Resumen
Las mujeres buscan en el pueblo ropa para vestir al ahogado y una cama en donde velarlo, pero debido a su gran tamaño no encuentran nada que les sirva. Debido a esto, se ponen de acuerdo en coserle una camisa y un pantalón con la tela de una vela cangreja, “para que pudiera continuar su muerte con dignidad” (p. 49). Mientras le preparan su nueva ropa, todas piensan que, de haber vivido en el pueblo, aquel hombre hubiera sido el mejor de todos y hubiera obrado milagros, y terminan por repudiar a sus hombres por considerarlos inferiores. De todas las mujeres presentes, la más vieja del pueblo dice que el ahogado “tiene cara de llamarse Esteban” (p. 50). Después de algunas dudas, todas le dan la razón. Es evidente, con solo verlo, que se trata de Esteban.
Un poco más tarde esa noche, cuando las mujeres terminan de coserle su nueva ropa y de buscar un lugar donde acostarlo, se dan cuenta de que nada puede quedarle bien a un hombre de ese tamaño, y que no hay mesa que aguante su peso. Entonces, tienen que “resignarse a dejarlo tirado por los suelos” (p. 50). Es en ese momento que piensan que todo lo que antes elogiaban sobre el ahogado debió de haber sido algo terrible para él en vida, ya que con un cuerpo así no habría cabido a través de las puertas de las casas ni en los sillones de las salas de visita. Esto les genera tal tristeza que todas lloran; “lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra” (p. 51).
Cuando los hombres regresan con la noticia de que el ahogado tampoco pertenece a ningún pueblo vecino, las mujeres se alegran y agradecen a Dios: “es nuestro” (p. 51), dicen. Los hombres, en cambio, están agotados por el viaje, y no desean más que deshacerse del cuerpo, por lo que se preparan para llevarlo hasta los acantilados y arrojarlo de vuelta al mar. Pero las mujeres intentan evitarlo y se inventan cosas “para perder el tiempo” (p. 52). Finalmente, los hombres les preguntan a las mujeres por qué se preocupan tanto por un muerto, por lo que ellas le quitan al ahogado el pañuelo de la cara y los hombres “se quedaron sin aliento” (p. 52).
Análisis
Uno de los temas, secundario, pero relevante, del relato es el mencionado binarismo de género que rige en el pueblo para la llegada de Esteban, y que se encuentra enfatizado por el narrador. Las mujeres, encargadas de limpiar al muerto y cuidar a los niños, le cosen una ropa nueva al ahogado. Dice el narrador: “Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto” (p.49). En esta especie de gineceo del pueblo, hay entre las mujeres una comprensión mutua aparentemente ilimitada. El saber es un saber colectivo; la percepción del viento y el mar, y la atribución de estas percepciones a la llegada del cuerpo a la costa, es unívoca. La comunión entre todas ellas se sella en el momento de ponerle un nombre. Primero, la más anciana afirma: “Tiene cara de llamarse Esteban” (p.50). Las más jóvenes reniegan un poco, pero nuevamente lo colectivo gana la partida: “Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban” (p.50). Veremos más adelante que la reacción de los varones al retornar será también de una comunión muy marcada, ligada al género, en el desprecio por la actitud fascinada de las mujeres, los celos ante la figura de Esteban y el escepticismo inicial ante las cualidades del ahogado.
Aquí se evidencia otro de los temas fundamentales del relato, que es la identidad. La llegada del cuerpo abre la pregunta fundamental del relato: ¿quién es el ahogado?. Esta incógnita es, minuto a minuto, resuelta, no tanto en base a la evidencia empírica, sino a las conjeturas y aseveraciones de los habitantes del pueblo, que, con su creatividad e imaginación, construyen la identidad del cuerpo. Sabemos que se trata de un hombre de tamaño descomunal, sabemos que no es del pueblo, y también conocemos, a través de los suspiros y expresiones de fascinación de las mujeres, que se trata de un hombre muy hermoso. De esto dan fe inclusive los varones del pueblo, que al verlo limpio también se conmueven en su presencia. Pero ¿quién es el muerto? En primer lugar, es, sin dudas para todas las mujeres presentes, Esteban. Se llama Esteban, y el silencio del mar y el viento luego de la medianoche parecen confirmarlo.
Darle un nombre a un cuerpo anónimo es, sin lugar a dudas, dotarlo de una identidad particular. La elección de “Esteban” no es casual para muchos críticos literarios, que han atribuido la decisión de este nombre a la relación que guarda con otro náufrago: Estevanico. Estevanico, o "Estevan el negro", fue el primer hombre negro africano en llegar al Caribe en la Conquista. Naufragó con Álvar Núñez Cabeza de Vaca, explorador español y escritor del célebre texto llamado Naufragios y comentarios. En estas cartas de relación escritas para la corona y el reino de España, Cabeza de Vaca da cuenta de los ocho años que vagó por la tierra cercana al ahora llamado Golfo de México con otros tres hombres. Uno de esos hombres, el único negro de los cuatro sobrevivientes del naufragio de trescientos colonos, era Estevanico.
Lógicamente, a Esteban lo emparenta con Estevanico su calidad de náufrago. Pero también la extranjería del africano es motivo de comparación: el color de piel de “Estevan el negro” resultaba llamativo para los nativos americanos, tanto que esto fue registrado en los escritos de Cabeza de Vaca. Del mismo modo, en el cuento, Esteban viene a traer al pueblo la otredad, la extranjería, y llama la atención por ello. No sabemos quién es él, pero ciertamente no es siquiera de un pueblo vecino.
Por otra parte, el nombre remite también a San Esteban, mártir que tiene como atributo la piedra, debido a su muerte por lapidación. Cuando las mujeres piensan en todas las cosas que el cuerpo podría haber hecho de estar vivo, dicen lo siguiente: “Pensaban que [Esteban] habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas” (p.49). Resulta cuanto menos llamativo, que tratándose de un hombre que se llama Esteban, hablen de cómo podría hacer milagros como atraer los peces al pueblo y hacer brotar manantiales de las rocas, siendo que la piedra es uno de los dos atributos de San Esteban, junto con la hoja de palma. La identidad del ahogado, Esteban, es ahora no solo grandilocuente, sino también mística. De poder hacerlo, es decir, de no estar muerto, obraría milagros en el pueblo.
En estas escenas anteriores, los roles sociales de los habitantes del pueblo quedan claramente establecidos a través de características arquetípicas asignadas a los distintos grupos, como la inocencia de los niños al cuidado de sus madres, el sentimentalismo de las mujeres, la sabiduría de los mayores, y la frialdad y pragmatismo de los hombres (quienes finalmente se dejarán conmover, pero que en principio se muestran reacios a escuchar a las mujeres). Es la anciana quien le da un nombre definitivo a Esteban; son las mujeres quienes se fascinan con él, lo limpian y realizan las tareas de cuidado para las cuales son comandadas. Son los varones, por su parte, quienes salen por la noche en busca de información, y quienes, al volver, quieren, por celos, tirar al “fiambre de mierda” (p.52) de nuevo al mar.
Luego de la aceptación de Esteban, se abre en el relato un nuevo momento, que es el del duelo. Antes de tener su identidad, el cuerpo era tan solo un bulto parecido a una ballena o un barco cubierto de “matorrales de sargazos (...), filamentos de medusas y (...) restos de cardúmenes y naufragios” (p.47). Los varones, en principio, no piensan en otra cosa que en deshacerse de él; lo llaman “fiambre de mierda” (p.52). Sin embargo, a partir de que Esteban tiene una identidad, y que esa identidad es abrazada por los pobladores (“¡Bendito sea Dios –suspiraron-: es nuestro!” (p.51), dicen), comienza un proceso de duelo y despedida.