Resumen
Capítulo 6
Al día siguiente de recibir la carta de Naoko, Toru se dirige a las afueras de Kioto, donde se encuentra la Residencia Amy. Situada en medio de un bosque, la institución se le presenta como un mundo muy peculiar y aislado en el que todo es increíblemente pacífico y pulcro. Al ingresar, un guardia le dice que busque a la doctora Reiko Ishida, quien no es una doctora, sino una paciente, profesora de música (en japonés, doctora y profesora se designan con el mismo término, sensei) y compañera de cuarto de Naoko. Durante el almuerzo, Reiko le explica el funcionamiento del sanatorio y sus principios. El objetivo principal de aquel lugar es fomentar la honestidad y la aceptación de los problemas personales y la cooperación mutua para su superación. Por eso, la línea entre los pacientes y los médicos se difumina, y todos cumplen muchas funciones a la vez.
Tras el almuerzo, Reiko y Toru se dirigen a otra zona de la residencia, donde los pacientes comparten departamentos y le pide que aguarde allí hasta que regrese con Naoko. Durante la espera, Toru se queda dormido y es despertado por Naoko, quien lo saluda, intercambia unas palabras con él y se retira para cumplir una serie de tareas que tiene asignadas.
Horas más tarde, Naoko regresa junto a Reiko y los tres se dirigen a los comedores para cenar. Al regresar al departamento, los tres charlan un buen rato y luego Reiko toca la guitarra y todos toman vino. Reiko interpreta "Norwegian Wood", una canción de los Beatles que es la preferida de Naoko. Cada vez que Naoko le pide a su amiga que la interprete, debe colocar una moneda en una alcancía. Luego, Naoko comienza a explicar que no podía tener relaciones sexuales con Kizuki debido a su frigidez, hasta que en un momento rompe en llanto y Reiko le sugiere a Toru que salga a dar un paseo mientras ella intenta calmarla. Cuando él regresa, Naoko está acostada, y Reiko se une a Toru y le cuenta parte de su vida.
Desde muy pequeña, Reiko había demostrado un enorme talento para la música y se había preparado para ser concertista de piano. Sin embargo, durante su juventud, sufrió un trastorno psicológico debido al estrés que le generaba la práctica musical constante y fue internada en una institución psiquiátrica. Desde ese momento, tuvo que renunciar a su vida como concertista, puesto que sus nervios no soportaban tanta presión, y tuvo que dedicarse a dar clases de música.
Así conoció a un hombre con el que se casó y tuvo una hija. Esta vida familiar idílica duró unos años, durante los cuales Reiko fue feliz, hasta que tomó a una joven estudiante de 13 años que parecía un ángel pero que, como descubrió más tarde, era una mentirosa patológica y le arruinó la vida. En ese punto, Reiko detiene su historia y ambos regresan al departamento a ver cómo continúa Naoko.
En medio de la noche, Toru se despierta y descubre a Naoko sentada a su lado. Como en un sueño, la muchacha se quita el camisón y le enseña su cuerpo desnudo, que es iluminado por la luna. Toru queda totalmente impresionado por la perfección de la figura de Naoko, quien vuelve a colocarse el camisón en el mismo estado de trance y regresa a su habitación. A la mañana siguiente, Toru no puede encontrar ninguna explicación para lo que vio, y después del desayuno, él, Naoko y Reiko dan un largo paseo fuera de los terrenos del sanatorio hacia un prado y un campo cercano. Al llegar a un café, Reiko se queda escuchando la radio y pide a sus amigos que paseen un rato solos. Toru y Naoko pasean por el prado, se acuestan sobre el pasto y se abrazan. Naoko explica a Toru que no será capaz de hacer el amor con él, pero que puede masturbarlo para aliviar su deseo sexual, algo a lo que Toru accede con gusto. Tras haber acabado, Naoko le cuenta a Toru sobre el suicidio de su hermana mayor y cómo ella la encontró colgada de una viga en su pieza. Esa misma noche, Toru pasea otra vez con Reiko y ella termina de contarle la historia de la niña que le arruinó la vida.
Un día, su alumna de 13 años intentó seducirla. Haciéndose pasar por enferma, primero le preguntó a Reiko si podía acostarse en su cama, y luego, llorando desconsolada, le pidió que la abrazara. Así continúo hasta quitarle la blusa, besarla y acariciarle la vulva. En ese momento, Reiko logró reaccionar y le propinó una bofetada a su alumna. Esta, antes de marcharse, le dijo a Reiko que por más que lo negara, ella se daba cuenta de que era lesbiana, y era algo con lo que iba a tener que lidiar toda su vida.
En los días siguientes, todos los vecinos comenzaron a tratar mal a Reiko, y una de sus amigas se presentó en su casa y la puso al tanto de las cosas que se contaban en el barrio: que Reiko había abusado sexualmente de una de sus estudiantes de piano, y que había arruinado a su familia. Ante tales calumnias, Reiko le pidió a su esposo que se mudaran a otra ciudad, pero este le dijo que tendrían que esperar unos meses para organizar la mudanza. Su mente, sin embargo, no logró mantenerse cuerda, y Reiko terminó estallando otra vez. Como resultado, Reiko se divorció de su marido y se instaló en el sanatorio. De eso, cuenta a Toru, ya han pasado siete años.
A la mañana siguiente, Toru toma el tren de regreso a Tokio, donde se siente alienado y desorientado en medio de las multitudes que llevan una vida tan diferente a la existencia tranquila y pacífica de la Residencia Amy.
Capítulo 7
El día siguiente a su regreso de la Residencia Amy, Toru se encuentra con Midori y van a tomar algo juntos. Esta salida le sirve a Toru para encontrar de nuevo su eje en el mundo real, tras la sensación de alienación que el sanatorio le ha dejado.
El domingo, Toru y Midori vuelven a encontrarse; por medio de sus bromas habituales, Midori demuestra su admiración por el narrador e inesperadamente decide llevarlo al hospital donde su padre convalece debido a un cáncer de cerebro en estado terminal. En el pasado, Midori le dijo a Toru que su padre estaba en Uruguay, por lo que este hecho de llevarlo al hospital implica un sinceramiento profundo que el narrador aprecia.
Una vez allí, Toru comprende el arduo trabajo que implica cuidar a un enfermo y resignifica las desapariciones esporádicas de Midori. Para aliviarla, le propone que se tome un descanso esa tarde y que él cuidará del enfermo. Curiosamente, Toru se encariña rápidamente con el padre de Midori, con quien habla de sus estudios y hasta le da de comer pepino, algo que Midori no había conseguido.
El viernes siguiente a la visita del hospital, el padre de Midori fallece. Midori no quiere que Toru vaya al funeral y luego pasa una semana sin comunicarse con él. En esos días, Toru escribe una carta a Naoko diciéndole que la extraña y que le falta su presencia para darle energía a sus domingos.
Análisis
Si bien Toru está acostumbrado a viajar, su periplo a la Residencia Amy para visitar a Naoko lo introduce en un mundo totalmente nuevo y diferente a cualquier cosa que haya conocido. En su trayecto, la alteración del paisaje desde un escenario urbano hacia el territorio boscoso y montañoso del sanatorio señala la distancia que existe entre las dos realidades. Toru se introduce en un espacio fuera del mundo cotidiano, un lugar vacío al margen de la existencia; cuando se baja del colectivo, la soledad del lugar contrasta con la muchedumbre que deambula de forma constante por las calles de la ciudad: “Me apeé en una parada donde no había nada. Ni personas ni campos. Únicamente el poste de la parada, un riachuelo y la entrada de un camino de montaña” (pp. 127-128). Así, Toru debe abandonar primero su realidad para ingresar a un nuevo mundo, con sus propias reglas y dinámicas.
Tal como lo describió Naoko en sus cartas, el sanatorio es un lugar aislado de la vida cotidiana, que se rige por sus propias lógicas. Los pacientes y los médicos viven bajo las mismas reglas y, en verdad, el límite entre unos y otros está desdibujado, ya que cada persona contribuye a la vida comunitaria desde el espacio que ocupa. El caso de Reiko sirve para ilustrar esta mecánica: la profesora de música lleva siete años en la Residencia, y si bien no deja de ser una paciente, realiza muchas tareas propias de los médicos. Sin ir más lejos, Reiko cuida de Naoko y se hace cargo de la presencia de Toru durante sus visitas. Además la Residencia funciona como una comunidad prácticamente autosuficiente: sus residentes crían animales de granja y cultivan los vegetales que consumen. Por otra parte, la televisión y la radio están prohibidas en el establecimiento, por lo que el aislamiento del mundo exterior es casi absoluto.
Otro elemento pone en evidencia la naturaleza anacrónica del establecimiento: cuando Toru se marcha, habla unos momentos con el portero y este, al escuchar que Toru viene de Tokio, recuerda con felicidad la carne de cerdo excepcional que había probado en la ciudad. Esto sorprende a Toru, puesto que en la actualidad Tokio no se destaca por la calidad de la carne de cerdo, lo que lo lleva a preguntarse entonces hace cuántos años que aquel hombre no baja a la ciudad. En verdad, todas las personas de la Residencia mantienen una conexión con el mundo exterior solo por medio de sus recuerdos. El caso de Reiko es similar: desde que ella misma se encerró en la Residencia, no tiene más noticias de su familia, y la única imagen que guarda de su hija es la que tiene en sus recuerdos.
La Residencia se despliega entonces como un territorio utópico en el que sus habitantes reconocen sus falencias y aprenden a convivir con ellas, aislándose de una sociedad que se encarga, sistemáticamente, de señalarlas como defectos que deben ser curados. Así, el sanatorio funciona como un espacio seguro y libre de juicios donde los pacientes se encuentran a gusto y pueden reconstruir sus vidas sin las presiones sociales del mundo externo.
Naoko es nueva en este ambiente, y todavía hace un esfuerzo consciente por estar bien y salir adelante. Como le explica a Toru durante su visita, todavía debe abocar todas sus energías a mantenerse en pie y siente que no puede darse el lujo de relajarse, porque podría caer definitivamente en un pozo sin fondo. Mediante la metáfora del pozo, Toru comprende que, si bien las tensiones internas de Naoko han disminuido, la joven sigue librando una batalla consigo misma y con esos fantasmas que la persiguen.
Por su parte, Naoko no está totalmente desligada del mundo exterior, sino que mantiene una conexión por medio de las cartas que suele enviarle Toru y que, como ella dice, son muy útiles para sentirse querida y recordada por el exterior.
Durante su estadía en la Residencia Amy, Toru rercuerda un episodio de su vida junto a Kizuki, un viaje en moto que realizaron para visitar a Naoko en el hospital, durante una enfermedad que padeció la muchacha. Ese recuerdo cobra nitidez en la memoria y le muestra a Toru hasta que punto la presencia de Kizuki sigue determinando su relación con Naoko. En verdad, ellos dos siempre estarán unidos por la muerte de Kizuki, quien permanece en la memoria como un joven con la vida detenida en los 17 años, que no cambia ni muta mientras ellos maduran y envejecen. Toru llega a la conclusión de que esa es otra de las formas en que la muerte afecta a la vida: congelando a las personas en una determinada edad. Mientras Naoko y él crecen, Kizuki está congelado eternamente en sus 17 años y así se aparece todo el tiempo en sus recuerdos.
Otro de los elementos que atraviesa la novela y se hace muy presente en este capítulo es el vínculo entre el sexo, la culpa y la muerte. Naoko recuerda la noche en que tuvo sexo con Toru como algo totalmente excepcional que marca un hito en su vida: la joven sabe que nunca más volverá a sentir lo que experimentó esa noche y, en ese sentido, sabe que su potencial se ha agotado y no se renovará durante el resto de su vida. Tal como confiesa por primera vez, Naoko no había tenido sexo con Kizuki porque, aunque lo intentaron muchas veces, ella no lograba estar húmeda y abrirse, por lo que el dolor que sentía ante el intento de penetración se le hacía insoportable. Cuando el día de su cumpleaños descubre la humedad y el deseo de ser penetrada por Toru, Naoko no puede evitar sentir culpa, puesto que es lo que hubiera deseado hacer con Kizuki. Esta culpa se agrega a los fantasmas que persiguen a la muchacha, quien asegura que al morirse Kizuki, “... ya no supe cómo relacionarme con la gente. Dejé de comprender qué significaba querer a alguien” (p. 154). Después de esta confesión, Naoko se larga a llorar y Toru debe abandonar la habitación para que Reiko pueda tratar de calmarla. Más adelante, mientras pasean solos, Naoko le explica a Toru que no podrá volver a tener sexo con él, y que probablemente no lo consiga nunca más en la vida, pero que está dispuesta a aliviarlo con las manos o la boca, algo a lo que Toru accede. Luego de masturbarlo, Naoko le cuenta cómo se ha suicidado su hermana cuando ella estaba en la primaria. De esta forma, en la vida de Naoko el sexo queda unido a la idea de la pérdida y desencadena en ella la tristeza y la desesperación.
Cuando Naoko cuenta la historia del suicidio de su hermano, otro rasgo de sus bloqueos psicológicos se hace presente. Tras descubrir a su hermana ahorcada en su habitación, Naoko queda totalmente paralizada y se pasa tres días en cama, sin poder decir una sola palabra ni interpretar lo que sucede a su alrededor. Esta incapacidad de expresarse la perseguirá por siempre y es lo que el lector comprueba cuando Naoko parece querer expresar una idea que se le escapa. En verdad, la joven no es capaz de articular su propia voz por el daño profundo que las situaciones traumáticas han causado: primero el suicidio de su hermana y luego el de su novio. La falta de voz pone en evidencia la incapacidad de Naoko de gestionar sus emociones.
Naoko reconoce su estado mental precario y así se lo hace saber a Toru: “Estoy mucho más enferma de lo que crees, las raíces son mucho más profundas. Por eso quiero que, si puedes, sigas con tu vida. No me esperes. Si te apetece acostarte con otras chicas, hazlo. No te reprimas por mi causa” (p. 195). A pesar de estas advertencias, Toru se cree capaz de mejorar la vida de Naoko y en algún punto piensa -ingenuamente- que su amor será suficiente para salvarla. Esto, como se verá en los próximos capítulos, resulta totalmente equivocado.
La primera noche en la Residencia, Toru tiene un sueño que puede ser interpretado como una premonición: en él, debe limpiar las ramas de unos sauces que están llenas de unos pequeños pajaritos. Sin embargo, cuando lo intenta, los pajarillos se convierten en trozos de metal y se estrellan contra el suelo. Esto podría mostrar, a nivel simbólico, que Toru desea liberar a Naoko del dolor y de su apego a los muertos, aunque lejos de conseguirlo, sus intentos fracasan y caen por tierra.
En el capítulo 7, cuando Midori se encuentra con Toru tras su regreso de la Residencia Amy, comprende al momento de que algo anda mal en su vida. Lo mismo sucederá más adelante, cuando Toru se suma en la depresión tras el empeoramiento de Naoko, ella también será capaz de leer estos problemas en su cara. Por su parte, Toru es totalmente incapaz de interpretar los signos físicos con los que Midori expresa lo que le está pasando. Esta incapacidad de Toru de notar qué es lo que le pasa a la gente que lo rodea será un problema en los próximos capítulos y terminará alejándolo de Midori por mucho tiempo.
Mientras beben, Toru es capaz de expresar la sensación de alienación que siente en su vida cotidiana: “Me da la impresión de que éste no es el mundo real. La gente, las escenas que me rodean no me parecen reales” (p. 225). La vida simple y recluida de la residencia pone de relieve la artificialidad de la sociedad en la que Toru vive y lo absurdo de su rutina cotidiana que se distribuye entre el estudio de una carrera que no le interesa en absoluto, las salidas a bares para tener sexo con chicas de las que no recuerda siquiera el nombre y la vida opresiva y represora de su residencia universitaria. Ante la frustración que se desprende del reconocimiento de una vida mediocre y alienada, Midori regresa sobre la idea de marcharse a Uruguay y comenzar una nueva vida, aunque en última instancia termina por reconocer que todos los sitios son iguales y que el problema radica en la propia existencia: “Cagajones por todas partes. Una mierda si estás aquí, una mierda si vas allá. El mundo entero es una mierda” (p. 226). A esta idea Midori contrapone el recuerdo del beso en la terraza y recuerda ese momento como uno de plenitud al que le gusta regresar para encontrar un poco de paz y bienestar.
Sin embargo, Toru continúa sumido en su pesimismo y le indica a Midori que el beso puede haber sido un momento hermoso, pero si ellos se conocieran mejor y estrecharan su vínculo, al final terminarían presionándose y arruinándolo todo. De estas palabras se desprende la idea de que en el mundo contemporáneo, las relaciones humanas están condenadas al fracaso; tal como lo expresa Toru: “En el mundo real todos vivimos presionándonos los unos a los otros” (p. 227). Esta visión pone de manifiesto una profunda insatisfacción con las estructuras vinculares que caracterizan a la sociedad japonesa de posguerra y la profunda ausencia de sentido que los jóvenes como Toru perciben en sus relaciones sociales y vinculares. Midori es consciente del funcionamiento enfermizo de la sociedad y lo expresa al indicar que las personas se sienten cómodas sometiendo y siendo sometidas: “¿Sabes que en este mundo hay montones de personas a quienes les gusta forzar a los demás a hacer esto y lo otro, y que, a su vez, les gusta que las fuercen? Y montan un gran follón con todo esto” (p. 227).
Midori se siente atraída hacia Toru porque, como lo expresa, con él no siente que el vínculo esté sometido a esa presión, sino todo lo contrario: “Contigo siento que puedo bajar la guardia” (p. 227), le confiesa a Toru. Este “bajar la guardia” no es otra cosa que permitirse ser honesta y real por fuera de la presión que la situación vincular puede ejercer sobre ellos.
Más adelante, la visita al hospital revela el sufrimiento que atraviesa la vida de Midori y la infelicidad en la que se ve sumida cotidianamente. Aunque no es una persona dada a expresar sus angustias, está claro que la naturaleza hereditaria del cáncer de cerebro y el horror de la enfermedad la asustan terriblemente, hasta el punto de experimentar el dolor de su padre como si fuera propio. Por eso, cuando Toru se queda con el enfermo y logra hasta hacerlo comer pepino, Midori siente que su amigo le está devolviendo algo de vida a ella misma.
En este capítulo también queda claro que muchas de las extravagancias de Midori son formas de lidiar con una realidad que la agota y la llena de sufrimiento. La historia que le contó a Toru sobre su padre escapándose a Uruguay y abandonando a sus hijas es literalmente falsa, pero explica figurativamente su situación: el abandono y la fuga hacia una región incierta (de la que no se conoce nada y solo se presume lo peor) es una forma de representar la enfermedad cerebral y el abandono que representa la pérdida inminente del padre.
Frente al padre enfermo y al sufrimiento de Midori, Toru vuelve a ubicarse en el rol de cuidador, como ya lo había hecho con Naoko, al tranquilizarla con su presencia. Cuando el narrador se queda con el moribundo, una relación triangular se establece entre él, Midori y su padre, al igual que ya se había establecido entre Kizuki, Toru y Naoko y como sucederá luego con Toru, Nagasawa y su novia, Hatsumi. En todos estos casos, Toru es el tercero que acompaña a una pareja marcada por la pérdida. Primero el suicidio de Kizuki, luego la muerte del padre de Midori y, finalmente, el suicidio de Hatsumi. A propósito de esto, lo que puede comprobarse es que Toru genera la confianza para que sus allegados se abran y se muestren honestos y sinceros en su presencia. Con el padre de Midori sucede lo mismo; en el poco rato que Toru pasa junto a él, el moribundo se siente contenido y hasta le confía el cuidado de su hija, como quien acepta la muerte y quiere saber que alguien más podrá cumplir con el rol que deja vacante.
Midori es muy consciente de esta característica propia de Toru, y así se lo hace saber: “tienes un gran talento para tranquilizar a los demás” (p. 256). Toru se sorprende de esta indicación, puesto que nunca había pensado eso de sí mismo. En verdad, Toru parece vivir por inercia, dejándose llevar por la única regla de ser honesto con los demás, pero sin explorar demasiado su forma de ser, sorprendido muchas veces cuando alguien más hace comentarios sobre su psicología y señalan rasgos que él mismo no había notado.
Finalmente, el capítulo 7 termina de hacer evidente el vínculo que existe en la novela entre la comida y los estados de ánimo de los personajes. Cuando Toru ingresa al hospital, siente náuseas y pierde totalmente el apetito. El padre de Midori tampoco quiere comer nada, hasta que se siente tranquilizado y reconfortado por la presencia de Toru y llega a ingerir todo un pepino, algo que a ojos de Midori es un progreso enorme. Midori, por su parte, nunca pierde el apetito, ni siquiera en el hospital, lo que demuestra su forma enérgica y activa de lidiar con los problemas. Al final de la novela, la relación entre la comida y los estados de ánimo de los personajes será aun más evidente cuando Reiko y Toru realicen la ceremonia fúnebre de Naoko preparando una cena y brindando en su nombre.