Resumen
La escena final entre Nora y Torvaldo empieza cuando, al irse Rank, Torvaldo le dice a su mujer que a veces desearía que un mal la acechara, para poder darlo todo por ella. Nora, entonces, le pide a Torvaldo que lea la carta de Krogstad. Él va a hacerlo a su despacho. Nora, sola, se desespera, teme no volver a volver a ver a sus hijos.
Torvaldo vuelve con actitud violenta, le grita a Nora que es una desgraciada, “hipócrita, impostora”, heredera de la “ligereza de principios” de su padre. Nora lo mira con actitud rígida. Él grita que ahora estará destruido su porvenir por culpa de una mujer indigna; que a partir de ahora harán como si nada pasara frente a los ojos de los demás, pero que no le dejará educar a sus hijos. “Desde hoy no se trata ya de nuestra felicidad; se trata exclusivamente de salvar los restos, los despojos, las apariencias”.
Helena anuncia que llegó otra carta y se la entrega a Torvaldo. Él la lee y grita: “¡Estoy salvado!”. Y es que la carta de Krogstad devuelve el recibo, única prueba de lo sucedido. Torvaldo, feliz, se compadece de Nora, dice que entiende que hizo lo que hizo por amor. Le dice que está perdonada. Nora agradece y sale; va a quitarse el disfraz. Torvaldo le dice que, desde ahora, que la ha perdonado, ella es dos veces “suya”, ya que ahora es esposa y también “hija”.
Nora vuelve a aparecer, con otro vestuario. Le dice a Torvaldo que ahora hablarán, tras ocho años de casados sin haber hablado con seriedad. Dice que él nunca la comprendió, como no lo hizo tampoco su padre. Ninguno de ellos la quiso realmente; solo “les resultaba agradable sentir un capricho” por ella. Ella pasó de ser la muñeca de uno a ser la del otro. Allí vivió para hacer piruetas en pos de divertirlo a él. Su marido y su padre son culpables de que ella nunca haya llegado a ser nada. Nunca fue feliz allí; solo creía serlo.
Torvaldo le dice que todo cambiará, que habrá otra educación. Nora le dice que él no es quién para educarla, como ella tampoco es quién para educar a sus hijos. Anuncia que se va; necesita estar sola para orientarse. Torvaldo le exige que respete los deberes que tiene para con su esposo e hijos, y ella responde que tiene otros deberes primero, que son consigo misma. Ella esperaba, además, un milagro: que frente a la carta de Krogstad, Torvaldo asuma toda responsabilidad. Pero eso no sucedió: su marido no es quien esperaba. Ya no lo ama y por eso, también, se va. Él le dice que “no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado”, a lo que ella responde: “lo han hecho millares de mujeres”.
Él la acusa de niña, de enferma, de no entender la sociedad. Ella dice que puede ser, pero que él no es un hombre al que ahora ella pueda estar unida, porque apenas pasó el peligro, era como si no hubiera sucedido nada, y él volvió a tratarla como su muñequita, su pajarito. Él entiende pero le asegura que puede cambiar. Ella difícilmente lo cree. Tendría que pasar, dice, el mayor de los milagros. Le devuelve a Torvaldo el anillo y las llaves y se va.
Análisis
En el Acto III se establece un paralelismo entre dos escenas: la de Cristina y Krogstad, en la primera escena del acto, y la de Nora y Torvaldo en la última. En ambos casos se trata de diálogos de parejas, y el sentido de cada uno podría ser exactamente contrario. Mientras que, en el primer caso, se trata de dos individuos separados que resuelven unirse, en el segundo vemos a una pareja que se disuelve para resultar en dos individuos, casi “extraños” el uno para el otro. Tanto en una escena como en la otra, el agente que produce el cambio es el personaje femenino. El deseo que parece motivar la acción resulta contrapuesto: Cristina quiere unirse a Krogstad porque quiere “consagrarse” a alguien, dar un sentido a sus días por un otro de quien encargarse. El deseo de Nora es justamente el contrario: quiere separarse de Torvaldo porque quiere conocerse a sí misma como persona autónoma. Cristina le dice a Krogstad: “vamos a hablar”, tal como luego Nora le dirá a su marido. La citación a hablar se da porque el personaje masculino, en ambos casos, nunca ha “comprendido”, hasta entonces, a la mujer, ya sea Cristina o Nora.
En esta segunda parte del último acto de la obra, se evidencian los "verdaderos pensamientos" de Nora y Torvaldo. Justo antes de leer la primera carta de Krogstad, Torvaldo exclama, movilizado por la noticia de que su amigo morirá: “Figúrate Nora… muchas veces desearía que te amenazara un peligro inminente para poder arriesgar mi vida, mi sangre y todo por ti”. La frase, en contraste con lo que sucede inmediatamente después, revela la hipocresía de Torvaldo, la diferencia entre lo que dice y lo que efectivamente hace ante una crisis. En esta instancia, los personajes aún desconocen lo que sucederá. Tal es así que Nora, por ejemplo, cuando Torvaldo se retira a leer la carta de Krogstad, tiene un breve monólogo en el que se traslucen sus expectativas. Exclama: “No volver a verlo jamás”, y también: “los niños… no volveré a verlos tampoco nunca…", pero las razones de ese distanciamiento de su familia son distintas a las que terminan llevándola a tomar la decisión de abandonar la casa. Nora, en este monólogo, continúa: "¡Oh! El agua helada… y negra…”. La imagen expresa el plan que, en ese momento, se propone seguir: como supone que su marido intentará hacerse cargo de todo, ella se suicidará. La imagen del “agua helada y negra” (en la que se ahogaría, podemos suponer) se potencia en tanto, mientras la dice, Nora se cubre con el dominó o chal de su marido. La imagen recuerda al sombrero negro con el que Rank simbolizaba su propia muerte.
En relación a esto, al principio de la escena, una imagen presagia el final de la obra: Torvaldo dice que la noticia de la inminente muerte de Rank ha “interpuesto” entre él y Nora “la imagen de la muerte y la disolución”. Poco después el matrimonio acabará, precisamente, disuelto. A su vez, en esta escena hay una serie de imágenes ligadas al símbolo del disfraz. Torvaldo, cuando empieza a gritarle a Nora, desnudando su verdadero ser, exclama: “¡Basta de comedias!”. Es significativa la frase que inicia su descargo, porque a partir de allí las “simulaciones” o disfraces de ambos caen, y dicen lo que verdaderamente piensan. Es decir, la “comedia” sería la “representación” de apariencias, al igual que el símbolo del disfraz, que cae cuando se presenta la crisis. Otra expresión simbólica en relación a esto mismo aparece en boca de Torvaldo poco después: “¡Qué horrible despertar!”, imagen que asocia lo anterior a una ensoñación, algo que no era real sino un simulacro. Poco después, le ordena a Nora: “¡Quítate ese dominó!”, refiriéndose al chal con que Nora se había cubierto en su breve monólogo. El gesto simbólico cúlmine se da cuando Nora se quita el disfraz que llevaba puesto y propone a su marido hablar seriamente por primera vez en su matrimonio. Es decir, Nora abandona el "papel" de esposa amable e ingenua que representó hasta entonces.
La primera reacción de Torvaldo al leer la carta evidencia cuáles son sus verdaderas preocupaciones e intereses. Acusa a Nora de criminal y de haber arruinado toda su alegría, ya que ahora su reputación estará estropeada. Helmer piensa cómo proseguir, sabiendo que en cualquier momento pueden acusarlo de haber incitado a su mujer a falsificar la firma. Le dice a Nora que, en cuanto a ellos, harán “como si nada hubiera cambiado. Sólo a los ojos de los demás, por supuesto”. La primera urgencia a resolver, para Torvaldo, es conservar el status social, las apariencias.
Junto al tema de las apariencias, en esta ocasión, se presenta el tema hereditario. Torvaldo afirma: “Debía haber presentido lo que iba a ocurrir. Con la ligereza de principios de tu padre… Tú los has heredado”. Luego, en la misma línea, teme que sus hijos se contaminen de la corrupción moral de su progenitora. Le dice a Nora: “Seguirás aquí, en casa, como es lógico. Pero no te permitiré educar a los niños; no me atrevo a confiártelos”. Este discurso furioso de Torvaldo concluye volviendo al tema de las apariencias sociales: “Desde hoy no se trata ya de nuestra felicidad; se trata exclusivamente de salvar los restos, los despojos, las apariencias… (...) ¡Escóndete Nora!, diré que estás enferma.” Esta última frase condensa el tema de la salud y la enfermedad en su relación con la moral y lo social: Nora debe ser escondida de la sociedad porque ya no es "sana" moralmente, sino que está corrompida, por lo tanto "enferma".
Cuando Helmer lee la segunda carta de Krogstad, exclama: “¡Estoy salvado!”. La expresión relaciona, una vez más, la idea de la salud-enfermedad con la de apariencia social. Además, en esta frase, Torvaldo desnuda todo su egoísmo. La pregunta de Nora subraya la falta de registro de su marido: “¿Y yo?”, indaga ella. Exaltado, Torvaldo quiere olvidar rápidamente lo sucedido pocos instantes antes. Dice que prefiere pensar que todo ha sido una “pesadilla” y que “perdona” a Nora. Agrega: “Dejaría yo de ser un hombre si tu incapacidad de mujer no te hiciera el doble de atractiva a mis ojos”. Con esa frase, universaliza sus ideas: la capacidad de los hombres y de las mujeres es distinta, y la mujer que más atrae a un hombre es la ingenua.
Torvaldo recupera el tono anterior a la crisis, refiriéndose a Nora con las mismas expresiones que antes, como si nada hubiera pasado. La llama “pajarito asustado” y quiere erigirse como su protector: “aquí estás segura, te guardaré como una paloma perseguida a quien hubiese sacado sana y salva de las garras del gavilán”. Una de las últimas frases de Torvaldo, antes de que Nora le proponga hablar seriamente, evidencia el espíritu patriarcal que representa este personaje: “Nora, no conoces la bondad de un verdadero hombre. ¡Le es tan dulce perdonar a su propia mujer cuando lo hace de corazón! Es como si fuese dos veces suya, como si hubiera vuelto a traerla al mundo, y ya no ve en ella sólo su mujer, sino también a su hija. Eso es lo que vas a ser para mí desde hoy, criatura inexperta”. En esa frase se condensa la relación de desigualdad en el matrimonio Helmer: Nora es nuevamente una “niña” y la relación entre ambos es similar a la de padre-hija, teniendo el primero, entonces, un claro poder por sobre la segunda. Vemos aquí cómo el discurso de Torvaldo echa por tierra el valor de las acciones de Nora, quien arriesgó su reputación, su tiempo y su dinero por él, y que era capaz de suicidarse para que su marido no sufriera las consecuencias de su acción. Helmer vuelve a tratar a Nora como a una niña, sin reconocer la valentía y el coraje en ella.
La larga escena final entre Torvaldo y Nora concentra el clímax de la obra. Ante los primeros reproches de su marido, Nora va adquiriendo una “expresión de rigidez” que crecerá hasta una “fría tranquilidad” (tal como expresan las didascalias) con la que se dirigirá a su marido hasta el final. Con esas acotaciones, el autor indica la acción interna de Nora, es decir, el proceso que tiene lugar en la mente del personaje y que manifestará en palabras más adelante. A partir de que Nora vuelve, ya sin disfraz, y le propone a su marido hablar en serio, este personaje expone lo que estuvo pensando durante la acción dramática pero hasta el momento calló. Lo que dice Nora en este cuadro final tiene un tono explicativo. Esto se justifica en el “no me comprendes. Y yo tampoco te he comprendido nunca…” con el cual Nora se refiere a la vida de casados que ha llevado junto a Torvaldo. Utiliza un término económico para hablar de su relación: “Vamos a ajustar nuestras cuentas, Torvaldo”. Eso puede entenderse como expresión de una dependencia económica que es también una dependencia afectiva y social: el rol de Nora como esposa se consolida en estar sostenida económicamente por su marido, por lo que debe obedecer a su voluntad. Además, la base del conflicto se debe, de hecho, a cuestiones económicas y afectivas: Nora, por amor, se endeudó. Por otra parte, el gesto simbólico que tiene lugar al final, de devolverle el anillo al marido, va acompañado de otro, que es devolverle las llaves de la casa. Nora renuncia al mismo tiempo a dos relaciones: la afectiva y la económica. Se evidencia una vez más la relación de desigualdad en el matrimonio, ya que el marido es, a la vez, procurador de bienes materiales.
Esa desigualdad económica pone en juego la similitud entre la relación marido-mujer y la relación padre-hija. En el discurso de Nora, la figura de la “niña” se hace presente como reclamo. “Se han cometido muchos errores conmigo, Torvaldo. Primero, por parte de papá, y luego por parte tuya”, dice Nora, revelando la similitud entre la relación que tenía con su padre y la que tiene ahora con su marido. Denuncia en ambos casos haber estado en situación de inferioridad, a tal punto de haber sido la “muñeca” que pasó de manos de uno al otro. Es decir, siempre vivió en una “casa de muñecas”, donde era un juguete para el hombre a cargo. Fue “formada” por ellos, nunca tuvo ideas propias y responsabiliza a ambos por no haber llegado a ser nunca nada. “Nuestro hogar no ha sido más que una casa de muñecas” es una metáfora con la que Nora denuncia la poca dignidad humana que ha tenido su vida hasta el momento. La figura de la "niña" también tiene lugar en boca de Helmer, quien acusa a Nora de “niña” por “no comprender nada de la sociedad”. Luego, dice que está “enferma”. Vuelve así a aparecer el uso de los términos de la salud y la enfermedad para referirse a la adecuación de un individuo a la sociedad. Ese tema se corresponde, nuevamente, con el de las apariencias. Torvaldo recrimina: “¡Abandonar tu hogar, tu marido, tus hijos…! ¿No piensas en el qué dirán?”. Helmer entra en defensa de los valores instituidos socialmente. Menciona entonces los “deberes sagrados”, que significan, evidentemente, cosas distintas para él y para Nora. Mientras para ella los deberes más sagrados son los que tiene con ella misma, Torvaldo afirma: “Ante todo eres esposa y madre”. Las palabras de Torvaldo refirman lo que para él es el rol de una mujer. Y a eso se opone Nora: “Ante todo soy un ser humano”. Todos los saberes instituidos pueden cuestionarse para Nora. Menciona la religión y las leyes como cuestiones “a revisar”. El valor más alto, piensa, es del propio razonamiento, el buscar por uno mismo el sentido de las cosas, en lugar de adoptar mecánicamente lo que otros afirman, ya sea el padre, el marido, la sociedad o el pastor. Por eso, cuando Torvaldo le pregunta a Nora si no lo preocupa el qué dirán, ella responde: “No puedo pensar en esos detalles. Sólo sé qué es importante para mí”.
Es interesante destacar que Nora está de acuerdo con Torvaldo en que ella no debe educar a sus hijos. Pero lo que para Torvaldo responde a una cuestión hereditaria, de corrupción moral, es planteado por Nora como un problema de dignidad humana: ella no puede educar a nadie antes de educarse a sí misma. Ese punto es el mayor tema de la obra, que tiene que ver con el pasaje de la infancia a la adultez, de la autorrealización como liberación del individuo. En relación a eso, es interesante que una de las últimas frases de Nora sugiere una imagen infantil de Torvaldo. Le dice que solo podrá cambiar, quizás, si le quitan “su muñeca”. El quitar al hombre su muñeca es una metáfora de la separación. Pero además, esta vez, el símbolo de la muñeca es usado por Nora en perjuicio de Torvaldo, ya que quienes suelen jugar con muñecas son los niños. De alguna manera, Nora está invitando a Torvaldo a que él también realice un crecimiento personal.
Por otra parte, el tema del "milagro" se presenta en las primeras frases Nora, cuando Torvaldo sale de leer la carta. Su discurso expresa que, en esa instancia, ella aún cree que su marido se encargará de todo, asumirá él mismo la responsabilidad. Es decir, que se arriesgará para "salvarla". Nora exclama: “No debes salvarme, Torvaldo (...). Dejame marchar. Tu no vas a llevar el peso de mi falta. No debes hacerte responsable de mi culpa”. Luego sabremos que esa reacción que suponía en el marido es el “milagro” que esperaba. Esas expectativas caen cuando Nora ve la efectiva reacción de Torvaldo. Ella confiesa que ya no lo ama y que, al oír cómo reaccionó antes, se dio cuenta de que había vivido “ocho años con un extraño”. La hipérbole utilizada refuerza la idea de incomprensión y desconocimiento mutuo que existía en ese matrimonio. Cuando Nora le explica a Torvaldo cuál era el “milagro” que esperaba de él, Torvaldo se justifica diciendo que “no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado”. A eso, Nora responde: “Lo han hecho millares de mujeres”. Estas líneas pueden tomarse de referencia para una lectura feminista de la obra, dado que evidencia la desigualdad social entre varones y mujeres y enuncia la necesidad de una transformación. Al final, cuando Torvaldo indaga en las posibilidades de recuperar su relación, Nora le dice que debería acontecer “el mayor de los milagros”. Luego le explica que este consistiría en una transformación que lleve a la igualdad. Si entendemos a los personajes como representantes de tipos sociales, podemos reconocer que el reclamo o pedido de Nora se dirige a toda la sociedad. Además, ella agrega que solo luego de una transformación podrían llegar a ser un “verdadero matrimonio”. Ese concepto puede oponerse al de matrimonio falso, que sería el de juguete, la “casa de muñecas” en la que estaban viviendo.
Si bien el último parlamento de la obra lo tiene Torvaldo (“El mayor de los milagros”, repite, esperanzado), el sonido que da cierre a la obra es el golpe de la puerta al cerrarse, luego de que Nora ha salido. La crítica considera que se trata de un final abierto, es decir, que queda al espectador suponer qué pasa después de la acción dramática, y por lo tanto, cuál es el sentido de ese final.