"En el bolsillo de su chaqueta, la mano de la Manuela apretó el jirón del vestido como quien soba un talismán para ungirlo a obrar su magia".
En esta cita podemos ver la importancia que tiene el vestido de percal colorado que utiliza Manuela las noches en las que entretiene a los hombres con su baile. La comparación entre el vestido y un talismán muestra la importancia que tiene la prenda para ella. Un talismán es un objeto que tiene poderes mágicos. En este caso, contribuye a la magia que ella es capaz de conjurar cuando baila en los burdeles. En esos momentos es cuando ella se siente verdaderamente mujer, con una gran capacidad para seducir. El espectáculo de Manuela bailando en su vestido tojo tiene la capacidad casi mágica de animar una fiesta, por más decaída que esté. El poder que Manuela le atribuye al vestido es el motivo por el cual quiere asegurarse de tenerlo listo para la noche en la que intuye que Pancho irá a buscarla.
"En todo ese espacio parduzco, donde hasta la cal del muro era color tierroso, lo único vivo era el azulino de los ojos de don Alejo y las lenguas babosas, coloradas, de los perros".
Cuando don Alejo entra al galpón donde funciona el correo, lo hace con sus cuatro perros. Todos parecen hacer a un lado para que entre el patrón. Allí se describe su presencia en contraste con lo que lo rodea. Varias veces a lo largo de la novela se menciona a don Alejo solo por sus ojos celestes, asociados con su poder casi divino. La pobreza, la miseria y lo pedestre, que está representado por el color pardusco, contrasta con los ojos vivos del patrón. Además de sus ojos que lo ven y lo saben todo, también se destaca el color de las fauces de los perros que lo acompañan siempre y amedrentan a todos, especialmente a Pancho Vega. En parte, esta cita se relaciona al tema de la otredad: hay una distancia muy clara entre el patrón y el pueblo que depende de él. Las clases sociales acá aparecen claramente diferenciadas y se definen por lo que no son en relación al otro.
"Hijo, decían, de don Alejo. Pero lo decían de todos, de la señorita Lila y de la Japonesita y de qué sé quién más, tanto peón de ojo azul por estos lados, pero yo no. Meto la mano al fuego por mi vieja, y los ojos, los tengo negros y las cejas, a veces me creen turco. Yo no le debo nada".
Si primero nos centramos en el uso del lenguaje, en esta cita se utiliza el recurso del polisíndeton, que consiste en la repetición del coordinante 'y', para enfatizar cómo la paternidad de todos en el pueblo le era atribuida a don Alejo. Lo que hay detrás de esta enumeración de personas de quien alguna vez se dijo que eran hijos del patrón es en realidad la compleja relación entre los habitantes del lugar y el dueño del fundo. Por un lado, sabemos que, sin duda, algunos peones son hijos de don Alejo porque no pueden esconder el color de sus ojos. Pero quienes por su aspecto, sin duda, no son hijos naturales de don Alejo, lo son en otros sentidos.
Esta cita nos puede servir para comprender el tema del paternalismo en las sociedades latifundistas donde el dueño del fundo hace y deshace en el pueblo de tal manera que la relación que se establece entre él y los que habitan esa tierra se parece a la de padre e hijo. Por un lado, el patrón puede ser dadivoso y protector. Pancho mismo experimenta este costado "paternal" de don Alejo, que le hace el préstamo para el camión. Pero también es un padre implacable, castigador y controlador, a quien se le deben ciertos gestos como la gratitud, la lealtad y, más concretamente, el voto. Por eso son importantes las últimas palabra de la cita, en la que Pancho intenta reafirmar que no le debe nada al patrón.
"La carretera longitudinal es plateada, recta como un cuchillo: de un tajo le cortó la vida a la Estación El Olivo, anidado en un amable menadro del camino antiguo".
Es llamativa la comparación que utiliza el narrador para describir el camino y el efecto que este tuvo en el pueblo. Todos estaban esperanzados con que el camino principal que estaba por trazarse atravesara la Estación El Olivo. Ese camino iba a traer vida y movimiento a todos en el pueblo. Pero, desgraciadamente, este termina por trazarse a dos kilómetros y, en lugar de revitalizar al pueblo El Olivo, convierte a Talca en el lugar central. El narrador combina la imagen del camino pavimentado, señal de modernidad, con la imagen del cuchillo que mata la vida del pueblo, que termina al margen de esa misma modernidad.
"Aquí se quedaría rodeada de esta oscuridad donde nada podía suceder que no fuera una muerte imperceptible, rodeada de las cosas de siempre. No. La electricidad y el Wurlitzer no fueron más que espejismos que durante un instante, por suerte muy corto, la indujeron a creer que era posible otra cosa. Ahora no. No quedaba ni una esperanza que pudiera dolerle, eliminando también el miedo. Todo iba a continuar así como ahora, como antes, como siempre".
Uno de los temas principales en la novela es la esperanza versus la resignación. Bajo la estructura del poder latifundista, toda esperanza que puedan tener los habitantes del pueblo queda sujeta a los proyectos del patrón. Cuando don Alejo trae la noticia de que el pueblo no tendrá electricidad, ni ahora ni nunca, la Japonesita debe dejar de soñar con el progreso y la mejora del negocio que regenta. Toda esperanza de mejora estaba depositada en la electricidad y, por extensión, en el piano eléctrico que quería comprar.
"Cada piedra del camino hay que mirarla, cada bache, cada uno de estos árboles que yo iba a abandonar para siempre. Creí que quedaba aquí esto con mis huellas, para después pensar cuando quisiera en estas calles por donde voy entrando, que ya no van a existir y que no voy a poder recordarlas porque ya no existen y yo ya no podré volver. No quiero volver. Quiero ir hacia otras cosas, hacia adelante. La casa en Talca para Ema y la escuela para la Normita. Me gustaría tener dónde volver no para volver sino para tenerlo, nada más, y ahora no voy a poder tenerlo porque don Alejo se va a morir".
Después de saldar su deuda con don Alejo y con la noticia de que, en realidad, don Alejo planea arar todo el terreno que ocupa la Estación El Olivo y convertirlo en viñas, Pancho recorre las calles en su camión y siente nostalgia. Acá podemos observar las constantes contradicciones con las que convive Pancho. Por un lado, desea libertad e independencia, quiere romper todo lazo con el fundo, pero, por otro, el vínculo que lo ata a esa tierra es muy fuerte. Progresar, que para él significa poder comprar una casa y darle una educación a su hija, implica no volver al fundo. De todas maneras, ahora sabe que el pueblo está destinado a desaparecer. Asimismo, la cita nos muestra a don Alejo como principio y fin del pueblo: por su voluntad el pueblo existe y por su voluntad también va a desaparecer.
"Ya, vamos mijito, llévenme que tengo el diablo en el cuerpo. Me estoy muriendo de aburrimiento en este pueblo y yo no quiero morirme debajo de una muralla de adobe desplomada, yo tengo derecho a ver un poco de luz, yo que nunca he salido de este hoy, porque me engañaron para que me quedara diciéndome que la Japonesita es hija mía, y tú ves, qué hija voy a tener yo".
Cuando "tiene el diablo en el cuerpo", Manuela no puede contenerse y necesita ser el alma de la fiesta. En este caso, a pesar del peligro que implica salir de su escondite y participar de la fiesta ese domingo fatídico, Manuela prefiere la fiesta al encierro que siente al compartir su vida con la Japonesita. En más de una ocasión vemos a la Japonesita apagando las lámparas de querosén, en parte por su austeridad, pero también porque la oscuridad refleja su personalidad. La personalidad de Manuela es todo lo contrario, y en esta cita lo expresa al decir que tiene derecho a un poco de luz.
La Japonesita es el producto de esa noche en la que Manuela se convirtió en copropietaria del prostíbulo y se asentó para siempre en el la Estación El Olivo. Ahora, ella percibe el lugar como una prisión donde, paradójicamente, las paredes de adobe derruidas son murallas que la contienen. La paternidad de Manuela es la negación de sí misma.
"Habían comenzado a molestar a la Japonesita cuando llegó don Alejo, como por milagro, como si lo hubieran invocado. Tan bueno él. Si hasta cara de Tatita Dios tenía, con sus ojos como de loza azulina y sus bigotes y cejas de nieve".
En este fragmento, narrado desde la perspectiva de Manuela, Las palabras "milagro", "invocar" y "bueno" aluden a la condición divina de don Alejo en el pueblo, que en el mismo fragmento se hace explícita cuando Manuela dice que es como Tatita Dios. Inmediatamente después tenemos la descripción física de don Alejo, que se asemeja a la representación más tradicional de Dios Padre. Aparece en el primer capítulo y es la primera mención, pero no la última, que se hace de don Alejo como salvador.
"Para que estacione delante de la puerta de la casa. Así Pancho ve que usted está con nosotros y no se atreve a entrar".
Con esta cita nos damos cuenta de cuánta confianza deposita Manuela en el patrón. Ella cree que por su sola asociación con don Alejo puede salvarse de la violencia de Pancho. En realidad, la prohibición explícita de don Alejo de acercarse a la casa de la Japonesita y Manuela será en parte el motivo por el cual Pancho decide ir y así mostrar su independencia de don Alejo, a quien, parece afirmar, no tiene por qué obedecer.
"¿Y crees que con eso me dejas contento? ¿Crees que no sé a qué viniste? Mira que yo veo debajo del alquitrán y a ti te conozco como si te hubiera parido. Claro, te cortaron los fletes. Por eso vienes con la cola entre las piernas a pagarme, para que yo consiga que te los vuelvan a dar. Dame esa plata, roto malagradecido, dámela te digo..."
Don Alejo trata de este modo a Pancho Vega públicamente. El hombre le había pedido hablar en privado, pero don Alejo no pierde la oportunidad para humillarlo, incluso llamándolo "roto malagradecido". Muestra ante todos que no lo puede engañar y que, como patrón, tiene el poder de usar sus contactos para interferir con el sustento de quien no muestre gratitud, por ejemplo, evitando que los fundos vecinos contraten a Pancho hasta que él no salde su deuda. Nuevamente, aparece una asociación entre don Alejo y Dios, ya que él mismo dice saberlo todo. En el pueblo, el patrón en omnisciente. Además, es omnipotente: de su voluntad depende el destino de los hombres. Octavio, el cuñado de Pancho, presencia este trato, que lo indigna y lo lleva a prestarle el dinero a Pancho, para que así pueda saldar su deuda.