Ironía política
La novela, ambientada en la década de 1960, refleja el exilio político de Nabokov y su desdén por la Revolución Rusa y la Unión Soviética. La ironía yace en el hecho de que Kinbote, quien defiende fervientemente la monarquía ilustrada, es potencialmente el rey exiliado de Zembla. Este personaje, con sus propias contradicciones y excentricidades, encarna una paradoja al representar una figura política que aborrece.
Ironía posmoderna
Pálido Fuego es considerado precursor del posmodernismo debido a la exploración de la falibilidad humana y la inestabilidad de los textos. La novela misma, al desafiar las líneas tradicionales entre ficción y no ficción, presenta una ironía posmoderna. La búsqueda constante de la verdad en el texto de Kinbote se convierte en una paradoja, ya que su versión de los hechos es, en sí misma, ambigua y sujeta a interpretación.
Ironía artística
La relación entre el poeta John Shade y el crítico Charles Kinbote es central en la trama. Kinbote, al escribir un comentario más extenso que el propio poema, se convierte en un creador en lugar de un crítico. La pregunta sobre cuál obra es la verdadera, el poema o el comentario, añade una capa de ironía a la relación entre el arte y su interpretación.
Ironía del engaño
La identidad de Kinbote como Carlos el Amado y los disfraces de Gradus. La ambigüedad sobre la verdadera identidad de Kinbote crea una ironía persistente. Además, Gradus, el asesino, se disfraza repetidamente, pero sus disfraces no cumplen su propósito, culminando en la muerte accidental de John Shade. La ironía radica en los intentos infructuosos de manipular las identidades.
Ironía del destino
La trama destaca la idea de que el destino puede ser caótico y difícil de predecir. Aunque Gradus es descrito como inepto, su camino desde Zembla hasta Nueva Inglaterra se percibe como una serie de eventos destinados. La ironía está en la aparente contradicción entre la incompetencia del asesino y la inevitabilidad de su viaje, desafiando así la noción convencional de destino.