Los detectives salvajes

Los detectives salvajes Resumen y Análisis Parte III: Los desiertos de Sonora (1976)

Resumen

En esta tercera parte, continúa el diario de García Madero cronológicamente desde el día en que quedó en la Parte I, cuando escaparon a toda velocidad del DF con Lupe, Arturo Belano y Ulises Lima a bordo del Impala de Quim Font. El diario abarca los meses de enero y febrero de 1976.

Apenas salen del DF, García Madero, para entretener a sus compañeros, comienza a hacerles preguntas relacionadas a la poesía. Las preguntas atañen a la poesía formal: qué es el verso libre, la sextina, la síncopa, el quiasmo. Cada vez se vuelven más complejas, pregunta por el saturnio, el proceleusmático, el asclepiadeo. Sus compañeros poco pueden responder, Lupe no entiende de poesía, Ulises no sabe tampoco las respuestas. Belano puede responder a algunas. Sin embargo, todos se entretienen y piden más.

Lupe, en un momento, comienza a hacerles preguntas en el mismo tono, pero vinculadas a la jerga callejera. Qué es la macha chaca, un guacho de orégano, un carcamán. Se abre un gran glosario de expresiones callejeras mexicanas que García Madero no conoce. Ulises Lima participa más que antes, inclusive le pregunta por algunas expresiones a Lupe. Lupe parece conocerlas absolutamente todas.

Según el diario, pasan por Navojoa, Ciudad Obregón, Hermosillo. Llegan a Caborca. “Si la revista de Cesárea se llamaba así, por algo sería”(p.729) dice Belano y anota en su diario García Madero. Ulises y Arturo preguntan por Cesárea por doquier. Con el correr de los días García Madero dice que los acompaña menos a estas excursiones y pasa más tiempo con Lupe.

Conocen en Santa Teresa a un hombre de Letras llamado Horacio Guerra, muy parecido a Octavio Paz, “pero en pequeñito” (p.733). Belano y Lima lo entrevistan. Lupe y García Madero se van al hotel y tienen sexo “como locos” (p.734).

Hasta ahora sólo saben que Cesárea Tinajero ha estado en Santa Teresa. En la hemeroteca del Centinela de Santa Teresa encuentran una noticia sobre un torero llamado Pepe Avellaneda que lidió con dos toros bravos el 11 de junio de 1928 en la plaza. El torero iba acompañado de una mujer llamada Cesárea Tinaja, oriunda de México. No hay foto en la noticia, solo una descripción física de Cesárea. Se anuncia allí la partida del torero hacia Sonoyta, donde compartirá cartel con otro torero llamado Jesús Ortiz Pacheco.

En la hemeroteca de Hermosillo se enteran de la muerte del torero Pepe Avellaneda, en la plaza de toros de Agua Prieta. Al funeral, según el texto, asistió Ortiz Pacheco. Los cuatro se dirigen a una peña que reúne a los fanáticos de la tauromaquia. García Madero anota en su diario que allí conocen a Jesús Pintado, un viejito que les indica dónde encontrar a Ortiz Pacheco.

Disfrutan los viajeros de la hospitalidad del viejo torero en su rancho. Ante la pregunta, dice que recuerda a una mujer que acompañaba a Pepe Avellaneda en vida. La descripción coincide con la de Cesárea. Ella no era su esposa, sino su amante. Es por eso que no se la menciona en las noticias sobre el velorio del torero. Pero, según escribe García Madero, al visitar la tumba de Pepe Avellaneda, los jóvenes ven que en la lápida está inscrito lo siguiente: “José Avellaneda Tinajero, matador de toros, Nogales 1903 - Agua Prieta 1930” (p.754).

Días después, mientras desayunan en Nogales, ven por primera vez el coche Camaro de Alberto. Lupe lo reconoce en seguida y palidece.

Descubren a través de un periódico que Cesárea tal vez fue maestra en la localidad de El Cubo. Lo confirman entrevistando a una maestra y a una vieja india pápago que conoció a Cesárea. De a poco, pista a pista, García Madero escribe en su diario que Cesárea fue maestra de 1930 a 1936, que ejerció en Hermosillo, Pitiquito, Bábaco y Santa Teresa.

En Bábaco, una maestra que aún ejerce su profesión dice que conoció a Cesárea. Fueron amigas. La entrevistan Ulises y Alberto. Cesárea, al irse de Bábaco, le dejó a la maestra un cuaderno de regalo. En él había anotaciones sobre la educación mexicana; la maestra perdió el cuaderno, recuerda poco y nada al respecto. Tiempo después se reencontraron: Cesárea tenía un puesto en una feria y vendía hierbas. La maestra dice que Cesárea estaba gorda, muy gorda. Que no se había casado y que dijo que vivía a veces en El Palito y a veces en Villaviciosa.

El 30 de enero Alberto descubre a los jóvenes del Impala. Luego de una persecución finalmente el Camaro de Alberto da con el coche de los poetas. Pero antes que eso, García Madero anota que encontraron a Cesárea Tinajero. Ese día Cesárea, ya no poeta sino lavandera, conversó algunas cosas con Ulises y Arturo, y subió al auto, de modo tal que en el momento en que Alberto y un policía cómplice del proxeneta apuntan con sus armas al Impala de Quim Font, Cesárea Tinajero está en el asiento de atrás con Lupe y García Madero.

Cuando Alberto se dispone a acercarse al auto donde está Lupe, Arturo lo asalta y le clava un cuchillo que compró en Caborca. Ulises se entrevera con el policía, dan vueltas en el suelo, hasta que Cesárea se abalanza sobre ellos. Dos tiros salen de la pistola del policía y Cesárea muere en el acto, junto con el policía.

García Madero escribe en su diario que Belano, acongojado, siente que encontraron a Cesárea sólo para traerle la muerte, y que le pide disculpas a Lupe, o tal vez a él, a García Madero. No le resulta claro.

Belano y Ulises Lima se van en el Camaro, con los cadáveres para enterrarlos. Lupe y García Madero se van en el Impala. Según el diario, que se corta el 15 de febrero, García Madero ha leído los papeles de Cesárea y viajan sin rumbo con Lupe por varios pueblos, siempre en el coche de Quim Font. El texto culmina con acertijos visuales de diferentes ventanas.

Análisis

Podemos ver, llegado el final de este análisis, que Los detectives salvajes es una obra de registro amplio, con una estructura abierta y flexible. Contiene en sus páginas, como vimos, a 52 personajes tomando la voz, uno escribiendo en un diario y otros tantos asomando por el foco de la historia (los hermanos Rodríguez, Alberto, Rosario); veinte años de viajes y recorridos y más de ocho países como telón de fondo, además de una combinación importante de géneros, reflexiones, teorías y situaciones que bien podrían permitir una infinidad de interpretaciones.

Dice Bolaño en un artículo recuperado en Entre paréntesis, un libro que reúne sus artículos periodísticos, que Los detectives salvajes “(...) intenta reflejar una cierta derrota generacional y también la felicidad de una generación, felicidad que en ocasiones fue el valor y los límites del valor. Decir que estoy en deuda permanente con la obra de Borges y Cortázar es una obviedad. Creo que mi novela tiene casi tantas lecturas como voces hay en ella. Se puede leer como una agonía. También se puede leer como un juego” (2011, p.327). Por un lado ya nos ha dicho Iñaki que “Todo lo que comienza como comedia termina como tragedia” (p.623), y la agonía remite a esa tragedia de la decadencia de las vanguardias, de los vínculos, de los cuerpos, de las mentes. A su vez, todo puede ser visto como un juego, es decir, como una gran broma, un gesto que remite al poema visual de Cesárea Tinajero, “Sión”.

Esta última parte, que es a su vez la segunda parte del diario de García Madero y que se retoma exactamente en el punto en que se dejó al final de la Parte I, no resuelve todos los enigmas, pero ata algunos de los cabos que han quedado sueltos desde aquella vez y justifica, entre otras cosas, la presencia constante de Amadeo Salvatierra en la segunda parte de la novela. Amadeo ocupa 13 módulos repartidos en los 26 capítulos que componen la segunda parte; además, es él el que la abre y la cierra. En ese encuentro se repone el momento en que Arturo y Ulises leen por primera vez Caborca, ven el poema “Sión” de Cesárea y deciden, y se lo comunican a Amadeo, buscar a Cesárea Tinajero y su Obra Completa. Además, esta última parte echa una luz diferente sobre las teorías aparentemente estrafalarias de Piel Divina sobre por qué Ulises y Arturo debían huir luego del viaje a Sonora. Sabemos ahora que efectivamente han cometido un crimen.

El encuentro con Cesárea Tinajero, luego de tanta búsqueda, es una desilusión para los poetas:

Cuando llegamos sólo habían (sic) tres lavanderas. Cesárea estaba en el medio y la reconocimos de inmediato. Vista de espaldas, inclinada sobre la artesa, Cesárea no tenía nada de poética. Parecía una roca o un elefante. Sus nalgas eran enormes y se movían al ritmo que sus brazos, dos troncos de roble, imprimían al restregado y enjuagado de la ropa. Llevaba el pelo largo hasta casi la cintura. Iba descalza (…). Miré a Lima, había dejado de sonreír. Belano parpadeaba como si un grano de arena le estorbara la visión. (p.775)

Aún así, es evidente que los poetas no esperaban llevarle a Cesárea la muerte. La muerte de Cesárea es tomada por varios críticos como la pérdida de la inocencia o inclusive de fe en las vanguardias políticas y estéticas latinoamericanas, una pérdida de fe que da paso al nihilismo político por parte de los artistas luego de los años 70. Es difícil sentenciar esto, ya que Los detectives salvajes, como vimos, es una novela que constantemente evita el discurso ideológico totalizante, y logra evitarlo por la multiplicidad de voces y puntos de vista que la comprenden. Además, toda conclusión, reflexión, retrato, está siempre teñido por la tragicomedia: a la vez que homenajea a los poetas olvidados y desterrados, Bolaño se burla un poco. Según el texto, el bando de los real visceralistas era un grupo “patético” (p.584) que rayaba en la “estafa” (p.584), como decía Daniel Grossman; jóvenes “entusiastas e ignorantes” (p.225), como dijo Manuel Maples Arce; “surrealistas de pacotilla y (...) falsos marxistas” (p.16), como decía Álamo; ladrones de libros y “pandilla de analfabetos funcionales” (p.69), como decía Ernesto San Epifanio; o, para otros, como el pintor Alfonso Pérez Camarga, amigo de Joaquín Font, “no eran revolucionarios. No eran escritores. A veces escribían poesía, pero tampoco creo que fueran poetas. Eran vendedores de droga” (p.421). Esta burla no es despectiva, más bien hay que entender Los detectives salvajes como Arturo y Ulises comprendieron el poema “Sión” de Cesárea Tinajero: “es una broma, Amadeo, el poema es una broma que encubre algo muy serio” (p.485).

A su vez, como dijimos, Los detectives salvajes es un homenaje, un modo de traer sobre la mesa a todos los poetas que no fueron, como Ulises Lima o Cesárea, recopilados en antologías universalizantes, pero que pusieron su vida en juego por la literatura. La admiración de Bolaño por los poetas, el lugar privilegiado que ocupó siempre la poesía, no es secreto. Dijo una vez en una entrevista en 1999: “Yo empecé escribiendo poesía. Al menos cuando empecé a escribir en serio, cuando la apuesta era a vida o muerte –que es una forma un poco exagerada de decirlo, pero bueno, se parece– lo que escribí era poesía, y leí muchísima poesía. Y siempre he admirado las vidas de los poetas. Esas vidas tan desmesuradas, tan arriesgadas”. Esa admiración, además, tuvo nombre y apellido: Mario Santiago Papasquiaro, su mejor amigo y en quien se inspira para crear el personaje de Ulises Lima. Dice Bolaño en su libro de ensayos titulado Entre paréntesis sobre Los detectives salvajes que “También es la transcripción, más o menos fiel, de un segmento de la vida del poeta mexicano Mario Santiago, de quien tuve la dicha de ser su amigo”. Este carácter de homenaje no opaca lo antedicho: Los detectives salvajes es un homenaje, también una broma, que esconde algo más serio.

Volviendo al diario de García Madero, en esta última parte se narra el encuentro con Cesárea. Como vimos, en principio encontrar a Cesárea es una desilusión. Luego, todo se convierte en tragedia: Alberto encuentra a los poetas y después de un enfrentamiento Cesárea muere intentando ayudar a Ulises Lima. La tristeza los invade, piden disculpas por lo sucedido. Encontrar a Cesárea representa un fracaso, sobre todo de su proyecto de volverse invisible. Cesárea se ha ido hace años del DF para no volver y abandona la poesía. Sin embargo, los real visceralistas la encuentran, y, al encontrarla, le traen la muerte. A partir de ahí Arturo y Ulises emprenden su propia fuga, Ulises terminará en el DF como dijimos, muerto como persona y como poeta, y Arturo será visto por última vez adentrándose en la espesura de la selva en África. García Madero y Lupe siguen viajando indefinidamente. La última escena es la de un juego de dibujos y acertijos de ventanas. Como bien dijimos, tanto la Parte I como la II de la novela culminan con imágenes de ventanas. En el caso de esta tercera parte, el acertijo, un rectángulo de líneas punteadas, no se resuelve. Sólo sabemos que es una ventana por deducción de los dos acertijos anteriores y la solución queda a cargo del lector, posiblemente contrariado y recordando, nuevamente, que la novela, aunque esconda algo serio, también es una gran broma.

Este método deductivo (no necesariamente efectivo) es el que constantemente mantiene la lectura en tensión. El movimiento de la búsqueda y la sospecha, también bajo la forma de la paranoia, promueve la narración y la lectura. García Madero busca en un principio por el DF a los real visceralistas, Alberto busca a Lupe, los real visceralistas buscan a Cesárea Tinajero, el lector busca a Arturo y Ulises, al igual que, episódicamente, los buscan tantos otros personajes de la novela. El encuentro, sin embargo, la culminación de una búsqueda, como vimos en esta última parte, trae consigo la posibilidad de la derrota, la violencia, la tragedia. Hay una tríada indisoluble que recorre el texto, la juventud, la literatura y la muerte son tres conceptos indisociables.