Si bien El coronel no tiene quien le escriba cuenta la historia de un coronel anónimo en un pueblo sin nombre, la referencia a Macondo conecta la novela con otras obras de Gabriel García Márquez situadas en este mismo lugar. Entre ellas, se destacan su primera novela La hojarasca y Cien años de soledad, la producción más famosa y prestigiosa del autor. En este sentido, El coronel no tiene quien le escriba ensancha el conocimiento del lugar que sirve de escenario a estas otras narraciones ya que agrega el pueblo en donde ocurren los hechos al mapa ficticio elaborado por el autor. El mismo coronel comenta haber estado en Macondo, lugar del que huyó cuando comenzó la desmedida producción en gran escala del banano y fue a instalarse al pueblo innominado.
Otro elemento que cruza estas producciones de García Márquez es la guerra civil. Hecho clave en la historia de Macondo, a través de datos fragmentarios pero concretos se limita un poco más de qué se trató este fenómeno. Es evidente que en El coronel no tiene quien le escriba esta guerra civil fue olvidada, ya que ni siquiera los veteranos obtuvieron el reconocimiento merecido por su sacrificio. A partir de la reconstrucción de los hechos, el narrador da a conocer que en esta guerra hubo un bando de alzados contra el poder establecido, de ‘revolucionarios’, y de que el coronel, Aureliano Buendía y el duque de Marlborough pertenecieron a la facción insurgente. Este enfrentamiento terminó con el tratado de Neerlandia, lo que significó una rendición para los ‘revolucionarios’. Sin embargo, uno de ellos, al menos, todavía no se dio por derrotado y exige su justa compensación.
La mención al coronel Aureliano Buendía, ya nombrado en La hojarasca, comienza a construir a un personaje más concreto que se continuará en Cien años de soledad, novela que lo tiene como protagonista. Así, los lectores sabemos que era jefe de los revolucionarios y una figura de referencia para el protagonista.
En El coronel no tiene quien le escriba, Gabriel García Márquez delimita y amplía personajes y espacios que reaparecen en otros de sus textos. Así, en su realidad ficticia, escenarios, personajes, símbolos, pasan de ficción a ficción cumpliendo en cada una funciones distintas, revelando cada vez nuevos sentidos y rasgos. Precisamente por esto, cada nuevo cuento o novela constituye un enriquecimiento y una corrección de las ficciones anteriores, y, a la inversa, éstas modifican también, siempre, a las posteriores.