Resumen
Capítulo 1
El coronel empieza su día al descubrir que no queda casi café, pero le miente a su mujer para que ella tome el último. Es un día lluvioso y hace cincuenta y seis años que el hombre espera algo, desde que terminó la última guerra civil del pueblo. Su esposa se despierta para desayunar, luego de una noche atormentada por un ataque de asma. Suenan las campanas de la iglesia, anunciando un entierro. El muerto, nacido en 1922, tenía la misma edad que el hijo del coronel y su mujer.
El matrimonio se prepara para ir al funeral, que es todo un acontecimiento ya que es el primer fallecido de muerte natural en muchos años. Al levantarse de la cama, el coronel se dispone a alimentar su gallo de pelea; el animal duerme en la habitación con ellos.
Al llegar a la casa del muerto, el coronel le da el pésame a la madre, que le responde con un aullido mortal. Desconcertado, el coronel se retira a la calle, en donde se encuentra con don Sabas, el padrino de su hijo y el único dirigente de su partido que escapó de la persecución política. El hombre le pregunta por el gallo. Cuando el cortejo fúnebre abandona la plaza, se oye el grito del alcalde, que les recuerda que el entierro no puede pasar frente al cuartel de la policía porque están en estado de sitio. Sin embargo, el coronel piensa que no se trata de una insurrección, sino del simple velorio de un músico.
Don Sabas nota el malestar del coronel, que le echa la culpa al mes de octubre, y aclara que siempre en ese momento del año se siente mal. Indiferente, don Sabas se despide en la puerta de su casa, un edificio nuevo y lujoso. El coronel regresa a la suya para cambiarse el traje y comprar café y comida para el gallo.
Capítulo 2
Luego de una semana difícil por los silbidos pulmonares de su mujer, el coronel permite que los compañeros de su hijo Agustín, fanáticos de la gallera, examinen al gallo. Entusiasmados, todos están ahorrando para apostarle al animal, ya que lo consideran el mejor. También el coronel se ilusiona por esta posibilidad, que justifica la determinación de conservar el gallo, herencia del hijo asesinado nueve meses antes por distribuir información clandestina. Sin embargo, su mujer dice que mantener al animal sale caro y carecen de recursos.
El coronel está apurado por salir a la calle, ya que es viernes, día de entrega de correo. El hombre persigue al cartero y se encuentra en la oficina de correos con el médico, que espera su correspondencia. El coronel espera, ansioso, que el administrador del establecimiento tenga algo para él, pero no hay nada. Avergonzado, el coronel vuelve a su casa con el doctor, que lee concentrado los periódicos, a pesar de que es difícil saber la realidad por la censura que impera en los medios.
Un rato después, suenan las campanadas de la iglesia, utilizadas por el padre Ángel como medio de calificar moralmente a la película proyectada en el cine. Así, las doce campanadas indican que la película es mala para todos. El coronel se dispone a leer los periódicos, buscando la lista de los nuevos pensionados, pero no hay novedad alguna. Se duerme pero despierta un momento después, hirviendo de fiebre y delirando. Al día siguiente, le miente a su esposa al decirle que tuvo pesadillas. La mujer, recuperada luego de una semana de crisis asmática, limpia la casa con gran excitación a la espera de la llegada del médico para hacer la revisación pertinente. El doctor examina a la mujer, y la encuentra en muy buen estado. Le da al coronel tres pliegos en un sobre que resumen los últimos acontecimientos nacionales que son censurados por los medios y le indica que los difunda. Obediente, el coronel se dirige a la sastrería a llevar este material clandestino a los compañeros de su hijo Agustín. Al regreso, el hombre conversa con unos niños que visitan la casa para contemplar al gallo. Luego, recuerda que no hay maíz para el animal y al pedirle dinero a su esposa, le recuerda que sólo quedan cincuenta centavos. La mujer considera que el gallo puede esperar, pero el coronel manifiesta su preocupación porque los muchachos están ahorrando para la apuesta. Resignada, la esposa lo manda a comprar el maíz, ellos verán después cómo arreglarse.
Análisis
En estos dos capítulos que dan inicio a El coronel no tiene quien le escriba accedemos a una representación completa sobre la rutinaria vida del protagonista de la novela, el coronel. El personaje, que carece de cualquier tipo de marca reconocible más que su rango militar, posee una existencia escueta y austera, marcada por la carencia y la falta de reconocimiento por su sacrificio patriótico. En este sentido, al nombrarlo como coronel, el narrador nos recuerda permanentemente que, en algún momento, el personaje fue dueño de una jerarquía y un prestigio que lo distinguía del resto de la comunidad. El comienzo de la novela lo sitúa en esta miseria, en donde presenciamos al hombre raspando “el interior del tarro sobre la olla” (p. 7); la acción cotidiana, asociada al rango de coronel, genera un extrañamiento producto del quiebre de una expectativa. En el imaginario del lector, la pobreza no forma parte de los significados vinculados con un personaje poseedor de esa jerarquía. Justamente, en esta tensión entre las expectativas y la realidad fluye la novela; el coronel espera algo que la realidad le niega permanentemente.
En este punto, se introduce el tema central de la novela: el protagonista es un coronel retirado, que durante quince años “no había hecho nada distinto de esperar” (p. 7) la llegada de la carta que le anuncia el cobro de su pensión por haber participado en las guerras civiles, terminadas casi sesenta años atrás. En este sentido, en vez de resignarse por el paso del tiempo, el coronel peca de idealista. Todos los viernes, persigue al cartero de manera obsesiva para ver si, finalmente, llegó la carta. El “apuro de salir a la calle” (p. 20) ya es constitutivo del protagonista y forma parte del itinerario del coronel. Sin embargo, el narrador advierte ya al comienzo del primer capítulo: “Octubre era una de las pocas cosas que llegaban” (p. 7). En este sentido, deja en claro que el paso del tiempo, irreversible, es lo único que llega. Los lectores podemos intuir que, aunque el protagonista tiene aún esperanza en la llegada de su merecido reconocimiento, es posible que esto no ocurra jamás.
Sin embargo, la ausencia de la pensión no es un elemento anecdótico; sin este dinero, el matrimonio lucha de manera permanente por su subsistencia. La situación de precariedad invade todas las dimensiones de los protagonistas. El espacio íntimo del hogar se va sumiendo gradualmente en la devastación; a los zapatos rotos del coronel se le añade el descubrimiento de “una gotera en algún lugar de la casa” (p. 25). En este punto, la casa como espacio reducido se corresponde también con la propia destrucción de los personajes; la condición asmática de la mujer del coronel y la indigestión estomacal del propio protagonista da cuenta de que el padecimiento se vive también en carne propia. “Nos estamos pudriendo vivos” (p. 11) dice su esposa. En este sentido, la espera tiene poco de esperanza, exhibe una situación de descomposición, que no distingue entre seres vivos y objetos: todo es víctima de la decadencia que atraviesa el coronel y su familia.
En analogía con el hogar y la vida privada del coronel y su familia, el pueblo en donde transcurre la historia está sumergido también en un régimen opresor y destructivo. En este punto, emerge la violencia como uno de los temas fundamentales de la novela. Sin embargo, este relato se filtra por los resquicios que dejan los personajes a pesar de la censura imperante: es el pueblo entero el que está sumergido en esta atmósfera opresiva, un pueblo en donde un muerto de muerte natural es un acontecimiento que amerita vestirse con las mejores galas, tal como lo hace el coronel en el primer capítulo. Es significativo mencionar que el narrador no subraya ni destaca los efectos de la violencia, sino que mantiene el mismo tono desinteresado con el que cuenta la monótona rutina del coronel y su mujer.
En este sentido, el entierro del muerto inaugura este espacio atravesado por una coyuntura histórica y política particular. Es ejemplar al respecto el diálogo con el alcalde, que le prohíbe al cortejo fúnebre pasar por frente a la comisaría. “Siempre se me olvida que estamos en estado de sitio” (p. 16) dice don Sabas; los habitantes naturalizan una excepción, tal como lo es el estado del sitio, lo que indica que forma parte de la vida familiar en el pueblo. A pesar de que el muerto no es víctima de la violencia estatal, la máxima autoridad del pueblo reprime cualquier mínima posibilidad de subversión del orden. Junto con esta prohibición, aparecen las campanadas como el recurso que le permite al cura del pueblo censurar las películas que se proyectan en el cine local. Así, la iglesia aparece como una pata necesaria del régimen dictatorial, ya que se encarga de delimitar qué es lo moralmente permitido y qué transgrede los órdenes establecidos. Cuando las indicaciones marcan que la película es “mala para todos” (p. 24), la esposa del coronal acota: “«El mundo está corrompido»” (p. 24). Este comentario de la mujer puede entenderse de dos maneras: legitimando el criterio del cura o, por el contrario, repudiando esta acción; si el mundo ya está corrompido, las películas que amenazan el orden moral carecen de valor.
La violencia que impera en el pueblo de la novela se replica en el interior de la familia del coronel. Así, la historia de Agustín, el hijo muerto del protagonista y su mujer, emerge de a fragmentos; primero, sabemos únicamente que el muchacho murió joven, luego, el narrador pone en contexto esta muerte: “acribillado nueve meses antes en la gallera, por distribuir información clandestina” (p. 20). Frente a este trágico evento, el coronel y su mujer imponen un luto riguroso, en el que no se permiten ninguna actividad recreativa ni lúdica. La distribución de información clandestina da cuenta de un régimen fuertemente controlador y disciplinario, que no duda en asesinar a toda voz que pretenda alterar el orden establecido. En este punto, es irónico que el hijo de un coronel, un individuo reconocido por su defensa de la patria, haya sido responsable de la difusión de ideas que atentan contra la estabilidad del sistema político.
La muerte de Agustín introduce también un elemento crucial en el desarrollo de la novela; sus padres heredan del muchacho un gallo de pelea. Si bien el animal es lo único que Agustín deja para ellos, frente a la miseria de su vida cotidiana, el matrimonio tiene dificultades para alimentarlo y cuidarlo. Así, venderlo aparece como la alternativa más sensata pero también más dolorosa, ya que implica desprenderse de todo recuerdo y vestigio de un pasado más feliz en donde el muchacho todavía estaba vivo. Sin embargo, esta interpretación no aparece de manera explícita, ya que el coronel argumenta que el valor del gallo reside justamente en su potencial como animal de pelea. Una vez más, el coronel tiene la esperanza de que la situación apremiante pueda, de una vez, estar a su favor. Sin embargo, la voz de su mujer irrumpe, pragmática y realista; frente al planteo de su marido, responde: “«Es una ilusión que cuesta caro»” (p. 20). En este sentido, el gallo representa una esperanza de una vida mejor que choca con el mundo hostil en el que viven el coronel y su esposa. Una vez más, el quiebre entre las expectativas y la realidad se hace presente en la novela.
Si bien el gallo es el regalo que Agustín le lega a sus padres, el obsequio tiene también una importancia que trasciende el reducto privado del coronel y su mujer. En este sentido, el pueblo manifiesta interés en el animal por distintos motivos. Por un lado, los compañeros del muchacho difunto creen que el gallo tiene valor como animal de pelea, y apuestan a su bienestar ya que les garantiza un ingreso adicional. Por otra parte, los chicos del pueblo ven al gallo como un animal exótico y visitan la casa del coronel de manera recurrente para contemplarlo en silencio. En este sentido, el gallo se posiciona como un elemento trascendente para la comunidad, más allá del valor simbólico que pueda tener para el coronel y su mujer. Además, este interés en el animal exhibe que ya le pertenece poco y nada a sus verdaderos dueños, ya que muchos integrantes del pueblo parecen interesados en el bienestar y la integridad del animal. Este salto del espacio reducido y privado a un ámbito más amplio muestra también que el destino del gallo no depende únicamente del coronel sino que tiene en consideración esas otras voces e intereses.
Además de los muchachos de la gallera y los niños, el pueblo incluye otros personajes reconocibles que, al igual que el coronel, se nombran a partir de su función social. Es el caso del médico, que, al igual que Agustín, difunde información censurada por el poder oficial. Este gesto exhibe que la resistencia clandestina que llevó al muchacho a la muerte sigue actuando en el pueblo. En este sentido, el científico se posiciona como el portavoz del conocimiento verdadero, al no dejarse amedrentar por el régimen totalitario y encargarse de difundir la verdad que se oculta detrás del discurso oficial.
Otro personaje crucial del pueblo es don Sabas, el padrino de Agustín. Desde la perspectiva de un narrador descomprometido y objetivo, se menciona únicamente que es “el único dirigente de su partido que escapó a la persecución política y continuaba viviendo en el pueblo” (p. 15). Si bien esta definición no exhibe de manera explícita ninguna valoración sobre Sabas, los lectores podemos intuir la existencia de alguna historia oculta que le haya permitido a este personaje quedarse en el pueblo sin pagar las consecuencias políticas.