En la literatura argentina encontramos algunas vertientes que se han ocupado de capturar la realidad del gaucho. Por un lado, en la poesía, se desarrolló el género gauchesco. Dentro de este encontramos tres grandes obras: Santos Vega, de Hilario Ascasubi (1872); Fausto, de Estanislao del Campo (1866), y Martín Fierro, de Jose Hernández (1872). Esta última obra se convirtió en el más importante de los poemas épicos del género.
La poesía gauchesca se presenta como una proyección de la tradición oral de la payada, una composición poética musical cuyo recitado se acompaña con la guitarra y se caracteriza por estar enunciada por el gaucho y por tratar asuntos relacionados con sus circunstancias político-sociales. Así lo vemos, por ejemplo, como explica Schwartz, en el caso de Martín Fierro: “José Hernández propone (…) revelarle al lector una realidad cruel, imbricada en pura forma poética como proyección de la payada. Vemos entonces al gaucho como una clase perseguida, sin posesiones y utilizada para las necesidades inmediatas de los gobiernos” (1976, p. 432).
Por otro lado, encontramos la vertiente del nativismo, de la cual La cautiva, de Esteban Echeverría (1837), puede considerarse el primer exponente. Esta literatura se caracteriza por darle mayor importancia a las descripciones por sobre la acción. Sus temáticas son novelescas y, aunque generalmente se ocupan del tema del gaucho, de sus formas de vida y sus destrezas, no le ceden la palabra a este personaje, salvo en ocasiones excepcionales como, por ejemplo, en los diálogos en estilo directo.
La obra en prosa Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes (1926), si bien tiene como figura central al gaucho, escapa en varios aspectos a una definición genérica y, por eso, muchos críticos la consideran difícil de categorizar. Por el lugar dado a la voz del gaucho y por el predominio de las descripciones, esta obra se alinea con las propuestas del nativismo. Sin embargo, se diferencia de esta corriente por las innovaciones estilísticas que posee, por las cuales es posible ubicarla dentro del criollismo. En este punto hay divergencias, y encontramos opiniones como las del crítico José Miguel Oviedo, que define la obra como una “superación del criollismo” por su “tratamiento hiperartístico de la realidad” (Citado en Schwartz, ibid., 431).
Don Segundo Sombra también comparte aspectos de la literatura gauchesca. Sin embargo, se distancia sustancialmente de esta por su visión magnificada del gaucho. A propósito, la novela de Güiraldes es la primera obra en la que el gaucho asume una condición mítica. Además, en ella, a diferencia de la literatura gauchesca, el gaucho nunca se presenta como un personaje perseguido. La dimensión sagrada y legendaria que adquiere el gaucho en la novela de Güiraldes puede observarse desde la dedicatoria: “Al gaucho que llevo en mí, sacramente, como la custodia lleva la hostia” (p. 125). Al comienzo de la obra, la idealización del gaucho se hace evidente cuando el narrador describe a Don Segundo Sombra diciendo que le parecía “más una idea que un ser” (p. 34). Por último, en el capítulo final, se insiste en esta misma idea cuando el narrador, viendo marcharse al personaje, comenta: “Aquello que se alejaba era más una idea que un hombre” (p. 242).