Resumen
Capítulo 7
Es diciembre. Los niños del pueblo van a hablar con el coronel en torno al gallo, su mujer expresa el deseo de quitarse de encima al animal. El hombre se queja por sus zapatos nuevos y sale a la calle, estimulado por el presentimiento de que esa tarde llegará la carta. Se sienta en el almacén del sirio Moisés y descubre con sorpresa que el circo ha llegado al pueblo. Luego, decide seguir al administrador de correos a través de los bazares del puerto hasta la plaza, en donde oye los ruidos provenientes de la gallera. Pasa de largo la oficina de correos y va a ver al animal, que está solo, indefenso, entrenando con otro gallo. El enfrentamiento es una sucesión de asaltos; luego de varios encuentros, Germán levanta al gallo y lo muestra al público, que aplaude y grita enfebrecido. El coronel observa a la multitud y nota que es toda gente nueva del pueblo. Se acerca a Germán y le quita el gallo de las manos. Así, sale a la calle con el animal bajo el brazo. Todo el pueblo lo ve pasar, los niños los siguen. El coronel sigue absorto hasta su casa y, al llegar, echa a los niños. Su mujer le explica gritando que vinieron los amigos de Agustín y se llevaron el animal sin su permiso, con la excusa de que el gallo le pertenece a todo el pueblo. Decidido, el coronel agrega que el gallo no se vende y afirma que le devolverá la plata a Sabas cuando venga su pensión. La mujer intenta hacerlo reflexionar, y le hace notar lo necesario que es ese dinero para ambos pero su marido, implacable, confía en que ya pronto llegará la pensión. Al día siguiente, la mujer le reprocha ser un caprichoso y un desconsiderado, ya que para él, ella vale menos que un gallo. Añade que su propia vida está en riesgo, por el hambre y el asma. Su marido le responde que cuando el animal pueda pelear podrán ganar un veinte por ciento del dinero recaudado en los combates. Sin embargo, la mujer le dice que todo lo que le han prometido jamás se cumplió; el coronel está muerto de hambre y solo.
A la madrugada, el hombre afirma que venderá el cuadro y el reloj. Su esposa le responde que no los van a comprar, que no se puede vender nada. Desesperada, le pregunta qué comerán hasta que el gallo gane una pelea. El coronel, impávido, le responde: "Mierda".
Análisis
Este capítulo que da cierre a la novela está situado, no casualmente, en el mes de diciembre. Así, la narración expresa que el coronel pasó un año más sin respuestas ni soluciones al problema de su pensión. Sin embargo, los hechos de este último capítulo permiten que el protagonista mantenga viva la esperanza de que, próximamente, su suerte va a cambiar. Para entender el desenlace desde esta perspectiva, es fundamental analizar la importancia del gallo en este último apartado. A pesar de que faltan más de cuarenta días para que comiencen oficialmente las peleas, el animal se enfrenta con otro de los suyos en la gallera y sale victorioso. La perspectiva de esa victoria decide a los amigos de Agustín, primero, a alimentar al gallo por su cuenta, y, luego, a arrebatárselo a la mujer para llevarlo al entrenamiento: “Dijeron que el gallo no era nuestro sino de todo el pueblo” (p. 91). Ese empecinamiento no es un capricho: permite leer que la victoria del gallo es, también, el triunfo de todos.
Cuando el gallo gana el enfrentamiento, “Germán saltó la barrera, lo levantó con las dos manos y lo mostró al público de las graderías. Hubo una frenética explosión de aplausos y gritos. El coronel notó la desproporción entre el entusiasmo de la ovación y la intensidad del espectáculo” (p. 89). En esta disparidad entre el entusiasmo del pueblo y el espectáculo ofrecido por el gallo, el coronel identifica en ellos una naciente voluntad de cambio. Es ejemplar al respecto su recorrido con el animal a cuestas; convoca la atención de todos los habitantes. Ante esta masa delirante, el narrador hace una observación en la que expresa lo que está sintiendo el coronel: "Desde hacía mucho tiempo el pueblo yacía, en una especie de sopor, estragado por diez años de historia. Esa tarde —otro viernes sin carta— la gente había despertado" (p. 90 - 91). Para el coronel, y, sobre todo, para la multitud y los compañeros de Agustín, el pueblo se identifica con lo que ocurre en la gallera. De alguna manera, ambos espacios son escenarios de victorias y derrotas; el gallo, agente del azar, se corresponde con el destino del pueblo, cuyo rumbo también se decide por el mismo sistema misterioso y cambiante que el de las victorias o las derrotas en el ruedo. En la novela, los cambios históricos ocurren de modos inescrutables, a partir de una mezcla de paciencia y esperanza.
El frenesí del pueblo trae a la mente del coronel dos recuerdos. Una vez más, estas reminiscencias están vinculadas con los procesos políticos que el protagonista vivió; así, la multitud le recuerda a los ‘dirigentes de su partido’ y ‘la tumultuosa muchedumbre de los remotos domingos electorales’. No es casual: pueblo y gallera se asocian en este episodio de manera íntima. Estos recuerdos expresan que, además, en el pasado, la oposición no había sido exterminada ni acallada; existía un sistema democrático electoral. Es pertinente al respecto el reproche que le hace la esposa del coronel al hombre: “También tenías derecho a que te dieran un puesto cuando te ponían a romperte el cuero en las elecciones" (p. 97). En este sentido, la frase ‘romperte el cuero’ puede metaforizar un arduo trabajo, pero también da a entender que el coronel se arriesgaba físicamente, que su participación era violenta.
Junto con la participación del gallo en la riña, otro elemento marca la presencia de un nuevo tiempo para el pueblo. Así, el coronel se sorprende, casi como un niño, al notar la llegada del circo al lugar. “Es el primero que viene en diez años” (p. 88) le comenta a Moisés; en un pueblo en el que hasta el cine es utilizado como un mecanismo de censura y dominación, la llegada del espectáculo simboliza una escapatoria de la vida asfixiante y monótona.
La aparición del “sirio Moisés” (p. 87) concretiza un grupo social que, hasta ese entonces, era nombrado de manera indistinta como “los sirios” o “los turcos”. A pesar de que el hombre se halla hace bastante tiempo en el lugar, ya que le cuesta traducir a «su árabe casi olvidado» lo que le dice el coronel, sigue constituyendo una colectividad aparte. Esta marginalidad se exhibe en que son nombrados a partir de su origen. En un sector del pueblo, al menos, hay un prejuicio contra estos inmigrantes. La mujer del coronel, que ha estado tratando de vender el cuadro, dice: "Estuve hasta donde los turcos" (p. 67). El uso de la palabra 'hasta' refleja que llevó adelante la máxima concesión; en el intento de conseguir algo de dinero, se rebajó al extremo, acudiendo a la tienda de Moisés.
Sin embargo, en el diálogo que sostiene con el sirio Moisés, el coronel no parece compartir los prejuicios ni miradas peyorativas que sostiene su esposa. Por el contrario, Moisés se revela como un personaje supersticioso e ingenuo, que cree que los acróbatas del circo se comen a los gatos. Junto con el médico, el sastre y otros comerciantes, el hombre confirma su pertenencia al sector medio del pueblo, dueño de una vida y valores característicos de este sector.
Luego del triunfo en la gallera, el coronel regresa con el animal a su casa y comprueba que a pesar de que su vida sigue siendo la misma miseria que antes, haber sido testigo de este despertar del pueblo lo transforma inevitablemente. En este contexto, toma la decisión de quedarse con el gallo, con la esperanza puesta en que traerá alegrías y bonanza, no sólo para el matrimonio sino para el resto del pueblo. Este gesto, que agobia a su mujer, es la primera reacción de rebeldía del personaje: se niega a devolverle el dinero a don Sabas hasta que no venga su pensión. El último intercambio lleva al límite la situación de precariedad: "«Y mientras tanto qué comemos» pregunta su mujer, angustiada" (p. 99). Implacable, el coronel responde: “Mierda” (p. 99). Si a lo largo de los hechos narrados el protagonista ejerce un control estricto sobre sus sentimientos y expresiones y repudia todo insulto, este final quiebra el orden dominante y lo exhibe por primera vez desacatado y rebelde. Sin embargo, esta ruptura del silencio puede ser interpretada de diversas maneras. Una primera aproximación ve este gesto como una aceptación fatal de una realidad adversa. En esta lectura, la frase “comer mierda” condensa que ya no hay ninguna esperanza y queda sólo la resignación de un destino de descomposición y muerte.
Sin embargo, otro análisis destaca que a pesar de que el libro comienza y termina con dos imágenes de miseria, en el trascurso de los capítulos el coronel toma conciencia de sí mismo y abandona su sobriedad para, finalmente, entender que su miseria es producto de una injusticia. En palabras de su esposa, “Nosotros ponemos el hambre para que coman los otros” (p. 96). A pesar de las alarmantes circunstancias económicas que atraviesan, la decisión de quedarse con el gallo simboliza una victoria en un mundo en donde el hombre está solo, a la deriva y sin que nadie se interese particularmente por su supervivencia. En este punto, el posible triunfo del animal se transforma en un símbolo de su dignidad personal y una reivindicación colectiva para el pueblo entero, adormecido tras años de opresión y violencia. Si bien el final nos coloca en una situación empática con respecto al sufrimiento de su mujer, que ya no sabe qué hacer para mantenerse en pie, en la historia del coronel leemos una búsqueda de una razón para vivir, de un sentimiento de pertenencia, a través de la victoria del gallo o de la llegada de una carta. En esta lectura, la frase que concluye la novela cobra otro sentido: el coronel prefiere comer mierda antes que abandonar la fe en la justicia, el respeto a la palabra empeñada, la vigencia de la ley y el funcionamiento de un sistema.