Resumen
En la crianza de los niños se reprime su humanidad, puesto que la masculinidad se define de una forma demasiado estrecha. Se les enseña a tener miedo al miedo y a la vulnerabilidad, a que siempre deben pagar en una cita. Adichie propone, a la hora de educar a los niños, no unir más masculinidad y dinero. Que en la cita pague el que más tenga. Hoy suele ser el hombre quien gana más, debido a su ventaja histórica. Pero si se cría a los niños de otro modo, en cincuenta años o cien los niños dejarán de sentirse presionados “para demostrar su masculinidad por medios materiales” (p.34).
La crianza que se da a los niños deja sus egos muy frágiles (“cuanto más duro se siente obligado a ser un hombre, más debilitado queda su ego”, p.34, afirma Adichie). Y a las niñas se las cría para estar al servicio de esos débiles egos masculinos, encogiéndose, moderando su ambición, moderando su éxito, para no amenazar a los hombres, no “castrarlos”. Debemos cuestionar la premisa de que el éxito de una mujer es una amenaza para el hombre.
Una conocida le pregunta a Adichie si no le preocupa intimidar a los hombres. A ella no le preocupa, pero se queda pensando: se espera que ella se case, que aspire a ese amor mutuo que se concreta en el matrimonio. Adichie se pregunta por qué a los niños no se les inculca esa aspiración y a las niñas sí. La autora menciona el caso de una mujer nigeriana que vendió su casa para no intimidar a su pretendiente; el de otra, soltera, que cuando va a seminarios lleva anillo de casada para que “la respeten” (p.36). La sociedad enseña que la soltería en la mujer es un fracaso. En un hombre, es que “todavía no ha elegido” (p.37).
Y todos interiorizamos ideas de nuestra socialización. El lenguaje ilustra esto, por ejemplo, cuando usamos términos relacionados a la propiedad (no de compañerismo) para hablar de matrimonio. Se usa la palabra “respeto” para hablar de lo que la mujer muestra al hombre, pero no al revés. Cuando un hombre dice: “hice tal cosa para tener paz en mi matrimonio” (p.38), generalmente se refieren a algo que no deberían hacer, como ir a discotecas todas las noches. Cuando las mujeres usan esa expresión, suelen referirse a que renunciaron a un trabajo o un sueño. Se enseña a las mujeres a “renunciar” en sus relaciones. Se les enseña a competir entre ellas, no por puestos de trabajo ni logros personales, sino por la atención de los hombres. Se les enseña a las chicas que no pueden ser seres sexuales igual que los chicos. A ellas se les elogia por su virginidad, a ellos no.
Adichie cuenta que poco atrás violaron en grupo a una chica en una universidad en Nigeria. La reacción de muchos jóvenes fue: “Vale, la violación no está bien, pero ¿qué estaba haciendo una chica sola en una habitación con cuatro chicos?” (p.40). Porque fueron criados para pensar que las mujeres son culpables y los varones pueden ser salvajes.
Se enseña a las chicas a tener vergüenza, a tapar su cuerpo, a sentirse culpables. Se convierten en mujeres que no pueden decir que experimentan deseo.
Adichie menciona a una mujer que odiaba las tareas domésticas pero fingía que le gustaban porque se lo enseñaron necesario para ser un ”buen partido”. Se casó y la familia de él se quejó de que ella había cambiado. En realidad, solo había dejado de fingir.
El problema del género, dice Adichie, es que prescribe cómo tenemos que ser, en lugar de describir cómo somos.
Análisis
Manteniendo su estilo ágil, la autora explica cómo ve la educación que se brinda a los niños o niñas dependiendo de su género, y lo intercala con vivencias de mujeres adultas que ponen en escena las consecuencias de la educación recibida. Adichie hace énfasis en las notables diferencias que se encuentran en la crianza de las niñas y los niños, sobre todo en relación al cuerpo, a la sexualidad, al matrimonio, al dinero. Describe como “una jaula muy pequeña y dura” (p.32) la masculinidad, aunque bien podría estar refiriéndose a la feminidad de igual modo. Masculinidad y feminidad se aplicarían a la vida de los niños y las niñas respectivamente para coartar su desarrollo como humanos, con toda la libertad y amplitud de experiencias que la vida podría presentarles si no debieran concentrarse en encajar dentro de los estereotipos de género.
Adichie observa que muchas de las situaciones que hacen a la desigualdad entre varones y mujeres encuentran su causa en la educación recibida por las personas. Si a las mujeres no las hubiesen educado para valorar el matrimonio más que cualquier otra cosa, si a los varones no se les hubiese dado a entender que para ser “hombres” debían tener éxito económico, o al menos más dinero que su pareja, no se explicaría que una mujer nigeriana a la que conoce Adichie haya decidido vender su propia casa porque “no quería intimidar a un hombre que tal vez quisiera casarse con ella” (p.36). Si a las mujeres se les enseñara, en la adolescencia, que pueden ser seres sexuales y experimentar deseo tanto como los varones, si no se enalteciera su virginidad mientras no se juzga lo mismo en los varones, si no se enseñara a las mujeres a sentirse culpables por su propio cuerpo, si no se inculcara en los varones una asociación entre deseo y voluntad de violentar, entre objeto de deseo y objeto a poseer/destruir, no se explicaría cómo, luego de una violenta violación grupal a una chica en una universidad, la reacción de muchos jóvenes haya sido juzgar a la víctima por estar en una habitación con cuatro compañeros varones. Esta reacción se explica, para Adichie, en que les enseñaron a pensar “que las mujeres son inherentemente culpables. Y los han criado para esperar tan poco de los hombres que la idea de que puedan ser seres salvajes y sin autocontrol ya resulta más o menos aceptable” (p.40).
Pero donde empieza el problema podría empezar la solución. Adichie asegura que la construcción de un mundo más justo, más igualitario, puede darse de la mano de modificaciones en la educación, en la crianza de las personas en el primer período de su vida: la niñez y la adolescencia. “Si empezamos a criar de una manera distinta a nuestros hijos e hijas, dentro de cincuenta o de cien años los chicos dejarán de sentirse presionados para demostrar su masculinidad por medios materiales” (p.34), plantea, por ejemplo, Adichie, ante los visibles problemas en el comportamiento de los varones adultos en relación a su presión por demostrar éxito económico. El avance, el cambio, la construcción a futuro, empieza en la educación.
En este libro, que como señalamos es un discurso pronunciado en 2012, Adichie estaría esbozando lo que luego desarrollaría más específicamente en 2017 con la publicación de Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo. El formato de este otro libro es también de fácil lectura, puesto que es originalmente una carta a una joven amiga de Adichie que acaba de dar a luz y le pide consejos a la autora para educar a su hija en el feminismo. “Considero una urgencia moral mantener conversaciones sinceras acerca de educar de otro modo a los hijos, de crear un mundo más justo para hombres y mujeres” (2017:7), afirma Adichie al inicio de este libro, donde reivindica la formación de los niños y las niñas en la igualdad, el respeto y la libertad, y que vale la pena a traer al análisis para particularizar a qué se refiere la autora cuando habla de modificar la educación para crear una sociedad más justa.
La primera sugerencia que da la autora a su amiga en Querida Ijeawele… es llamativa en tanto no aplica directamente a la niña, sino a la madre. Adichie sugiere que, si se quiere educar en el feminismo, la madre debe ocuparse, antes que nada, de ser una persona plena: “La maternidad es un don maravilloso, pero no te definas únicamente por ella. Sé una persona plena. Beneficiará a tu hija" (2017:11). Efectivamente, la educación no solo se trata de las explicaciones que se reciben, sino también de los ejemplos con los que se crece, lo que se ve alrededor. Sin modelos de mujeres plenas, una niña o un niño crecerá entendiendo que la plenitud y realización personal se asocian con ser varón, mientras que la mujer parecería definirse por su rol de madre. Por esto mismo, además, si una pareja decide tener un hijo, la crianza del niño o niña en cuestión debe ser compartida. “Hacedlo juntos” (2017:13), es el segundo consejo que le da Adichie a su amiga para criar a su hija en el feminismo. La autora le sugiere a la reciente madre que su marido “debería hacer todo lo que la biología le permite, que es todo menos amamantar” (2017:13). Adichie demuele así los estatutos de la cultura machista que asumen que la mujer debe poner más tiempo y esfuerzo en la crianza de sus hijos que el padre de estos, puesto que ella tendría un “instinto” materno que la obligaría a cumplir con este rol. “Enséñale a tu hija que los «roles de género» son una solemne tontería” (2017:15), se encarga de explicitar Adichie. “No le digas nunca que debe hacer algo o dejar de hacerlo «porque es una niña». (2017:15). De la misma manera que no hay ninguna razón real por la cual una mujer deba ocuparse más de la maternidad que un padre de su paternidad, “saber cocinar no es un conocimiento preinstalado en la vagina” (2017:15). En la misma línea, Adichie le ruega a su amiga, receptora originaria del libro, que nunca le hable a su hija sobre el matrimonio como un logro ni algo a lo que debe aspirar, sino una unión entre personas que puede ser feliz o desgraciada. Una niña no debe ser educada para “conquistar a un hombre”, ni tampoco concentrarse en gustar. “Su trabajo no es ser deseable”, insiste en este punto Adichie, “su trabajo es realizarse plenamente en un ser que sea sincero y consciente de la humanidad del resto de la gente“ (2017:28).
En esta profundización que Adichie hace en Querida Ijeawele… sobre los conceptos ya esbozados en Todos deberíamos ser feministas, lo que se releva durante todo el discurso es la necesidad de educar a los niños o niñas sin hacer diferencias por su género. La autora de ambos libros explicita la necesidad de no criar, digamos, a las niñas “como mujeres” y a los niños “como varones”, sino educar a cualquier infante pensando en él como un individuo, a ser valorado y cuidado intentando que pueda convertirse en la mejor versión de sí mismo, independientemente de su género. Porque, como dice en Todos deberíamos ser feministas, el problema del género, de la diferencia esencialista entre varones y mujeres, es que “prescribe cómo tenemos que ser, en vez de reconocer cómo somos” (p.41). La sociedad a construir que propone Adichie priorizaría la libertad en lugar de coartar el universo de experiencias accesible a tal o cual persona. “Imagínense lo felices que seríamos, lo libre que seríamos siendo quienes somos en realidad, sin sufrir la carga de las expectativas del género” (p.41), propone, entusiasta, la autora.