Adiós a las armas

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La guerra

Adiós a las armas es, ante todo, una gran novela sobre la guerra. La acción transcurre durante la Primera Guerra Mundial y se centra en la campaña italiana contra el Imperio Austro-Húngaro, aunque el narrador apenas se refiere al contexto histórico en el que se encuentra.

Al igual que Hemingway durante la guerra, Frederick Henry, el narrador y protagonista de esta historia, es un estadounidense enrolado en el ejército italiano como conductor de ambulancias. Por eso, muchos críticos destacan la dimensión autobiográfica de la novela: si bien toda la historia es una construcción ficcional, su acción está construida sobre la base de las experiencias del autor. Como muchos otros escritores de la llamada 'Generación Perdida', Hemingway denuncia hasta qué punto el gran conflicto bélico ha devastado a la humanidad, no solo por las pérdidas materiales, sino (y más profundamente) por la pérdida de todos los valores éticos y morales de la cultura occidental.

La novela comienza con una referencia temporal vaga, “aquel año” (p. 7), que no es útil para contextualizar la acción en el marco de todos los enfrentamientos de la Gran Guerra. Dicha falta de definición sirve para volver general y universal la experiencia de la guerra: en verdad, poco importan el año y el lugar en el que se desarrolla la historia, lo importante es el horror y la destrucción en el que la humanidad se hunde irrevocablemente. En este sentido, el mensaje del autor es claro: la guerra aliena y deshumaniza.

Sin embargo, por los comentarios que realiza el narrador, el lector comprende que ya ha participado en las batallas sobre el río Isonzo y en la toma de Gorizia, dos victorias fundamentales para el ejército italiano. Más adelante, en la tercera parte de la novela, la batalla que sirve como marco a la acción del libro es la de Caporetto (entre octubre y noviembre de 1917), un enfrentamiento que causó estragos en el ejército italiano y lo puso en fuga. Caporetto es una de las batallas más cruentas y sanguinarias de toda la Gran Guerra, y se ha convertido en el mejor ejemplo del caos, la muerte y la destrucción de la que es capaz el ser humano.

A pesar de tratarse de una novela de guerra, Adiós a las armas no centra su acción en las batallas armadas, sino que se focaliza en la vida de los soldados en el frente, mientras aguardan el combate. Esa vida está marcada por la espera y la constante amenaza de la muerte. De esta manera, la guerra es una gran maquinaria que opera como el telón de fondo e influye en la vida de todos los personajes, incluso de aquellos que no están luchando en el frente. En el caso de la batalla de Caporetto, es interesante destacar que el foco está puesto en la retirada del ejército italiano y no en la batalla en sí.

La muerte

Adiós a las armas reconstruye el contexto bélico de la Primera Guerra Mundial en el que la constante inminencia de la muerte se instala, marca a toda una generación de jóvenes y llega a destruir sus ideales y expectativas sobre el mundo y la sociedad. En este sentido, cabe recordar que Hemingway -quien participó de la Gran Guerra siendo tan solo un muchacho- es uno de los mayores exponentes de la llamada 'Generación Perdida': un grupo de escritores decepcionados con su época que denuncian hasta qué punto las matanzas de la guerra deshumanizaron a las sociedades occidentales y destruyeron sus ilusiones y esperanzas.

El mundo de la guerra se encuentra atravesado por la presencia de la muerte. Los individuos sumidos en el conflicto saben que en cualquier momento una explosión enemiga puede acabar con su existencia. Saben, además, que incluso en el caso de sobrevivir, el haber contemplado la fatalidad tan de cerca dejará una marca imborrable en ellos. Ante un mundo que puede derrumbarse a cada momento y que no ofrece ninguna garantía de bienestar, la única certeza con la que se vive es la de la muerte inexorable. En esta realidad, los sujetos buscan experiencias intensas que les recuerden, al menos momentáneamente, que se encuentran vivos. Esta es la razón por la que muchos personajes se entregan al sexo y al alcohol como modos de divertimento. En un mundo sin futuro, los placeres fugaces que colman los sentidos son la única forma de evadirse.

En este contexto, además, la presencia de la muerte es tan común que se banaliza y trastoca la moral de todos los sujetos. En la tercera parte de la novela, por ejemplo, Henry mata a un oficial que intenta abandonar a su grupo en medio de la retirada y el hecho parece no dejar ninguna secuela en él. Más adelante, los italianos fusilan a cualquier persona que les parezca sospechosa y, nuevamente, nadie parece repudiar esos hechos. Así, se hace evidente la devaluación de la vida humana que produce la Gran Guerra.

Al final de la novela, aunque Henry logra escapar de la guerra, la fatalidad lo persigue y termina por alcanzarlo cuando su amada Catherine y su hijo mueren durante el parto. De este modo, el mundo ha acabado con lo único que alguna vez lo motivó realmente. La muerte es el único final posible, tal como lo indica Henry en este pasaje:

Ahora moriría Catherine. Siempre ocurre así. Se muere. No se sabe nada. Nunca se llega a tiempo para saber. Te empujan al juego. Te enseñan las reglas y, a la primera falta, te matan. O te matan sin motivo, como a Aymo. O bien atrapas la sífilis, como Rinaldi. Pero siempre acaban matándote. Con esto hay que contar. Un poco de paciencia y te llegará el turno (p. 311).

En la escena final, Henry camina bajo la lluvia -uno de los símbolos de la muerte y la destrucción presentes en la novela- completamente derrotado por una vida que concibe vacua y estéril. Este es el último mensaje que deja la historia: tras la guerra, la muerte ha ganado el dominio sobre la vida.

El amor

En Adiós a las armas, un tema tan importante como la guerra es el amor. La novela trata del romance entre Henry, el narrador protagonista, y Catherine, una enfermera inglesa que trabaja como voluntaria en un hospital de Milán.

Henry conoce a Catherine gracias a su amigo Rinaldi, quien la ha tratado en algunas ocasiones y tiene interés en casarse con ella. Sin embargo, es Henry quien comienza a cortejarla y logra salir con ella antes de ser enviado al frente en 1917.

En un principio, la relación se desarrolla como un divertimento que utilizan ambos personajes para evadirse de los horrores de la guerra. Sin embargo, rápidamente se terminan entregando el uno al otro, en una actitud que evidencia hasta qué punto la guerra influye sobre las relaciones humanas y las expectativas de los personajes. En medio del caos y la destrucción, es imposible pensar en el futuro y construir una relación de forma progresiva; lo único que puede hacerse es disfrutar el presente, y a ello se entrega la pareja.

Aunque al inicio de la novela, Henry expresa que es incapaz de amar, conforme crece su relación con Catherine, esta postura se modifica totalmente. Así, el conflicto de la novela gira en torno a la posibilidad de amar en medio de tanta muerte y destrucción. La relación entre Henry y Catherine demuestra que el amor es, quizás, la única respuesta frente a los horrores de la guerra y la única forma de escapar a la presencia de la muerte.

El trágico final de la novela, sin embargo, es desalentador: a pesar del amor que se profesan Henry y Catherine, la muerte es el único desenlace posible para ellos.

La moral

Muchos personajes de Adiós a las armas están preocupados por la crisis moral que acarrea la Gran Guerra y así lo expresan en diversos diálogos.

La cuestión moral se explora por primera vez cuando Henry comienza a tener relaciones con Catherine en el hospital. En ese momento, las enfermeras amigas de esta última miran con recelo aquel romance, en primer lugar, porque sospechan de las buenas intenciones de Henry, pero además, porque censuran el hecho de un amorío que no se desarrolle con vistas al casamiento y la conformación de una familia. De esta forma, la obra expone la moral tradicional y conservadora de un sector de la sociedad moderna: la clase media.

A esta moral conservadora se opone la visión de Henry, quien no siente culpa alguna cuando se entera de que va a tener un hijo con Catherine. En contraste con él, quien se muestra frío y apacible, la muchacha está preocupada por lo que sus amigas puedan decir al respecto y siente remordimientos por lo que ha hecho. Para Henry, no hay nada de malo en tener un hijo sin haberse casado y las consideraciones morales al respecto le son tan indiferentes que no se detiene siquiera a pensar en ellas. De esta forma se ilustra la moral propia del héroe hemingwayano, quien se aleja de las normas sociales instituidas y encuentra su camino en la libertad y la individualidad más allá de cualquier esquema prefijado.

Más adelante, en la tercera parte de la novela, el tema de la moral vuelve a cobrar importancia cuando Henry mata a tiros a un sargento que pretende escapar solo y dejar a su grupo varado en el medio de la retirada del ejército. La muerte del sargento parece no generarle ningún cargo de conciencia al narrador, quien ni siquiera se detiene a pensar en ello e incluso bromea al respecto. Este episodio deja en claro hasta qué punto la guerra puede anestesiar a los individuos y volverlos insensibles y poco empáticos.

La religión

Las consecuencias que la guerra tiene en la vida espiritual de las personas es central en esta novela. En la guerra parece no haber lugar para la religión. La tragedia que se vive en el frente es tan intensa que no queda espacio ni para Dios ni para los asuntos del alma y la trascendencia espiritual.

En primer lugar, esto se demuestra mediante la figura del capellán, un sacerdote que acompaña a los soldados del frente y que suele cenar con Henry y sus camaradas. El capellán es un hombre tranquilo y amable que suele convertirse en el objeto de las bromas de Rinaldi y de otros soldados, quienes lo tratan de homosexual y se burlan de cada cosa que dice o hace. Luego, la idea de que la religión está fuera de lugar se refuerza cuando Catherine entrega a Henry una medalla de San Antonio para que lo proteja en el frente. Poco tiempo después, Henry no solo es herido, sino que pierde la medalla, con lo que Hemingway parece dejar en claro que la religión es inútil en medio de la destrucción de la guerra.

Sin embargo, Henry exhibe una evolución de sus creencias religiosas a lo largo de la novela. Aunque en una primera instancia, declara que no cree en Dios y le dice a Catherine que no profesa ninguna religión, e incluso sostiene que no sabe nada acerca del alma, las circunstancias adversas que atraviesa al final del relato parecen despertar en él una aletargada fe en Dios. Cuando ve a su hijo muerto, por ejemplo, Henry exclama: “No tenía religión, pero sabía que deberían haberlo bautizado” (p. 310). Poco tiempo después, al comprender que su amada agoniza, desespera completamente y se vuelca a la fe como el último recurso para afrontar la tragedia:

Sabía que iba a morir y recé para que no muriera. «No la dejes morir. Oh, Dios mío, te lo ruego, no la dejes morir. Haré todo lo que quieras si no la dejas morir. Te lo ruego, te lo ruego, te lo ruego. Dios mío, no la dejes morir… Dios mío, no la dejes morir… Te lo ruego, te lo ruego, te lo ruego, no la dejes morir…» (p. 313).

Si bien es cierto que estos ruegos no alcanzan para convertir a Henry en un hombre religioso, sí es posible observar en él una actitud nueva, más respetuosa, hacia la religión. Algo similar sucede cuando el amor hacia Catherine y la supervivencia a la guerra vuelven a humanizarlo y, en ese momento, Henry muestra una cierta preocupación respecto a su propia insensibilidad religiosa. Así y todo, el desesperado clamor hacia Dios que Henry emite al final de la novela no logra revertir la inexorable muerte de Catherine.

La camaradería

Adiós a las armas es una novela de guerra que no se focaliza en las batallas sino, más bien, en la vida de los soldados en el frente, cuando no están combatiendo. En este contexto, la camaradería entre los compañeros de armas es un tema que se despliega a lo largo de toda la novela.

En primer lugar, abundan las escenas en las que Henry pasa el tiempo muerto con sus compañeros (especialmente con Rinaldi y el capellán), conversando, bromeando y bebiendo. El Capítulo II introduce esta dimensión de la guerra cuando Henry se encuentra durante la cena con el capitán y el capellán. Además de bromear, los tres hablan de los sitios que conocen y los que les gustaría visitar. Cuando Henry menciona que quizá pida un permiso de unas semanas, el capellán lo invita a visitar a su familia en los Abruzos. Así, es posible observar cómo la situación extrema de la guerra une a personas que quizás en otras circunstancias nunca se habrían interesado unas por otras.

Los compañeros de armas se entregan a los pocos entretenimientos que tienen a disposición. Uno de ellos es la visita a los burdeles, donde toman hasta emborracharse y tienen mujeres a su disposición. Las charlas sobre mujeres son de lo más común en el contexto bélico, puesto que la mayoría de los soldados trata de evadirse de la realidad mediante cualquier placer al que puedan acceder.

Uno de los vínculos más relevantes que el protagonista construye a lo largo de gran parte de la novela es el que tiene con Rinaldi, el cirujano con el que comparte habitación en el frente. Es Rinaldi quien le presenta a Catherine y también quien lo acompaña a verla en más de una ocasión. Rinaldi es un italiano de buen talante que aprecia mucho a Henry y muchos críticos observan en su forma de tratarlo una inclinación homosexual que no termina de explicitarse, pero que pone de manifiesto los profundos vínculos fraternales que se desarrollan entre soldados. Con todo, queda clara la importancia de las relaciones entre compañeros de armas durante la guerra.

La masculinidad

Es sabido que el propio Hemingway se identificaba con conductas y formas de ser que en el siglo XX se consideran típicamente masculinas: era un hombre alto y recio, atlético, gran bebedor e incluso un aficionado a la caza de presas grandes. Participó en las dos guerras mundiales y se movió siempre en un mundo eminentemente masculino.

Si tenemos en cuenta el trasfondo del autor y reconocemos que la novela está basada en sus propias experiencias en la guerra, es posible identificar la perspectiva masculina que predomina en Adiós a las armas: los personajes masculinos se la pasan tomando alcohol, seduciendo mujeres jóvenes y entregados al conflicto bélico. Además, la novela explora la intimidad en la que se desarrolla la amistad entre soldados que deben compartir la vida. Esto incluye desde la habitación en la que duermen, hasta el lugar donde cenan y los burdeles en los que tienen sexo. El mejor ejemplo de ello es el vínculo entre Rinaldi y Henry, quienes comparten todos los pormenores de su vida en el frente.

Otro aspecto de la masculinidad que puede destacarse es la cosmovisión misógina que se presenta a través de la mirada de un narrador que otorga a las mujeres un rol subordinado. Catherine Barkley es un claro ejemplo de ello, ya que la joven enfermera se presenta como un personaje sumiso ante las demandas de Henry. Esto se mantiene incluso cuando el amor entre ellos se consolida: Catherine nunca deja de ocupar el rol de la mujer a la espera del regreso de su amado, a quien sigue a donde quiera que vaya.

Con todo ello, queda clara la perspectiva masculina que Adiós a las armas presenta sobre el mundo en guerra y la modernidad occidental.

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