Resumen
Sin demasiado esfuerzo, la Japonesita comprende que don Alejo quiere ir a hablar del tema de la electricidad en El Olivo. Ella se había encontrado con don Alejo en Talca y el patrón le había dicho que estaba allí para reclamarle al Intendente el abandono de la Estación El Olivo.
Recorre la casa en sus quehaceres. Hace frío y, sin electricidad, no hay demasiado que hacer para hacerle frente. A pesar de ello, lo primero que quiere comprar para la casa es una Wurlitzer, que consiste en un piano eléctrico, necesario para el negocio.
La Japonesita ve a Manuela y Lucy juntas riendo con complicidad. Mientras, ella piensa en su madre y cuánto la Japonesa deseó, en su momento, el desarrollo de El Olivo. En un primer momento depositó sus esperanzas en el camino que, pensó, iba a trazarse más cerca de la estación y no a dos kilómetros, como terminó sucediendo. Después, sus ilusiones se volcaron a la promesa de la llegada de la electricidad. Para la Japonesita, su madre murió de pena por el deterioro del pueblo.
Desde la cocina, la hija llama a Manuela. Ninguna de las dos parece demasiado optimista sobre la concurrencia al prostíbulo esa noche. Sin embargo, la Japonesita sabe que Pancho Vega irá y Manuela, quien lleva puesto el vestido rojo de percal que ha reparado toda la tarde, intenta convencerse de que no será así.
Una vez juntas, Manuela peina a la Japonesita y la insta a que se ocupe de estar más bonita para los hombres que asisten al prostíbulo. Ella se deja peinar mientras recuerda el momento en el que Pancho trató de abusar de ella y se estremece. Cuando a la Japonesita se le ocurre pedirle a Manuela que la proteja de Pancho Vega, la mujer reacciona con enojo, porque no puede entender que su hija no se dé cuenta que ella no está en condiciones de defenderla. Tampoco puede aceptar que la llame papá. Agrega que debería aceptar los avances de Pancho, pero la Japonesita se debate entre el deseo y el rechazo.
Descubrimos que Manuela se siente cansada; preferiría no participar esa noche. El contraste entre la escasa pero auténtica femineidad de su hija y su propia realidad la deja agotada. La Japonesita se mira la cara en el espejo, satisfecha, en cierta medida, con su aspecto.
Análisis
La narración en este capítulo está focalizada en su mayor parte desde el punto de vista de la Japonesita. Algunas marcas en el texto nos permiten contrastar su trato con don Alejo en comparación con otros en el pueblo. Primero, la Japonesita usa el nombre completo: "don Alejandro”. Asimismo, utiliza el título de Senador y la palabra "caballero" para referirse a él. Las aspiraciones que tiene para su propiedad, así como la misma titularidad y administración del prostíbulo, le permiten a la Japonesita esas formalidades. Tal vez los aires de sofisticación también tienen como origen el que don Alejo anuncie una visita a su casa para hablar, y que le confíe el propósito de sus diligencias en la ciudad cuando se encuentran en Talca.
Debido a que accedemos a los pensamientos de la Japonesita, sabemos que ella y su madre comparten el deseo de progreso para el pueblo y el prostíbulo. En el pasado, el camino simbolizaba esta posibilidad de prosperidad, pero resultó en una decepción muy grande. El narrador utiliza una comparación que expresa hasta qué punto el camino no solo no fue un impulsor de desarrollo sino que sumió al pueblo en un peor destino: “la carretera longitudinal es plateada, recta como un cuchillo: de un tajo le cortó la vida a la Estación El Olivo” (p. 582). Cuando esto sucedió, la Japonesa Grande depositó sus ilusiones en la electricidad, como ahora lo hace la Japonesita.
En todo caso, una y otra depositan su esperanza en las gestiones que realiza don Alejo. La ilusión depositada en la electricidad, por su parte, está representada en el capítulo por la Wurlitzer, que aparecerá otras veces en la novela. El nombre se refiere a la marca pionera en la fabricación de piano eléctricos y, posteriormente, rockolas. Simboliza para la Japonesita la esperanza de un futuro para el prostíbulo.
Si bien madre e hija depositan toda su energía en el pueblo y el prostíbulo, las similitudes parecen agotarse allí. Mientras que la Japonesa había conocido un momento de mayor esplendor en el pueblo, la Japonesita estuvo siempre a la espera. Además, madre e hija se distinguen en el físico y en la manera en la que regentan el lugar. A su pesar, la hija se parece más a su padre, tanto que aún los que no creían que podía ser la Manuela el padre no tuvieron más que reconocerlo gracias al parecido físico: la Japonesita es flaca y poco atractiva, mientras que su madre es gorda y tiene “senos pesados como sacos repletos de uva”. En cuanto a los negocios, la Japonesa Grande no tuvo ningún problema al momento de gastar fortunas en organizar un festejo en honor a don Alejo, mientras que su hija es extremadamente austera al punto de preferir vivir en la oscuridad y apagar los chonchones que gastarlos innecesariamente.
La focalización de la narración desde el punto de vista de la Japonesita también nos deja entrever la tensa relación que existe entre padre e hija. Para empezar, ella es el único personaje que se niega a darle el gusto a Manuela en el trato de ella como mujer o travesti: la llama papá y, cuando la narración incluye la descripción de la figura de Manuela a contraluz en la puerta del cuarto de Lucy, el narrador utiliza el género masculino: “flaco y chico, parado allí en la puerta con la cadera graciosamente quebrada”. El uso del masculino está justificado allí por la focalización desde la mirada de la Japonesita.
La relación entre las dos no es afectuosa. El casi ascetismo de la Japonesita contrasta con la ligereza con la que se entrega la Manuela al exceso. En este sentido, la interacción distendida y alegre ente Manuela y Lucy contrasta con el intercambio entre padre hija, a pesar de que, en ambos casos, Manuela está peinando a las dos mujeres.
Cuando la narración se centra en la interacción entre padre e hija, la focalización empieza a variar entre el punto de vista de la Japonesita y el de Manuela. Allí podemos ver que, por un lado, la negación de la chica con respecto a la condición de su padre es tal que todavía le adjudica el rol de hombre protector, cuando le pide que la defienda de Pancho. Por el otro, Manuela considera ridículo que su hija no reconozca que ella es aún más vulnerable que su propia hija al ser una travesti y estar sujeta, entonces, a la violencia que produce su condición ambigua.
De todas maneras, Manuela intenta lidiar con los pedidos de su hija recomendándole que acepte la atención de Pancho, pero le exaspera la terquedad de su hija. El narrador utiliza una metáfora que expresa cuánto le afecta a Manuela que la Japonesita no la reconozca como mujer: “su vestido de española se veía más viejo, la percala gastada, el rojo desteñido, los zurcidos a la vista, horrible, ineficaz”. El vestido de Manuela, que representa la teatralidad o ficción que permite a Manuel González Astica ser Manuela, se desgasta cuando su hija insiste no solo en llamarla papá sino también en exigir que cumpla la función de padre que la sociedad demanda, protegiéndola de un hombre que quiere abusar de ella.
Todas las diferencias que podemos percibir entre padre e hija contrastan vivamente con aquello que comparten: la fascinación por Pancho Vega. El deseo y el miedo se funden en la figura de este hombre para ambas. El vestido de Manuela y el peinado de la Japonesita tienen como fin común generar una reacción en Pancho.
A modo de cierre, podemos decir que, en este capítulo, se desarrollan ampliamente los temas del género, y los roles que se les adjudican a cada uno, y el machismo, que hace que las decisiones de las mujeres se tomen alrededor y en función de los hombres.