Resumen
Capítulo 3: …Y aquí comenzaron mis problemas…
Vladek está guardando la comida que dejó Mala para devolverla al supermercado y explica que desde el Holocausto que no puede tirar nada. Art está fastidiado con el comportamiento de su padre, y su enojo empeora cuando Vladek le pide que se quede con él todo el verano. Mientras conducen al supermercado, Art le cuenta a su padre que investigó sobre sublevaciones en Auschwitz y leyó que unos prisioneros del crematorio mataron a tres guardias y destruyeron el edificio. Vladek, que ya conoce la historia y su veracidad, agrega que rápidamente mataron a todos los rebeldes y que a las mujeres que los aprovisionaron de municiones las dejaron colgadas afuera del taller por muchísimo tiempo. Luego, Vladek retoma su historia por donde la había dejado.
El ejército ruso está muy cerca y el sonido de la artillería se puede escuchar en la distancia. Los nazis planean llevarse a todos los prisioneros al corazón de Alemania, pero un amigo de Vladek, un chico que trabajaba en las oficinas, idea un plan de escape. Cuando los alemanes se movilicen para llevarse a todos, se esconderán en un ático hasta que el campamento sea completamente evacuado. Hasta que llega el día señalado, se encargan de guardar raciones de comida y ropa de civil. Sin embargo, durante la evacuación, corren rumores de que los nazis prenderán fuego todo el campamento, por lo que Vladek y sus amigos finalmente optan por abandonar el campo con el resto de los prisioneros. Después de la guerra, sin embargo, se enteran que el campamento se mantuvo intacto.
Los nazis hacen caminar a los prisioneros largas distancias a través del bosque y la nieve helada. Los que no soportan el ritmo de la caminata son fusilados. Algunos de los amigos de Vladek del ático sobornan a los guardias para escapar corriendo y que no les disparen. Vladek desconfía de los guardias, así que no se suma al plan; esta decisión le salva la vida, ya que todos sus amigos son fusilados. Así llegan a Gross-Rosen, Alemania, un pequeño campo sin cámaras de gas. A la mañana siguiente, los obligan a subir a un tren y meten a unos doscientos judíos en cada vagón. Vladek, que conserva una manta con él, la ata a unos ganchos del techo del tren para improvisar una hamaca en la cual reposar y quedar por sobre la altura de los demás prisioneros. Gracias a esto, se salva del terrible hacinamiento que termina matando a la mayoría de los prisioneros que viajan con él.
El tren avanza durante algún tiempo y luego se detiene por muchos días. Los prisioneros, sin comida ni agua, comienzan a morir. Vladek, gracias a que se encuentra en altura, puede sacar las manos por una pequeña ventana y tomar la nieve que se acumula en el techo. La nieve le sirve para hidratarse y para intercambiar por azúcar con los otros prisioneros. Cuando las puertas se abren y los soldados los obligan a bajar los cadáveres y limpiar el vagón, los prisioneros aprovechan para sacarles la ropa en buen estado y la comida a los muertos. Alrededor hay muchos otros trenes cuyas puertas nunca se abrieron y están llenos de muertos. Cada día, los nazis abren las puertas para sacar más cuerpos y el coche se vuelve más espacioso. Así, un día, el tren comienza a moverse, aunque pronto se detiene otra vez y algunos prisioneros están al borde de la locura. Sin embargo, al abrirse las puertas se encuentran con un equipo de la Cruz Roja y cada hombre recibe una taza de café y un trozo de pan antes de volver al tren. En el camino se enteran de que se dirigen a Dachau.
Al llegar al supermercado, Vladek va a devolver la comida abierta y parcialmente consumida. Art y Françoise observan desde la distancia la charla del anciano con el gerente. Vladek retorna victorioso: le dieron seis dólares como compensación por la devolución, y el gerente se mostró feliz de ayudarlo cuando conoció la historia de Vladek en el Holocausto, y luego sus problemas con Mala y con su salud.
Una vez en Dachau, todos los prisioneros viven hacinados en barracones y deben dormir sobre paja sucia y cubierta de piojos que transmiten tifus, una enfermedad que muchas veces resulta mortal. Para recibir alimentos, todos los presos están obligados a quitarse la camisa y entregarla para su inspección; si en ella hay piojos, entonces se quedan sin su ración de alimento. Como resulta casi imposible escapar de los piojos, los prisioneros pasan días enteros sin comer. Para escapar de tal pesadilla, Vladek se abre a propósito una herida que tiene en la mano y deja que la infección avance para que lo envíen a la enfermería, donde le dan tres comidas al día y tiene una cama para compartir solo con una persona más. Cuando la herida crece tanto que teme perder su mano, Vladek deja que la infección comience a sanar.
De regreso en los barrancones, Vladek entabla amistad con un francés que busca desesperadamente alguien con quien hablar. Como él es de los pocos que habla inglés, única lengua que el otro tiene en común con él, suelen andar todo el tiempo juntos. El francés no es judío, por lo que se le permite recibir paquetes de su familia, y para no perder su única compañía en el barracón suele compartir su contenido con Vladek, quien obtiene así comida extra. Vladek entonces intercambia la comida para conseguir una camisa nueva que mantiene siempre limpia, para mostrarla en las inspecciones y así recibir siempre su ración de alimento.
Sin embargo, después de algunas semanas, Vladek contrae tifus. Una fiebre altísima no lo deja ni siquiera dormir y los viajes al baño son extremadamente difíciles. Afortunadamente, logra sobrevivir hasta que lo llevan a la enfermería, donde permanece durante días, demasiado débil incluso para comer. Aún así, guarda su comida y la usa para sobornar a otros prisioneros para que lo lleven y traigan del baño. Justo cuando la fiebre de Vladek comienza a bajar, llega un guardia que les informa a los enfermos que cualquiera que esté lo suficientemente bien como para viajar debe hacer fila afuera para ser intercambiado como prisionero de guerra. Vladek no se puede mantener parado, pero pagando con pan a otros prisioneros consigue que lo lleven hasta el tren que los llevará a Suiza.
En el auto de regreso de la tienda, Vladek le dice a su hijo que intercambió cartas con el francés durante años, pero las quemó junto con los diarios de Anja para no tener más recuerdos del Holocausto. Françoise detiene el auto para recoger a un autoestopista afroamericano, lo que pone furioso a Vladek, porque se trata de una persona de color y teme que les robe. Valdek se la pasa murmurando en polaco el tiempo que viajan con el autoestopista, hasta que el hombre se baja y entonces el anciano le grita a Françoise que no debe subir al auto a un "shvartser". Su prejuicio se origina en sus primeros días en Nueva York después de la guerra, cuando trabajaba en una tienda y recuerda que los negros le robaban sus pertenencias si se distraía.
Capítulo 4: Salvado
Es otoño en Rego Park. Vladek habla con su hijo sobre dinero y le insiste en que se quede a vivir con él, algo a lo que Art se niega de forma contundente. Luego, Art le pide a su padre que le cuente más sobre cómo hizo Anja para sobrevivir hasta el final de la guerra. Los recuerdos de Vladek no son tan claros, pero le dice que ella fue sacada de Auschwitz antes que él y que Mancie la mantuvo a salvo. Todo lo que Vladek sabe realmente es que fue liberada cerca de Rusia y luego regresó a Sosnowiec.
Vladek se encuentra en el tren, en viaje a la frontera suiza para ser canjeado por prisioneros de guerra. Antes de que el tren llegue a destino, obligan a todos los prisioneros a bajarse y caminar hacia la frontera. En el camino, los guardias los detienen y los obligan a permanecer en el lugar durante horas. Entonces llega la noticia: la guerra ha terminado. Sin embargo, no son liberados, sino que los hacen marchar hacia un tren de carga que, según les dicen, los llevará a la siguiente ciudad, donde los recibirán los estadounidenses. El tren no posee guardias, y al cabo de media hora se detiene, aunque no se encuentran estadounidenses a la vista. Los ex-prisioneros caminan en diferentes direcciones, y pronto se encuentran con una patrulla del ejército alemán que los detiene. Así, Vladek termina junto a otros prisioneros en la orilla de un lago, donde los vigilan para que no se escapen. Allí, Vladek se encuentra con su viejo amigo, Shivek. No saben lo que les va a pasar, pero consideran apropiado quedarse cerca del agua para intentar escapar nadando de ser necesario. Esperan temerosos toda la noche, seguros de que los matarán, pero a la mañana siguiente, cuando salen de sus tiendas, descubren que todos los alemanes se han ido.
Vladek y Shivek se alejan, pero prontamente se encuentran con otra patrulla alemana que los obliga a meterse en un granero. Luego de pasar toda la noche allí, escuchando disparos en lejanía, descubren en la mañana que los guardias se han ido. Vladek y Shivek vuelven a andar en busca de un lugar seguro y terminan por pedirle resguardo a un civil alemán. De mala gana, este les ofrece quedarse en un pozo de su parque. Más tarde, cuando unos oficiales pasan por el domicilio, el civil los delata, y aunque los oficiales no le prestan la menor atención, es suficiente para que Vladek y Shivek se retiren de ese lugar.
Después de un tiempo de marcha, llegan a una casa vacía y se esconden en un pajar dentro del granero. Desde allí, notan que muchos ciudadanos están huyendo, y luego escuchan el sonido de una gran explosión. Los nazis acaban de volar un puente para cubrir su retirada. En la casa recientemente abandonada encuentran leche, pollos y ropa. Los dos se quedan allí durante días, se visten con ropa limpia y comen bien. Finalmente, llegan los estadounidenses y terminan de ponerlos a salvo. La casa en la que se encontraban Vladek y Shivek pasa a ser parte del campamento base de los estadounidenses, y a ellos se les permite quedarse en tanto se encarguen de la limpieza. Los estadounidenses son amistosos: llaman a Vladek "Willie" y le dan comida como regalo.
En Rego Park, Vladek le muestra a su hijo fotografías antiguas que obtuvo de la niñera de Richieu después de la guerra. Se sientan en el sofá y Vladek le cuenta quiénes son las personas que aparecen en las fotos y cómo terminaron. En ese momento, Vladek tiene un dolor en el pecho, que alivia al tomar su pastilla. Sin embargo, está cansado y se acuesta en el sofá para dormir un poco.
Capítulo 5: La segunda luna de miel
Art y Françoise debaten sobre qué hacer con Vladek; mudarse a Rego Park está fuera de discusión, y no hay forma de que el anciano pueda mudarse con ellos. Mala llama por teléfono; ella y Vladek han vuelto a estar juntos y se encuentran en Florida. El motivo de la llamada es que Vladek ingresó en el hospital porque tiene agua en los pulmones por tercera vez en el mes. Art cuelga y llama al hospital, pero Vladek ya no está allí. Preocupado, vuelve a llamar a Mala, quien le informa que Vladek está con ella: abandonó el hospital porque no confía en los médicos de Florida y quiere ver a su propio médico en Nueva York. Mala le expresa su frustración a Art y le pide que la ayude, porque ella no puede hacerse cargo sola de Vladek.
Art vuela a Florida para ayudar a Mala con Vladek. Consigue el oxígeno de emergencia, arregla el vuelo hacia New York y la ambulancia para ingresarlo en el hospital Laguardia. Luego de informar de todo esto a Mala, le pregunta por qué volvieron a estar juntos y ella le responde que no sabe. A la mañana siguiente, todo está empacado. Art y Vladek se sientan afuera a tomar aire, y el anciano le cuenta qué hizo justo después de la guerra. Junto a Anja, Vladek se mudó a Suecia y se puso a trabajar con el objetivo de juntar dinero para ir a Estados Unidos. Durante un tiempo, aceptó trabajos de mano de obra, hasta que finalmente usó su ingenio y sus habilidades de venta hasta convertirse en socio de una tienda. Su visa llegó unos años más tarde y pudo mudarse a Nueva York.
Esa noche, Vladek, Art y Mala se preparan para abordar el vuelo a Nueva York. El avión se retrasa, y cuando está por despegar Vladek dice que su oxígeno no funciona, a pesar de que el resto lo prueba y afirma lo contrario. Como esto amenaza con dejarlos sin vuelo, Vladek informa que repentinamente su oxígeno volvió a funcionar. Al llegar a Nueva York los recibe una ambulancia y Vladek es trasladado al hospital. Su médico realiza pruebas exhaustivas y decide que puede irse a casa. Art esperaba que su padre pudiera quedarse en el hospital, pero el médico le dice que no hay motivo para ello, por lo que lleva a Vladek a Rego Park, donde Mala lo está esperando.
Aproximadamente un mes después, Art vuelve a visitar a su padre por primera vez desde Florida. Vladek y Mala se van a mudar al sur, así que se preparan para vender la casa. Art se sienta junto a la cama de su padre para grabar el capítulo final de su historia y enterarse de qué pasa justo al final de la guerra.
Vladek y Shivek son trasladados a un campamento para personas desplazadas. Allí, Vladek tiene un recaída de tifus y luego de varios chequeos descubre que, además, es diabético. Finalmente, los dos emprenden viaje a Hannover, donde Shivek tiene un hermano. No hay trenes de pasajeros, así que recurren a un tren de carga. El viaje es largo y el tren se desvía en numerosas ocasiones porque las vías han sido levantadas. Cuando llegan, la cuñada de Shivek le sugiere a Vladek que vaya a un campamento cercano en el que puede buscar noticias sobre su esposa. En el campamento, Vladek se encuentra con dos chicas de Sosnowiec, Jenny y Sonia, que le advierten que en Sosnowiec los polacos matan a los judíos que intentan recuperar sus casas. Vladek les pregunta por Anja, y así se entera de que a ella los polacos la dejaron en paz porque no insistió en recuperar las propiedades de su padre.
Durante este tiempo, Anja acude periódicamente a la organización judía para obtener noticias de Vladek, y hasta consulta la fortuna a una gitana, a pesar de considerarlo una tontería. De todas formas, la gitana acierta con todas las predicciones. Anja recibe una carta de Vladek con una foto de él, con el uniforme de los prisioneros en los campos de concentración, que estaba disponible en una tienda de fotos como "fotos de recuerdo". El viaje a Sosnowiec dura tres o cuatro semanas. Vladek lo inicia junto a Shivek, pero eventualmente se pierden y llega solo. En Sosnowiec, lo primero que hace es dirigirse a la organización judía y gracias a este intermediario se encuentra con su esposa y vuelve a abrazarla después de mucho tiempo.
Vladek da por finalizada su historia con esta escena y le dice a Art que está cansado de hablar. Al acostarse a dormir, llama A Art por el nombre de su hermano muerto, Richieu.
Análisis
Hacia el final de la guerra, cuando los rusos están por llegar a Auschwitz, los nazis comienzan a replegarse y regresan a Alemania. En un principio, para darle continuidad a su proyecto de exterminio de la población judía, obligan a todos los prisioneros de los campos a viajar hacinados hacia Dachau. En esta etapa de su cautiverio, todos los instintos de Vladek se concentran en sobrevivir. El viaje en tren es particularmente espantoso: son unos doscientos judíos por vagón; viajan tan apretados que ni siquiera pueden sentarse o cambiar de posición. Una vez más, Vladek destaca por su astucia y se arma una hamaca con una camisa de sobra que había conseguido y unos ganchos de carnicero que cuelgan del techo. En esa posición privilegiada, no solo se salva de morir aplastado por sus propios compañeros, sino que hasta accede por una ventana al exterior del tren y logra desprender la nieve que se acumula del techo. Gracias a ella, no solo se hidrata para sobrevivir, sino que logra intercambiarla por azúcar, puesto que a los prisioneros no les dan agua, por lo que la nieve se convierte en el bien más preciado.
Las brutales escenas del tren ilustran hasta qué punto la lucha frenética por sobrevivir ha destruido los vínculos comunitarios, religiosos y de amistad que mantenían unida a la comunidad judía. Cuando uno de ellos no puede sostenerse en pie y cae al piso, los otros lo pisan en busca de un poco más de espacio en el vagón; así, el caído intenta apuñalar los pies de quienes lo rodean en un intento desesperado de salvar la vida, aunque en general no lo consigue. De los doscientos judíos que suben al vagón junto a Vladek, solo sobreviven veinticinco.
Durante la estadía en Dachau, la lucha por la supervivencia recrudece, y Vladek incluso se lastima la mano constantemente para poder mantenerse en la enfermería, el único lugar donde puede comer tres veces al día y tiene que compartir la cama solo con una persona más. Durante todo el capítulo 3, en su periplo por Dachau, Vladek no menciona a Anja en ningún momento. Este silencio pone de manifiesto hasta qué punto la lucha por la supervivencia es tan feroz que no deja espacio para ningún otro pensamiento.
En este contexto de autopreservación, en el que se cortan incluso los lazos humanos más fundamentales, las pocas ocasiones en que los prisioneros muestran un altruismo puro se vuelven particularmente memorables. El ejemplo más significativo es Mancie, la compañera de Anja en Birkenau que en el capítulo 2 hacía de nexo entre la pareja. Aunque pasar notas y comida de Auschwitz a Birkenau bien le podía valer la muerte, Mancie lo hacía sin pedir, y ni siquiera aceptar, nada a cambio. Luego, como Vladek le va a contar a su hijo en el capítulo siguiente, Mancie siguió ayudando a Anja a lo largo de la extenuante marcha desde Birkenau, al punto de convertirse en su principal apoyo y de salvarle la vida.
En medio de la representación del horror colectivo, es interesante notar que los dibujos de judíos de Maus son prácticamente indistinguibles entre sí, especialmente cuando todos visten el mismo uniforme de prisionero o cuando están desnudos. Al dibujar los ratones de esta manera, Art Spiegelman llama la atención sobre el hecho de que el Holocausto puede considerarse desde dos perspectivas diferentes: como un genocidio sin rostro y como el asesinato individual de cinco millones de personas. En Maus, estamos leyendo el relato de la supervivencia al Holocausto de un hombre en particular, aunque su historia no es un evento aislado. El Holocausto no solo le sucedió a Vladek, sino a todo un grupo étnico de personas. Historias similares fueron vividas por millones de personas en toda Europa, y la vivencia de Vladek es solo una entre muchas.
Hacia el final del capítulo, la orientación del relato da un vuelco y presenta una situación profundamente irónica que empuja al lector a reflexionar sobre la naturaleza humana: puede considerarse que Vladek (y el pueblo judío del que forma parte) es una víctima de la aplicación probablemente más horrenda del racismo masivo en la historia de la civilización; así y todo, él mismo también es racista. Mientras regresan a la casa de verano, Françoise detiene el auto para recoger a un afrodescendiente que hace autostop en la ruta. Al ver esto, Vladek le grita a su nuera: “Oh, es de color. ¡Un shvartser! ¡Pisa el acelerador!” (p. 258). Luego, cuando tiene que compartir con él el viaje, Vladek no para de hablar en polaco para quejarse del afrodescendiente. Una vez que el autoestopista se baja del auto, Vladek sigue expresando su enojo con Françoise y le dice que se vio obligado a vigilar todo el tiempo que no les robara la comida. Ante esta demostración racista, la joven estalla y le grita: “¡Esto es indignante! ¿Cómo tú, precisamente, puedes ser tan racista? ¡Hablas de los negros igual que los nazis hablan de los judíos!” (p. 259). A este exabrupto, Vladek contesta: “De verdad que te tenía por más lista, Françoise… no tiene punto de comparación. ¡Judíos y shvartsers! (...) cuando llegué a Nueva York trabajé en una tienda de ropa. Antes nunca había visto gente de color… Pero allí estaban Shvartsers por todas partes, y si dejaba cualquier cosa de valor un solo segundo, ¡volaba!” (p. 259). Françoise quiere seguir discutiendo sobre esta generalización que Vladek realiza movido por sus prejuicios, pero Artie le explica que no tiene ningún sentido. El pasaje entonces concluye sin que se elabore más en torno al racismo de Vladek; el lector puede comprender que sus sentimientos hacia los afroamericanos son el resultado de experiencias particulares durante los primeros días en la ciudad de Nueva York; a partir de ello, Vladek ha juzgado a todo un colectivo de personas. Así, el hecho de haber sufrido la persecución racial no libra a un individuo de ser racista él mismo.
Como ya hemos observado, a lo largo de Maus Art se siente culpable por mostrarse apático y hasta negligente con su padre. Al inicio y al final del capítulo 4, dos escenas confirman esta percepción. Con la salud deteriorada y sin el apoyo de Mala, Vladek no sabe cómo se las arreglará para salir adelante y le pide a Art que se mude con él. En una situación que se repite capítulo a capítulo, Art prácticamente le grita su negativa a Vladek: volver a vivir con él no es una opción a considerar, y prefiere que Vladek gaste parte de sus ahorros en una enfermera antes de hacerse cargo él. Así, queda claro que Art prioriza su comodidad antes que la de su padre. Esta actitud se hace más evidente incluso cuando su padre le pide ayuda para montar las contraventanas: queda claro que a Art lo que le interesa es escuchar la historia de vida de Vladek, pero no se preocupa por la situación actual de su padre. Gracias a su insistencia, consigue dejar de lado el asunto de las contraventanas y Vladek retoma la historia. Al final del capítulo, tras mirar las fotos de la familia, Vladek siente un fuerte dolor en el pecho y debe recostarse a descansar. Como se encuentra débil pero quiere supervisar la tarea, le pide a Artie que lo visite al otro día para ayudarlo. Sin embargo, su hijo se niega, y dice que no volverá sino hasta la semana que viene, por lo que no quedará más remedio que pagar un poco más de calefacción por unos días. Del mismo modo, aunque Vladek a menudo desea hablar sobre su relación con Mala y el deterioro de su salud, temas que para él son críticos en su estado actual, su hijo siempre intenta forzar la conversación para hablar del pasado, que es lo que a él le interesa. Al final del capítulo 4, Art le pide disculpas poco convincentemente a su padre por hacerlo hablar tanto, aunque en su egoísmo parece incapaz de ver hasta qué punto hablar del pasado afecta a su padre.
La asimetría en la importancia que el pasado y el presente tienen para Art y para Vladek se vuelve a poner de manifiesto cuando Art le pide a su padre que le cuente más sobre Anja, refiriéndose claramente a la experiencia de su madre en Auschwitz. Vladek, sin embargo, interpreta la pregunta de manera diferente: "¿Anja? ¿Qué quieres que te cuente? Donde quiera que miro veo a Anja… con el ojo bueno, con el ojo de vidrio, si son abiertos o si son cerrados, siempre pienso en Anja” (p. 263). Como puede observarse, el Holocausto no es el único evento en la vida de Vladek que lo ha afectado profundamente. La muerte de su esposa también sigue afectándolo a diario. Esto también se ha visto en otras secciones del libro; por ejemplo, durante la caminata de Art y Vladek hacia el banco, este rompe a llorar por el recuerdo de su esposa. Aunque sería injusto decir que la personalidad de Vladek ha sido moldeada por completo por estos dos eventos, es innegable que han sido las dos experiencias más importantes de su vida. La medida en que cada una de estas experiencias ha moldeado la personalidad de Vladek es una incógnita interesante y compleja que no se resuelve completamente en el texto.
Queda claro a lo largo de toda la novela gráfica que Anja siempre tuvo una personalidad propensa a la depresión. Después del nacimiento de Richieu, por ejemplo, se vio obligada a instalarse en un sanatorio durante tres meses para recuperarse de una profunda recaída anímica. Ya en plena ocupación nazi, después de que su sobrino, Lolek, decidiera entregarse a los alemanes para no tener que esconderse más, Anja sufrió una drepresión muy grande. Con la mayor parte de sus parientes arrebatados por el Holocausto, Anja le dice a Vladek en reiteradas ocasiones que ya no desea vivir. Luego, en Birkenau, le confiesa a su esposo que en más de una ocasión estuvo a punto de arrojarse contra las cercas electrificadas para acabar con su vida. Después de esta recapitulación, el suicidio de Anja en 1968 no parece haber sido una sorpresa.
Cabe destacar que, durante la Guerra, Vladek siempre estuvo al lado de Anja y supo sostenerla y contenerla en los momentos más difíciles. Sin embargo, después del Holocausto, la relación de Vladek con su esposa se ve modificada y este ya no muestra la calidez y el trato amoroso que había caracterizado el vínculo durante la guerra. Probablemente, un factor importante en la decisión que toma Anja al quitarse la vida es la pérdida de puntos de apoyo y de contención. Con gran parte de su familia muerta, Anja se queda solo con Vladek y Art; como se observa en el cómic "Prisionero en el Planeta Infierno", Artie no pudo ser de mucho apoyo para su madre. De la misma forma, por las relaciones familiares que se esbozan, cabe pensar que Vladek, al acercarse a la vejez y lidiando con sus propios traumas, tampoco pudo prestar el apoyo que su esposa necesitaba. Si tal fuera el caso, entonces es probable que el suicidio de Anja dejara a Vladek con una cantidad considerable de culpa, además de la que ya siente por haber sobrevivido al Holocausto mientras tantas otras personas no lo lograron.
El capítulo 4 cierra con una poderosa escena en la que Vladek le muestra a su hijo fotos de su familia y la de Anja. La mayoría de sus familiares murieron en el Holocausto, y de sus seis hermanos solo sobrevivió uno, Pinek. Como se observa en la página 275, Vladek se hunde visiblemente bajo el peso de tanta muerte. El Holocausto destruyó a casi toda su familia y todo lo que le queda de ella es un puñado de fotos. Pinek sobrevivió desertando del ejército polaco y refugiándose con una familia de campesinos judíos. Había estado viajando con su hermano, León, quien finalmente murió de tifus. Que tanto Vladek como León tuvieran tifus y solo este último muriera subraya, una vez más, el papel fundamental que la suerte tuvo en determinar quiénes se salvaron y quienes perecieron durante el Holocausto.
Como hemos dicho anteriormente, la representación del judío realizada por el autor de Maus es genérica: los rasgos que componen el rostro de los ratones se limitan al hocico, las orejas y los ojos. Al hacer que todos los judíos se parezcan, Spiegelman hasta ahora crea en el lector la impresión de que el Holocausto le sucedió a una masa de personas anónimas. Lo que es más, al dibujarlos como ratones en lugar de como personas, reduce también la capacidad del lector para identificarse plenamente con los personajes principales de la historia. Aunque Maus es una historia sobre personas, la naturaleza de los dibujos agrega distancia entre el lector y los personajes. La foto de Vladek Spiegelman en la página 294 cambia todo esto en un instante. Lo que alguna vez pudo leerse como la historia de un ratón anónimo se convierte en la de un hombre con rostro. Al incluir esta foto, el autor obliga al lector a reconsiderar los terribles eventos de las páginas anteriores bajo una luz diferente, ya que todo el dolor y el sufrimiento ahora pueden asociarse al hombre de la foto. Así, aunque la historia hasta este punto ciertamente ha sido conmovedora y emotiva, la foto le permite al lector empatizar aún más con Vladek y su experiencia de vida.
La foto también obliga a los lectores a reconsiderar su forma de pensar sobre los millones de personas cuyas vidas se han visto afectadas por el Holocausto. La cantidad de muerte, destrucción y dolor es imposible de imaginar, y la contemplación del número total generalmente crea la sensación de una masa de víctimas anónimas, sin rasgos distintivos, tal como los ratones en Maus, que se ven esencialmente iguales. Al colocar la foto de una de las víctimas del Holocausto, se pide a los lectores que piensen en este evento en términos de sus efectos en millones de personas, cada una con sus propios amigos, familiares, amores y ambiciones. Vista desde esta perspectiva, la tragedia se multiplica exponencialmente.
La foto de Richieu en los agradecimientos al inicio del segundo libro tiene un efecto similar, aunque ligeramente diferente. Vladek sobrevivió al Holocausto, pero no salió completamente ileso: perdió a la mayor parte de su familia, y su personalidad quedó alterada para siempre por los terribles acontecimientos. Richieu, por otro lado, no sobrevivió al Holocausto. Su foto, en contraste con la de Vladek, es un recordatorio de que aquellos que murieron también deben ser considerados como individuos.
Las palabras finales de Vladek, “Soy cansado de hablar, Richieu, basta de historias por hoy” (p. 296, en negrita en el original), sirven como el último indicio de que los eventos del Holocausto tienen un efecto permanente en las personas que lo vivieron. La confusión final, cuando Vladek usa el nombre de su hijo muerto, Richieu, para hablarle a Art, deja en claro que el evento traumático de la pérdida está siempre presente en las víctimas del Holocausto.
El subrayado de las últimas palabras de Vladek sirve como un recordatorio final de que los eventos del Holocausto han tenido un efecto duradero en las personas que lo vivieron. Al llamar accidentalmente a Art con el nombre de su hijo muerto, se revela hasta qué punto Vladek vive atravesado por su historia. Con este final impactante, Maus logra transmitir de forma contundente la memoria de uno de los hechos más terribles cometidos por el ser humano sobre otros seres humanos.