Adiós a las armas

Adiós a las armas Resumen y Análisis Tercera parte, Capítulos XXV-XXXII

Resumen

Capítulo XXV

Henry se dirige de Udine a Gorizia, atravesando un paisaje lleno de lodo debido a las lluvias de otoño. En Gorizia, se encuentra con su comandante, quien le explica que las cosas en el verano no fueron nada bien y pronostica el verano próxima irán aun peor. Por el momento, con la llegada del otoño y luego del invierno, las cosas se mantendrán tranquilas. Luego, el comandante le ordena que se dirija la mañana siguiente a Caporetto para relevar a Gino.

Henry va a su habitación y se reencuentra con Rinaldi, quien le inspecciona la rodilla y se demuestra insatisfecho por la forma en que curaron su lesión. Luego, Rinaldi le cuenta sobre su depresión y lo difícil que fue el verano. Como cirujano del frente, se la pasó operando a heridos de guerra y, ahora que está más tranquilo y con menos trabajo, sufre por los recuerdos de los horrores que observó en los últimos meses.

Henry, por su parte, le cuenta que está enamorado de Catherine, pero Rinaldi intenta tornar la conversación hacia una cuestión meramente sexual y Henry le marca un límite. Rinaldi admite que puede estar celoso y que no tiene nada muy sublime sobre lo que hablar; sus únicas pasiones son el sexo y la bebida. Luego, bajan al bar donde se encuentran con el comandante y el capellán. Rinaldi intenta enfurecer al capellán, pero no lo logra y, en cambio, se gana la desaprobación del resto de los presentes en la mesa. El comandante cuenta que Rinaldi cree tener sífilis y que se está tratando por eso. Tras ello, se retira del bar.

Capítulo XXVI

Henry va a su habitación con el capellán y hablan de la guerra. El capellán considera que está por terminar y que los dos bandos perdieron durante el verano. Sin embargo, Henry opina muy diferente: no cree que la guerra esté por terminar y los combates del verano le dieron ventaja a los austriacos. Ambos se sienten deprimidos y desalentados por la charla.

Capítulo XXVII

A la mañana siguiente, Henry emprende su viaje a Bainsizza. En el camino, se interesa en la vista de los territorios que fueron ocupados por los austriacos, incluyendo el lugar en donde tuvo su accidente. Cuando llega al pueblo nota que está todo destruido, pero bien organizado. Gino le explica que hay rumores de un posible ataque de ambos lados, pero que él desconfía de ello. Además, le comenta que las ambulancias se encuentran un poco más lejos, en Ravne. Luego van al sótano de la casa que habita Gino, donde discuten sobre tácticas de guerra y el estado de los alimentos durante la guerra. Finalmente, y tras haber informado a Henry sobre sus tareas, Gino se retira a Gorizia.

Durante el día se desata una tormenta y a la tarde los austriacos atacan desde el bosque. A la noche hay una segunda ofensiva, un bombardeo que deja muchos heridos. Mientras las ambulancias recogen a los soldados lastimados, la lluvia se convierte en nieve por el descenso de la temperatura. Dos noches después, la línea italiana en el norte termina por romperse y se ven obligados a retirarse ante el avance de los alemanes y los austriacos. Henry recibe la orden de levantar solamente a aquellos soldados que puedan ser salvados en el hospital; el resto deben ser abandonados. Luego de dos días de marcha, llegan a Gorizia. Henry ve que suben a las mujeres de un burdel a un camión. Mientras tanto, él debe trasladarse a Udine, junto a su equipo de tres conductores, Bonello, Aymo y Piani, para llevar los paquetes que dejaron apilados en el vestíbulo. Tras descansar y comer, los cuatro emprenden la retirada en los tres vehículos con los que cuentan.

Capítulo XXVIII

En la noche lluviosa, Henry y los conductores se unen al ejército en retirada. La columna de camiones y caballos avanza lenta y se detiene en reiteradas ocasiones. Bonello recoge a dos sargentos de ingeniería y Aymo lleva consigo a dos chicas italianas muy asustadas. Henry, impacientado por el ritmo de la retirada, toma la decisión de tomar un camino lateral para llegar más rápido a Udine. Al rato, las tres ambulancias se detienen en una granja abandonada, desayunan y reemprenden el viaje.

Capítulo XXIX

Por los cielos sobrevuelan aviones enemigos y los conductores toman caminos cubiertos por árboles para no ser divisados. A su vez, la incesante lluvia enloda los caminos y el coche de Aymo se atasca en el barro. Los dos sargentos que viajan con Bonello quieren dejar el auto de Aymo atrás, pero Henry ordena cortar ramas para rescatar el vehículo, ya que parte de su misión como teniente es hacer llegar las tres ambulancias hasta Udine. Sin embargo, los dos sargentos huyen y Henry les dispara. Uno de los sargentos logra escapar, mientras que al otro lo alcanza una bala y luego lo remata Bonello. Los conductores continúan intentando desatascar el vehículo, pero no lo logran, por lo que deciden dejarlo atrás. Pronto, las otras ambulancias también se atascan y todos deben continuar a pie. Henry les da algo de dinero a las chicas y las guía hacia una carretera principal, donde dice que se encontrarán con otros italianos. Bonello está feliz de haber matado al sargento y aclara que es la primera vez en lo que va de la guerra que mata a una persona. Los conductores continúan la marcha a pie y en silencio por los caminos embarrados.

Capítulo XXX

Henry y los conductores llegan a un río donde hay camiones y carros abandonados junto a un puente destruido. Henry guía al grupo a un puente ferroviario cercano y es el primero en cruzarlo para chequear que no esté minado. Al tomar la delantera, nota la presencia de un automóvil con militares alemanes y, momentos después, ve pasar tropas alemanas en bicicleta. Sin embargo, parece que los enemigos no notan su presencia o no les interesa hacer nada al respecto. El grupo continúa avanzando por las vías del tren, tomando precauciones para no ser vistos por nadie. Tras cruzar el puente, avanzan por un camino lateral, junto a una llanura, hasta que escuchan disparos e intentan trepar por un terraplén embarrado para esconderse. En ese momento, Aymo es alcanzado por un disparo que lo hiere mortalmente. Henry está convencido de que le dispararon los propios italianos, por susto; si hubieran sido alemanes, los habrían matado a todos.

Para mantenerse con vida, los conductores deciden esconderse y esperar a que sea de noche para avanzar. Mientras tanto, se refugian en una granja abandonada. Henry reposa en el heno del granero y, cuando Piani se le une, le informa que Bonello fue a rendirse porque temía que lo mataran.

Henry y Piani abandonan la granja y retoman la caminata hasta unirse a una columna de vehículos y tropas aliadas. Allí los soldados hablan como si la guerra ya hubiese terminado y arrojan sus fusiles como si no fuesen a necesitarlos de nuevo. Henry, por su parte, cree que el conflicto está lejos de terminar.

El pelotón llega a un puente que cruza un río desbordado. Allí, a Henry lo apresan e interrogan unos policías italianos que lo culpan de traición y de haber causado la derrota de su ejército. En ese momento, Henry atestigua cómo interrogan a otro teniente, a quien fusilan sin otorgarle ninguna oportunidad real de defenderse. Los oficiales italianos consideran que se trata de alemanes disfrazados y, por tal motivo, los ejecutan. Henry aprovecha una mínima distracción para escapar y arrojarse al río. Utilizando a favor la corriente del agua y sumergiéndose hasta el fondo logra evadir los disparos y salir ileso.

Capítulo XXXI

Henry se mantiene aferrado a un trozo de madera y flota río abajo hasta llegar a la orilla. Una vez en tierra firme, descansa y se quita las estrellas que indican su rango de teniente. Mientras camina, se cruza con destacamentos de ametralladoras que ignoran su presencia. Así, Henry cruza la llanura veneciana hasta dar con una vía férrea. El narrador espera el paso de un tren de carga que se desplaza lentamente y se sube a uno de los vagones abiertos. Sabe que tiene que bajar antes de que el tren llegue a Mestre, ya que allí descargaran las armas que están en su vagón.

Capítulo XXXII

Acostado en el vagón del tren, Henry padece frío y hambre. Para no pensar en Catherine, revisa los acontecimientos recientes; piensa en la pérdida de las ambulancias y de sus hombres, y no llega a sentirse culpable lo que ha sucedido. Supone que Piani le dirá al ejército que fue fusilado, por lo que todos lo darán por muerto. Antes de quedarse dormido, calcula que nunca volverá a ver a Rinaldi y luego, inevitablemente, termina pensando en Catherine.

Análisis

La tercera parte de la novela está dedicada a la deserción de Henry del campo de batalla y a su tortuoso regreso a Milán para reunirse con Catherine. En esta sección se alcanza el primero de los clímax del relato, cuando Henry abandona definitivamente la lucha -gesto que da nombre a la novela- y decide rehacer su vida junto a su amada al margen del conflicto.

Henry regresa al frente en el otoño de 1917 y se encuentra con que las cosas no marchan bien para los italianos. Tal como le indica el capellán, la campaña de verano fue un desastre. Estamos ante preludio de la batalla de Caporetto, el famoso combate que se extendió entre el veinticuatro de octubre y el nueve de noviembre de 1917 y que significó la derrota de Italia en su ofensiva contra Austria. La magnitud de la violencia y el elevado número de muertos y heridos en dicha batalla fue lo que inspiró a Hemingway a escribir Adiós a las armas. Sin embargo, en la novela no se describe la batalla, sino que la acción se concentra en la retirada caótica y accidentada del ejército italiano.

Al inicio del Capítulo XXV, la lluvia y las imágenes de la esterilidad de la tierra vuelven a presagiar -al igual que en el capítulo uno-, la muerte y la destrucción que se avecinan.

En una charla, Rinaldi explica que, si bien trabaja como cirujano hasta quedar agotado, prefiere sobrecargarse de tareas antes de tener tiempo libre para pensar en los horrores de la guerra. De la misma forma, podemos comprender sus entretenimientos, la bebida y el sexo, como formas de evadir la realidad. En el pasado, Henry había actuado al igual que Rinaldi. Sin embargo, ahora se refugia en el amor de Catherine para tolerar la situación que se vive en el frente.

En el Capítulo XXVI, mientras habla de la derrota de los italianos y la moral del ejército, Henry hace una referencia a su proceso mental y expresa: “Es porque nunca reflexiono sobre estas cosas. Nunca reflexiono y, no obstante, cuando empiezo a hablar, digo lo que he concebido en mi cerebro sin reflexionar” (p. 173). Este dicho al pasar no solo ilustra hasta qué punto Henry es un hombre de acción, sino que revela el plan de escritura de Hemingway. En más de una ocasión, el autor explicó que al escribir encontraba grandes dificultades a la hora de comprender sus propios sentimientos, incluso lo que había aprendido o se había acostumbrado a sentir. Por eso siempre se limitó a escribir sobre hechos y a presentar las cosas como sucedieron del modo más objetivo posible. Esta imposibilidad de dar cuenta de los propios sentimientos es característica de Henry y se revela en los diálogos que sostiene con otros personajes; diálogos en los que sus ideas apenas se esbozan, pero terminan de ordenarse ni presentarse de forma coherente. Por ejemplo, este pasaje, en el que los personajes hablan del resultado de la guerra, revela hasta qué punto sus ideas se fragmentan y no llegan a integrarse en una conversación:

—Yo esperaba algo.

—¿La derrota?

—No hay nada más. A menos que sea la victoria, y tal vez sea peor.

—Durante mucho tiempo esperé la victoria.

—Yo también.

—Ahora ya no la espero.

—Tiene que ser una cosa u otra.

—Ya no creo en la victoria.

—Yo tampoco. Pero tampoco creo en la derrota, lo que, no obstante, tal vez fuera mejor. ¿En quién cree usted?

—En el sueño —dije (p. 173).

En el Capítulo XXVII, Henry expresa que no hay nada glorioso en la guerra que se está librando y reflexiona acerca de la retórica con la que los altos mandos del ejército hablan sobre el conflicto:

Siempre me han confundido las palabras: sagrado, glorioso, sacrificio, y la expresión “en vano”. Las habíamos oído de pie, a veces, bajo la lluvia, casi más allá del alcance del oído, cuando solo nos llegaban las palabras gritadas. Las habíamos leído en las proclamas que los que pegaban carteles fijaban desde hacía mucho tiempo sobre otras proclamas. No había visto nada sagrado, y lo que llamaban glorioso no tenía gloria, y los sacrificios recordaban los mataderos de Chicago, con la diferencia de que la carne solo servía para ser enterrada (p. 179).

En este fragmento, Henry denuncia el lenguaje utilizado para idealizar la guerra: se trata toda una batería de conceptos articulada en torno a la idea de que morir para proteger a la nación es para el individuo un sacrificio glorioso y honorable. Dichas ideas están también en la base del aparato publicitario que busca sumar reclutas a los ejércitos, tal como Henry lo señala al referirse a las proclamas. La idea de sacrificarse en la batalla y encontrar la gloria en dicho sacrificio componen también el trasfondo del héroe arquetípico de la literatura de guerra; se trata del soldado valiente y arrojado que no duda en poner en peligro su vida en pos de una causa más elevada. En la perspectiva de Hemingway, ninguno de estos valores hace al héroe. El héroe hemingwayano, por el contrario, se presenta como una persona fría, capaz de accionar en contextos bajo presión, pero que evita someterse a los valores establecidos socialmente, e incluso los denuncia como una forma de opresión y control sobre el individuo.

En el Capítulo XXIX, cuando Henry está escapando del frente de batalla y mata a tiros a un sargento, su acompañante le pregunta: “¿Qué le dirás al confesor?” (p. 200). Su respuesta ilustra el poco cargo de conciencia que le genera la acción que acaba de cometer: “Le diré: bendígame, padre, porque he matado a un sargento” (p. 200). Tras esta broma, se cambia de tema y no se vuelve a hablar al respecto. Sin embargo, es imposible decir cómo se siente realmente Henry al respecto: el capítulo se encuentra narrado de una forma tan sucinta y objetiva que no hay espacio para la reflexión y las consideraciones morales. Sobre ello, cabe mencionar que toda la novela deja entrever, en su estilo, la influencia de la escritura periodística en la narración de Hemingway: estamos ante una novela que, al igual que la noticia de un periódico, pone el foco en la objetividad y en la acción pura y concreta, sin cargar a su narración de juicios subjetivos. En este caso, Henry no expresa ninguna valoración emocional o moral ante el asesinato, y se limita a verlo como algo que simplemente ha pasado.

No obstante, sería erróneo pensar que la focalización despojada de valoraciones subjetivas no realiza, de todas formas, una declaración sobre lo moral: el episodio del sargento es un claro ejemplo de cómo la guerra corrompe la moral y anestesia a los individuos al punto de volverlos insensibles. Como se verá más adelante, durante las ejecuciones de los sospechosos de deserción, en un contexto de violencia exacerbada y de crisis de todos los valores humanos, las conductas se vuelven extremas y mecánicas; no hay lugar para la reflexión o para las consideraciones éticas.

Por su parte, el episodio del puente ilustra perfectamente el caos de la guerra y la inoperancia militar del ejército italiano. El desorden empaña y confunde toda la escena. De hecho, es tal el desorden que Henry y sus compañeros terminan huyendo del propio ejército al que habían pertenecido hasta ese momento: aterrados por la posible presencia de infiltrados alemanes, los italianos ejecutan a todos aquellos que han perdido a sus divisiones y se mueven en pequeños grupos o de forma individual. La brutalidad, el desorden y la deshumanización llegan al punto en que Henry deba arrojarse al río para no ser fusilado. Este episodio implica un primer clímax en la novela: a partir de ahora, Henry perderá cualquier conexión con su rango de oficial y con la guerra en general. A partir de este momento, lo único que importa es escapar del desastre y huir de Italia junto a Catherine. En este sentido, la huida a través del río funciona como una suerte de bautismo para el narrador: en este caso -y en contraposición con símbolo negativo de la lluvia-, el agua del río simboliza el renacimiento del protagonista. A partir de su escape, Henry comienza un proceso de humanización que se desarrollará en mayor profundidad en las últimas dos partes de la novela.