Resumen
Capítulo 21
Daniel Grossman, sentado en un banco de la Alameda, México DF, febrero de 1993.
Daniel cuenta en su testimonio que cuando volvió a México lo primero que hizo fue preguntar por Norman Bolzman. Hacía años que no lo veía. Se enteró de que su pareja con Claudia había terminado, que vivía solo ahora. Daniel salió una noche a cenar con Claudia y su novio del momento, un pintor llamado Abraham Manzur. A los pocos días, partió a Puerto Ángel, a visitar a Norman.
Dice Daniel que el recibimiento de Norman fue magnífico, realmente se alegró de estar allí. Se metieron al mar, tomaron cerveza, leyeron a la sombra del porche y dieron largos paseos. Al sexto día recién, mientras iban en el coche, Norman comenzó a hablar de Claudia y su separación de un modo perturbador para Daniel. A la vez, manejaba cada vez más rápido. Según su amigo, Norman también mencionó, entre otras cosas, a Ulises Lima y aquel episodio que vivieron con él hace años en Tel Aviv. En un momento de descuido, y por la velocidad que iban, se les abalanzó un camión y Norman no pudo esquivarlo.
Daniel narra sus primeros momentos en el hospital, con sus padres a sus pies, Claudia junto a la cama. Tardaron días en decirle que Norman había muerto. Algunas veces, luego de recuperarse, Daniel intentó hablar con Claudia del evento, contarle lo que Norman le había dicho en el auto antes de morir, pero Claudia fue evasiva.
Daniel empezó entonces, sin un sentido claro según su relato, a buscar a Ulises Lima por el DF. Solo consiguió ser presentado ante la mujer con la que Ulises había vivido un tiempo en el DF. Hablaron un poco de Ulises, un poco de drogas, y se despidieron en el metro.
Amadeo Salvatierra, calle República de Venezuela, cerca del Palacio de la Inquisición, México DF, enero de 1976.
De pronto, Amadeo cuenta que uno de los muchachos, ya cansados como él, le pregunta por Encarnación Guzmán. Amadeo sorprendido respondió que nada, que sucedió lo mismo que había sucedido con Pablico Lezcano, con Manuel, con él mismo. "La vida nos puso a todos en nuestro lugar o en el lugar que a ella le convino y nos olvidó (...)" (p.590) dice haber dicho. Para ese momento, la borrachera era grande y el sueño también. Encarnación se casó, Pablito Lezcano también. Unos días después del casamiento de Pablito es que Cesárea se fue del DF para siempre. Amadeo dice que en aquel momento intentó detenerla, pero Cesárea estaba decidida. Cuando Amadeo le dijo que en el DF tenía todo, que ella era una estridentista de cuerpo y alma, dice que Cesárea respondió que ella nunca había sido una estridentista sino real visceralista. Amadeo intentó decirle que todos los mexicanos eran real visceralistas, que él también lo era, pero no hubo caso. Cesárea se marchaba a Sonora y no había manera de detenerla. Según Amadeo, ni siquiera pudo despedirla como hubiera querido, solo le salió de la garganta un "graznido lastimoso", un "gorgoteo" (p.594).
Capítulo 22
Susana Puig, calle Josep Tarradellas, Calella de Mar, Cataluña, junio de 1994.
Susana cuenta que un día recibió un llamado de Arturo, con quien había tenido una breve pero intensa relación. Él le decía que iba a darle unas instrucciones, que su llamado no tenía como objetivo que se vieran cara a cara, que se encontraran en lugar alguno, sino que ella lo viera a él desde lejos. "De suicidio nada, por ahora" (p.601) le respondió Arturo a Susana ante su preocupación, y le contó como para alentarla que tenía un billete de avión a África. Ella, aún algo perturbada, accedió a los planes de su amigo. Iría con su auto hasta la curva de una estación de combustible desde donde podría ver la playa, y allí, a Arturo, como él quería.
Dice Susana que al llegar quiso bajar a fumarse un tercer cigarrillo, pero justo antes de abrir la puerta estacionó a su lado otro coche. Bajó un hombre, dio la vuelta al bar que se encontraba allí y lo perdió de vista. Luego apareció un segundo coche, del que bajaron un hombre y una mujer. Se encontraron con el primer hombre y los tres fueron hasta la costa. Allí se encontraron con otras dos figuras, una de ellas era evidentemente Arturo Belano. Susana cuenta que en ese momento se bajó del auto y quiso ir hasta la playa, pero se dio cuenta de que para cuando llegara allí los habría perdido de vista por el rodeo que debía hacer. Se mantuvo atenta a lo que veía a lo lejos.
Una vez juntos, uno de los hombres puso un paquete en el suelo, lo desenvolvió y de allí sacaron dos cosas alargadas que Arturo y otro hombre tomaron en sus manos. Empezaron a chocar esa especie de bastones que sostenían, Susana dice que en ese momento sintió que finalmente todo era una gran payasada, con aire extraño, pero payasada al fin. Hasta que se preguntó si en lugar de bastones esos objetos no serían espadas.
Guillem Piña, calle Gaspar Pujol, Andratx, Mallorca, junio de 1994.
Guillem dice que se conoció con Arturo en 1977, hace tiempo ya. Salían a comer, conversaban, nunca discutían. Un día desapareció. Tal vez haya sido porque Arturo descubrió que la amiga de Guillem con quien se acostaba, era en realidad la amante de Guillem. El asunto es que llamó años después, y Guillem se alegró. Inclusive su amiga se alegró. Dice que se vieron varias veces, retomaron el vínculo.
Un día, un poco antes de desaparecer definitivamente de la vida de Guillem, este cuenta que Arturo le dijo "me van a hacer una mala crítica" (p.609). El crítico, según Arturo, era un "jodido tiburón" (p.610) llamado Iñaki Echavarne; pensaba desafiarlo a duelo, le dijo. Acto seguido, Guillem dice que Belano le pidió que fuera su padrino en el duelo. Le pareció una proposición descabellada y gratuita, pero aceptó. Sería un duelo a primera sangre con sables. El crítico aceptó la propuesta y en la tarde del duelo, mientras comían, Arturo le mostró a Guillem un pasaje de avión. Guillem dice que se dio cuenta de que su amigo se había vuelto loco cuando vio que el destino inscrito en el pasaje era Dar es-Salam (Tanzania).
Jaume Planells, bar Salambó, calle Torrijos, Barcel junio de 1994.
Un día dice Jaume que fue contactado por su amigo Iñaki para pedirle que oficiara de padrino en un duelo que iba a tener con un escritor. A pesar de sentir algo de verguenza ajena, Jaume dijo que sí. Cuenta que contactó a Quima, una amiga, para que los acompañe, y que los tres esperaron en la playa la llegada de Arturo Belano y su padrino. El recuerdo le provoca a Jaume risa y a la vez repulsión.
Una vez reunidos en la playa, Arturo le dio a elegir a Iñaki uno de los sables. Jaume dice que él y Guillem Piña acordaron retirarse y los duelistas comenzaron a entrechocar sus espadas. Estuvieron así un buen rato en un duelo parejo. Durante un segundo de lucidez, Jaume tuvo la certeza de que se habían vuelto locos, inclusive él. Le pidió fuego a Piña, y cuando este le pasó el encendedor, Jaume dice que vio en su cara que estaba llorando.
Capítulo 23
Iñaki Echavarne, bar Giardinetto, calle Granada del Penedés, Barcelona, julio de 1994.
Iñaki reflexiona sobre la crítica literaria. Como esta acompaña a la obra, luego se despega de ella y son los lectores quienes acompañan a la obra. Los lectores mueren, la obra sigue sola. Aparece una nueva crítica, nuevos lectores. Muere otra vez, la obra sigue sola. Hasta que un día la obra muere también. "Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia" (p.623) dice.
Aurelio Baca, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994.
Aurelio reconoce que en época de Stalin no hubiera desperdiciado su juventud en el Gulag ni hubiera acabado con un tiro en la nuca. Que en época de Mc Carthy no hubiera perdido su trabajo. Que en época de Hitler, sin embargo, se habría exiliado y que en época de Franco no habría compuesto sonetos al Caudillo ni a la Virgen Bendita. Dice que su valor es limitado, pero también sus tragaderas, es decir, su tendencia a creerse todo con facilidad. Termina su entrevista diciendo que "todo lo que empieza como comedia acaba como tragicomedia" (p.624).
Pere Ordóñez, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994.
Según Pere, antes los escritores españoles entraban al ruedo público para revolucionarlo. Muchos venían de familias acomodadas y se revolvían contra esa posición social. Buscaban ir contra la familia, transgredir. Hoy proceden cada vez más de familias de clase baja. Son, según su opinión, igual de cultos que los anteriores tal vez, pero mucho más vulgares y reniegan de poco; se cuidan mucho de no crear enemigos. "Y así la literatura va como va. Todo lo que empieza como comedia acaba indefectiblemente como comedia" (p.624) dice.
Julio Martínez Morales, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994.
Morales dice hablar sobre "el honor de los poetas" (p.625). Su entrevista es contradictoria, y plagada de simbología críptica, siglas, multiplicaciones. "Morir puede parecer una buena respuesta, diría Blanchot. 31 X 31 = 962 buenas razones" (p.626), dice. Dice también que el azar guía a los poetas, aunque nada ha quedado librado al azar porque, según dijeron los mayores y se ha seguido al pie de la letra, un escritor debe parecer un censor, un articulista de periódico. Para él, "todo lo que empieza como comedia termina como ejercicio criptográfico" (p.627).
Pablo del Valle, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994.
Del Valle también comienza diciendo que hablará sobre el honor de los poetas. Cuenta que él, en un principio, era muy humilde y se había casado con una empleada de Correos. En esos tiempos se preguntaba de qué podría hablar un literato con una cartera, pero no la dejaba. Vivieron juntos mucho tiempo. Cuando comenzó a tener éxito como escritor, dejó a su mujer. Volvió a casarse, tiene un buen pasar. Pero cuenta que cuando vuelve a su escritorio escucha en su cabeza los pasos de la cartera que en algún barrio de la ciudad está haciendo su labor. Convive con esos sonidos, no se lo cuenta a nadie. Se conforma con pensar en la inmensidad del universo. "Todo lo que empieza como comedia termina como película de terror" (p.631), dice.
Marco Antonio Palacios, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994.
Palacios dice que hay que callar y estar al acecho. Es un escritor de mucho éxito, los jóvenes, según sus palabras, ven en él un modelo a seguir. Dice que hay que seguir a los escritores mayores, leer sus obras, citarlos, y de este modo hacerse un lugar. Ejercer la diplomacia, el disimulo, el encanto dúctil. Dice al final que "lo que empieza como comedia acaba como marcha triunfal, ¿no?".
Hernando García León, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994.
Hernando García León es también un escritor exitoso. Cuenta que una noche soñó con San Juan Bautista. el descabezado se le apareció varias veces más, siempre instándolo a ir a Nepal. Le prometía las mieles de un libro magnífico si iba. Luego, tuvo una aparición de la Virgen María, que inspiró su libro La nueva era y la escalera ibérica. Dice García León que "todo lo que empieza como comedia indefectiblemente acaba como misterio" (p.636).
Pelayo Barrendoáin, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994.
Pelayo se encuentra en su entrevista algo drogado según sus propias palabras. Toma antidepresivos y se encuentra en ese momento junto a su acompañante terapéutica. Según él sus lectores son los golpeados, los medicados que chupan de su locura para alimentar la propia. Se llama a sí mismo el loco más célebre de la literatura española. La mano de su enfermera busca su mano cuando la multitud parece amenazante. Tanto sus lectores como sus críticos quieren un autógrafo o una foto, pero no soportarían más de ocho horas junto a él. Dice que "todo lo que empieza como comedia acaba como un responso en el vacío" (p.639).
Felipe Müller, bar Céntrico, calle Tallers, Barcelona, septiembre de 1995.
Felipe repone la historia de dos escritores, uno peruano y el otro cubano, que alguna vez Arturo Belano le contó en un aeropuerto. Según Arturo, los destinos de estos dos escritores eran ejemplificadores. El peruano era marxista, el cubano un narrador feliz. Ambos eran pobres, de una familia proletaria y una campesina respectivamente. Ambos creían en la revolución y en la libertad. El peruano por su parte no era buen ensayista, según lo que recuerda Felipe que Arturo le dijo. No era consecuente, era un maoísta lúdico; en España, donde residía, los revolucionarios de allí lo convencieron de que era el nuevo Mariátegui. Al volver a Perú, la realidad fue diferente. Lo odiaban por revisionista, le decían que era un perro traidor. Lo perseguían de todo sector político. El cubano, por por otro lado, era homosexual. Sus textos eran felices y radicales, pero su homosexualidad fue su condena: las autoridades de la Revolución no estaban dispuestas a tolerar esa conducta. Un día se fugó a Estados Unidos, contrajo sida y murió en España. "Todo lo que empieza como comedia acaba como monólogo cómico, pero ya no nos reímos" (p.644) sentencia Felipe.
Capítulo 24
Clara Cabeza, Parque Hundido, México DF, octubre de 1995.
Clara Cabeza fue la secretaria del célebre escritor Octavio Paz. Ella en su testimonio cuenta que, al cabo de dos años de trabajar para él, un día el escritor le pidió que lo llevara al Parque Hundido. Ella se quedó sentada en un banco, bajo un árbol, y don Octavio comenzó a caminar, trazando grandes círculos por el parque. En un momento apareció un hombre que según Clara llamó su atención. Dice que el hombre caminaba en círculos igual que don Octavio, pero en sentido contrario, de modo tal que cada tanto se cruzaban. En un principio verse frente a frente llamaba su atención, pero Clara dice que más adelante comenzaron a naturalizar esos encuentros y caminaban ya sin mirarse.
Varias veces tuvieron estos encuentros en el parque con el hombre que caminaba, hasta que un día don Octavio, al volver a casa, le pidió a Clara que hiciera una lista con todos los poetas mexicanos nacidos a partir de 1950. Clara dice que así lo hizo. Don Octavio le confesó en ese momento que creía que conocía al muchacho del parque. Acto seguido le contó que habían tratado de secuestrarlo hacía años un grupo de jóvenes de la extrema izquierda.
Nuevamente en el parque, Clara cuenta que don Octavio en lugar de caminar le pidió que se acerque al hombre y averigüe quién es. Ella así lo hizo y el hombre se presentó como Ulises Lima. El nombre no le sonaba para nada a Clara; agrega que la noche anterior había estado casi memorizando los poetas mexicanos y no había, siquiera en la antología de Zarco, un poeta llamado Ulises Lima. Ella le ofreció a Ulises ir a sentarse con Octavio. "Real visceralista, real visceralista (...) ¿no fue ése el grupo poético de Cesárea Tinajero?" (p.656) preguntó don Octavio. Clarita dice que los hombres conversaron, ella se alejó del banco y los vio estrechar sus manos. Esa fue la última vez que fueron al parque juntos. Ella, sin embargo, dice que fue sola una vez más al parque, pero no encontró al tal Ulises Lima.
María Teresa Solsona Ribot, gimnasio Jordi’s Gym, calle Josep Tarradellas, Malgrat, Cataluña, diciembre de 1995.
María Teresa es una fisicoculturista que alguna vez alquiló una habitación de su departamento a Arturo Belano. Tuvieron una buena amistad, que comenzó de a poco y a pesar de los prejuicios que María Teresa dice que tenía en ese momento contra los sudamericanos. Cuenta que Arturo le preparaba un té de manzanilla cuando ella terminaba de entrenar, a veces desayunaban y otras él la visitaba en el bar donde ella trabajaba por las noches. Conversaban mucho; Arturo le contó sobre su ex mujer y su hijo, que debía tener unos cinco años. También le hablaba de una andaluza de la que estaba perdidamente enamorado, pero la relación era muy conflictiva.
María Teresa salía en esa época con un ex culturista llamado Juanma Pacheco. Cuenta que un día estaba con Juanma y entró al cuarto de Arturo, allí vio las maletas hechas de su compañero de casa y supo que iba a irse. Dice que Arturo le dejó cuatro libros que aún no leyó.
Capítulo 25
Jacobo Urenda, rue du Cherche Midi, París, junio de 1996.
Jacobo es fotógrafo y dice que conoció a Arturo en la oficina de Correos de Luanda. Entablaron una breve relación allí, tanto que al volver a París, Jacobo le envió medicinas a Arturo. Dice que en esa época Arturo no estaba saludable, su hígado fallaba y tenía que tomar muchas medicinas que en Luanda escaseaban. Además, no parecía que Belano tuviera mucho dinero.
Jacobo cree que Belano estaba allí en África buscando la muerte, a pesar de lo contradictorio que puede sonar esto, teniendo en cuenta la preocupación de Arturo por tomar sus medicinas. Tiempo después, se encontraron en Kigali, Ruanda. Urenda afirma que Belano empezaba a dominar el ambiente, si no lo dominaba ya. Estaba más flaco, pero su apariencia era saludable. Tiempo después se encontraron por tercera vez, en Liberia. Allí en Monrovia, los periodistas se encontraban casi refugiados en un hotel conocido en ese momento ya como el Centro de Enviados de Prensa. Jacobo dice que al ver el nombre de Arturo Belano entre los presentes en el territorio, comenzó a buscarlo sin éxito.
Cuando ya no había mucho que fotografiar, Jacobo dice que le propusieron una gira al interior. Se fue con un francés y un italiano, y fueron con ellos tres el joven que organizaba la gira y un amigo suyo que hacía de chofer. Ambos eran de la etnia mandinga, enemigos de los krahn. Jacobo dice que el organizador de la gira no sabía si su familia estaba viva, pero quería ir a verlos. Llegando a Black Creek, fueron asaltados por un tiroteo. Fue todo muy rápido. Luigi, el italiano, murió, a pesar de los intentos que Jacobo dice haber hecho por reanimarlo.
Cuando pudieron detenerse, dejaron el cuerpo de Luigi. Subió en su lugar la esposa del guía y su niño. Lograron llegar a Brownsville, aunque el pueblo estaba igual de desierto que Black Creek antes del tiroteo. Allí cuenta Jacobo que encontró a Arturo Belano. Se acercaba hacia el coche junto a otro hombre blanco con cámaras llamado Emilio López Lobo, un célebre fotógrafo. En el interior de la casa a la que los invitaron a pasar había soldados y civiles. Belano le explicó a Jacobo la situación: estaban rodeados por los krahn, según los soldados. Pensaban salir al día siguiente hacia Thomas Creek donde había un grupo de hombres afines al general Taylor. El plan de los civiles para sobrevivir era mucho más viable que el de los soldados.
Jacobo cuenta en su entrevista que aquella noche no durmió. En un momento, inclusive, escuchó el cuchicheo entre Belano y López Lobo. El fotógrafo le preguntaba a Belano por qué quería morir. La respuesta de Belano no se dejó oír. López Lobo también quería morir, lo carcomía, según lo que Jacobo dice haber escuchado, la culpa por la muerte de su hijo. Allí fue que se dio cuenta de que Belano y López Lobo no se irían con ellos y los demás civiles, sino que seguirían a los soldados a Thomas Creek en su plan descabellado.
Por la mañana, López Lobo y Belano se perdieron en la espesura de la selva, riéndose. Jacobo cuenta que intentó saber algo de ellos unas semanas después, pero no logró ningún dato concreto. Se marchó de Liberia dos días después y nunca volvió.
Capítulo 26
Ernesto García Grajales, Universidad de Pachuca, Pachuca, México, diciembre de 1996.
Ernesto dice ser el único estudioso que hay realmente de los real visceralistas en México y en el mundo. El único que se interesa por ellos. Fue hace poco a ver a Ulises Lima, nunca conoció a Arturo Belano, ni a Piel Divina, ni a Müller o Rafael Barrios. El nombre de García Madero no le suena para nada. Es un estudioso del movimiento, escribe un libro al respecto. Quiere "traer la modernidad a Pachuca" (p.710).
Amadeo Salvatierra, calle Venezuela, cerca del Palacio de la Inquisición, México DF, enero de 1976.
"Todos la olvidaron menos yo"(p.710), afirma Amadeo sobre Cesárea. Dice que guardó su revista, y también su recuerdo, y que como tantos cientos de miles de mexicanos, él también le dio la espalda a la poesía. Dejó de leerla y de escribirla. Comenzó a escribir a pedido en la plaza Santo Domingo. Era una "chamba" como cualquier otra, dice. Un trabajo.
Amadeo dice que aquel día uno de los jóvenes empezó a quedarse dormido mientras él hablaba. Y que el otro hojeaba la revista Caborca, con una media sonrisa en los labios. Pero uno de ellos le dijo "Amadeo, nosotros le vamos a encontrar a Cesárea" (p.712). Salvatierra dice que les respondió que por él no lo hicieran, insistió dos veces. Pero uno de ellos respondió "no lo hacemos por tí, Amadeo, lo hacemos por México, por Latinoamérica, por el Tercer Mundo" (p.712).
Finalmente, Salvatierra les preguntó si tenían frío. Ninguno le respondió, así que dice que se levantó, fue hasta la ventana de la sala, la abrió y apagó la luz.
Análisis
No podemos decir que en este último tramo de la segunda parte de Los detectives salvajes haya algo así como un cierre. Pero sí nos encontramos frente a la disolución absoluta del real visceralismo, tanto por la muerte de algunos de sus integrantes como también por los destinos más o menos trágicos de los que viven. En contraste con los testimonios de los escritores célebres que transitan por la Feria del Libro de Madrid en esta última parte, los poetas-detectives y el resto de los real visceralistas no logran aburguesarse: Ernesto San Epifanio muere olvidado, de un aneurisma cerebral; Piel Divina muere tiroteado en una operación anti narcóticos; Pancho Rodríguez muere por causas desconocidas; Rafael Barrios desaparece en los Estados Unidos; Arturo Belano es visto por última vez en África; Ulises Lima regresa de Centroamérica loco al DF, en palabras de Jacinto “para la mayoría, había muerto como persona y como poeta” (p.472); y Juan García Madero es declarado inexistente por el “único estudioso de los real visceralistas que existe en México” (p.708) dentro de un grupo fantasmal de poetas en el que ya sólo vagabundean sus espectros.
También podemos vislumbrar algo de esta ausencia al ponerla a contraluz de la ausencia de Ulises Lima en la antología de Zarco y en toda la historia de la literatura mexicana, revisada con minuciosidad por Clara, la secretaria de Octavio Paz. Clara no encuentra dato alguno sobre Ulises Lima, cuando este le dice su nombre a ella ni siquiera le resuena en la memoria. De todas formas, invita a Ulises a sentarse junto a Octavio Paz en el parque. Octavio Paz sí recuerda al real visceralismo, pero su recuerdo es del primer movimiento, el liderado por Cesárea Tinajero en los años 20. Esta situación no se desambigua. Ulises Lima no le dice que ellos en realidad tomaron el nombre de aquel movimiento y lo trajeron a los años 70. No sabemos qué impresión le merece a Octavio Paz esta inconsistencia, sólo comenta algo contrariado que él tenía diez años cuando aconteció el real visceralismo. Evidentemente, los números no cierran. Ulises Lima puede ser para Octavio Paz un loco, un mentiroso, o quizá también un fantasma.
Cabe hacer una pausa para pensar en otro asunto vinculado al encuentro de Ulises con Octavio Paz. Este hecho tiene una gran carga simbólica: Octavio Paz, emblema del canon literario mexicano, reconocido a donde fuera, desconoce en el parque a Ulises Lima, líder de la vanguardia real visceralista. Antes de eso, ambos han estado durante días caminando en círculos, pero en sentido inverso, cruzándose cada tanto pero a lo último ya sin mirarse. La caminata de Ulises, en sentido contrario a Octavio Paz, es una metáfora del papel de las vanguardias históricas en México, presentes a pesar de terminar en el olvido de las antologías y el repertorio oficial.
Retomando el asunto de lo fantasmático, así como Ulises Lima no está presente en la antología de Zarco de los poetas mexicanos, podemos retrotraernos a aquella entrevista entre Amadeo Salvatierra, Lima y Belano. En aquella situación, Amadeo leyó la lista de los doscientos poetas que firmaban el manifiesto estridentista Actual Nº 1, y Cesárea Tinajero no figuraba allí tampoco. Cesárea es, de algún modo, y voluntariamente como veremos más adelante, un fantasma también.
Por último, podemos pensar en cómo cierra esta segunda parte de Los detectives salvajes. Amadeo conversa con Belano y Lima; ellos le dicen con determinación que van a encontrar a Cesárea Tinajero. “Por mí no se molesten” (p.712) dice Amadeo. Ellos dicen que lo harán, que no es molestia. Amadeo insiste: “por mí no lo hagan” (p.712). Ulises comienza a hablarle dormido a Amadeo, y eso le provoca escalofríos y distorsiona su percepción. Comienza a verlos como a través de una ventana, hay una sensación de lejanía y de frío. Entonces Amadeo abre la ventana de la sala y apaga la luz. De este modo culmina la segunda parte. Cabe recordar que la primera parte, al escapar los poetas con Lupe de Alberto en el Impala, también culmina con la imagen de una ventana, la del coche. Desde ahí García Madero ve hacerse pequeña la escena en la que dejaron atrás a Alberto, con la mansión de los Font de fondo. Volveremos sobre estas dos escenas en el análisis siguiente, ya que la imagen de la ventana va a estar presente, también, en la tercera parte del libro.
Volviendo un poco hacia atrás, en esta parte nos encontramos con un coro de escritores célebres transitando por la Feria del Libro de Madrid en 1994. Estos testimonios no están enlazados al resto del mapa que conforma la segunda parte a través de la presencia de Ulises o de Arturo. Entre ellos están unidos por la sentencia final de sus testimonios, que parece casi una consigna de escritura o razonamiento. El que marca el rumbo es el primer testimonio, de Iñaki Etchevarne, en un bar: “Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia” (p.623) dice. A partir de allí siguen los siete testimonios de escritores célebres en la Feria del Libro de Madrid: Baca, Ordóñez, Morales, del Valle, Palacios, García León y Barrendoáin. Terminan respectivamente de este modo: “Todo lo que empieza como comedia acaba como tragicomedia” (p.624); “Todo lo que empieza como comedia acaba como ejercicio criptográfico” (p.627); “Todo lo que empieza como comedia termina como película de terror” (p.631); “Lo que empieza como comedia acaba como marcha triunfal, ¿no?” (p.632). “Todo lo que empieza como comedia indefectiblemente acaba como misterio” (p.636). “Todo lo que empieza como comedia acaba como un responso en el vacío” (p.639).
Estos testimonios por un lado, como decimos, no aluden para nada al objeto de nuestra pesquisa, es decir, Arturo y Ulises. Sin embargo, se enlazan con el texto de un modo diferente: están representados aquí modos muy disímiles de vinculación a la literatura, modos muy disímiles también de asimilación del mundo en un compendio de, quizá, parábolas, narraciones breves y simbólicas, sobre el oficio de escribir. Tenemos al escritor ambicioso, al escritor loco, al escritor poco comprometido. Además, muchas de las “máximas” que cierran sus testimonios nos retrotraen a escenas del propio texto. Ya hemos visto a la tragedia enlazarse con la comedia (Auxilio Lacouture leyendo en el inodoro de la UNAM durante la ocupación militar) o a la comedia acabar como un responso en el vacío (este discurso de Barrendoáin nos remite, por ejemplo, al retorno de Ulises). Cada una de estas sentencias funciona como clave de lectura para historias que ya hemos atravesado hasta ahora. Finalmente, Felipe Müller narra desde el Bar Céntrico en Barcelona dos historias de dos escritores diferentes, uno peruano y uno cubano, que Arturo le refirió en el aeropuerto, antes de tomar su avión que lo llevaría a África. Felipe termina la historia diciendo: “Todo lo que empieza como comedia acaba como monólogo cómico, pero ya no nos reímos” (p.644).
Estas dos historias que narra Arturo a Felipe aluden y sintetizan tanto el lamento por la pérdida como la revelación del carácter indestructible del espíritu del poeta en Los detectives salvajes. Por un lado, el escritor peruano luego de algunas malas experiencias termina perdiendo la cordura. El cubano, por su parte, siendo homosexual, debe huir de la isla, contrae el sida y prefiere suicidarse antes que agonizar en un hotel de Nueva York. En ambos relatos, el juego de espejos y similitudes nos lleva otra vez por el camino del desciframiento detectivesco. Vemos en las historias modelos que podemos poner a contraluz con las experiencias de Ulises, Arturo, Amadeo, Cesárea y tantos otros. Sin ir más lejos, Amadeo, siguiendo la línea del poeta peruano que abandona la escritura y termina perdiendo la cabeza, como Ulises, lo sintetiza muy bien en esta última parte: “Como tantos mexicanos, yo también abandoné la poesía. Como tantos miles de mexicanos, yo también le di la espalda a la poesía. Como tantos cientos de miles de mexicanos, yo también, llegado el momento, dejé de escribir y de leer poesía. A partir de entonces mi vida discurrió por los cauces más grises que uno pueda imaginarse”. (p.710).
Es importante señalar cómo el destino de todos los personajes de Bolaño comprometidos profundamente con la literatura desde una vereda opuesta a la del canon oficial, aferrados a sus preceptos vitales y en una búsqueda permanente del sentido menos complaciente de la vida, termina siendo el mismo: el olvido, la postergación, la miseria, el exilio, la muerte. No olvidemos que Jacobo Urenda en su testimonio dice sobre Arturo: “Cuándo hablamos (…) me dejó entender que estaba allí para hacerse matar, que supongo no es lo mismo que estar allí para matarte o para suicidarte, el matiz está en que no te tomas la molestia de hacerlo tú mismo, aunque en el fondo es igual de siniestro” (p.681). No debemos entender la degradación o la caída, sin embargo, como destrucción. En la degradación, en la caída, se encuentra la redención porque en medio de todo eso que se vive está el arte: los protagonistas viven la poesía, respiran la poesía, la habitan. Puede ser que Arturo esté allí, en Monrovia, para hacerse matar. Pero es verdad también que Jacobo Urenda, luego de abrazar a Arturo para despedirse, lo describe alegre y decidido de acompañar a los jóvenes soldados en su misión: “Luego Belano se puso a correr, como si en el último instante creyera que la columna se iba a marchar sin él, alcanzó a López lobo, me pareció que se ponían hablar, me pareció que se reían, como si partieron de excursión, y así atravesaron el claro y luego se perdieron en la espesura”. (p.706).