Todos deberíamos ser feministas

Todos deberíamos ser feministas Resumen y Análisis Quinta parte

Resumen

Adichie observa que tanto hombres como mujeres se resisten a hablar de género. Afirma que es porque siempre incomoda pensar en cambiar el estado de las cosas. Hay gente que cuestiona el uso de la palabra “feminista” y propone hablar directamente de derechos humanos. A Adichie le parece que eso negaría el problema específico y particular del género, el hecho de que las mujeres hayan sido excluidas y oprimidas durante siglos.

Hay hombres que se sienten amenazados por la idea de feminismo, dice Adichie, y eso tiene que ver con la forma en que fueron criados.

Otros hombres dicen que ellos no piensan en términos de género. Para Adichie, el hecho de que los hombres no piensen de forma activa en el género ni se fijen en él es parte del problema.

También hay quienes intentan argumentar desde la evolución biológica, planteando que “las hembras de los simios se inclinan ante los machos” (p.50) y cosas del estilo, que para Adichie no tienen sentido porque no somos simios; los simios hacen otras cosas que nosotros no hacemos.

Hay quienes argumentan: los pobres también la pasan mal. Adichie admite que eso es cierto, pero que son dos discusiones distintas. Los hombres pobres, aunque no disfrutan del privilegio de ser ricos, sí disfrutan del privilegio de ser hombres.

En una ocasión, Adichie estaba hablando con un hombre negro que le preguntó por qué tenía que hablar de sus experiencias “como mujer”; por qué no hablaba simplemente “como ser humano”. La autora señala que ese planteo es una forma de silenciar las experiencias concretas de una persona, y que, además, ese hombre solía hablar de sus experiencias “como hombre negro”, no “como ser humano” (p.51).

Hay otra gente que dice: “pero es que las mujeres tienen el poder verdadero” (p.51), refiriéndose a que usan su sexualidad para obtener cosas de los hombres. Sin embargo, ese poder no es real, porque no hace a la mujer poderosa por sí misma, sino que le da una vía para acceder al poder de otro. Adichie plantea que ese poder, además, se cancela si el hombre está enfermo o sufre impotencia.

Hay otra gente que dice: “las mujeres están subordinadas a los hombres porque es nuestra cultura” (p.52). Adichie argumenta que la cultura cambia constantemente, y que sus sobrinas gemelas de quince años, de nacer cien años atrás, habrían sido asesinadas, porque los igbos creían un mal presagio que nacieran gemelos.

Adichie dice que ella, en su familia, es quien más se interesa por la tradición y la historia de su pueblo. A sus hermanos no le interesa nada de eso. Sin embargo, es ella quien no puede asistir a las reuniones donde se toman decisiones importantes en la familia, porque es mujer, y la cultura igbo privilegia a los varones.

La autora señala que si en una cultura las mujeres no son seres de hecho y derecho, la cultura debe cambiarse.

Finalmente, Adichie vuelve a nombrar a su amigo Okoloma, a quien agradece por haberle dicho “feminista”, término que en el diccionario, cuando ella lo buscó en su momento, se definiía como “persona que cree en la igualdad social, política y económica de los sexos” (p.54). Para la autora, su bisabuela era feminista, y también lo es su hermano Kene. La definición que Adichie da de feminismo es todo hombre o mujer que dice: “sí, hay un problema con la situación de género hoy en día y tenemos que solucionarlo, tenemos que mejorar las cosas” (p.55). Según Adichie, tenemos que hacerlo entre todos.

Análisis

Hacia el final de su discurso, Adichie retoma una problemática que planteó en la apertura –las objeciones que recibe cuando se presenta como “feminista”– y explicita su lucha por la igualdad entre los géneros. Muchas personas se niegan a hablar de feminismo por distintos motivos, nos cuenta la autora, y describe algunos de ellos. Una de las voces y argumentos que más se relacionan con lo que se planteó anteriormente en este análisis es el del amigo de la autora que afirma no pensar en términos de género. Está claro que la intención de este hombre con sus palabras es la de demostrar así que “no discrimina” o no distingue entre varones y mujeres, pero lo que acaba develando es una falta de percepción sobre una realidad que es injusta y desigual. El hombre probablemente no está al tanto de la situación de inferioridad en la que vive la mujer porque no ha reparado en ello, y esto no implica una maldad o desprecio en la persona en particular: desde la perspectiva de Simone de Beauvoir, como habíamos visto, el hombre históricamente no piensa en su particular situación como varón, puesto que se ha construido como el neutro, el representante de la humanidad. Por lo tanto, tampoco puede entender la situación particular de la mujer.

Delegada históricamente a un segundo plano, reducida a ser el “segundo sexo”, la mujer debe luchar por una igualdad que no está dada, debe luchar por reparar la situación de inferioridad en que la ubicaron. Así, los “derechos humanos” no son exactamente la bandera que se corresponde con su reclamo, sino que primero hay algo más específico: precisa hablar de feminismo, denunciando una injusticia en particular, que es la desigualdad de los géneros. Hablar de “derechos humanos” cancelaría la singularidad de su problema, la singular situación de la mujer en la sociedad, en la historia, en la cultura, en la actualidad.

Adichie logra plantear grandes problemáticas sociales y debates históricos de una manera que resulta fácil de comprender, puesto que, en su discurso, los polos de discusión aparecen encarnados en su experiencia personal, en anécdotas de su propia vida. Una crítica que se le hace al feminismo históricamente es la de, como mencionamos en el párrafo anterior, hablar de los derechos de la mujer en lugar de hablar de derechos humanos en general. Esto es exactamente lo que le plantea un hombre negro a Adichie en una conversación, recriminándole que hable de sus experiencias “como mujer” en lugar de hablar “como ser humano”. Lo interesante es el giro irónico que adquiere la situación, en tanto ese mismo hombre habla de su experiencia “como hombre negro” y no “como ser humano”, es decir, él sí considera lícito hablar de su situación concreta, particular, probablemente porque encuentra legítima la lucha en contra del racismo, pero no así la lucha contra el sexismo o machismo. Este hombre puede denunciar su situación de inferioridad histórica en la sociedad por el hecho de ser negro, pero no puede (o no quiere) aceptar su situación de privilegio por el hecho de ser varón.

En Querida Ijeaewe. Cómo educar en el feminismo, Adichie, tras afirmar estar enojada con el racismo y con el sexismo, sentencia: “últimamente me he dado cuenta de que me enfada más el sexismo que el racismo. Porque en mi enfado con el sexismo a menudo me siento sola. Porque quiero a mucha gente y convivo con mucha gente dispuesta a reconocer la injusticia racial pero no la de género” (2017:20). Según la experiencia de Adichie, son muchos los hombres y mujeres que pretendieron que ella “argumentara la causa del sexismo, que la ‘demostrara’, cuando nunca han esperado lo mismo para el racismo” (2017:p.20). En Todos deberíamos ser feministas, como vemos, la autora ya pone sobre la mesa la existencia de estos cuestionamientos al feminismo por la causa de su lucha: si no es el racismo, es la pobreza o la humanidad lo que parecería merecer más atención que la situación de inferioridad de las mujeres en el mundo. La causa feminista sería ilegítima porque habría otras luchas aparentemente más justas para dar, y luchar por una invalidaría la otra.

En este punto, deberíamos traer al análisis el término "interseccionalidad". Se trata de un enfoque que subraya que el sexo, el género, la etnia, la clase o la orientación sexual, como otras categorías, están interrelacionadas. Una mujer negra, por ejemplo, padece socialmente una doble opresión; su situación de inferioridad radica tanto en su etnia como en su género. Reconocer situaciones como estas son banderas propias del feminismo interseccional, que procura denunciar las diversas opresiones y discriminaciones que puede padecer una mujer. El término "feminismo interseccional" fue acuñado por Kimberlé Crenshaw en 1989 para referirse al hecho de que las políticas feministas y antirracistas habían sido creadas sin tener en cuenta la existente intersección entre etnia y género, y el modo en el que las mujeres afroamericanas habían sido excluidas de las políticas feministas. El feminismo interseccional obliga, entre otras cuestiones, a no perder de vista que no es igual la situación que sufre una mujer blanca que una negra, así como no es equivalente la discriminación o invisibilización que puede padecer una mujer pobre a una de clase alta, ni una mujer no heterosexual frente a otra que sí lo sea.

Por más que el discurso de Adichie mantenga una tendencia a globalizar su denuncia y su pedido, y que busque apelar a las mujeres y a los hombres para que, independientemente de su procedencia, etnia o clase, se unan a la lucha feminista, está claro que la perspectiva de la autora coincide (al menos así lo señala la crítica) con la del feminismo interseccional. En varias ocasiones, Adichie trae a colación la importancia de la propia cultura (en su caso, la igbo), como también menciona en Querida Ijeaewe... la necesidad de que las niñas y los niños sean criados en conexión con sus culturas ancestrales. Al mismo tiempo, la autora no deja de hacer énfasis en que la cultura no puede sostenerse en sus injusticias o desigualdades, y que esos aspectos de la misma deben ser transformados por las personas. Si en una cultura las mujeres no son seres de hecho y derecho, la cultura debe cambiarse. En este caso, por medio del feminismo.

Luego de abrir el discurso nombrando las significaciones negativas que muchas personas adjudican al término feminismo, la autora finaliza dando su propia definición: “La definición que doy yo es que feminista es todo aquel hombre o mujer que dice: «Sí, hay un problema con la situación de género hoy en día y tenemos que solucionarlo, tenemos que mejorar las cosas»” (p.55). En su cierre de discurso, la autora se asegura de plantear su propuesta de una manera que resulte fácilmente comprensible. Para ser feminista, parece decir Adichie, no se precisa cursar una carrera universitaria, leer horas de filosofía, visitar papers. Para ser feminista alcanza con pertenecer a la especie humana, estar de acuerdo en que existe una desigualdad y tener la voluntad de repararla, de mejorar las cosas. “Y tenemos que mejorarlas entre todos, hombres y mujeres” (p.55), sentencia finalmente Adichie, poniendo el énfasis último en la inclusión de todos los géneros en la lucha feminista.

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