Adiós a las armas

Adiós a las armas Resumen y Análisis Primera parte, Capítulos VIII-XII

Resumen

Capítulo VIII

Al día siguiente, Henry encabeza la marcha de cuatro ambulancias que se dirigen a las cercanías del río para asistir en un posible ataque. Sin embargo, él se detiene en el hospital británico y le ordena al resto a que continúe con el viaje. Allí logra ver a Catherine, que se encuentra en servicio, y le habla de su malestar del día anterior. Cuando Henry explica que se dirige al frente de batalla, Catherine le da, pese a no ser católica, una medalla de San Antonio. En el auto, Henry se coloca la medalla en el cuello y anticipa que es posible que la pierda, si llega a ser herido. Esa misma noche, nuevamente junto a las otras tres ambulancias, llega a la ruta que desemboca al río.

Capítulo IX

En el río, el comandante le explica a Henry cuál va a ser su trabajo cuando empiece el combate. Luego, lo guía a un refugio en donde puede resguardarse junto al resto de los conductores: Passini, Manera, Gavuzzi y Gordini. Mientras esperan, charlan sobre el combate que se avecina y la guerra en general. Algunos desean que su facción se rinda, porque no hay nada peor que la guerra. Sin embargo, Henry considera que la derrota sería peor aún, por lo que considera necesario seguir combatiendo.

Henry se va con Gordini a preguntarle al comandante cuándo van a cenar. En ese momento, estalla la batalla. Henry y Gordini consiguen una fuente de macarrones con queso y corren, en medio del bombardeo, rumbo al refugio. Justo cuando se ponen a comer, una bomba cae sobre ellos. Henry sale disparado por la explosión y queda en estado de shock. Cuando recupera la conciencia, descubre que Passini ha perdido ambas piernas. Momentos después, Passini muere. Henry intenta caminar, pero descubre que está gravemente herido en sus piernas y que no puede desplazarse por su cuenta. Manera y Gavuzzi lo encuentran y lo alzan para sacarlo del refugio destruido.

En el puesto médico, Henry habla con un conductor inglés, al que le pide que le cuide las ambulancias para que no sean asignadas a otros conductores y poder recuperarlas luego. El inglés, además de ayudarlo con este pedido, procura que los médicos lo atiendan rápido. Henry se ha fracturado de cráneo, tiene heridas en la rodilla y en el pie derecho. Para tratarlo mejor, los médicos lo suben a la ambulancia y lo llevan al hospital. Durante el viaje, Henry se queja porque sobre él gotea la sangre de un herido que está colocado en la camilla de arriba.

Capítulo X

En la sala del hospital, Henry recibe la visita de Rinaldi, que llega con una botella de coñac. Este le asegura que va a recibir una condecoración por realizar un acto heroico, pero Henry niega que sus heridas sean fruto del heroísmo. Luego, hablan sobre mujeres y Henry expresa su disgusto por las prostitutas del burdel. Rinaldi se burla de sus gustos y del vínculo que tiene con Catherine. La charla se transforma en una pequeña pelea, pero Rinaldi se apacigua y le promete conseguir que Catherine lo visite.

Capítulo XI

El capellán visita a Henry y le lleva una botella de vermut y periódicos ingleses. Ambos beben y hablan sobre su descontento con la guerra. Luego, conversan sobre Dios y Henry confiesa su falta de religiosidad. El capellán le contesta que será feliz cuando ame a dios.

Capítulo XII

Henry recibe la noticia de que será enviado a un mejor hospital, en Milán, donde están recibiendo a los estadounidenses heridos en la guerra. Esa noche, recibe la visita de Rinaldi y el comandante. Entre los tres especulan sobre el devenir de la guerra y qué alianza apoyará Estados Unidos. Rinaldi le informa a Henry que Catherine será trasladada al hospital de Milán, por lo que podrá cuidarlo durante su recuperación. Los visitantes se retiran y Henry se duerme. Al poco tiempo emprende el viaje en tren a Milán.

Análisis

A pesar del esfuerzo que Henry y otros personajes hacen por olvidar la guerra, esta es una presencia constante e ineludible. Esto se evidencia aun en los diálogos que los personajes tienen entre sí. Cuando Henry conoce a Catherine y conversa con ella, por ejemplo, el tópico bélico se impone a costa de sus deseos de evadirlo, e incluso se bromea sobre la imposibilidad de hacerlo:

—¿Y si dejamos esta conversación sobre la guerra?

—Es difícil. No sé dónde la podemos dejar (p. 29).

Catherine está en lo correcto: a lo largo de toda la novela, la maquinaria de la guerra está siempre en funcionamiento y, aunque no aparezca en un primer plano, sirve como trasfondo para toda la acción. Por ejemplo, cuando Henry se dirige al hospital para encontrarse con Catherine, las secuelas de la guerra están presentes en la calle y entorpecen su trayecto:

Dos carabineros detuvieron mi coche. Acababa de caer una granada y mientras esperábamos, cayeron otras tres en el camino. Eran del 77. Al caer producían una ráfaga de aire, e inmediatamente un ruido seco, estridente, un relámpago y el camino desaparecía bajo una humareda. Los carabineros nos hicieron señal de adelantar. Al pasar por el lugar en donde había estallado la granada, evité los baches y noté los entremezclados olores de pólvora quemada, y de arcilla, piedras y sílice triturados (p. 28).

En un comienzo, Catherine parece una chica inocente e incluso un tanto alocada, especialmente por la velocidad e intensidad con que declara su amor por Henry, a quien acaba de conocer. Sin embargo, rápidamente reconoce que aquel coqueteo es, en principio, un divertimento para alejar los lúgubres pensamientos que produce la guerra. Entregarse de lleno a otra persona en un contexto tan incierto es una apuesta ciega e irracional en la que ambos personajes terminan coincidiendo. Esta actitud pone en evidencia hasta qué punto la guerra influye en todas las relaciones humanas y las expectativas de las personas: en un contexto en el que no se sabe si uno va a estar vivo al día siguiente, no hay demasiado tiempo para detenerse a ser precavido ni para pensar en el futuro; todo lo que puede hacerse es disfrutar con intensidad del presente. Las promesas, en este contexto, son tan solo una ficción, una forma desesperada de instaurar, en medio de la incertidumbre, la posibilidad de un proyecto a largo plazo.

Antes de volver al frente, Henry le menciona a Catherine que en algún momento de la guerra lo herirán. Esta declaración funciona como un presagio, puesto que, en los capítulos siguientes, Henry efectivamente resulta herido en combate y debe ser asistido por Catherine durante muchos meses. Ante la perspectiva de ir nuevamente a la batalla, Catherine le entrega a Henry una medalla de San Antonio para que lo proteja. Más adelante, cuando Henry es herido, pierde esta medalla, con lo que Hemingway deja en claro que la religión no sirve de nada en un mundo caótico y sumido en la destrucción.

Hasta el Capítulo IX, Henry se ha referido a los horrores de la guerra de forma esquiva, sin hablar directamente de lo vivido y experimentado en el frente. En este capítulo, esa distancia entre los hechos y la mirada del narrador se conserva, incluso cuando este es herido por la explosión de un obús: todo el episodio se presenta con el mismo estilo narrativo, despojado de emociones y de reflexiones subjetivas sobre lo que sucede. Sin embargo, al tratarse de imágenes tan crudas, el abordaje frío y distante otorga a la escena un realismo contundente:

Tuve la impresión como de flotar, y, en vez de continuar volando, caí. Respiré, había vuelto en mí. El suelo estaba hundido y frente a mí había una viga hecha astillas. Mi cabeza era un caos. Oí gritar a alguien. Creí que alguien rugía. Intenté moverme, pero no podía. Oía el tableteo de las ametralladoras y el tiroteo a lo largo del otro lado del río. Veía cómo las bombas subían y estallaban, y pequeñas nubes, muy blancas, flotaban en el aire. En unos minutos se lanzaron bombas y cohetes. De pronto, cerca de mí, oí que alguien gritaba. «¡Mamma mía! Oh, mamma mía!» Me estiré, me revolví y acabé por libertar mis piernas. Entonces pude dar la vuelta y tocarlo. Era Passini y, al tocarlo, rugió. Tenía las piernas vueltas hacia mi. Entre las alternativas de sombra y luz vi que las dos estaban destrozadas por debajo de las rodillas. Una estaba seccionada y otra sólo se sostenía por los tendones y un trozo de pantalón; el muñón se crispaba y retorcía como si estuviera completamente desprendido (p. 57).

La atroz crudeza de esta descripción ilustra los horrores a los que los soldados se enfrentan de forma constante. Cabe remarcar que este episodio acontece mientras Henry y sus compañeros se encuentran concentrados en su cena. De modo que, mientras las bombas estallan afuera, ellos se entregan completamente al ejercicio de comer fideos. El hecho de poder mantener la calma en medio del caos pone de manifiesto un rasgo fundamental del héroe hemingwayano: para estos personajes, el verdadero coraje consiste en mantenerse frío y funcional en situaciones de extrema presión. En este sentido, queda claro que Henry encarna, en esta novela, los valores propios del héroe según Hemingway.

Tras sobrevivir al impacto del obús, Henry se salva y pasa una temporada en el hospital. Allí, todos concuerdan en que recibirá una medalla en reconocimiento de sus acciones bélicas. Sin embargo, la indiferencia que él exhibe ante la perspectiva de ser condecorado pone de manifiesto hasta qué punto descree de todas las actividades relacionadas con la guerra, y abjura de sus símbolos y valores. Para Henry, recibir una herida por estar en el frente no tiene ningún valor y nada prueba respecto a su coraje. El mero hecho de entregar medallas de mérito carece de sentido para él y expone el carácter absurdo de la guerra: los altos mandos envían a los pobres soldados a morir y luego los condecoran por haber sobrevivido.

La herida deja a Henry al margen del conflicto. Una vez en el hospital, ya no participa de las batallas en el frente entre Italia y Austria y solo se limita a recibir las noticias que le traen sus colegas y amigos, aunque no opina sobre ellas. Una pregunta importante que se hacen los demás soldados italianos es cuándo intervendrán los Estados Unidos en la guerra:

Los Estados Unidos habían declarado la guerra a Alemania, pero no a Austria. Los italianos tenían la certeza de que América también declararía la guerra a Austria y se interesaban por todos los americanos que llegaban, incluso los de la cruz roja. Me preguntaron si el presidente Wilson declararía la guerra a Austria y les contesté que era cuestión de días. Yo ignoraba los agravios que habíamos recibido de Austria, pero consideraba lógico que se le declarase la guerra como a Alemania (p. 78).

Este pasaje ilustra algunas cuestiones interesantes: en primer lugar, la importancia que tuvo la entrada de los Estados Unidos para la resolución de la guerra. Como es bien sabido, dicha intervención es la que termina inclinando la balanza a favor de la Triple Entente y logra la rendición final de Alemania y del imperio Austro-Húngaro. Además, como los Estados Unidos es una nación en pleno auge y su participación en la guerra es fundamental, los italianos tratan bien a Henry por el simple hecho de ser estadounidense. Sin embargo, Henry no solo demuestra que los nacionalismos le son indiferentes, sino que adopta una actitud cínica ante el buen trato que recibe de ellos. Como veremos todo a lo largo de la novela, el narrador no se involucra en los intereses por los que cada nación se declara en guerra y se limita a participar del conflicto de forma tangencial, identificándose lo menos posible a nivel político o ideológico.