Tokio blues (Norwegian Wood)

Tokio blues (Norwegian Wood) Resumen y Análisis Capítulos 10-11

Resumen

Capítulo 10

Durante las vacaciones de invierno, Toru hace su segunda visita la Residencia Amy para ver a Naoko. En un momento en el que Reiko los deja solos en el departamento, Naoko masturba a Toru y le practica sexo oral, con el objetivo, como ella misma le dice, de que la recuerde mejor. Luego, Toru le cuenta que pronto se mudará a un departamento y que ella podría venir a vivir con él si quisiera. Aunque Naoko aprecia su optimismo y su amabilidad, siente que todavía se encuentra muy lejos de estar en condiciones de reinsertarse a la sociedad.

En marzo de 1970, Toru se muda a una casita y pasa mucho tiempo acondicionándola y dedicándose a su pequeño jardín. De pronto, él se da cuenta de que han pasado muchas semanas y no se ha puesto en contacto con Midori, ni siquiera para contarle que se ha mudado finalmente. Cuando entonces decide llamarla a su casa, Midori se muestra totalmente ofendida y se niega a hablar con él. Toru pasa todas las vacaciones de primavera esperando las cartas de Naoko o un llamado de Midori, pero no recibe ni una cosa ni la otra. Finalmente, al inicio del verano, Toru recibe una carta de Reiko en la que su amiga le avisa que Naoko ha estado empeorando y que por eso no pudo responder ninguna de sus cartas.

Estas noticias destrozan el optimismo de Toru, quien se hunde en una depresión y no sale de su habitación durante tres días. Sin embargo, tras recibir una carta de Midori en la que le pide reunirse con él, Toru sale de su letargo y decide que debe madurar y ser responsable con su vida. Cuando se encuentran, Midori señala lo demacrado que se ve Toru. Ese día, luego de pasear brevemente, cuando él se aleja para comprar unas bebidas, Midori escribe algo en un papel y luego, al regresar Toru, le dice que debe marcharse temprano y le deja la nota para que la lea más tarde.

En la nota, Midori se queja de que Toru no ha notado el nuevo peinado que luce, ni su cambio de estilo en la vestimenta y en toda su figura. Tal como indica Midori, Toru está demasiado envuelto en sus propios problemas como para darse cuenta de lo que le pasa a la gente que lo rodea. Por eso, Midori prefiere alejarse definitivamente de él. Cuando Toru regresa a su casa, intenta llamarla, pero Midori no le contesta. Sumido en una profunda soledad, Toru pasa meses apenas consciente de lo que hace. La única persona con la que habla es el casero que le alquila su pequeña propiedad e Ito, un joven estudiante de pintura que trabaja con él en un restaurante y con quien puede discutir sobre el amor y la existencia humana.

A mediados de junio, Midori vuelve a ponerse en contacto con Toru, y se encuentran para almorzar. Ella entonces le cuenta que ha cortado con su novio, puesto que está enamorada de él. Tras besarse apasionadamente, ambos vuelven al departamento de Midori, donde ella lo masturba. Luego de este episodio, Toru comprende que está enamorado de Midori y le pide que lo espere, puesto que todavía se encuentra atado a Naoko. Con sus sentimientos repartidos entre las dos chicas, Toru escribe una carta a Reiko en la que le explica detalladamente su situación. Al responderle, Reiko le dice que no debe preocuparse y que haga lo que crea que es natural, aunque también le señala que Naoko parece estar mejorando velozmente.

Capítulo 11

A finales de agosto, Toru se entera por Reiko de que Naoko se suicidó. Afligido por el dolor, pasa un mes viajando sin dinero y durmiendo donde puede, hasta que finalmente decide que es hora de regresar a Tokio y a la vida.

Reiko sale del sanatorio para reunirse con él, y los dos hablan sobre Naoko. Reiko le cuenta entonces que Naoko regresó a la Residencia Amy por una noche y que se veía mucho mejor. Esa noche, Naoko estuvo inusualmente habladora y le contó con detalles la vez que se había acostado con Toru. A la mañana siguiente, sin embargo, Reiko descubrió que Naoko había salido por la noche, llevándose la linterna, y no había regresado a la casa. Tras dar la alarma y buscarla por todo el sanatorio, un grupo de pacientes descubrió que se había suicidado ahorcándose en el bosque.

Para honrar la memoria de Naoko, Toru y Reiko preparan una cena y tocan todas las canciones que Reiko conoce, unas 50 en total, entre las que se encuentra la favorita de Naoko, "Norwegian Wood". Esa noche, Reiko y Toru tienen sexo. Al día siguiente, Reiko parte con destino a Asahikawa, una ciudad en Hokkaido donde una amiga suya le dará hospedaje y trabajo. Luego, desde algún sitio de la estación de trenes, Toru llama a Midori y le dice que necesita hablar con ella para empezar una relación desde cero. Midori le pregunta donde está, y Toru descubre que no lo sabe y dice que se encuentra en el medio de ninguna parte.

Análisis

El capítulo 10 comienza con una reflexión de Toru sobre sus sentimientos durante la época de su reencuentro con Naoko: “El único recuerdo que conservo de 1969 es el de un lodazal inmenso. Un profundo lodazal, viscoso y pesado, donde cada vez que daba un paso se me hundían los pies. Y yo lo cruzaba haciendo un esfuerzo sobrehumano. No veía nada, ni adelante ni detrás de mí. Solo un cenagal de tintes oscuros extendiéndose hasta el infinito” (p. 309).

A pesar de que Toru está viviendo en medio de grandes transformaciones sociales que marcan al Japón de fines de los años 60, nada de ello parece importarle, sino más bien todo lo contrario: su existencia parece disociada de la del resto del mundo y su percepción del paso del tiempo aparece ralentizada hasta que de pronto se acelera al llegar 1970 y su alejamiento de Naoko y de Midori. En este capítulo, las cartas y el recuerdo constante de Naoko mantienen a Toru en ese estado de letargo y de espera, desconectado de la realidad. Si antes las salidas con Nagasawa, el sexo casual con chicas que encontraba en los bares y hasta las clases de la universidad mantenían a Toru algo conectado con su entorno, ahora el recuerdo del contacto con Naoko y los episodios de contacto sexual que vivió con ella reemplazan el vínculo de Toru con la realidad y lo empujan a vivir recluido, tan solo alimentado por su memoria.

Durante la segunda visita a la Residencia Amy, Naoko manifiesta preocupación por saber si Toru la ha recordado, vuelve a masturbarlo y hasta le practica sexo oral, todo en un intento un tanto desesperado de instalarse en la memoria del narrador y salvarse así del olvido absoluto al que tanto miedo tiene. Cuando se dispone a practicarle sexo oral, Naoko se lo dice explícitamente: “Entonces acuérdate también de esto” (p. 311). Así, los actos sexuales representan los intentos que realizan estos jóvenes de 20 años para conectarse y comprenderse, aun en medio de las distancias que los separan. Si bien para la pareja es imposible vivir juntos, la memoria es un lugar en el que el encuentro se hace posible.

Cuando Toru se muda a su nueva casa, se involucra tanto con esta nueva realidad que descuida todo lo demás. Tal como lo indica: “Aquello era muy propio de mí: cuando algo me absorbía perdía de vista el mundo que me rodeaba” (p. 318). Este es un rasgo muy marcado en la personalidad de Toru que pone en evidencia de qué manera lidia con la realidad y con los problemas. En verdad, cuando algo no funciona para Toru, él tiene dos formas de encararlo: abstrayéndose de la realidad y concentrándose en un trabajo que le requiera mucha energía, o viajando. Anteriormente Toru ha hecho ambas cosas, y en el capítulo 11 pasará un mes viajando tras el suicidio de Naoko. Mientras que el viaje es una forma de huir de una situación problemática y de los sentimientos que esta genera, abocarse completamente a una tarea ayuda a Toru a permanecer en un solo lugar y aplazar sus problemas, reemplazándolos con otros de índole más práctica. Al mudarse, por ejemplo, Toru hasta se pone a construir sus propios muebles, algo que ayuda al lector a comprender hasta qué punto necesita evadirse de sus problemas sentimentales.

Sin embargo, la carta que le envía Reiko vuelve a conectar al narrador con la realidad. Tal como se describe, Naoko ha estado empeorando, y ese es el motivo por el que Toru había dejado de recibir sus cartas:

La primera señal de alarma fue no poder escribir. Esto ocurrió a finales de noviembre o principios de diciembre. Luego empezó a oír voces. Cuando se disponía a escribir, las voces de varias personas se lo impedían. Interferían a la hora de elegir las palabras. Hasta tu segunda visita, los síntomas fueron relativamente leves y yo, la verdad sea dicha, no me los tomé en serio. Nosotros estamos, hasta cierto punto, aquejados por nuestros propios síntomas de manera cíclica. Pero después de tu regreso los síntomas se agravaron. Ahora tiene dificultades incluso a la hora de mantener una conversación. No sabe elegir las palabras. Y esto la confunde enormemente. La confunde y la asusta. Las alucinaciones auditivas han ido incrementándose. (p. 321)

La incapacidad de Naoko de comunicarse con sus allegados se agudiza. Las voces que escucha cada vez con más frecuencia parecen vincularla más con sus muertos que con los seres vivos que la rodean, quienes, por su parte, se muestran incapaces de ayudarla. Así, los problemas emocionales de Naoko se manifiestan en su incapacidad para expresarse y ponen de relieve la presencia que los muertos tienen en la vida de la joven.

Frente a esta situación, el optimismo natural de Toru queda destrozado, y ello tiene repercusiones directas sobre su vida. Toru había prometido a Naoko que la ayudaría a mejorar, así como también le había prometido a Midori que la cuidaría. Por eso, es comprensible que el joven se sienta abrumado por su fracaso en ambos planos: la comunicación con ambas ha quedado trunca y el prospecto es muy negativo. Cuando termina de leer la carta de Reiko, la exuberancia de la primavera que rodea a Toru se torna una presencia angustiante que anuncia la decadencia que sigue al florecimiento: “… yo me quedé contemplando las flores del cerezo. En ese crepúsculo de primavera, parecían carne desollada, al rojo vivo. El jardín estaba lleno del olor pesado y dulzón de la carne podrida. Recordé el cuerpo de Naoko. Su hermoso cuerpo yacía en la oscuridad, y de su piel brotaban innumerables tallos, pequeños y verdes, que temblaban y se mecían con el viento. ¿Por qué tiene que estar en fermo un cuerpo tan hermoso?, me pregunté” (p. 322).

En estas imágenes, lo que Toru encontró una vez hermoso y lleno de vitalidad aparece en medio de un proceso de decadencia y putrefacción. Los brotes que nacen, entonces, no son una potencia de vida, sino que atraviesan la carne de Naoko como si esta fuera ya un cuerpo muerto.

Tras este episodio, Toru se sumerge en una depresión que se asemeja en cierto aspecto a la de Naoko: “Cuando alguien me hablaba, no entendía lo que me estaba diciendo; cuando yo le hablaba a alguien, éste no me entendía. Como si me envolviera una espesa membrana. Me impedía entrar en contacto con el mundo que me rodeaba. Al mismo tiempo, la gente no podía tocar mi piel” (p. 323). Al igual que Naoko, el problema al que se enfrenta Toru es tanto la separación entre su propia individualidad y el mundo exterior como la experiencia de cerrarse sobre sí mismo hasta perder contacto con el afuera.

Como ya sucedió en capítulos pasados, es Midori quien tiene la capcidad de romper el caparazón de Toru y rescatarlo de su aislamiento, como se observa cuando le envía una carta para que se encuentren, y el narrador accede al instante. Sin embargo, en esta ocasión, el lazo con Midori no es suficiente para que Toru abandone su coraza, y este fracaso queda claro cuando la joven termina por rechazar su presencia. La razón que da Midori para rechazarlo (el hecho de que Toru no haya notado el cambio en su estilo) no es más que la manifestación visible de algo que la joven comprende: Toru es incapaz de relacionarse con ella porque está demasiado absorto en su vínculo con Naoko. El contenido de la nota que Midori escribe es claro en este sentido:

Es la primera vez en mi vida que le escribo una carta a alguien que está sentado en un banco a mi lado. Pero es la única manera que he encontrado para comunicarme contigo. Porque apenas escuchas lo que digo, ¿no es cierto? (…) En fin, te importo un rábano y, por lo visto, quieres estar solo, así que te dejaré en paz. Quémate las cejas pensando en lo que te dé la gana (…) Tú siempre estás encerrado en tu propio mundo y, cuando llamo a la puerta, “toc, toc”, te limitas a levantar la cabeza antes de volver a encerrarte. (p. 330)

Habiendo perdido su última conexión humana real, Toru se encuentra en un doloroso aislamiento que contrasta con la exuberancia del mundo durante la primavera. Sin embargo, es durante este tiempo que Toru comienza realmente un proceso de maduración y se da cuenta, debido a su ausencia, lo importante que Midori es en su vida. Esta maduración es la que impulsa a Toru a tratar de acercarse nuevamente a Midori, algo que logra al final del capítulo y que, junto a la carta de Reiko con buenas noticias sobre la mejoría de Naoko, constituye el pico más optimista de la novela.

Por otra parte, el capítulo final abre con el abrupto anuncio de la muerte de Naoko, al que Toru no es siquiera capaz de contestar. La muerte de un ser querido se presenta como una experiencia tan repentina e intensa que a Toru le resulta incomprensible. El hecho de que se trate de un suicidio, como el caso de Kizuki, hace que la situación sea aun peor y deja a Toru sin herramientas para lidiar con la pena. Por eso, su respuesta es la evasión: Toru quiere escapar de la realidad, de sí mismo y de su historia con Naoko. Para ello, comienza a vagar de ciudad en ciudad, sometiéndose a grandes penurias como para agotar su cuerpo y su espíritu: duerme al descampado, apenas come y solo comida enlatada, tampoco se baña; en pocas semanas, Toru se vuelve irreconocible.

Mientras el narrador emprende su viaje de duelo y piensa casi por completo en Naoko, la presencia de Midori es igualmente importante en el capítulo. Toru señala que antes de irse de Tokio: "A Midori le escribí una nota breve: todavía no podía decirle nada, pero esperaba que me esperara un poco más" (271). Como antes, esperar es la expresión suprema del amor; y como Toru le explica a Reiko más tarde cuando ella viene a Tokio, él se culpa a sí mismo por la muerte de Naoko, ya que el hecho de elegir a Midori significó también no esperar que Naoko se recuperara.

Mientras realiza el duelo por Naoko, Midori es una presencia activa en la mente de Toru. Antes de salir de viaje incluso le escribe una carta “diciéndole que no podía explicarle nada, pero que me esperara” (p. 353). Así, desde el comienzo del capítulo puede observarse que Toru ya está esbozando una decisión sobre su futuro: apostar por una relación junto a Midori.

La experiencia del viaje opera sobre Toru como un extrañamiento del mundo y de lo cotidiano. Las ciudades que visita y las personas con las que se cruza se le figuran extrañas e incomprensibles, como si no fuera capaz de comprender el funcionamiento del mundo ahora que Naoko ya no está más en él. A su vez, el viaje desarrolla uno de los temas más importantes de la novela, la memoria: el extrañamiento que lo rodea lo empuja hacia su interior y sus recuerdos, y entre ellos la imagen de Naoko lo visita de forma recurrente:

Entre trago y trago de whisky, escuchando el ruido de las olas, pensaba en Naoko (…) Su recuerdo era demasiado nítido. Aún me imaginaba su boca envolviendo suavemente mi pene, su pelo cayendo sobre mi vientre. Me acordaba de su calor, de su aliento, del tacto desconsolado de la eyaculación. Lo recordaba tan claramente como si hubiera ocurrido cinco minutos antes. Y tenía la sensación de que Naoko se encontraba a mi lado, y de que si alargaba la mano podía tocarla. Pero ella no estaba. (pp. 354-355)

Estas imágenes de Naoko se repiten constantemente durante todo el viaje, mientras Toru lucha con darle al recuerdo el lugar que le corresponde en su vida, para poder seguir adelante sin sentirse asaltado por la presencia fantasmagórica de su amada muerta. En verdad, Toru se enfrenta a la presencia de todos sus muertos; tal como había adelantado al inicio de la novela, a pesar de su juventud, su vida está marcada por la pérdida: “Estaba en la plenitud de la vida y todo giraba en torno a la muerte” (p. 38). Esta idea llega a su máxima expresión hacia el final del viaje, poco antes de que Toru decida volver a Tokio: “Sus imágenes me golpeaban una tras otra, como las olas de la marea, arrastrándome hacia un lugar extraño. Y en este extraño lugar yo vivía con los muertos. Allí Naoko estaba viva y los dos hablábamos, nos abrazábamos. En ese lugar, la muerte no ponía fin a la vida. Allí la muerte conformaba la vida. Y Naoko, henchida de muerte, allí continuaba viviendo” (p. 355).

Sin embargo, al alcanzar el clímax de su sufrimiento, Toru termina por aceptar que la muerte está incluida en la vida y que lo único que se puede hacer es atravesar el dolor tratando de aprender algo de él. Tras lograr este aprendizaje, la idea del regreso comienza a esbozarse en Toru, y es acelerada por el encuentro con el amable pescador que le da comida y se queda con él para hacerle compañía. Cuando el pescador le cuenta sobre su madre muerta, lo primero que siente Toru es una ira egoísta en relación con los problemas de otra persona. Sin embargo, poco a poco comienza a abrirse y cuando el pescador le da dinero y le dice que lo acepte, puesto que lo que en verdad le está entregando son sus sentimientos, Toru hace de este momento una enseñanza de vida. En verdad, todo lo que uno puede hacer es ofrecer sus propios sentimientos a los otros, y eso es lo que hace uno cuando ama a una persona. El dinero que le da el pescador también es suficiente como para pagar un pasaje de regreso a Tokio, por lo que Toru ya no duda de que el tiempo de volver a la sociedad ha llegado.

El regreso demuestra a Toru que la evasión del viaje no es suficiente para olvidar a Naoko y sanar sus heridas. Si bien fue una experiencia necesaria, su estado al regresar sigue siendo el mismo, lo que también le enseña que deberá convivir con el dolor y la pérdida por el resto de sus días. En medio del nuevo ataque de depresión, es una carta de Reiko, anunciando su llegada a Tokio, la que saca a Toru del letargo. En verdad, Reiko es justamente la persona que Toru necesita en su vida para poder procesar su dolor: “Hacía diez meses que no había visto a Reiko, pero, caminando a su lado, mi corazón se ablandó y me sentí aliviado. (…) De la misma manera que Naoko y yo habíamos compartido a un muerto, a Kizuki, Reiko y yo compartíamos a una muerta, a Naoko” (p. 363). La ceremonia fúnebre que ofician Reiko y Toru en honor a Naoko no funciona solo para honrar a la muerta, sino que es el último paso para sellar esa historia y que cada uno pueda seguir adelante con su vida. En este sentido, la consumación del acto sexual entre ellos es una forma de concluir el funeral que celebran a Naoko y de dar un cierre al dolor que les causa la pérdida.

Al día siguiente, luego de que Reiko toma su tren, Toru siente el impulso de llamar a Midori y de decirle que está listo para tener una relación con ella. Esta iniciativa demuestra que Toru está dispuesto a avanzar en su vida y que si bien Naoko siempre estará presente en sus recuerdos, ya se siente en condiciones de relacionarse otra vez con el mundo exterior. La última frase de la novela, “Y yo me encontraba en medio de ninguna parte llamando a Midori” (p. 381) simboliza el nuevo estado en el que se encuentra Toru: ese “ninguna parte” es el nuevo espacio, vacío y por descubrir, en el que puede hallarse con Midori, más allá de sus recuerdos y de las experiencias dolorosas de esos últimos años en los que Toru se ha convertido en un adulto.

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