Resumen
Okoloma, uno de los mejores amigos de Adichie, muere en 2005 en un accidente de aviación. Es la primera persona en llamar “feminista” a la autora, cuando ambos tienen catorce años. No lo dice como un cumplido, sino todo lo contrario. En ese entonces, Adichie no sabe el significado de la palabra; debe buscarla en el diccionario.
En 2003, Adichie publica la novela La flor púrpura, donde un personaje es un hombre que le pega a su mujer. Durante la promoción del libro en Nigeria, un periodista le da a Adichie un consejo: que nunca se presente como feminista, porque las feministas son “mujeres infelices porque no pueden encontrar marido” (p.15). Desde entonces, dice la autora con ironía, decide presentarse a sí misma como “feminista feliz” (p.15). Poco después, una académica nigeriana le dice a Adichie que el feminismo es “antiafricano” (p.16). Desde entonces, Adichie se presenta como “feminista feliz africana” (p.16). Finalmente, cuando una amiga dice a Adichie que ser feminista significa odiar a los hombres, la autora decide presentarse como “feminista feliz africana que no odia a los hombres” (p.16). La palabra “feminista”, como demuestra Adichie, está sobrecargada de connotaciones negativas.
Adichie cuenta que una vez, en la escuela primaria, la profesora dijo que quien sacara la nota más alta sería el monitor de la clase. Pero cuando Adichie sacó la nota más alta de la clase, la profesora dijo que el monitor debía ser un chico, por lo que le dio el puesto al chico que había sacado la segunda nota más alta. El niño no quería ser monitor, mientras que Adichie se moría de ganas. Sin embargo, él fue el monitor de la clase. Adichie señala que cuando algo se repite (como el hecho de que el monitor de la clase sea siempre varón), se instala como normal o natural.
Adichie discute a menudo con su amigo Louis, quien sostiene que, si bien las mujeres estuvieron en una posición de inferioridad en la sociedad tiempo atrás, ya no lo están en el presente. Su perspectiva cambia cuando, en una ocasión, él y Adichie intentan aparcar el automóvil en un estacionamiento de Lagos, la ciudad más importante de Nigeria: Adichie le da la propina al joven empleado, pero este le agradece a Louis. Entonces Louis entiende que la desigualdad de género persiste en la sociedad.
Análisis
Todos deberíamos ser feministas es un ensayo dirigido al público general. Chimanda Ngozi Adichie se propone explicar en un lenguaje claro, en tono didáctico a la vez que con notas de humor, en qué consiste la desigualdad de género, por qué es preciso ser feminista, por qué esa palabra genera tanta controversia incluso en el siglo XXI. El estilo de su discurso recuerda el contexto original en que fue escrito: una charla TEDx. La primera vez que estas palabras llegaron a un destinatario lo hicieron oralmente, ya que la propia autora las estaba pronunciando parada sobre un escenario. El origen oral de este discurso rige el estilo del mismo, caracterizado por sus frases y párrafos breves; por recurrir a ejemplos de la vida cotidiana; por no abundar en terminología, conceptos, abstracciones; por no historizar ni reparar en citas; por no querer apuntar, al fin, a un lector académico especializado, sino a la mayor cantidad de gente posible. Por todas estas cualidades, el ensayo de Adichie se dirige claramente a un público amplio, universal, y tiene el explícito fin de lograr un mayor comprensión de la importancia de mejorar la situación de desigualdad entre mujeres y varones, por el bien de ambos géneros.
Para iniciar el discurso, Adichie opta por mencionar la palabra "feminista", por primera vez, en un contexto donde la intención de quien la pronuncia es peyorativa. Okoloma “acusó” a su amiga Adichie de ser feminista, nos cuenta la autora, y luego nos presenta una serie de testimonios recibidos por personas ya en la adultez: un periodista que le aconsejó no presentarse como feminista; una académica nigeriana que le advirtió que, como africana, no debería embanderarse en el feminismo; una amiga que aconsejó no unirse al colectivo “odia-hombres”.
Todas estas objeciones se justificaban, para quienes las pronunciaban, en distintos supuestos que se han ido construyendo acerca del concepto de feminismo. En el caso del periodista, ser feminista era algo propio de “mujeres infelices” a causa de “no poder encontrar marido”. Según esta perspectiva, el feminismo sería el colectivo al cual se adentran las mujeres tras fracasar en la búsqueda de un marido. Por lo tanto, sería algo indeseable en una mujer, e incluso inconveniente para esta, ya que, según esta teoría, lo que haría a la felicidad de la mujer es tener un marido. Y nunca alcanzará esa meta siendo feminista, parecería ser la base de la advertencia. La tercera de las objeciones que llegan a Adichie no es muy distinta: su amiga advierte que unirse al colectivo feminista en adentrarse en un club donde el estatuto principal es odiar a los hombres. Esto sería, además, inconveniente, indeseable, en tanto la felicidad de una mujer –tal como deja suponer este argumento– se vería en gran parte definida por sus relaciones con varones. Sobre la tercera de estas objeciones, la que opone feminismo a cultura africana, nos detendremos más adelante, en tanto involucra un complejo debate que ha dado como fruto el surgimiento de un tipo particular de feminismo: el feminismo interseccional. A priori, lo importante es rescatar este gesto con el que inicia Adichie su discurso, de empezar presentando al feminismo por lo que mucha gente “cree” que es, y por los argumentos en que esta creencia se sostiene.
Si bien Adichie acabará, al final de su discurso, definiendo lo que ella considera por feminismo, para este análisis es conveniente empezar recuperando las implicancias del término "feminismo", concepto histórico acuñado tres siglos antes de la publicación del ensayo de Adichie.
Tal como lo define el diccionario de la Real Academia Española, el feminismo es un movimiento político y social, una teoría política y una perspectiva filosófica que postula el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. Este movimiento lucha por el reconocimiento de las mujeres como sujetos humanos y de derecho, y sostiene que ningún ser humano debe ser privado de ningún bien o derecho a causa de su sexo. El feminismo surgió alrededor del siglo XVIII, con la publicación de la obra Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft, en 1792, y desde entonces ha contado con un importante desarrollo teórico, político y filosófico.
El principal objetivo del feminismo es transformar la sociedad para que sea más justa e igualitaria. Como movimiento social, históricamente buscó promover los derechos de las mujeres, incluyendo derechos civiles y políticos, como votar y ocupar cargos públicos (cuestiones vedadas a la mujer hasta hace no tanto tiempo); derechos económicos, como recibir igual remuneración por igual tarea o ejercer las potestades propias del derecho privado, tales como suscribir contratos; derechos sociales, como tener acceso a la educación. El movimiento también se abocó a que las mujeres puedan ejercer sus derechos reproductivos, y también proteger a otras mujeres de diferentes formas de violencia como el abuso, el acoso sexual y la violencia doméstica.
Teniendo en cuenta esto, ¿por qué tantas personas, como demuestra Adichie, ven con malos ojos el feminismo o atribuyen al término un conjunto de significaciones negativas que, a priori, no parecerían aplicarse a este movimiento? ¿Por qué en la sociedad opera tan fuertemente ese conjunto de prejuicios sobre el feminismo? Adichie no instala esta pregunta de forma explícita, pero sí la deja entrever, al mismo tiempo que demuestra, con pequeñas situaciones, cómo el machismo y la misoginia operan en la cultura promoviendo y manteniendo la desigualdad entre los géneros. La estructura argumental de Adichie contribuye a los fines de su discurso, en tanto la autora intercala las críticas que recibe por hablar de feminismo (como, por ejemplo, la de su amigo Louis, quien sostiene que la lucha feminista no tiene sentido en la actualidad, donde ya no hay desigualdad de género), con escenas y situaciones que dejan en evidencia la injusticia y desigualdad entre los géneros.
Pero un rasgo definitorio del discurso de Adichie es su tendencia a incluir constantemente al género masculino tanto en el contenido como en el colectivo receptor de su mensaje. Porque tal como lo anuncia el título Todos deberíamos ser feministas, el discurso de Adichie apuntaría no solo a explicar por qué el feminismo no es o no debería ser indeseable o inconveniente para la vida de una mujer, sino también a demostrar que la lucha feminista mejoraría la vida de los hombres. Adichie no se dirige al género masculino para pedirle un favor, sino para darle una recomendación, una sugerencia, un consejo.
Que el feminismo mejoraría la situación de vida de las personas en general, colectivo en que se incluye a los hombres, comienza a ilustrarse en la anécdota de la escuela primaria de Adichie: “aquel niño era una criatura dulce y amable que no tenía interés alguno en patrullar la clase con un palo. Yo, en cambio, me moría de ganas”, plantea la autora, y continúa: “pero yo era mujer y él era hombre, o sea que el monitor de la clase fue él” (p.19).
Uno de los objetivos del feminismo es deconstruir los estereotipos de género, aquellos que dictan los modelos de comportamiento que deberían asumir las personas basándose en el género al que pertenecen. El modo en que estos estereotipos actúan sobre la vida de las personas es de carácter violento, en tanto restringen el horizonte de experiencias de las personas al mismo tiempo que las empujan a comportarse de modos quizás indeseados por el solo hecho de que encajan en dicho estereotipo. Como Adichie busca evidenciar con la anécdota relatada, los estereotipos de género muchas veces juegan en contra del deseo de las personas: una niña quiere tener ese lugar de poder en la clase, pero no puede porque la cultura indica que eso no es apropiado para su género; un niño no quiere ocupar ese rol, pero lo asume porque eso es lo que la sociedad impone a su género. Así es como actúan estos estereotipos sobre las personas: se espera que una niña, por el solo hecho de ser mujer, cumpla ciertas condiciones, como la docilidad, la quietud, la sumisión, y que de su personalidad se excluya o modere el anhelo de poder, la ambición, la agresividad. Lo opuesto se espera de un niño por el solo hecho de ser varón. Deconstruyendo estos estereotipos, el feminismo busca una igualdad de horizontes de experiencia, donde el género no imponga automáticamente limitaciones sobre el deseo de las personas. La filosofía política feminista sirve como campo para desarrollar nuevos ideales, prácticas y justificaciones sobre cómo deberían organizarse y reconstruirse las instituciones, para que resulten menos opresivas.
Otro concepto importante que instala Adichie por medio de la anécdota de la escuela primaria es el de “normalidad” y, luego, el de “naturaleza”:
Si hacemos algo una y otra vez, acaba siendo normal. Si vemos la misma cosa una y otra vez, acaba siendo normal. Si solo los chicos llegan a monitores de clase, al final llegará el momento en que pensemos, aunque sea de forma inconsciente, que el monitor de la clase tiene que ser un chico. Si solo vemos a hombres presidiendo empresas, empezará a parecernos natural que solo haya hombres presidentes de empresas (p.19).
Un objetivo del feminismo, decíamos, es deconstruir estereotipos. Veíamos cómo los estereotipos condicionan las experiencias, limitándolas para que encajen dentro de los modelos que ellos mismos prescriben. Lo peligroso de este mecanismo es que los estereotipos de género, al estar vigentes hace tanto tiempo, son internalizados por la sociedad, por las personas, que acaban creyéndolos “normales” y “naturales”. Es decir, las personas acaban creyendo que las mujeres son “naturalmente” dóciles, ligadas a lo doméstico, menos propensas a la aventura, con menor ambición y menos capacitadas para el liderazgo que los varones (entre otros atributos que comúnmente se atribuyen, en el patriarcado, al género femenino), cuando en verdad todas esas cualidades son propias de un estereotipo, una normativa, una cultura. No hay nada genético que ligue el género femenino con esos atributos, sino que culturalmente se ha construido esa asociación. Esto puede verse, sin ir más lejos, en la anécdota traída por Adichie: la niña y el niño no “eran” realmente como los estereotipos dictaminaban que debían ser. Eso es porque los estereotipos de género no son “naturales”, sino culturalmente construidos. El modo en que se constituyeron culturalmente, según Adichie, es la repetición: las cosas han sido así por mucho tiempo, y por ende se termina creyendo que así son naturalmente. Lo que Adichie propone, enmarcándose en la lucha feminista, es justamente modificar las experiencias, romper esa cadena en donde siempre el varón ocupa lugares de poder y la mujer siempre se ocupa de lo doméstico (por ir al estereotipo más extremo), para así construir, poco a poco, una sociedad donde lo normal sea la igualdad de derechos y oportunidades entre los géneros.