“Yo me desvivía por seguirlo, sobre todo ahora que lo sabía partícipe de las hazañas de aquella banda de pequeños pordioseros, y me parecía que me hubiese abierto las puertas de un reino nuevo, al que mirar ya no con temeroso recelo, sino con solidario entusiasmo. Iba y venía de la terraza a un desván alto desde donde podía extender la mirada sobre las copas de los árboles, y desde allí, más con el oído que con la vista, seguía los estallidos de algarada de la banda por los huertos, veía agitarse las cimas de los cerezos, asomar de vez en cuando una mano que tanteaba y arrancaba, una cabeza despeinada o encapuchada con un saco, y entre las voces oía también la de Cósimo y me preguntaba: «Pero ¿cómo se las arregla para estar ahí abajo? ¡Si hace un momento estaba aquí en el parque! ¿Ya corre más ligero que una ardilla?»”.
El hermano de Cosimo es siempre el que acata las reglas sin cuestionarlas. Pero eso no le impide ver la vida de su hermano con cierta envidia y también con entusiasmo. Le asombra el modo en que logra desplazarse entre los árboles y en que se vincula con otras personas. Cada vez que puede, lo observa desde lo alto de su casa, para ver por dónde anda y qué está haciendo de novedoso en ese momento. De a poco, el resto de sus familires también empiezan a aceptar el estilo de vida de Cosimo, incluso su padre.
“A Cósimo, el comprender el carácter de Enea Silvio Carrega le sirvió para esto: entendió muchas cosas sobre el estar solos que después en la vida le fueron útiles. Diría que llevó siempre consigo la imagen insólita del caballero abogado, como advertencia de aquello en que puede convertirse el hombre que separa su suerte de la de los demás, y consiguió no parecérsele nunca”.
Si bien Cosimo se parece un poco a su tío, a la vez se diferencia radicalmente. Aunque la vida de Cosimo en los árboles puede parecer antisocial y corre riesgo de aislarse de los demás al igual que su tío, el protagonista se ocupa de que esto no sea realmente así. Aun viviendo donde elige vivir, se vincula en todo momento con los habitantes de Ombrosa, conociendo sus problemas y aflicciones. Esto lo convierte en un hombre muy querido y honorable.
“Ahora que él no está, me parece que tendría que pensar en muchas cosas, filosofía, política, historia, sigo las gacetas, leo los libros, me rompo la cabeza con ellos, pero lo que quería decir él no se presenta, es otra cosa lo que él pretendía, algo que lo abarcase todo, y no podía decirlo con palabras sino viviendo como vivió. Sólo siendo tan despiadadamente él mismo como fue hasta su muerte, podía dar algo a todos los hombres”.
El narrador busca comprender la muerte de su hermano a partir de tomarlo como ejemplo de vida. En sus reflexiones, comprende que Cosimo no podría haber vivido de otro modo y que fue así como puso en práctica sus ideas teóricas a modo de ejemplo ante todos los demás. Si bien al principio Biaggio creía que las respuestas estaban en los libros, pronto se da cuenta de que hay algo en el gesto y en la acción que es mucho más poderoso que las palabras.