Mientras estaba promocionando la novela en Nigeria, un periodista, un hombre amable y bienintencionado, me dijo que quería darme un consejo (...). Que no me presentara nunca como feminista, porque las feministas son mujeres infelices porque no pueden encontrar marido.
Para iniciar el discurso, Adichie opta por mencionar la palabra feminista, por primera vez, en un contexto donde la intención de quien la pronuncia es peyorativa. En este caso, se trata de un periodista que le aconsejó no presentarse como feminista, porque eso es propio de “mujeres infelices” a causa de “no poder encontrar marido”. Según esta perspectiva, el feminismo sería el colectivo al cual se adentran las mujeres tras fracasar en la búsqueda de un marido. Por lo tanto, el feminismo sería algo indeseable en una mujer, e incluso inconveniente para esta, ya que, según esta teoría, lo que hace a la felicidad de la mujer sería tener un marido. Y nunca alcanzará esa meta siendo feminista, parecería ser la base de la advertencia.
El objetivo de Adichie al integrar estas palabras ajenas a su discurso es el de dejar en evidencia la cantidad de cargas negativas, infundadas, que se adjudican socialmente al término "feminismo", para luego establecer lo que ella considera, efectivamente, por ese concepto.
Aquel niño era una criatura dulce y amable que no tenía interés alguno en patrullar la clase con un palo. Yo, en cambio, me moría de ganas. Pero yo era mujer y él era hombre, o sea que el monitor de la clase fue él.
Adichie busca demostrar con su discurso que el feminismo mejoraría la situación de vida de las personas en general, colectivo en que se incluye a los hombres. Esto aparece ilustrado en la anécdota de la escuela primaria que trae a colación la autora, donde ella, siendo una niña, se vio afectada por la idiosincrasia sexista de la maestra, pero su compañero varón también sufrió consecuencias por lo mismo.
Uno de los objetivos del feminismo es deconstruir los estereotipos de género, aquellos que dictan los modelos de comportamiento que deberían asumir las personas basándose en el género al que pertenecen. El modo en que estos estereotipos actúan sobre la vida de las personas es de carácter violento, en tanto restringen el horizonte de experiencias de las personas al mismo tiempo que las empujan a comportarse de modos quizás indeseados por el solo hecho de que encajen en dicho estereotipo. Como Adichie busca evidenciar con la anécdota relatada, los estereotipos de género muchas veces juegan en contra del deseo de las personas: una niña quiere tener ese lugar de poder en la clase, pero no puede porque la cultura indica que eso no es apropiado para su género; un niño no quiere ocupar ese rol, pero lo asume porque eso es lo que la sociedad impone a su género. Así es como actúan estos estereotipos sobre las personas: se espera que una niña, por el solo hecho de ser mujer, cumpla ciertas condiciones como la docilidad, la quietud, la sumisión, y que de su personalidad se excluya o modere el anhelo de poder, la ambición, la agresividad. Lo opuesto se espera de un niño, por el solo hecho de ser varón. Deconstruyendo estos estereotipos, el feminismo busca una igualdad de horizontes de experiencia, donde el género no imponga automáticamente limitaciones sobre el deseo de las personas.
Si hacemos algo una y otra vez, acaba siendo normal. Si vemos la misma cosa una y otra vez, acaba siendo normal. Si solo los chicos llegan a monitores de clase, al final llegará el momento en que pensemos, aunque sea de forma inconsciente, que el monitor de la clase tiene que ser un chico. Si solo vemos a hombres presidiendo empresas, empezará a parecernos "natural" que solo haya hombres presidentes de empresas.
Otro concepto importante que instala Adichie por medio de la anécdota de la escuela primaria es el de “normalidad” y, luego, el de “naturaleza”. Un objetivo del feminismo es deconstruir estereotipos porque estos condicionan las experiencias, limitándolas para que encajen dentro de los modelos que ellos mismos prescriben. Lo peligroso de este mecanismo es que los estereotipos de género, al estar vigentes hace tanto tiempo, son internalizados por la sociedad, por las personas, que acaban creyéndolos “normales” y “naturales”. Es decir, las personas acaban creyendo que las mujeres son “naturalmente” dóciles, ligadas a lo doméstico, menos propensas a la aventura, con menor ambición y menos capacitadas para el liderazgo que los varones (entre otros atributos que comúnmente se atribuyen, en el patriarcado, al género femenino), cuando en verdad todas esas cualidades son propias de un estereotipo, una normativa, una cultura. Los estereotipos de género no son naturales, sino culturalmente construidos. El modo en que se constituyeron culturalmente, según Adichie, es la repetición: las cosas han sido así por mucho tiempo, y por ende se termina creyendo que así son naturalmente. Lo que Adichie propone, enmarcándose en la lucha feminista, es justamente modificar las experiencias, romper esa cadena en donde siempre el varón ocupa lugares de poder y la mujer siempre se ocupa de lo doméstico (por ir al estereotipo más extremo), para así construir, poco a poco, una sociedad donde lo normal sea la igualdad de derechos y oportunidades entre los géneros.
La difunta premio Nobel keniana Wangari Maathai lo explicó muy bien y de forma muy concisa diciendo que, cuanto más arriba llegas, menos mujeres hay.
En su ensayo, Adichie cita a la difunta premio Nobel Wangari Maathai para denunciar un aspecto visible de la desigualdad de género, y es el hecho de que vivimos en un mundo en el cual los hombres llegan a puestos más altos por el solo hecho de ser hombres, mientras que resulta más difícil encontrar a mujeres en puestos de poder. Efectivamente, uno de los problemas más importantes de la agenda feminista es el de acabar con la brecha salarial y el techo de cristal, es decir, la limitación simbólica impuesta a las mujeres para su ascenso dentro de las organizaciones, instituciones, empresas.
El género importa en el mundo entero. Y hoy me gustaría pedir que empecemos a soñar con un plan para un mundo distinto. Un mundo más justo. Un mundo de hombres y mujeres más felices y más honestos consigo mismos. Y esta es la forma de empezar: tenemos que criar a nuestras hijas de otra forma. Y también a nuestros hijos.
Luego de exponer diversas anécdotas que demuestran que "el género importa en el mundo entero”, la autora comienza a establecer lo que será su propuesta de cambio. Se trata de un “plan” para un mundo distinto y más justo, un plan que pertenece a la esfera de la educación. Porque Adichie encuentra que muchos de los sufrimientos de las mujeres y hombres en un mundo machista tienen su origen en la forma en que fueron criados, en cómo se prescribieron sus comportamientos, aspiraciones y sentimientos por el hecho de haber nacido de determinado sexo. Su propuesta, así, consistiría en registrar cuáles son las pautas de la educación recibida que contribuyen a la desigualdad de los géneros, con el objetivo de reconfigurarlas a futuro, dando a las nuevas generaciones una educación más equitativa.
El problema del género es que prescribe cómo tenemos que ser, en vez de reconocer cómo somos. Imagínense lo felices que seríamos, lo libres que seríamos siendo quienes somos en realidad, sin sufrir la carga de las expectativas del género.
En su ensayo, la autora hace énfasis en las notables diferencias que se encuentran en la crianza de las niñas y los niños, sobre todo en relación al cuerpo, a la sexualidad, al matrimonio, al dinero. Masculinidad y feminidad se aplicarían a la vida de los niños y niñas respectivamente para coartar su desarrollo como humanos, con toda la libertad y amplitud de experiencias que la vida podría presentarles si no debieran concentrarse en encajar dentro de los estereotipos de género. Adichie observa que muchas de las situaciones que hacen a la desigualdad entre varones y mujeres encuentran su causa en la educación recibida por las personas. Lo que aparece entonces es la necesidad de educar a los niños o niñas sin hacer diferencias por su género. No criar, digamos, a las niñas “como mujeres” y a los niños “como varones”, sino educar a cualquier infante pensando en él como un individuo, a ser valorado y cuidado intentando que pueda convertirse en la mejor versión de sí mismo. La sociedad a construir que propone Adichie priorizaría la libertad en lugar de coartar el universo de experiencias accesible a tal o cual persona.
La primera vez que impartí una clase de posgrado de escritura estaba preocupada. No por el temario, porque lo tenía bien preparado y estaba enseñando lo que me gustaba. Lo que me preocupaba era qué ropa ponerme. Quería que me tomaran en serio.
Es necesario reconstruir la cultura en lo relativo al género porque el poder de la cultura, de la historia, es demasiado grande: lo que recibimos, entendimos, comprendimos al crecer habitará con nosotros para siempre, incluso cuando configuremos opiniones críticas frente a ello. Así lo demuestra Adichie, cuando reconoce que incluso ya siendo feminista, al dar una clase de posgrado, no podía evitar preocuparse, pero no por el contenido a dar, que tenía perfectamente preparado, sino por lo que vestiría. ¿Por qué? Porque los estereotipos de género hacen carne en las personas criadas y educadas bajo su influencia, y los estereotipos de género sugieren, históricamente, que la inteligencia y valía en un varón no serán cuestionadas por su aspecto físico, pero en una mujer sí. “Quería que me tomaran en serio”, admite Adichie, lamentando que para “ser tomada en serio”, en el caso de ser mujer, no parezca suficiente haber estudiado seriamente y ser una seria profesional. Una mujer debe demostrar que sabe (mucho más que un varón), y en esa “demostración” parece jugar un rol importante su aspecto: para ser respetada profesionalmente, una mujer no debe lucir demasiado “femenina”, puesto que en la cultura patriarcal, históricamente, la “feminidad” no se asocia a la inteligencia ni a la aptitud profesional.
Hay gente que pregunta: "¿Por qué usar la palabra ‘feminista’? ¿Por qué no decir simplemente que crees en los derechos humanos o algo parecido?". Pues porque no sería honesto. Está claro que el feminismo forma parte de los derechos humanos en general, pero elegir usar la expresión genérica "derechos humanos" supone negar el problema específico y particular del género.
Hacia el final de su discurso, Adichie retoma una problemática que planteó en la apertura, que es el de las objeciones que recibe cuando se presenta como “feminista”, y explicita su lucha por la igualdad entre los géneros. En la frase citada, Adichie explica por qué defiende su decisión de hablar de feminismo y no de "derechos humanos", es decir, por qué hablar específicamente del problema de la mujer y no del problema de "la humanidad". Y es que la mujer fue, históricamente, delegada a un segundo plano, a una condición de inferioridad, y, por lo tanto, debe luchar por una igualdad que no está dada; debe luchar por reparar la situación de inferioridad en que la ubicaron. Así, los “derechos humanos” no son exactamente la bandera que se corresponde con su reclamo, sino que es preciso hablar de feminismo, denunciando una injusticia en particular, que es la desigualdad de los géneros. Hablar de “derechos humanos” cancelaría la singularidad de su problema, la singular situación de la mujer en la sociedad, en la historia, en la cultura, en la actualidad.
Ahí radica parte del problema. En el hecho de que muchos hombres no piensan de forma activa en el género ni se fijan en él.
Muchas personas se niegan a hablar de feminismo por distintos motivos, nos cuenta la autora, y explicita el caso de un amigo suyo que afirma no pensar en términos de género. Está claro que la intención de este hombre al decir esto es la de demostrar así que “no discrimina” o no distingue entre varones y mujeres, pero lo que acaba develando es una falta de percepción sobre una realidad que es injusta y desigual. El hombre probablemente no está al tanto de la situación de inferioridad en la que vive la mujer porque no ha reparado en ello, y esto no implica una maldad o desprecio en la persona en particular: simplemente, como pertenece al género que ocupa el lugar de poder en la historia de la humanidad, no piensa en su situación particular como varón en la sociedad, y, por lo tanto, tampoco puede entender la situación particular de la mujer. El problema es que la desigualdad existe, y el primer paso para repararla es visibilizarla, nombrarla, reconocerla.
La definición que doy yo es que feminista es todo aquel hombre o mujer que dice: "Sí, hay un problema con la situación de género hoy en día y tenemos que solucionarlo, tenemos que mejorar las cosas". Y tenemos que mejorarlas entre todos, hombres y mujeres.
La autora finaliza su ensayo dando su propia definición de feminismo, asegurándose de plantear su propuesta de una manera que resulte fácilmente comprensible. Para ser feminista, parece decir Adichie, no se precisa cursar una carrera universitaria, leer horas de filosofía, visitar papers. Tampoco es necesario ser mujer. Para ser feminista alcanza con pertenecer a la especie humana, estar de acuerdo en que existe una desigualdad y tener la voluntad de repararla.