El ahogado más hermoso del mundo

El ahogado más hermoso del mundo Resumen y Análisis Parte 3

Resumen

Luego de que los hombres ven el hermoso rostro del ahogado, comienzan también a llamarlo Esteban, ya que “Esteban solamente podía ser uno en el mundo y allí estaba tirado como un sábalo” (p. 52). También, al ver su rostro, tanto los hombres como las mujeres del pueblo se dan cuenta de que el ahogado se siente avergonzado, y el narrador que hasta entonces estaba en tercera persona se convierte en un narrador en primera, en la voz del ahogado: “en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galeón en el cuello y hubiera trastabillado como no quiere la cosa por los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen” (p. 53).

Los hombres se estremecen con estas palabras del ahogado Esteban, y le preparan “los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito” (p. 53). Las mujeres van a buscar flores a otros pueblos y regresan con otras mujeres que, a su vez, traen más flores. Es tanta la gente que se reúne en su funeral que su llanto se escucha a lo lejos. Los “marineros que oyeron el llanto a la distancia perdieron la certeza del rumbo” (p. 53), dice el narrador.

Es durante la procesión del funeral que los hombres y las mujeres del pueblo se dan cuenta por primera vez de “la desolación de sus calles, la aridez de sus partidos, la estrechez de sus sueños” (p. 54). Es por esto que, después de largar nuevamente al ahogado al mar, piensan que, a partir de entonces, “sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos” (p. 54), y que también irían a pintar las paredes y a sembrar flores en los acantilados, para que cualquiera que pasase por ahí supiera que aquel era “el pueblo de Esteban” (p. 54).

Análisis

En esta parte del texto, se da un giro en la voz narradora que es una de las características más sobresalientes de este cuento en particular. Desde el comienzo, “El ahogado más hermoso del mundo” tiene un narrador omnisciente, focalizado alternadamente en la gente del pueblo dividida en grupos: los niños, los hombres, las mujeres. Sin embargo, cuando ellas revelan el rostro de Esteban, y los hombres lo contemplan, conmovidos, el narrador encarna repentinamente, sin marca sintáctica o signo ortotipográfico alguno, la voz del ahogado:

Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado, ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galeón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa por los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, (...) se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban (p.53).

El proceso de humanización de Esteban, de reconocimiento de él, un otro, un extranjero, como hombre, no culmina en este momento en el que sorpresivamente toma la voz. A partir de allí, cuando, luego de escucharlo, los habitantes del pueblo deciden devolverlo al mar, deciden también darle un lugar en la comunidad, emparentándolo genealógicamente al pueblo: “A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le dieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí” (p.53).

Antes, cabe mencionar que en esta parte del texto el narrador hace alusión a Sir Walter Raleigh. García Márquez también introduce la figura de Raleigh en Cien años de soledad: Francisco el Hombre, arquetipo colombiano legendario de juglar que García Márquez introduce en su novela como un trotamundos de cien años, recibe de manos de Raleigh un acordeón. Sir Walter Raleigh fue un marino, cortesano, escritor y pirata inglés, encargado de popularizar el tabaco en Inglaterra, y conocido también bajo el nombre de Guatarral. Su figura es citada en el cuento, posiblemente, por su imponencia y por la admiración que despertó históricamente tras ir en busca de la mítica ciudad de El Dorado, teóricamente ubicada en la actual Guayana venezolana. Dice el narrador: “Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamaya en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo” (p.52). Queda claro que la identidad de Esteban resulta indiscutible inclusive para los varones, los más escépticos del pueblo.

A partir de que la conmoción es unánime, luego de darle un linaje, una familia, a Esteban, se le organizan los funerales más ambiciosos que el pueblo puede realizar. Aparece aquí una de las imágenes poéticas más sobresalientes del texto, y que da cuenta del recurso de la hipérbole, tan utilizado por García Márquez en sus relatos: “Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar” (p.53).

Así como el cuerpo pasa de ser un mero objeto de juego en la playa a ser Esteban, una persona con familia y voz, se produce una última transformación de su figura. La importancia de la mitología en la constitución de los pueblos es uno de los temas centrales del cuento. Esteban no es ahora uno más entre ellos, sino que se trata de un motivo de orgullo debido a sus cualidades místicas. Como vimos, la relación con la figura del mártir San Esteban está habilitada por ciertas marcas textuales, las piedras y, por supuesto, el nombre. Pero, el hecho de que se trate de un muerto establece un corrimiento con respecto a la figura del santo cristiano. Las mujeres no hablan de los milagros del ahogado, porque están ante un cadáver. Entonces se refieren a todo aquello que Esteban hubiera podido hacer en el pueblo de haber vivido allí, que no es sino obras milagrosas: “habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas” (p.49).

Sin embargo, a pesar de que estos milagros no fueron obrados, la presencia del ahogado transforma para siempre el pueblo, que toma conciencia de su carencia anterior y su nueva necesidad de vitalidad: “Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado” (p.53-54). La belleza sublime de Esteban, ahora apropiada por la gente, garantiza la posibilidad de que “la estrechez de sus sueños” (p.54) se ensanche y su cotidianidad cobre otro color. Dice el narrador: “No tuvieron la necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces” (p.54).

La llegada de Esteban es un acontecimiento religioso, una epifanía. Forma parte su figura ahora de la mitología del pueblo. No obstante, las transformaciones que se producen luego de su partida son también terrenales y materiales: Las “casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños (...), ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados” (p.54). La transformación del pueblo mediante la percepción mítica de Esteban es espiritual, pero esto repercute, indefectiblemente, en sus condiciones materiales de vida.

En este final, el tema de la identidad adquiere una nueva capa de sentido. Es el pueblo el que le da a Esteban una identidad, pero es también Esteban quien subvierte la identidad del pueblo. Según ellos, gracias a los cambios producidos en él, los marineros y capitanes dirán cuando naveguen por la costa: “miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir bajo las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde mirar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban” (p.54).

Por último, puede ahora abordarse el que quizá sea el tema central del relato: la capacidad transformadora de la imaginación. Desde un primer momento, los niños ven en el cuerpo del ahogado una ballena, un barco. Al comprender que se trata de un cadáver, juegan con él a enterrarlo y desenterrarlo. No se espantan, asimilan su presencia y la incorporan a su vida como parte de sus juegos creativos. Esta escena no es más que la antesala de lo que vendrá. Hemos visto cómo la figura del ahogado pasa de ser un cadáver a ser Esteban, para luego convertirse, finalmente, en un ícono de veneración de la ciudad. Todo esto sucede a través de la capacidad imaginativa de sus habitantes, que le brindan al cuerpo un nombre, un pasado, una voz, e, inclusive, una familia antes de arrojarlo nuevamente al mar. Hablan sobre los milagros que evidentemente podría haber obrado en el pueblo, y luego sobre las transformaciones que harán en casas y calles luego de su partida. Desde este punto de vista, queda claro en el relato que una comunidad que recibe un prodigio no puede transformarse si no es a través de su habilidad para imaginar otras formas, otros modos y otras ideas. Este tema, particularizado en la figura de Esteban, adquiere un carácter casi hiperbólico en el nivel de la imagen que el cuento brinda: un cuerpo muerto puede, a través de la creatividad de una comunidad, convertirse en lo más bello jamás visto.

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