Resumen
De manera repentina y sin anuncio, Manuela entra al salón y pide una canción. Baila con su vestido embarrado y rasgado. Pancho se acerca a ella y la Japonesita trata de intervenir, pero ambos le piden que se retire y no arruine la fiesta. Manuela ha perdido la paciencia y trata a la Japonesita con brusquedad, negando su paternidad.
De pronto, el salón se transforma. Cloty aparece y enciende los chonchones de las mesas. Pancho se anima, aplaude y festeja los bailes. Su aparente alegría se debe a que quiere despedirse del pueblo con una fiesta. Si bien se siente estimulado por el baile y los movimientos de Manuela, quiere esconder sus verdaderos deseos de Octavio y los demás.
La victrola se rompe y ya no hay más música. En lugar de arreglar el aparato, Octavio termina por desarmarlo. Manuela insiste en seguir la fiesta en otro lugar: el salón la deprime y ya no queda ni música. Nuevamente, la Japonesita intenta intervenir, pero todos la ignoran y los tres salen del lugar.
Mientras se acercan al camión, Manuela trata de besar a Pancho y Octavio increpa a su cuñado. Ante las acusaciones de Octavio, Pancho interroga a Manuela, quien asegura que solo se trató de una broma. Pancho le pega un golpe en la cara mientras Octavio la aprehende. En cuanto puede, Manuela se libera y huye. Se dirige al fundo de don Alejo, esperanzada con las promesas de protección.
Ya del lado de las viñas del patrón, Manuela se deja caer. Pocos minutos después, los hombres la encuentran y la golpean mientras ella sigue pensando en que don Alejo la va a proteger.
Análisis
En este capítulo finalmente se da lo que se ha venido anticipando desde el primero: el encuentro entre Manuela y Pancho. En dicho encuentro confluyen el machismo y el paternalismo como parte de un sistema patriarcal que no tolera la transgresión, y en el que la violencia garantiza el status quo.
Todo lo que ha estado sucediendo ese domingo fatídico, que compone el presente del relato, anuncia el final trágico de Manuela. A lo largo de la novela, el travestismo de Manuela se presenta como una performance. En gran medida, su construcción como mujer se da en el espectáculo de baile que ofrece en los prostíbulos, y la ilusión que consigue establecer durante sus representaciones depende estrechamente de su vestido rojo. Sus ademanes cambian cuando lo lleva puesto: quiebra más la cadera, se deja caer en los brazos de los hombres que ven el espectáculo y sus actitudes femeninas aparecen exacerbadas. Cuando aparece en el salón esa última noche, vemos que su vestido está hecho jirones y embarrado. En la desintegración de su vestido, vemos reflejada la desintegración de su condición de mujer y la anticipación de su final.
De todas maneras, en el personaje vemos un inquebrantable deseo de cumplir con su destino, de encarnar su condición de “alma de la fiesta” y de vivir en la ilusión que instala su espectáculo. Una de las condiciones para poder sostener esa ilusión es negar su paternidad. En ese sentido, este capítulo presenta una inflexión en la relación entre Manuela y su hija. Como lectores, a través de las múltiples perspectivas que asume el narrador, hemos sido testigos de la tensión que existe entre las dos mujeres. En esta ocasión, sin embargo, Manuela hace manifiesta su incomodidad con la Japonesita al negar su paternidad en público. Dice que ha sido engañada porque le han hecho creer que la Japonesita es su hija y, con esa excusa, tenerla prisionera detrás de “murallas de adobe desplomadas”.
A pesar de sus intentos por sostener esta ilusión, el quiebre total de Manuela como mujer se da cuando ella es percibida como una amenaza. Nuevamente, la técnica narrativa de la focalización nos permite conocer en qué grado Manuela reta el orden que rige esta sociedad. Como lectores, conocemos las contradicciones que afligen a Pancho, el personaje que ha venido a encarnar al macho del pueblo. El hombre se encuentra dividido entre el deseo y la vergüenza. El baile y la situación de descontrol que se produce con la presencia de Manuela lo seducen, pero también teme que Octavio perciba en él el deseo. Podemos decir que Pancho se encontraba ya vulnerable cuando Manuela elige darle un beso en la boca. Esa acción transgrede su lugar, ya que ella es tolerada cuando es objeto, ya sea de deseo o de burlas, pero no cuando pasa a mostrar iniciativa y, de ese modo, amenazar la masculinidad de los hombres.
Bajo la lógica de la sociedad machista, dicha transgresión conlleva un castigo que implica violencia sobre el cuerpo, porque es este el transgresor. El propósito del castigo es eliminar la amenaza de un cuerpo que no se puede clasificar con los parámetros que rigen la sociedad machista, que solo concibe el mundo en términos binarios. Por eso, mientras la golpean, el narrador pasa de hablar de Manuela a hablar de Manuel. El triunfo de la sociedad patriarcal en la novela se da cuando Manuela muere. De hecho, la muerte de Manuel no se especifica, no sabemos si el hombre muere como consecuencia de los golpes, pero como lectores no nos queda duda de que se trata del fin de Manuela, porque el narrador pasa a referirse a ella con el pronombre masculino y, además, la llama “Manuel González Astica”. El cambio de Manuela a Manuel muestra que ella era tolerada solamente como un espectáculo, pero cuando se atreve a correrse del lugar, es una amenaza a la que hay que neutralizar “poniéndola en su lugar”.
Dado que acá Manuela representa con claridad la ruptura del orden, no nos sorprende que el gran ausente en el capítulo sea don Alejo, representación del status quo. A pesar de que Manuela invoca la ayuda de quien ella considera su protector, y espera que llegue de manera milagrosa, don Alejo no aparece. Justamente en este capítulo, la comparación entre don Alejo y Dios se hace más explícita. Cuando Manuela piensa en él como salvador utiliza términos que aluden a la Biblia y al texto de la celebración de una misa. Por ejemplo, dice: “una palabra suya basta para que estos rotos se den a la razón”, que tiene la misma estructura de la oración que se pronuncia en la misa: “una palabra tuya bastará para sanarme”. También en ese fragmento del texto, Manuela dice: “usted es el señor y lo puede todo”, refiriéndose a la omnipotencia de don Alejo en el pueblo. Sin embargo, la esperanza que deposita Manuela en don Alejo resulta en una decepción, pues nadie la puede salvar: su castigo es necesario para mantener el orden. Don Alejo es la antítesis de la ruptura, encarna el esfuerzo por mantener intactas las estructuras que lo benefician, lo que incluye el mundo patriarcal y binario.
En definitiva, todos los personajes de la novela permanecen en un mundo que no tolera la transgresión y en el cual la violencia es el método para asegurarse que nada interrumpa el orden. Cuando Pancho intenta transgredir su lugar y no someterse al poder de don Alejo, es castigado. El sometido después, a su vez, reproduce la violencia para evitar que su condición sea amenazada. Bajo esta lógica, el final trágico de Manuela es inevitable.