Distancia de rescate

Distancia de rescate Resumen y Análisis Parte 4

[Parte 4: pp. 89-116]

Resumen

El comienzo de la novela presenta todos los temas importantes de la obra. Aparece la definición de la distancia de rescate -título de la novela-, varias ideas respecto de la maternidad, el triunfo de las medicinas alternativas sobre las tradicionales, los primeros indicios respecto de los motivos de la intoxicación de David y la caracterización de una infancia monstruosa.

Distancia de rescate es una gran narración enmarcada. Esto significa que existe un relato-marco, una narración principal, que contiene varios relatos enmarcados dentro. En esta novela, el relato-marco es la conversación entre Amanda y David. La estructura dialógica fomenta la recopilación de anécdotas e historias que constituyen los distintos relatos enmarcados. Amanda, una mujer de Buenos Aires que intenta vacacionar en el campo, termina en una salita médica a punto de morir y habla con David, un niño-monstruo intoxicado y transmigrado. Esta conversación funciona como un contenedor que incluye varias narraciones.

Por ejemplo, en esta primera parte, David le pide a Amanda que le cuente qué pasa la tarde en su casa cuando conversa con Carla. Amanda cuenta sobre Nina, la pileta, el rodete de Carla y varios detalles de la jornada. Lo interesante es que esa tarde, Carla, su vecina, relata la historia de la intoxicación y migración de David. De este modo se configura una especie de relato dentro del relato, dentro del relato, como si fuese un juego de cajas o de muñecas rusas. Este modo de estructurar la novela requiere de un lector atento que no confunda las distintas líneas temporales.

El pasaje entre un relato y el otro se realiza de manera repentina. Por ejemplo, Carla comenta sobre lo que le dice la mujer de la casa verde en el momento de la migración de David y Amanda la interrumpe porque Nina camina cerca de la pileta. Del mismo modo, David interrumpe el relato de Amanda de la tarde en el auto con Carla con comentarios que realiza en el “presente”, es decir, cuando Amanda se encuentra al borde de la muerte en la salita de emergencias del pueblo. Comenta, por ejemplo, “Esa es una opinión tuya. Eso no es importante” (2018:28). David guía el relato de Amanda, busca llevarla a un determinado lugar, a un detalle que explique algo. Sin embargo, en esta primera parte no queda claro qué es lo que quiere encontrar David.

En el relato de Carla sobre la intoxicación y posterior migración de David se expone el abordaje gótico de la infancia que presenta la novela. Carla dice, luego de narrar la salida de la casa verde con su hijo transformado: “así que este es mi nuevo David. Este monstruo” (2018:34). Describe el cuerpo de su hijo: “Tenía en las muñecas, y un poco más arriba también, marcas en la piel, líneas como pulseras, quizá hechas por el hilo sisal” (2018:32). David se intoxica y para sobrevivir tiene que migrar la mitad de su alma a otro cuerpo, solo puede sobrevivir si lo hace en dos cuerpos. Sin embargo, el espacio que queda en David es ocupado por una parte de un espíritu desconocido. David es un monstruo porque mantiene su cuerpo, pero algo dentro suyo se modifica, está incompleto, recortado y pegado, reconfigurado por una curandera.

La migración de David aparece como una compensación de la primera tragedia que es la intoxicación. Significativamente, cuando el caballo aparece enfermo, Carla decide llevar a su hijo a la casa verde. Dice: “tenía pocas horas, minutos quizá, para encontrar una solución que no fuera esperar media hora a un médico rural que ni siquiera llegaría a tiempo a la guardia” (2018:21). La medicina tradicional se presenta defectuosa y lenta, no constituye ni siquiera una opción para una madre con la urgencia de salvar a su hijo. Ante esta ausencia, el pueblo recurre a una curandera que “puede ver la energía de la gente, puede leerla” (2018:23). Mientras Carla relata la historia de la migración, Amanda desconfía de esa mujer y del ritual. Los habitantes de ese pueblo tienen incorporados ciertos rituales y modos de pensar la salud que para Amanda son fantasiosos o ajenos. Significativamente, Carla le pregunta “¿pero vos crees en estas cosas?” (2018:27) y Carla no le contesta. Se sugiere que Carla y los habitantes de ese pueblo no tienen otra alternativa: se intoxican y acuden a la curandera que migra sus almas y los deja con niños-monstruos.

El tema de la maternidad está íntimamente ligado con la monstruosidad de los hijos: los hijos-monstruos tienen madres que no los reconocen. Carla le comenta a Amanda que su hijo ya no le pertenece. De Leone entiende que la novela es “la historia de un rechazo: el de una madre (la suya) que no reconoce como propio a este hijo-monstruo” (2017:71). Carla dice: “cuando él dio un paso más hacia mí, por su cuenta, yo me eché hacia atrás” (2018:32). Quiere escapar porque entiende que su hijo no es el mismo, no es suyo. En un artículo escrito en 1919, Sigmund Freud define lo ominoso como algo familiar que se vuelve extraño. Esta definición es útil para pensar la reacción de Carla al reencontrarse con su propio hijo transformado, con una parte de su espíritu dañada. Más allá de las transformaciones físicas, es el no reconocimiento de su madre lo que convierte a David en un monstruo.

Además, la idea de la “mala madre” comienza a sobrevolar la novela. Carla incluye en su relato varios juicios sobre su propio rol como madre: “No sé cómo no lo vi, por qué mierda estaba ocupándome de un puto caballo en lugar de ocuparme de mi hijo” (2018:22). Se castiga por no haber evitado la intoxicación de David cuando en realidad no era posible esquivarla. En sintonía, lo primero que se pregunta Amanda luego de esa reflexión es si podría pasarle lo mismo. Luego, explicita un rasgo importante respecto de su modo de ser madre: “Yo siempre pienso en el peor de los casos” (2018:22). Esto tiene que ver con la distancia de rescate. Amanda pasa el día calculando el tiempo que tardaría en socorrer a su hija si se encuentra en peligro.

La primera parte de la novela muestra a mujeres que se autoperciben como madres incorrectas e insuficientes. Simultáneamente, los padres no aparecen ejerciendo sus responsabilidades en la crianza de sus hijos. Omar se muestra muy preocupado por la intoxicación del padrillo y no se da cuenta de que su hijo también está enfermo. Por su parte, el padre de Nina ni siquiera es nombrado. Las tareas de cuidado de los niños se reparten de manera desigual entre padres y madres, siguiendo la tendencia patriarcal que ubica a las madres como las criadoras de la descendencia y a los padres como los proveedores del sustento económico. Omar se ocupa del dinero mientras Carla cuida a David. Reforzando esta idea, cuando la curandera le explica a Carla en qué consiste la intoxicación, resalta que ella debe hacerse cargo del cuerpo de David. A pesar de recibir a un niño con el espíritu dividido, Carla entiende que “yo seguiría siendo responsable del cuerpo, pasara lo que pasara. Yo tenía que asumir ese compromiso” (2018:29).

Por último, desde el relato del primer encuentro entre Amanda y Carla se filtra cierta tensión sexual entre ellas, o, por lo menos, en el modo de Amanda de mirar a su vecina. Amanda dice: “Me gustó desde el principio, desde el día en que la vi cargando los dos grandes baldes de plástico bajo el sol, con su gran rodete pelirrojo y su jardinero de jean. No había visto a nadie usar uno de esos desde mi adolescencia y fui yo quien insistió con las limonadas, y la invitó a tomar mate a la mañana siguiente, y a la siguiente, y a la siguiente también” (2018:14). Siguiendo a Drucaroff, el deseo de una madre por otra persona constituye una transgresión al tabú que estructura nuestra cultura patriarcal (2018). Amanda no solamente desea a una persona, sino que desea a una mujer estando casada. Sin embargo, lo problemático es el deseo de las madres por otra cosa que no sea ejercer su maternidad. En este sentido, esto también constituye a Amanda como una “mala madre”.

David ayuda a Amanda a reconstruir el relato de la mañana que pasa con Carla y Nina en el campo de Sotomayor. Amanda se desmayó y Carla fue a buscar su auto para llevarla a la salita de emergencia. Nina también estaba pálida y transpirada. Amanda le dice a David que “la distancia de rescate es tan corta que su cuerpo parece tirar del mío cuando se deja caer en su asiento” (2018:91). David le contesta que todavía no se da cuenta de lo importante.

Carla ayudó a Amanda a salir del auto. Estaba desconcertada y le costaba comunicarse y ver con claridad. Nina la agarró de la mano y la guió hasta el consultorio. Amanda le dijo a la enfermera que tenía una jaqueca y Nina contestó que ella también. Cuando la enfermera se enteró de que ellas no eran del pueblo se quedó mirándolas sorprendida. Les dijo que estaban insoladas, que tomaran unas pastillas y descansaran bien. Amanda le pidió a Carla que llame a su marido.

David dice: “empiezo a creer que ya no vas a entenderlo, que seguir avanzando no tiene sentido” (2018:97), pero Amanda continúa su relato. Cuando llegaron a la casa de Carla, Amanda recuperó un poco de lucidez. Vio a Nina dormida en el auto con aureolas en la tela de su vestido desteñidas. David insiste con que no tiene sentido seguir con el relato, pero Amanda contesta “tengo una intuición, hay que seguir” (2018:98).

Carla alzó a Nina para llevarla a su casa mientras Amanda solo pensaba que tenía que irse de ahí. Entraron a una casa pequeña, oscura y desordenada de Carla. Amanda recordó el día que la había conocido: había llegado a su casa con un balde de plástico lleno de agua y le había preguntado si había sentido el olor en el agua. Le había recomendado que no usara el agua de la canilla ese día y Amanda le había ofrecido un vaso de limonada.

Esa noche en la casa de Carla también tomaron limonadas. Amanda vio por la ventana pequeñas tumbas en el patio. Carla le dijo que extrañaba mucho a su hijo y que había revisado a todos los niños de su edad a ver si habían recibido una parte de David. Amanda se recostó en el sillón y se quedó dormida abrazando a Nina. Se despertó porque la mujer de la salita de emergencias llegó a la casa de Carla. Amanda volvió a dormirse, pero a la madrugada Nina la despertó y le dijo de irse. Amanda estaba mareada y tuvo que esforzarse para ponerse de pie. Se subió al auto con Nina y arrancaron hacia el pueblo. Amanda sentía molestias en los ojos, picazón en el cuerpo y mucha sed.

Un grupo de chicos cruzó la calle enfrente del auto de Amanda. Son los “chicos con deformaciones” (2018:108) que estaban siendo llevados por enfermeras a la salita de espera. David dice “acá son pocos los chicos que nacen bien” (2018:108). Nina reconoció en ese grupo a Abigaíl, la hija de la cajera del local. Amanda abrió la puerta del auto mirando a la enfermera y empezó a ver todo blanco. Nina se puso a llorar y a gritar. Amanda le pidió a Nina que llamara a su papá. La enfermera la llevó de nuevo a la salita de emergencia.

Carla fue a ver a Amanda a la salita y la encontró desfalleciente, transpirando de fiebre y alucinando. Llamó al marido de Amanda y le pasó el teléfono. Amanda lloró hablando con su esposo y le dijo que estaba muy mal, que necesitaba que fuera a buscar a Nina. Carla agarró el teléfono y le dijo que no había médico ese día y que Nina estaba bien. Cuando cortó el teléfono le dijo a Amanda que había llevado a Nina a la casa verde, que era la única manera de que sobreviviera a la intoxicación. Amanda sintió mucho dolor corporal, se anudó la distancia de rescate “tan brutalmente que por un momento dejo de respirar” (2018:113). Su cuerpo se calentó mucho, se le hincharon los dedos, y empezó a tener alucinaciones con las manos de Nina. Le preguntó a Carla a dónde iría el alma de su hija, pero Carla le contestó que eso no se podía saber. Amanda le pidió que dejaran a Nina cerca de su casa y luego sintió un profundo silencio, “un silencio largo y tonal” (2018:115).


Análisis

La cuarta parte de la novela dialoga con el tema de la medicina tradicional insuficiente, con los sentimientos de culpa en las madres y con los efectos negativos que los agrotóxicos generan en el ambiente.

Amanda llega finalmente a la salita de emergencias desde donde está narrando la historia. El camino vital de la protagonista termina en la salita de ese pueblo en el campo argentino. Esa noche no hay un médico de guardia y la enfermera no acierta en el diagnóstico de Amanda y Nina. Les da pastillas para la insolación y las manda a descansar cuando ambas estaban intoxicadas con pesticidas. Sobre esto, David comenta “la enfermera es una mujer muy tonta” (2018:104). Ante la falta de profesionales de la salud capacitados, los habitantes del pueblo recurren a vías alternativas: la casa verde. De Leone entiende que “el curanderismo, la seudociencias, la cultura new age, los rituales y saberes rurales sustituyen, como en muchos otros textos de Schweblin, a la medicina y otros conocimientos científicos propiamente dichos” (2017:69). En este sentido, Carla lleva a Nina a ver esta especie de bruja para que migre su alma y sobreviva la intoxicación porque en la salita de emergencias no iba a conseguir un tratamiento adecuado.

Cuando Carla le cuenta esto a Amanda, ella siente la distancia de rescate tensarse hasta incluso anudarse. Amanda entiende que Carla le está pidiendo perdón. Le dice: “tenés que entender que Nina no iba a aguantar muchas horas más” (2018:112). Nuevamente aparece el tópico de la culpa. La incapacidad de las madres de proteger a los niños frente a los peligros invisibles de los agrotóxicos no deja de generar en los personajes de la novela sentimientos de culpa. David le dice a Amanda: “Carla cree que todo es culpa suya, que cambiándome esa tarde de un cuerpo a otro cuerpo ha cambiado algo más. Algo pequeño e invisible, que lo ha ido arruinando todo” (2018:110). Carla se castiga por la intoxicación de David y la posterior decisión de llevarlo a la casa verde. Deja de reconocer a su propio hijo que retorna de esa casa como un monstruo. Carla se adjudica el componente trágico cuando, en realidad, es el sistema agrícola el responsable de los problemas de salud de los niños del pueblo. David sentencia: “esto no es culpa de ella. Se trata de algo mucho peor” (2018:110). El niño-monstruo comprende que la problemática es mayor a la responsabilidad de una madre e implica un funcionamiento sistemático del agronegocio capitalista.

Como entiende Forttes, “el herbicida no solo afecta a aquellos que lo manipulan, sino que contamina las fuentes de agua y los suelos alterando y enrareciendo todo lo que no sea el cultivo Monsanto” (2018:150). Respecto de esto, Amanda recuerda que la primera vez que ve a Carla, ella llega con un balde de agua y la sugerencia de no consumir el agua de la canilla de ese día. El agua es un elemento fundamental para la vida que aparece en esta novela como un peligro. Como explica David, no todos los niños del pueblo se intoxicaron, “algunos ya nacieron envenenados, por algo que sus madres aspiraron en el aire, por algo que comieron o tocaron” (2018:104). El veneno se transmite con la descendencia, viaja por el agua y se respira en el aire. El campo se configura como un lugar casi claustrofóbico, irrespirable y peligroso.

Mientras en el principio de la novela David le pedía a Amanda que frenara el relato e incluyera más detalles, a partir de esta parte busca, en un primer momento, acelerarlo y, luego, anularlo. En reiteradas ocasiones se adelanta a los hechos que cuenta Amanda para apresurar la historia. Cuando Amanda relata la primera visita a la salita de emergencias, David quiere adelantar esa parte: “en la salita te dicen que todo está bien, y media hora más tarde ya están otra vez camino a casa” (2018:91). Intenta esquivar la narración y explica que ese fragmento no es importante, que ya ha pasado el momento exacto y que “todavía no estás dándote cuenta. Todavía tenés que entender” (2018:92). Amanda ha contado el momento de la intoxicación sin entender lo que ha pasado.

Amanda se pregunta “por qué sigue este relato?” (2018:92) y David contesta que sigue porque ella no ha descubierto el momento de la intoxicación. Sin embargo, unos momentos después David intenta frenar la narración y Amanda no quiere. David confiesa: “empiezo a creer que ya no vas a entenderlo, que seguir avanzando no tiene sentido” (2018:97). Ante eso, Amanda insiste en continuar, incluso afirma “tengo una intuición, hay que seguir” (2018:98). Esta discusión echa luz sobre una reflexión que sobrevuela la novela respecto de la necesidad de narrar y sobre la importancia de contar historias. Amanda se resiste frente a los pedidos de David hasta el momento en el que le pide que interrumpa la narración. Hay algo imparable en la narración que lleva a Amanda hacia adelante que desprende preguntas sobre qué es lo significativo y qué es lo desechable en una novela.

La cuarta parte incluye algunos fragmentos que dan cuenta de la superposición de los tiempos narrativos. El presente de enunciación de Amanda -en el hospital a punto de morir- se confunde con el momento de la llegada de la protagonista a la casa de Carla. Se alternan oraciones que pertenecen a un momento con oraciones que pertenecen al otro:

'Cuando diga tres me ayudas a levantarte.'

Carla me acomoda.

'Uno.'

Me da un almohadón.

'Dos.'

Estiro mi brazo y, antes de quedarme completamente dormida, abrazo a Nina y la aprieto contra mi cuerpo.

'Tres. Agarrate de la silla, así. Sentate. ¿Me ves? ¿Amanda?' (2018:102)

La voz que cuenta hasta tres (en cursiva en el texto original) pertenece a David y le habla a Amanda en el presente. Ella está convaleciente en el hospital y él la ayuda a moverse a otra habitación. La otra voz pertenece a Amanda y relata el momento en el que Nina y ella se duermen en la casa de Carla doloridas y desorientadas por la intoxicación. El entrecruzamiento de las distintas líneas temporales se potencia en este episodio al punto de yuxtaponerse, de ensimismarse. La novela acumula, acelera y avanza con un ritmo muy veloz. En este sentido, De Leone compara la forma de la narración en esta novela con un plano secuencia (2017). En el lenguaje cinematográfico, este tipo técnica de rodaje consiste en una toma sin cortes durante un tiempo bastante dilatado en el que se sigue a los personajes o se expone un escenario. Esto tiene que ver con Distancia de rescate en tanto se constituye como una “narración agotadora, sin solución de continuidad ―sin capítulos, apartados ni pausas” (De Leone, 2017:71). La trama avanza sin interrupciones, con distintos grados de tensión, en sintonía con el hilo que une a Amanda con Nina.

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