su periplo incluso llegó a contrabandear armas. Arturo Belano hará su última parada en África, pero nos adentraremos en eso más adelante.
Por ahora, Ulises Lima desaparece en Managua y nadie sabe dónde está; la delegación de poetas vuelve, avergonzada, sin él a México. El vínculo entre política y literatura en el caso de Bolaño es complejo porque no sólo no fue un militante orgánico de alguna organización sino que, además, parodia en sus textos varias veces a los literatos serviles o amigos del poder de turno. Señala también cierto espíritu revolucionario burocratizado de algunos grupos; es el ejemplo de Hugo Montero hablando de la carta que los poetas firman antes de llegar a Managua de adhesión a la revolución y que él alcanza a Ulises: “un panfleto que había pergeñado Álamo y los poetas campesinos en solidaridad con el pueblo hermano de Nicaragua y que yo había pasado en limpio (y corregido, no está de más decirlo), para que los que no lo conocían, que eran la gran mayoría, lo leyeran, y para que los que no lo habían suscrito, que eran unos pocos, me estamparan su firmita en el apartado ‘Los abajo firmantes’, es decir justo debajo de las firmas de Álamo y los poetas campesinos, el quinteto del apocalipsis” (pp.426-427). “Pergeñar” y “firmita” no son expresiones inocentes, relativizan la importancia de documentos de este tipo. Hugo Montero se siente avergonzado de alcanzarle ese papel a Ulises, llamándolo directamente “una pendejada”: “Ulises, tenemos un problema, aquí todos los maestros han firmado una pendejada dizque de solidaridad con los escritores nicaragüenses y con el pueblo de Nicaragua y solo me falta tu firma, pero si no quieres firmar, pues no pasa nada, yo creo que puedo arreglarlo, y entonces él dijo con una voz que me destrozó el corazón: déjame que lo lea” (p.427).
En contraste con esta escena, Ulises luego desaparece. En Managua todo es celebración, dice Hugo: “No sé qué hizo durante los primeros días, solo sé que no fue a ningún recital, a ningún encuentro, a ninguna mesa redonda. A veces me acordaba de él, joder, lo que se estaba perdiendo. La historia viva, como se suele decir, la fiesta ininterrumpida” (p.428). La historia viva, para Ulises, es otra: sabremos más adelante que se va de Managua siguiendo un río, un río que probablemente no existe. Su soltura, su carácter de aventurero en esa Nicaragua de la revolución contrasta con el grupo temeroso de poetas que jamás se desmembra en toda la visita.