Resumen
Capítulo 6
En la oficina, el coronel espera la llegada de don Sabas, después de más de dos horas de demora. Minutos más tarde, don Sabas aparece con su capataz y le pregunta qué puede hacer por él. El coronel le comenta que está allí por la cuestión del gallo. Sonriente, su compadre le dice que lo espere, que vuelve enseguida. El coronel aprovecha para recorrer el pueblo, paralizado en la siesta de domingo, y decide volver a su casa. Le cuenta a su esposa los hechos vividos en las últimas tres horas; ella le recrimina carecer del carácter necesario para resolver los problemas.
Horas más tarde, el coronel decide ir a vender el gallo a lo de don Sabas. A pesar de que su esposa le sugiere insistentemente que lleve al animal, el hombre se niega. Al llegar a la casa de su compadre, lo encuentra con el médico en su dormitorio, que lo está revisando por su diabetes. Don Sabas ve al coronel y le pregunta qué pasa con el gallo. El hombre le dice que está dispuesto a vendérselo, ya que está muy viejo para cuidarlo como corresponde. Don Sabas le comenta que tiene un cliente que ofrece cuatrocientos pesos por el animal, el médico interviene diciendo que vale mucho más que eso. Sin embargo, Sabas afirma que en estos tiempos nadie se atreve a soltar un buen gallo, por el riesgo de morir en la gallera. El coronel aprueba esta transacción; su compadre le adelanta sesenta pesos, prometiendo arreglar cuentas cuando se venda el gallo. Con el médico se retiran de la casa; el coronel nota que el doctor mantiene un silencio insólito. Finalmente, opina que la transacción no es conveniente, ya que don Sabas revenderá el gallo por novecientos pesos, tal como pactó con el alcalde. El coronel lo enfrenta al decirle que su compadre hizo ese trato para poder quedarse en el pueblo. Escéptico, el médico le responde que esto le permitió comprar a mitad de precio los bienes de sus propios copartidarios expulsados del pueblo.
Esa noche, la esposa del coronel sale de compras con su marido y le sugiere que busque a los amigos de Agustín para comentarles sobre la venta del gallo. Su esposo le responde que el animal no está vendido hasta que don Sabas no lo busque en su casa. En el salón de billares, el coronel ve a Álvaro, que le da una hoja clandestina y le sugiere apostar al once en la ruleta. De pronto, entra la policía al establecimiento; el coronel ve por primera vez al hombre que disparó contra su hijo, que le apunta con un fusil. Suavemente, el coronel mueve el arma para pedir permiso e irse con éxito del local.
Análisis
En este capítulo, la visita a la casa de don Sabas introduce al coronel en un reducto de intimidad y privacidad: así, es testigo de una situación truculenta que, sin embargo, es desdramatizada por el médico y el propio don Sabas. Una vez más, el humor cumple la función de neutralizar los excesos que hubieran convertido a la novela en una ficción excesivamente cruda. Cuando el coronel ve a su compadre colocándose una inyección de insulina para combatir su enfermedad, el doctor acota que “la diabetes es demasiado lenta para acabar con los ricos” (p. 77). Aquí el humor cumple dos funciones: por un lado, contextualiza los padecimientos del gordo ricachón cuya vida depende de la insulina pero, por otra parte, disimula una verdadera batalla entre el médico y don Sabas. En este enfrentamiento, se ve la tensión entre dos sectores sociales: la clase media profesional, encarnada por el doctor, y la política. Así, el humor permite al médico decir lo que realmente piensa de don Sabas, sin que éste se dé por enterado. Los que entendemos el subtexto detrás de esta afirmación somos los lectores, que sabemos lo que el médico piensa sobre don Sabas.
En un pueblo marcado por la coyuntura política, no es casualidad que don Sabas se posicione en el vértice de la pirámide social gracias a un pacto político. Según la mirada del doctor, la fortuna de Sabas fue adquirida de la manera más turbia, ya que traicionó a sus copartidarios políticos, haciendo un pacto con el Alcalde. Así, consiguió comprarles sus bienes «a mitad de precio» (p. 81). En este sentido, no es casual que el médico diga que don Sabas es “el único animal que se alimenta de carne humana” (p. 80 - 81); la naturaleza corrupta del personaje, capaz de lucrar con el exilio de sus compañeros, lo deshumaniza.
Si ya desde el capítulo anterior don Sabas se separa de la noción de pueblo, al que describe como un “pueblo de mierda” (p. 58), esta información que ofrece el doctor sobre el hombre lo confirma en un rol antagónico al que cumple el coronel. Si para el protagonista la única opción es esperar, agónicamente, su pensión, don Sabas disfruta de los privilegios obtenidos inmoralmente, a partir de la traición a sus compañeros de militancia. En este sentido, se lee que en el pueblo se recompensa las acciones ilegítimas en vez de darle a la gesta heroica del coronel la importancia y el reconocimiento que se merece.
Con la revelación de este dato escondido sobre la fortuna de don Sabas, este capítulo refuerza la idea de que la situación política oprime al pueblo. La atmósfera represiva, encarnada en el toque de queda, el padre Ángel e, incluso, en la riqueza de don Sabas muestran que la violencia ya ha sido institucionalizada y que forma parte de la vida cotidiana. En este sentido, el allanamiento del billar por parte de la policía muestra que la normalidad está signada por la violencia. La situación es tensa, ya que los lectores sabemos que el coronel tiene en su poder una hoja clandestina. Sin embargo, el hombre logra evadir la situación con notable tranquilidad; a pesar de sentir “el cañón del fusil apuntando contra su vientre” (p. 83), el policía le permite irse del establecimiento. Es significativo destacar que este agente policial es, justamente, el asesino del hijo del coronel, Agustín. En este sentido, la decisión de dejar al coronel circular se entiende como un gesto de respeto a su trayectoria, conocida en todo el pueblo por haber participado en las guerras civiles. Irónicamente, el que posee el material subversivo es el coronel pero justamente le permiten circular sin demasiado conflicto. Una vez más, el protagonista exhibe una pertenencia a una clase social distinguida del resto del pueblo, a pesar de carecer del sustento económico necesario para formar parte de ella.
Entre la entrega de la hoja y el allanamiento policial, la novela ofrece una secuencia distendida, en la que el coronel juega con Álvaro al billar y le sugiere apostar a un número que, finalmente, no sale. El joven, despreocupado, le responde: “—No se preocupe, coronel. Pruebe en el amor.” (p. 78). Esta frase, que remite al dicho “Afortunado en el juego, desgraciado en amores”, conecta los dos focos de tensión del capítulo y permite también una pequeña evasión de la atmósfera opresiva de la situación a través de un refrán popular y divertido. Una vez más, el humor en El coronel no tiene quien le escriba es una forma de expresar una visión de la realidad que no es graciosa en ningún sentido.
En el billar, reaparece la resistencia clandestina, esa que llevó a Agustín a la muerte y que evidentemente sigue actuando en el pueblo. Ya no es el médico el que le entrega la información al coronel, sino que es uno de los mismos compañeros de militancia de su hijo. Frente a un pueblo que censura la idea de “política” como una amenaza peligrosa a la estabilidad y el orden, la resistencia no se resigna a desaparecer y se materializa en caras y nombres: los tres aprendices del taller de sastrería forman parte de ella y “Agustín” es la contraseña que utilizan para hablar de la hoja clandestina (p. 82). Una vez más, el devenir individual del coronel se une con la lucha colectiva; ni el protagonista ni los rebeldes se dejan amedrentar por las instituciones ni se resignan a darse por vencidos.