Resumen
En una playa, un grupo de niños ve a lo lejos flotando en el mar un bulto que primero confunden con un barco y luego con una ballena. Pero, cuando encalla en la orilla, descubren que se trata de un ahogado. Los niños juegan con el cuerpo, “enterrándolo y desenterrándolo en la arena” (p.47), hasta que un adulto los descubre y avisa a otros hombres del pueblo para que lo ayuden a cargarlo, ya que “pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo” (p.47).
Una vez en el pueblo, una localidad de “apenas unas veinte casas de tablas” (p.48), los hombres se dan cuenta, al mirarse entre ellos, de que el ahogado no es de los suyos, y en vez de salir a trabajar, se van a visitar pueblos vecinos para averiguar de quién es el muerto. Mientras tanto, las mujeres se ocupan de limpiar el cadáver, que está cubierto de lodo, abrojos submarinos y otras cosas provenientes de la profundidad del mar. Una vez que terminan con su trabajo, se dan cuenta no solo de que es el hombre más alto y viril que hayan visto, sino que su figura es algo que “no les cabía en la imaginación” (p.49).
Análisis
"El ahogado más hermoso del mundo" fue escrito por García Márquez durante el período comprendido entre enero y julio de 1968. En un principio, tanto este relato como "Un señor muy viejo con alas enormes", el primero del volumen que contiene estos cuentos, estaban destinados a formar parte de un libro dirigido a niños, tal como se indicaba con el subtítulo "Cuento para niños" que acompañaba los manuscritos. Esto resulta particular para el tipo de literatura destinada a las infancias en aquellos años, ya que, en la primera escena del relato, el grupo de niños del pueblo juega con un cadáver en la playa. Sin embargo, veremos cómo cierto tono esperanzador con respecto a la capacidad de transformarse de los pueblos y algunas características formales, como la indeterminación espacio-temporal de la historia, emparentan al cuento con la tradición de las leyendas y fábulas infantiles.
Antes de introducirnos en la trama, entonces, cabe atender al tiempo y espacio de la historia. Se trata de la costa de un pueblo que da al mar, situado en algún lugar del Caribe, según dice el narrador ya más adelantado en el cuento. Poco sabemos de su temporalidad: solo cabe presuponer que se trata del siglo XX, no tanto por el cuento en sí, sino por todo el sistema literario de García Márquez en general, y los cuentos que lo acompañan en este libro en particular. Es importante, sin embargo, aclarar que no hay marcas temporales específicas en el texto para sostener esto. Como dijimos, esta apertura emparenta al cuento con una larga tradición de historias, que pueden remontarse al medioevo y que tienen como una característica sobresaliente cierta indeterminación con respecto al espacio y el tiempo en que se desarrollan. Las más sobresalientes son la fábula y la leyenda. Si bien, por un lado, podríamos pensar que esta vaguedad espacio-temporal altera la verosimilitud de los relatos, por el otro, es cierto también que un lugar indeterminado puede ser cualquier lugar, y eso también contribuye a acercar la acción al lector.
García Márquez es un autor que cultivó en su obra el género llamado realismo mágico. Si bien algunos críticos sostienen la especificidad de este género ante el relato fantástico, hay quienes aún hoy afirman que se trata de una variante del fantástico maravilloso. En el fantástico maravilloso, no rigen las leyes naturales como en el realismo: este género se distingue por su habilidad para fusionar lo real y lo imaginario, creando así una tensión entre ambos aspectos. Los eventos fantásticos en esta variante no son presentados como alucinaciones o engaños perceptuales de los personajes, sino como manifestaciones concretas de un mundo maravilloso y extraordinario que coexiste con el mundo cotidiano. En el caso del realismo mágico, eventos más o menos extraños a nuestro mundo son también asimilados por los personajes, pero la narración no necesariamente se aleja tanto del realismo, como sucede en el maravilloso, en el cual el mundo que conocemos no parece estar presente.
Algunas veces, las manifestaciones fantásticas en el realismo mágico se asimilan con naturalidad, y la relación de los personajes con el fenómeno es muy fluida. Otras, el elemento disruptivo no necesariamente nos resulta a los lectores imposible, sino más bien improbable, o sospechoso, como la llegada de un cadáver de gran tamaño a la costa. Lo que genera extrañamiento en el lector, en este caso, es el tratamiento que los personajes le dan a ese elemento disruptivo. Como ejemplo de lo primero, en el caso de Cien años de soledad, cuando muere José Arcadio Buendía, llueven pequeñas flores amarillas en Macondo. Este evento evidentemente desafía las leyes del realismo, a diferencia de la llegada de un cadáver a la costa. Sin embargo, un gran conjunto de elementos que atañen a la recepción del ahogado en el pueblo cubren de magia los eventos. Podemos decir, en principio, que las reglas del realismo mágico no atañen solo a la introducción de un elemento fantástico incorporado a la cotidianeidad, sino también a una forma particular de convivencia de los personajes con esos elementos, como se verá más adelante.
En principio, el cadáver es a lo lejos percibido por los niños como una ballena o un barco. Al darse cuenta de que se trata de un ahogado, no corren ni se espantan. Juegan con él, a enterrarlo y desenterrarlo, hasta que llega un adulto. No se explica en el relato el porqué de esta naturalidad con el cadáver por parte de los niños. En su lugar, se mantiene una tensión constante entre dos posibilidades: o el cuerpo es especial, como lo irán revelando las mujeres del pueblo, o los niños tienen una manera particular de asimilar el fenómeno que desafía el sentido común, cosa que también es posible por el modo de comportarse de sus padres.
Podemos ver que el pueblo, antes de la llegada del ahogado, es un lugar yermo y descorazonado: “El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico” (p.48). Sus pobladores son gente humilde que se dedican a la pesca. Todos los hombres caben en siete botes, con los que salen al mar cada noche. La falta de tierras denota los moderados recursos del pueblo: “La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los pocos muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados” (p.48). La hostilidad del lugar es evidente, pero el mar, sin embargo, es para ellos “manso y pródigo” (p.48).
En esta primera parte ya se deja constancia del binarismo de género que rige allí: los hombres son los encargados de salir por la noche de pueblo en pueblo a averiguar la identidad del aparecido, mientras que las mujeres tienen asignadas las tareas de cuidado, de los niños y del cadáver. Ellas, además, tienen que limpiarlo. Al terminar esta última tarea es que se encuentran con que están ante el hombre más hermoso, “alto y viril” (p.49) que jamás hayan visto. En ningún momento los personajes serán particularizados: los hombres son "los hombres" y las mujeres, "las mujeres".
Así como en principio llama la atención la actitud de los niños que juegan con el muerto, luego las mujeres también actúan de un modo algo inesperado para el lector. Si bien estamos ante gente que habita en un pueblo costero y pesquero y, por ende, puede tener alguna experiencia en el encuentro con muertos del mar, ellas muestran un conocimiento muy profundo, además de empírico, sobre los ahogados: “Notaron (...) que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de otros ahogados de mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesterosa de los ahogados fluviales” (p.48). Si bien resultaría verosímil que estas mujeres supieran mucho de ahogados, es cuanto menos extraño que se refieran a un semblante solitario para los muertos en el mar, o a un aspecto sórdido de los muertos de río, como pruebas de la pertenencia del ahogado a uno u otro grupo. Nuevamente, no es tanto el elemento disruptivo, el cadáver, lo que arrastra al lector al ámbito de lo sobrenatural, sino más bien los efectos que este suscita en los personajes.