Los detectives salvajes

Los detectives salvajes Temas

La locura

La locura se pone de relieve en varios personajes memorables en Los detectives salvajes. Edith Oster, pareja de Arturo por un tiempo, sufre delirios psicóticos contra los cuales intenta luchar durante toda su vida. Andrés Ramírez gana la lotería gracias a números que espontáneamente se le presentan. Quim Font es internado, luego de que los jóvenes poetas parten hacia Sonora, en un hospital psiquiátrico.

La locura toma, en estos casos, una forma narrativa propia. Por ejemplo, así como hay testimonios que tienen una continuidad temporal (el de Amadeo Salvatierra durante 13 módulos) o tienen una continuidad entre sí (los de Rafael Barrios seguidos de su pareja Bárbara que los comenta), los testimonios de Quim Font saltan de un tema a otro sin mucha relación de continuidad y, sobre todo, pierden más que cualquier otro el eje de la novela en general, que es la búsqueda emprendida por Ulises y Arturo.
Además de estos personajes, otros personajes que no podrían ser calificados de “locos” tienen, sin embargo, pequeños lapsus o momentos de delirio y paranoia. Amadeo por momentos viaja en su mente tan lejos mientras es entrevistado por los poetas que se sorprende de sí mismo; Piel Divina llega a casa de Luis presa de un delirio paranoide; Heimito alucina con escorpiones en el desierto israelí y un bar en el desierto.

La paranoia es, de algún modo, compañera del detective: para muchos personajes buscar a Belano o a Ulises es inevitable aún cuando no pueden explicar por qué; parejas, jefes, eventuales amigos, de repente se ven irremediablemente atraídos hacia estos dos personajes. Estas búsquedas a veces tienen éxito, a veces fallan, a veces se abandonan. La paranoia promueve los relatos, encadena los eventos de un modo particular, ya que el delirio paranoide compone narrativas propias que exceden en la mayoría de los casos la información concreta. Es el caso, por ejemplo, de Piel Divina cuando visita a Luis Rosado y despliega un relato sin fundamento para explicar la fuga de Ulises en Nicaragua.

El oficio de escribir

A la visión romántica de la vida y actividad del poeta, muy propia de algunos sectores de la literatura, pero sobre todo tan enquistada en el inconsciente colectivo, la novela opone un abanico de situaciones específicas de escritura que tienen que ver con lo que llamamos "el oficio". Hay, por supuesto, poetas y personajes que encarnan este romanticismo antes mencionado, pero estas escenas de escritura abren una puerta al lector muchas veces cerrada con triple llave en la ficción: vemos a algunos personajes en pleno acto de escritura, sabemos cuántas horas del día dedican a esta actividad, en dónde y cómo lo hacen, cuánto les cuesta o no, sus motivaciones y, sobre todo, los vemos escribir por dinero. Escriben cosas que nada tienen que ver con la poesía, generalmente artículos en revistas de diversa índole por los cuales cobran un dinero para subsistir. Aunque también, inclusive, dice Amadeo Salvatierra en su último testimonio: “Como tantos cientos de miles de mexicanos, yo también, llegado el momento, dejé de escribir y de leer poesía. (...) un día me vi escribiendo cartas, papeles incomprensibles bajo los portales de la plaza Santo Domingo. Era una chamba como cualquier otra, (...). Escribo cartas de amor lo mismo que petitorios, instancias para los juzgados, reclamaciones pecuniarias, súplicas que los desesperados mandan a las cárceles de la República” (p.710). Los detectives Salvajes deja constancia de que el oficio de escribir forma parte de la vida del poeta, que escribir es una práctica y que, como en el caso de Xóchitl, puede convertirse incluso en una profesión.

La articulación vida-obra

Escribiendo o no por oficio, el objetivo de esta generación de poetas de los años 50 es articular su vida y su obra de modo tal que sean indiscernibles. Inspirados en la generación beat, en Jack Kerouac, piensan que hay que vivir más que lo que se escribe, pero a su vez que esa vida que se vive tiene que ser una vida literaria. Esto es propio también de las vanguardias del siglo XX. El real visceralismo, movimiento liderado por Ulises Lima y Arturo Belano, se desprende a través de la figura de Cesárea Tinajero del estridentismo de los años 20. Es decir, tiene sus orígenes en un movimiento que abrazaba la modernidad como un poema en sí mismo y todo el tiempo se desbordaba en sus proyectos, desde la literatura hacia la vida. Tanto es así que hasta se llega a proyectar "Estridentópolis", una ciudad acorde al movimiento. Los estridentistas pretendían hacer de la literatura una práctica capaz de dar cuenta de un presente poblado de máquinas, carteles publicitarios y arcos voltaicos.

Sus herederos, los poetas de Los detectives salvajes, viven la vida como una estética de vanguardia. Lo que más les importa a los infrarrealistas no es el hecho de escribir poesía, sino el de vivir como poeta, es decir, la vida cotidiana es el poema mismo. Dice Bolaño sobre su juventud: “Mi interés básico era ese, vivir como poeta. Para mí, ser poeta era, al mismo tiempo, ser revolucionario y estar totalmente abierto a cualquier manifestación cultural, a cualquier expresión sexual [...]. La tolerancia era... Más que tolerancia, palabra que no nos gustaba mucho, era hermandad universal” (Braithwaite, 2011, p.38).

La literatura

Es el tópico predilecto de la mayoría de los personajes de Los detectives salvajes. Tanto es así que la aparición de una fisicoculturista que solo lee revistas de musculación (María Teresa) es extremadamente llamativa. La mayoría de los personajes son poetas, aspirantes a poetas o al menos leen o escriben. En las conversaciones en tertulias en casas o cafés, la literatura le gana a la política, y la política a las artes plásticas. Se habla de libros, de poemas, de movimientos, de concursos, de la vida de otros poetas y, por momentos, inclusive se despliegan teorías literarias tan complejas y abarcativas como irrisorias.

Para Ernesto San Epifanio existe la literatura heterosexual, homosexual y bisexual. Escribe García Madero en su diario: “Las novelas, generalmente, eran heterosexuales, la poesía, en cambio, era absolutamente homosexual, los cuentos, deduzco, eran bisexuales (...)” (p.104). Dice, por otra parte, Quim Font : “hay una literatura para cuando estás aburrido. Abunda. Hay una literatura para cuando estás calmado. Esta es la mejor literatura, creo yo. También hay una literatura para cuando estás triste. Y hay una literatura para cuando estás alegre. Hay una literatura para cuando estás ávido de conocimiento. Y hay una literatura para cuando estás desesperado. Esta última es la que quisieron hacer Ulises Lima y Belano” (pp.256-257).

Así, podemos encontrar una multiplicidad de voces en la novela que reflexionan sobre la literatura. La literatura de Bolaño es una literatura de la multiplicidad. Testimonios de diferentes escritores célebres en la Feria del Libro de Madrid de 1994 definen a la literatura como un negocio, una epifanía, un ejercicio criptográfico, una marcha triunfal, una forma de la locura, un modo de asentarse sin transgredir, un responso en el vacío. Y ninguna de estas definiciones clausura un sentido, sino más bien, como tantas otras en la novela, se abren al infinito. Podemos decir, sin embargo, que la literatura es para Bolaño, como dice el escritor Enrique Vila-Matas, una forma de abrir los ojos para asimilar el caos que nos envuelve.

Arte y política

No podría decirse que los poetas protagonistas de Los detectives salvajes tienen una relación lineal y orgánica con los movimientos políticos de la época, y sin embargo, el ingreso de la política en la novela es innegable. El caso más llamativo de la articulación literatura-política se da a través del fenómeno de burocratización de este vínculo, del proselitismo que reina en los concursos literarios, las ediciones de antologías o los encuentros de poetas.

El ejemplo más claro es el viaje a Nicaragua en plena revolución al que es invitado Ulises. Allí se reúnen los poetas llamados “la banda de los poetas campesinos”, con Álamo a la cabeza. Ulises usa este viaje completamente burocratizado, casi como una performance de adhesión a la revolución, para realmente escaparse lejos del grupo y ver la revolución de cerca. Esto genera el rechazo de sus compatriotas de la delegación mexicana, a la vez que expone que el viaje a Managua no es más que una excusa para hacer lobby.

De este modo podemos pensar muchas otras escenas que articulan literatura y política por un lado exhibiendo las formalidades propias de una literatura más servil y orgánica, contra una mucho más pragmática que el texto opone: Arturo Belano se va a Chile a participar de la revolución de Allende; Ulises, mucho antes de su desaparición en Nicaragua, intenta ingresar en un grupo guerrillero; Arturo Belano yéndose a África a diferentes países en conflicto. Rafael Barrios dice, con respecto al viaje a Sonora de Ulises y Arturo “comprendí que era su manera de hacer política. Una manera que yo ya no comparto y que entonces no entendía, que no sé si era buena o mala, correcta o equivocada, pero que era su manera de hacer política, de incidir políticamente en la realidad” (p.414).

En estos casos, la política y la literatura pueden convivir sin estar una al servicio de la otra. Ambas, en todo caso, buscan incidir en una tercera esfera, la realidad.

La memoria

Dijo Bolaño una vez: “la memoria colectiva es tal vez una de las más débiles, de las más flacas memorias que puedan existir. Nunca se debe confiar en la memoria colectiva” (Braithwaite, 2011, p. 54). Por esto mismo, sus personajes son errantes, recuerdan de manera fragmentaria o difusa, en medio de borracheras o situaciones ambiguas, con discursos referidos poco fiables; consecuencia todo de esa complejidad que es la complejidad del hombre contemporáneo, del hombre de la modernidad. Es importante retener este pensamiento, ya que muchas veces, en la novela coral, se tiende a pensar en la unidad de un discurso (en este caso una memoria colectiva) en base a la sumatoria de voces. No es el caso de Los detectives salvajes. Aquí la memoria falla constantemente (artículos y revistas que no se encuentran en la hemeroteca, testigos que no recuerdan bien, que quemaron papeles, que perdieron la cordura, que tienen sueño, están borrachos, desesperados, locos) pero en tanto los pedazos se unen en la lectura, la composición va tomando forma. No sólo si pensamos en la búsqueda de Cesárea Tinajero, sino más aún en la búsqueda que emprende el lector junto con el narrador oculto que ha unido todos estos testimonios en los que se menciona a Ulises y Arturo.

La memoria de nuestros testigos es limitada, se fragmenta, se dispersa. Muchas veces lo que pueden aportar es casi nulo, parece no servir, no tener sentido. Pero en la composición final todo es parte de un gran mapa, y es el lector el que hace entonces una reconstrucción de ese mapa, que es siempre imperfecto, con fallas, vacío de sentido, y con faltantes e inconsistencias.

A su vez, hay también usos de la memoria casi inútiles, que rozan la parodia y que cabe mencionar; en este caso podemos hablar de la representación de la memoria como un recurso estético. La memoria en estos casos es una especie de contenedor caótico de información no jerarquizada y yuxtapuesta, y es el trabajo del detective-lector usar su capacidad de discernimiento. Es el caso, por ejemplo, de García Madero en el auto yendo a Sonora, haciendo un despliegue enciclopédico casi insoportable de los nombres de todos los recursos poéticos y figuras retóricas que existen en el mundo; Xosé Lendorio, con un despliegue similar de citas en latín; Amadeo Salvatierra leyendo del manifiesto estridentista la lista de doscientos artistas firmantes; también Rafael Barrios reponiendo en una página y media todo lo que hicieron los real visceralistas cuando Ulises y Arturo se fueron; o inclusive el testimonio de Julio Martínez Morales, donde intenta hablarnos del honor de los poetas, pero su discurso es casi ininteligible, una serie de ideas inconexas superpuestas. Un caso ilustra esta falta de fiabilidad que Bolaño atribuye a la memoria colectiva: la secretaria de Octavio Paz memoriza la lista de todos los poetas mexicanos nacidos en los años 50 basándose en antologías: falta Ulises Lima. Queremos decir con esto último que estas listas, estas retahílas, son siempre incompletas, imperfectas. Uno tendería a pensar que, entonces, la memoria colectiva vendría a saldar estas fallas. Pero no es así, nuevamente es el rol activo del lector el que le da sentido al conjunto mediante su capacidad de discernimiento.

La identidad literaria latinoamericana

Roberto Bolaño pone en jaque en Los detectives salvajes asuntos que tienen que ver con la identidad latinoamericana en la literatura. Dentro del abanico de personajes que componen la novela tenemos a aquellos considerados exponentes de esta literatura (Octavio Paz), en contraste con los poetas de su generación, migrantes, que difícilmente puedan identificarse con literaturas nacionales. La migración no es solo un movimiento bajo el cual se mueven los cuerpos, sino que conforma identidades que son fluctuantes. Arturo Belano (como Bolaño) es chileno, se forma en México y se va a España. Como él, hay tantos otros personajes que componen este mapa. La literatura entonces se presenta como un espacio que trasciende estas identidades fijas nomencladas bajo el concepto de "literatura latinoamericana".

Sin embargo, esta "latinoamericanidad" permite, según el texto, ciertos movimientos. Un ejemplo de esto se da cuando Arturo le miente a los pescadores franceses diciéndoles que su amigo Ulises es un experto marinero. Alain Lebert se dice a sí mismo que poco sabe sobre la pesca en América, a pesar de que las manos de Ulises no son de pescador. Los guiños de este tipo que exponen la picardía de los latinoamericanos errantes en Europa no son menores.

Mucho se habla también del México "fantasmal" que compone Bolaño en Los detectives salvajes, y más de un crítico atribuye esta mirada a la distancia que lo separa de México, país al que nunca volvió a vivir; recordemos que la novela es escrita en Blanes, Cataluña. En un mundo sacudido por lo que había sido el Boom latinoamericano, plagado de novelas que pretendían leerse como textos que debían alcanzar algo así como una "autenticidad latinoamericana", Los detectives salvajes se planta allí a problematizar este gesto. La labor del escritor, el rol de la literatura en la vida, la política, el oficio de escribir, todo esto busca, tematizado y en boca de algunos personajes, alejarse de este concepto.

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